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                            OBRAS SELECTAS

                             DE LA CELEBRE

                           MONJA DE MEJICO,

                                  SOR

                        JUANA INES DE LA CRUZ,

                  PRECEDIDAS DE SU BIOGRAFIA Y JUICIO
                 CRÍTICO SOBRE TODAS SUS PRODUCCIONES,

                                  POR

                            JUAN LEON MERA

                        [Illustration: colofón]

                                QUITO.

                          IMPRENTA NACIONAL.

                                 1873




                    _A la cara memoria de mi amigo
                     el distinguido jurisconsulto_

                        Doctor Don Ramon Miño,

                         _consagro respetuoso
                   mi corto trabajo en este libro_.

                             J. LEON MERA.




FE DE ERRATAS.


 PÁG.         LINEA.       DICE.              LÉASE.

    VI           1      de la Sor          de Sor.
   XXI          20      sus plumas         su pluma.
XXVIII          24      en la misma        es la misma
    23          12      quereses;          quereres;
    30          19      no me vistas de    no me vistas la
    41           3      su vista           su vista.
   Id.          22      En en              En el
    46          21      pretendo           pretende
   106       14-15      venia mia          venia mía.
                        No lo hagais       No la hagais
   272          27      estais             esteis

Las demas erratas que se hallaren serán advertidas y corregidas por el
buen juicio del lector.




[Illustration]




BIOGRAFIA

DE

SOR JUANA INES DE LA CRUZ,

Poetisa mejicana del siglo XVII,

Y JUICIO CRÍTICO DE SUS OBRAS.

[Illustration]


I

El sexo llamado débil y mirado con desden, especialmente al considerarle
por sus facultades intelectuales, ha venido de siglo en siglo, ántes y
despues de la era cristiana, dando pruebas de que ese desden ha sido
injusto, y protestando á la faz del mundo contra él.

El hombre que se ha llevado para sí toda fuerza y todo poder en la
sociedad, relegando á la mujer á una region inferior, no ha podido en
ningun tiempo hacer que se eclipse del todo en el alma femenina el
destello de luz que, junto con la existencia, recibiera de la mano de
Dios.

¿Afirmaremos esta verdad con hechos históricos? No hay necesidad: ¿quién
la niega en nuestros dias? Ya se confiesa francamente que la mujer no es
una _cosa_, que tiene alma, que sabe pensar, elevarse y ennoblecerse,
que posee derechos propios y que su destino en la humanidad está
nivelado con el del hombre, su _compañero_, no su _señor_ y _dueño_.

Prescindamos, pues, de una erudicion intempestiva, y limitémonos á
breves reminiscencias cuando vengan ajustadas al agradable tema en que
vamos á ocuparnos: la vida de una célebre mujer y las obras con que
inmortalizó su nombre y honró á su patria.


II

El siglo que dió á la literatura francesa las Sevigné y las Dacier, dió
también á la española las Záyas de Sotomayor en la península y las Sor
Juana Ines de la Cruz en América.

¿Quién fué esta religiosa?

Sabíamos que hácia los últimos años del siglo XVII habia florecido en la
tierra de Anahuac un notable ingenio poético llamado de aquel nombre.
Pero á esto solo se hallaban circunscritas nuestras noticias:
conocíamos, pues, un nombre; esto es, no conocíamos nada. ¿Quién puede
preciarse de saber el contenido de un libro porque aprendió su título de
memoria?

Con todo, un nombre de mujer, y de mujer americana, fué motivo bastante
poderoso para dispertar nuestras simpatías por ella, y hacernos desear
el conocimiento de sus obras.

Por aquel tiempo leimos la excelente “Historia de la literatura
española” por M. Ticknor, y encontramos mentado el nombre de la monja de
Méjico precedido del epíteto de _célebre_. En una nota, al pié de la
página, se la llama la _Décima Musa_ y se citan sus _poemas_ dados á la
estampa en Zaragoza de 1682 á 1725, en tres tomos en 4º; mas al fin se
han puesto estas líneas tomadas del “Semanario pintoresco” del año 1845:
“Sor Juana Ines de la Cruz, mas notable como mujer que como poeta, nació
en Guipúzcoa[A] en 1651, y murió en Méjico en 1695.”

