OH, los símiles viejos, que entretienen
la sed de imaginar, las viejas flores
retóricas que se abren y que tienen
la verdad, el hechizo y los fulgores
de esos paisajes que a nosotros vienen
en un cinematógrafo a colores!)]
La brisa es un suspiro
de abril. El mar, un campo azul. El cielo,
un pálido zafiro.
La nube, un cisne. El barco va, en su vuelo,{40}
con levedad ingrávida de pluma,
envuelto en telas diáfanas y blondas,
y bordando en la seda de las ondas
arabescos de espuma.—
Hermana, tú reposas en la silla
de cubierta, y señalas
en tu actitud una emoción sencilla,
y en el perfume de éxtasis que exhalas
ante la maravilla
de la serena inmensidad que brilla,
el pensamiento y el mirar resbalas.
—El barco va, con levedad de pluma
envuelto en finas claridades blondas,
y bordando en la seda de las ondas
arabescos de espuma.
Miro tu éxtasis, Sor Melancolía,
y sobre el mar risueño,
voy con los hilos de la fantasía;
dibujando una flor de poesía
en el lino de un sueño.
...La empinada calleja,
siempre polvosa y solitaria; el muro,
alto y sombrío, y el portal obscuro,
y la vetusta reja.{41}
¿Toledo? ¿Avila? ¿Burgos? Quizá... Alguna
ciudad llena de sol y de antiguallas,
con su puerta moruna
y su río en la orilla,
y que, con torres, claustros y murallas
pregona, entre la herrumbre y la polilla,
leyendas de milagros y batallas
en las ocres llanuras de Castilla.
Allí pasaste la niñez, sin pena
y sin placer. Y abrióse, en el devoto
ambiente, tu alma buena,
tal como una clorótica azucena
se abre en un tiesto roto.
Dócil al bien y a la maldad ajena
se deslizó tu vida provinciana,
juntando a la doméstica faena
la misa parroquial de la mañana
y el familiar rosario de la cena.
Corrió el tiempo... Y un día,
por tu calle pasó, como en un sueño
que te impregnase el alma de alegría,
el galán lugareño.
—El barco va con levedad de pluma
envuelto en finas claridades blondas,
y realza en la seda de las ondas
arabescos de espuma.{42}—
Y en la vidriera que la luz irisa,
a la hora del silencio vespertino
alzabas los visillos, y, de prisa,
echabas a su paso una sonrisa
como si le enflorases el camino.
La embriaguez de un jardín en primavera
aspiraste en el púdico deseo,
y tembló tu alma entera
con la inquietud de la primer quimera,
como un nido que siente un aleteo.
¿Fué traición? ¿Abandono? ¿Desencanto?
Tú escondes el secreto; mas la vida
mordió una vez tu seno, y su mordida
la cándida ilusión deshizo en llanto.
Y qué cruel y persuasivo acento
—voz de Hamlet, irónico y violento—
decirte pudo la falaz lisonja:
—«Eres buena, y el mundo es un tormento
para las almas buenas. ¡Ve a un convento!
¡Anda! ¡Métete monja!»
Y nada más... Así pasó. Tranquilos,
mas no estériles son tus sinsabores.
Tu vida pasa entre cuidar asilos,
velar enfermos, consolar dolores.
Disculpa que profane tus tristezas:
soy un viajero que, atrevido, arranca{43}
una corola blanca
y que perfuma así las impurezas.
Tu vida es como un velo
de candor primitivo,
simple como esta página que escribo
mientras tú ves el cielo.
¡Ah, pobre hermana, pobre
mujer, buena y sencilla,
que va rezando sobre
el abismo sin fondo y sin orilla!...
Mas... dime: ¿es una lágrima que brilla
o una gota del mar, turbia y salobre,
la que rueda en tu pálida mejilla?
—El barco va con levedad de pluma
envuelto en finas claridades blondas,
y realza en la seda de las ondas
arabescos de espuma...
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