Ser célebre y merecer el dictado de décima musa, son cosas incompatibles
con el juicio fatal que encierran estas últimas palabras.

Un calificativo honroso en boca de M. Ticknor es tìtulo valioso:
difícilmente el concienzudo literato anglo-americano pudo haber
concedido celebridad á quien no la tenia. En lo de haber levantado á la
monja al coro de las piérides, no teniamos confianza, porque era obra de
sus contemporáneos y, sobre todo, de un tiempo en que la hipérbole fué
condicion precisa del elogio, y este se habia abaratado por estremo en
el mercado de las letras castellanas. Por otra parte, juzgábamos que los
autores del “Semanario pintoresco” no se habrian atrevido á echar á
volar su parecer acerca de una poetisa que les pertenecia, sino con
pleno conocimiento de sus obras, y fiados en muy sano criterio.

Una mujer, una americana habia escrito versos á fines del siglo XVII.
Esta rareza llamó acaso la atencion de M. Ticknor, mas que el mérito
real de esos versos, y le hizo soltar en su “Historia de la literatura
española” una palabra de tanta significacion. El que halló en la misma
autora mayor mérito en la mujer que en el poeta, tuvo, pues, acaso mas
razon. El sexo sirvió en cierta manera à las letras, no estas al sexo;
la hechura, aunque asaz imperfecta, se hizo notable á causa de la
deficiencia del instrumento en ella empleado. Ademas, las notas de la
obra citada, ¿no son puestas por el mismo M. Ticknor?

A tales reflexiones nos condujo nuestra sindéresis. La simpatía
vacilaba, pero era mas ardiente el deseo que abrigábamos de conocer las
poesías de Sor Juana Ines. El velo de la ilusion no se habia rasgado del
todo, aunque presentíamos que iba á desaparecer una estrella del cielo
americano, y esto nos causaba enojo. La ruptura entre nuestro primer
pensamiento sobre la autora y nuestro juicio posterior, entre el afecto
que habia anidado en el corazon y el rayo de luz que aclaraba el
entendimiento, nos parecia inevitable.

Por dicha nuestra, ántes que las obras de la religiosa mejicana, nos
vino á las manos otro libro precioso por muchos respectos: “La mujer,”
por don Severo Catalina. En una de sus páginas salpicadas de diamantes
extraidos de las minas del corazon y de la inteligencia, encontramos
unos versos. ¡Versos de la Sor Juana Ines de la Cruz, llenos de poesía
y de verdad, inspirados por un profundo sentimiento de indignacion
contra la injusticia del hombre, y de justicia en pro de la mujer!

Entre esos versos hay esta cuarteta:

    “Pues ¿para qué os espantais
    De la culpa que teneis?
    Queredlas cual las haceis,
    O hacedlas cual las buscais.”

“Estos versos, esclama el señor Catalina, pueden constituir un tratado
importantísimo de filosofía y de moral.”

Cierto; y ellos constituyen, ademas, un valiente reto dirigido á
quienes, concupiscentes, matan la virtud de las mujeres, y necios, se
lamentan de no hallarlas con las prendas que han destruido con sus
propias manos.

La belleza poética y la belleza moral de esos versos nos entusiasmaron,
y Sor Juana Ines fué restituida al honroso pedestal de que la habiamos
bajado á causa de la cavilacion en que nos pusieron las palabras del
“Semanario pintoresco.”--Esa poesía, nos dijimos, no la produce sino un
poeta; esa verdad no es hija de una alma vulgar: Sor Juana fué, sin
duda, mujer de gran talento, y sus obras deben ser dignas de ella.

Este juicio, ya por demas favorable, vino á robustecerse con la honrosa
memoria que de la _Monja de Méjico_ hace el insigne historiador moderno,
César Cantú, y con las biografías de la misma que consultamos
posteriormente. Mas el criterio fundado en el dicho de otros autores,
por muy acreditados que sean, es con frecuencia inseguro; ó por lo ménos
es indudable que vale mas la luz obtenida por medio de las observaciones
propias, aunque sea corta, que la que se recibe por la reflexion de
agenas inteligencias. ¡Las obras! veamos las obras de la Monja! Y tanto
mayor era el deseo de verlas, cuanto los escritores citados la atildan
de gongorista, y queriamos que nos constase este pecado de una poetisa
por quien ya ardiamos de entusiasmo.

¡Las obras! las obras de la _Décima Musa_! ¿Dónde dar con ellas en
nuestra tierra en que es tan difícil hallar libros antiguos y en que
casi no existen bibliotecas públicas? Sin embargo, las buscaremos;
nuestras diligencias no serán infructuosas; leeremos esas obras con el
interes que cumple à un americano, y sin duda hallaremos en ellas mucho
bueno. Sí, es imposible que Sor Juana Ines no haya producido mucho
bueno. El gran ingenio que se estraviò imitando á Góngora en lo malo, ha
debido imitarle tambien en lo excelente, ó no es un gran ingenio, y no
es la poetisa celebrada por Ticknor y Cantú.

Las perlas sacadas del fondo del mar no son para que yazgan
perpetuamente sepultadas en el fondo de un cofre, y, sinembargo, tal es
la suerte que á muchas cabe. Así sucede tambien con algunas producciones
del talento, y quizás tan mal destino ha cubierto con sus sombras las de
la monja mejicana. Celebradas con calor cuando aparecieron, brillaron en
la corona de la Nueva España por cortos años. Cambiáronse los tiempos;
al exceso de mal gusto del siglo culterano se siguió el rigor de la
reaccion literaria, y la sociedad, avara é injusta, encerró esas joyas
en el cofre del olvido, confundiéndolas sin discernimiento con las
zarandajas y pepitorias ridículas que en verdad abundaron en España y
América con lastimosa profusion. Busquémos, pues, los cantos de la
arrebatada musa de Nueva España, busquémoslos como otros buscan el oro
que la avaricia cubrió de tierra por sustraerle de las miradas de la
necesidad.


III

Grande amor hemos profesado siempre á nuestra América, tan rica y tan
hermosa, y á esta pasion ha correspondido nuestro entusiasmo por sus
glorias. Cuando tratamos de ellas, Méjico, Colombia, Venezuela, Ecuador,
Perú, Bolivia, Chile, todas las naciones del mismo orígen y que viven de
la misma vida intelectual y moral en el Nuevo Continente, constituyen
para nosotros una sola patria. Los lazos de la lengua y literatura son
poderosos por naturaleza; pero en América han adquirido mayor grado de
robustez, especialmente desde su emancipacion política, porque desde
entónces los americanos han formado un grupo aparte, diremos así, de
ideas íntimas é intereses vitales muy diversos de los de la madre
patria.

De este amor americano nacia principalmente nuestro anhelo de conocer
las obras de Sor Juana Ines de la Cruz. Ya presentíamos, alumbrados por
la muestra que habíamos visto, como acabamos de insinuarlo, que serian
dignas de todo elogio, y honrosas para Méjico y toda la América
española. Las producciones que brotan en este adorado suelo son frutos
de una misma huerta, sazonados por un mismo sol y destinados al
alimento y deleite de una sola familia.

Un dia tuvimos un verdadero gozo: dimos con el tesoro que buscábamos.
Nuestro querido amigo el doctor don Ramon Miño, cuya muerte lamentamos
todavía, nos lo proporcionó con su generosidad acostumbrada,
franqueándonos su selecta y abundante librería.

Para quien no hubiese tenido tantas ganas de hacer la lectura de dichas
obras, habria sido repugnante hasta el aspecto de tres tomos forrados en
pergamino, maltratados, de malísima impresion en su mayor parte y de
ortografía viciada por demas, como lo general en los libros españoles de
aquel tiempo;[B] mas nosotros emprendimos gustosos esa tarea, leyendo
hoja por hoja, párrafo por párrafo, deteniéndonos en cada estrofa y cada
línea, á fin de suplir los defectos tipográficos, errores de ortografía
y á veces hasta cambios de palabras, independientes, no cabe duda, de la
voluntad de la autora, y penetrando de esta suerte los pensamientos y
bellezas poéticas, que no son escasas.

Al mismo tiempo que íbamos buscando y entresacando de esos tres tornos
que encierran las obras completas de la monja, todo cuanto nos parecia
digno de recomendacion para formar un conjunto de sus poesías selectas,
íbamos tambien tomando datos acerca de su vida, bien de sus propios
versos y prosa, bien de lo que de ella han dicho sus panegiristas, para
añadirlos á las noticias que ya poseíamos y cumplir nuestro propósito de
escribir su biografía junto con el juicio crítico de sus partos
literarios.

El P. Diego Calleja, de la Compañía de Jesus, en la _aprobacion_ del
último tomo de los escritos de Sor Juana Ines, trae bastantes y curiosos
rasgos de su vida; pero son mas interesantes los que la religiosa da de
sí misma en una larga y recomendable carta que dirigió á Sor Filotea de
la Cruz, monja trinitaria y, al parecer, mejicana tambien. Ademas, la
dan á conocer perfectamente el propio carácter y especial movimiento y
colorido de sus producciones. Esto lo penetró muy bien uno de los
prologuistas de sus obras cuando dijo, hablando en general de los
escritores, que “se trasuntan insensiblemente al papel las facciones del
alma.” El pensamiento de Buffon, “el estilo es el hombre,” no fué, pues,
tan original que digamos.

Condicion precisa de todo letrado ingenio es trasmitir poca ó mucha
parte de su ser interior á sus obras: ellas son el espejo de las
pasiones y vida de sus autores. Esto es muy natural, porque es rarísimo
el talento de escribir lo que no se siente, sacando del tintero y no del
alma cuanto se va espresando con la pluma. Si esto sucede generalmente,
los poetas en especial no pueden contradecirse á sí mismos; y si lo
hacen, á fe que no dan á sus producciones aquel sentido, aquella
vitalidad ó espíritu que se comprende y no se esplica, y que forma la
esencia de la poesía. La estética de los hijos del Parnaso es innata;
por eso cada uno de sus versos, cada uno de sus pensamientos es hijo
legìtimo de su númen, pedazo de su propia naturaleza arrancado por la
fuerza de la inspiracion.

¿Percibis en el jardin, á la hora en que la noche comienza á descolgar
su velo sobre el mundo, un olor suavísimo y delicioso? Es la fragancia
del jazmin sacudido por el céfiro. Así es la poesía del alma sacudida
por el estro. La fragancia os da á conocer la flor: la poesía os da á
conocer al poeta.

Hemos visto algunas biografías de la ilustre monja; mas, no obstante,
juzgamos que en la actualidad no se la conoce ni de nombre cual merece
serlo. Sus obras están olvidadas; ¿se piensa que apénas son buenas para
consultadas por los eruditos? ¡Ah, qué error! tamaño error que ha hecho
que los _Parnasos_ y _Colecciones_ carezcan de ellas. Hasta el célebre
Quintana ha desterrado de la suya las poesías de Sor Ines. ¿Es posible
que no haya hallado entre estas joyas ni una sola digna de seleccion? No
puede ser: entre las que forman su _Tesoro del Parnaso_ hay algunas
inferiores á varias de las de la musa mejicana, y debemos atribuir la
omision mas bien á falta de conocimiento de estas que á falta de buen
gusto ó á injusticia.

Nosotros queremos, pues, sacudir el polvo que cubre las producciones de
que venimos hablando, escojer las mas bellas y darlas nuevamente á luz
para deleite de los amantes de la verdadera poesía. No alcanzamos la
razon que algunos tengan para aprovechar de las obras que ostentan
mérito actual, por corto que á veces sea, y ver con desprecio las que
fueron escritas en otros tiempos y cuyas bellezas, por muy acompañadas
que estén de errores y faltas, no dejan de ser bellezas de primer órden,
agradables y dignas de encomio. ¿No seria necedad olvidar el oro de
Góngora á causa de su escoria? Y eso que nadie ignora cuánto mal hizo á
la literatura castellana el autor de las _Soledades_.


IV

A pocas leguas de la ciudad de Méjico, en un pintoresco lugar dominado
por dos montes, hallábase la alquería de _San Miguel de Nepanthla_,
propiedad de don Pedro Manuel de Asbaje y doña Isabel Ramírez de
Cantillana. Hija legítima de estos honrados colonos y en aquel retiro
naciò Juana Ines el 12 de noviembre de 1651. Uno de sus biógrafos hace
notar la circunstancia de haberse verificado el nacimiento en una
habitacion llamada _celda_, para que en una celda tambien viviese y
muriese cuarenta y tres años y medio mas tarde el célebre personaje que
nos ocupa.

Tres años de edad contaba la niña cuando, gracias á su precoz
inteligencia, comenzó el aprendizaje de las primeras letras. Apénas
cumplido un lustro, sabia leer, escribir, contar y otras menudencias que
suelen aprender las niñas en mas adelantados años. A esta sazon despuntó
asimismo su amor á la poesía, pues gustaba de aprender y recitar versos
españoles, y con tan asombrosa facilidad la practicaba, que su nombre
adquiria creciente fama, y ya no era difícil prever cuan tamaña seria en
lo futuro.

La naturaleza señala al parecer el camino que ha de llevar cada criatura
en el mundo. A veces esta determinacion irrevocable permanece oculta
largos años, y asoma al declinar las primeras fuerzas de la vida:
testigos, entre otros, Richardson y Rousseau. Otras veces como que viene
cierto poder misterioso á romper el egoismo de la naturaleza, y á
manifestar el genio que yacia escondido: testigos Corregio y Ana Cowley.
“Yo tambien soy pintor,” esclamó entusiasmado el primero, y fué, en
efecto, gran pintor. “Yo tambien soy autora,” dijo con igual inspiracion
y fuego la segunda, y fué, como se sabe, célebre dramaturga. Otras
veces, en fin, madura el ingenio con demasiada prontitud, y los niños
piensan y obran como los viejos que han visto agostarse sus dias entre
el polvo de las bibliotecas y las pesadas horas de una constante
vigilia. Pero en este caso acontece por lo general que se pierde el
equilibrio entre las fuerzas del cuerpo y las del espíritu; este triunfa
desde luego, mas el otro se desbarata y cae en la tumba. Cuanto mas
grande y viva es la llama, tanto mas presto se consume la cera del
hacha.

Juana Ines fué uno de estos seres excepcionales, niños en edad y viejos
en inteligencia. No habia rayado todavía en su octavo año, cuando
llevada por la noble codicia de un libro ofrecido en premio, escribió
una loa al Santísimo Sacramento, que llamó la atencion de los
entendidos. Se cuenta que doña Gertrúdis Gómez de Avellaneda, gran honra
de las letras americanas, escribió tambien en la misma edad de la
poetisa mejicana un cuento intitulado “El gigante de cien cabezas.”
¡Cómo ha solido fecundar siempre el sol del Nuevo Mundo las
inteligencias femeninas!

Juana Ines, en su vehemente anhelo de saber, temia que algunos manjares
influyesen en aminorar su talento y memoria, y se abstenia de ellos.
Otras veces se cortaba el cabello en cierta medida, imponiéndose la
obligacion de aprender tal ó cual materia durante su crecimiento, y de
cortarle nuevamente en via de castigo si salia fallido su propósito;
porque “no me parecia razon, dice ella misma, que estuviese vestida de
cabellos cabeza que estaba tan desnuda de noticias, que era mas
apetecible adorno.” En mas de una ocasion rogó con instancia á sus
padres que la enviasen, disfrazada en traje de varon, á cursar las
ciencias en la Universidad de Méjico; pero como no consiguiese este
imposible, se desquitaba leyendo “muchos y varios libros” que poseía su
abuelo, “sin que bastasen castigos ni reprehensiones á estorbarlo.”

Al fin, conducida á Méjico á los ocho años, pudo hallar mas vastos
elementos de instruccion en nuevos libros, y proteccion y estímulo
poderoso; si bien parece que en el seno de su familia halló
contradicciones que vencer. Acabamos de ver que ella misma habla de
“castigos y reprehensiones,” y en otros pasajes de sus obras pudieran
hallarse nuevos testimonios sobre este punto; mas nos contentaremos con
citar las siguientes cuartetas de un romance en que habla de la
facilidad que tenia para versificar:

      “Y mas cuando en esto corre
    El discurso tan á priesa,
    Que no se tarda la pluma
    Mas que pudiera la lengua.
      Si es malo, yo no lo sé:
    Sé que nací tan poeta,
    Que, azotada como Ovidio,
    Suenan en metro mis quejas;”

y tambien este trozo de un escrito en prosa: “Lo que sí es verdad que no
negaré (lo uno porque es notorio á todos, y lo otro porque, aunque sea
contra mí, me ha hecho Dios la merced de darme grandísimo amor á la
verdad) que desde que me rayó la primera luz de la razon, fué tan
vehemente y poderosa la inclinacion á las letras, que ni agenas
reprehensiones, que he tenido muchas, ni propias reflexas, que he hecho
no pocas, han bastado á que deje este natural impulso que Dios puso en
mí.”

Por la misma época en que compuso su primera loa, empezó á estudiar
latinidad bajo la direccion de un respetable sacerdote, su tio. Unas
pocas lecciones fueron suficientes para ponerla en camino; pues,
careciendo luego de maestro, su talento y aplicacion suplieron la falta,
y con admirable prontitud la lengua del Lacio le vino á ser familiar.

Careció asimismo de preceptores para las demas artes y ciencias que
llegó á poseer; pues algunas veces, cuando ha nacido el alma con cierta
superior disposicion para cosas grandes, sus facultades se desenvuelven
en la soledad y el silencio, padres de la meditacion, y las páginas de
un libro son mas provechosas que las palabras de un pedagogo. Y no
faltan, por otra parte, ejemplares de haberse maleado la generosa
naturaleza con una enseñanza errada. Raros son los maestros que conocen
la índole intelectual de sus discípulos y la guian sin extraviarla.

Los marqueses de Mancera, vireyes de Méjico á la sazon, añadieron al
timbre de su ilustre cuna y alta suposicion el no ménos distinguido de
constituirse Mesénas de Juana Ines. La proteccion que la prestaron fué
abierta y sin límites; lleváronla á vivir consigo en palacio, y la
vireina cobró tal cariño á la niña, que no podia pasarse sin verla. La
regalada vida no fué, sinembargo, como suele suceder especialmente en la
infancia, un estorbo para los estudios y la concentracion de aquel
númen, cuya condicion le arrebataba irresistible á las regiones de la
inteligencia y del espiritualismo. Por el contrario, dado á sus anchas á
su ocupacion favorita, aumentaba todos los dias su caudal de saber, y
derramaba poesía con profusion en torno suyo.

Habia cumplido los diez y siete años de edad, con la satisfaccion de no
haber perdido nunca su tiempo en frivolidades, ni de haberse pagado de
su propia belleza y gracias exteriores con menoscabo de las prendas del
alma. El tiempo es dinero, dice una moderna máxima inventada por la
codicia; pero las almas nobles parece que siempre han dicho: el tiempo
es sabiduría.

Hermosa y atractiva de cuerpo y semblante, de corazon mansísimo,
discreta en conceptos y acciones, y amable en el trato con toda clase de
personas, cautivaba fácilmente las voluntades; pero su raro saber la
atraía tambien el respeto y admiracion de cuantos la comprendian. Solo
ella, al parecer, no se conocia bastante, lo cual es dote del buen
talento, que lleva en sí joyas preciosas escondidas á sus propios ojos y
visibles á los agenos.

En aquella edad, esto es, á los diez y siete años, cuando la vida es
para hombres y mujeres un alegre mosaico de ilusiones y el corazon un
armonioso instrumento que suena al toque de cualquier afecto, el alma de
Juana Ines se hallaba nutrida de variados y sòlidos conocimientos. Era
una planta cargada de frutos precoces, mas no por esto ménos bien
sazonados que los que produce un árbol crecido y desarrollado en muchos
años. Filosofía, escritura santa, teología, historia profana, geografía,
matemáticas, lógica, retórica, física, derecho civil y canónico,
arquitectura, música, y otros ramos de ciencias y artes fueron abarcados
por su vasta y poderosa capacidad. A par de claro juicio gozaba de feliz
memoria y de facilidad de espresion. Tertuliano y San Gerónimo, San
Agustin y Santo Tomas, así como otros muchos padres de la Iglesia eran,
fuera del Antiguo y Nuevo Testamento, sus fuentes de erudicion piadosa.
En lo profano su caudal de conocimientos fué adquirido en la lectura de
los clásicos latinos, poetas y prosistas, y en los autores españoles,
reflejos de aquellos en su mayor parte. Los sucesos históricos de Grecia
y Roma, cronológicamente estudiados, y la ingeniosa mitología de esas
dos naciones, troncos robustos de la civilizacion antigua, se hallaban
prestos en sus labios para amenizar la conversacion, ó brotaban de su
pluma con tino y gracia seductores.

Un dia el marques de Mancera entró en tentacion de someter á dura prueba
la sabiduría de la jóven, y reunió en palacio mas de cuarenta personas
de lo mas ilustrado de Méjico para que la examinasen. Juana Ines, que
siempre hizo gala de su obediencia y sumision á quienes la protegian, se
rindió á los deseos y mandato del virey, y se presentó al acto
singular. Llovian sobre ella de todas partes las proposiciones y
argumentos sobre variadas y difíciles materias; mas no era vulgar
colegiala quien respondia, sino una maestra que, sobre bien fundados y
extensos conocimientos, poseía un admirable talento para comprender y
juzgar, y grande viveza de imaginacion para dar vigor y diversos
movimientos á su discurso y raciocinio. Su dialéctica era invencible
porque no era aprendida, sino obra espontánea de la razon ilustrada.
Así, pues, el triunfo que obtuvo en la controversia fué completo.
Merecen copiarse las palabras que trae su biógrafo, el P. Calleja,
refiriéndose al marques de Mancera: “A la manera, dice, que un galeon
real se defendiera de unas pocas chalupas que la envistiesen, así se
desembarazaba Juana Ines de las preguntas, argumentos y réplicas que
tantos, y cada uno en su clase la propusieron”.

Tan buen éxito, sinembargo, no dejó en el ánimo de la jóven ninguna
impresion. ¿Fué modestia? ¿fué orgullo? Acaso no quedó satisfecha de sí
misma; talvez no juzgó gran cosa el haberse sobrepuesto á quienes sabian
ménos que ella; si bien, como ya dijimos, parece que fué la única que
nunca conoció su propio valer. En todo caso, si obró la modestia, digna
fué de alabanza, y si el orgullo, harto justificado quedó.

Pudiera creerse con razon que mucha parte de la fama de Juana Ines fué
debida al tiempo en que vivió; pero si se examinan sus escritos aunque
sea á sobre peine, no es difícil descubrir en ellos, á pesar de sus
innegables defectos, hijos ellos sí del tiempo, que aquella jóven poseía
prendas naturales y conocimientos de tan genuino mérito, que hoy en dia
tanto como entónces nadie podria menospreciar, á no ser algun bárbaro.

Prueba es tambien de su mérito no vulgar el deseo de conocerla
personalmente que tuvieron los sujetos mas distinguidos de Nueva España
y de toda la América latina, y el eco que hizo su nombre en la
Península, no obstante que la condicion de americana debió influir acaso
en suscitar algunos celos. Parece que en todo tiempo se ha tenido á la
América por mas fecunda en oro y plata que en riqueza de inteligencia;
y, sinembargo, la historia prueba que si las arcas reales de España se
colmaban con los metales preciosos de las colonias, las letras no
dejaron de percibir su tributo, si relativamente corto en verdad, en
ningun caso despreciable, ya se atienda á su mérito real, ya al mismo
atraso en que por aquellos siglos se bailaba la educacion literaria de
nuestro continente.

Juana Ines nació en mala época, no cabe duda, y habria sido milagro que
no se contaminase de los vicios literarios dominantes, como lo fuera que
un cisne conservara blancas las plumas en una charca de tinta. Pero la
fuerza del talento la salvó de la completa perdicion en que tantos de
sus contemporáneos se sumieron: ha dejado versos que la recomiendan hoy
y que la harán pasar á la posteridad mas remota, y trozos de prosa en
que se paladea el puro lenguaje de Santa Teresa. Casi no hay obra suya,
aun entre las mas culteranas, que no tenga cierto sello que patentiza
una alma no comun, un corazon de oro y una fecundísima imaginacion. Así
como entre las nubes tempestuosas se ven intersticios luminosos que dan
á conocer que el sol está tras ellas, así tambien en las mas defectuosas
de las piezas de nuestra poetisa hay rasgos que revelan su genio. La
necedad y la ignorancia nunca tienen lúcidos intérvalos ni pueden
producir jamas cosa ni medianamente buena. El verdadero talento nunca se
eclipsa del todo, porque tiene algo divino, y por tanto superior á las
miserias de la tierra. Ademas de todo esto, y aunque la mayor parte de
las obras de Juana Ines estuvieran por estremo enfermas del mal gusto de
Góngora, las que se libertaron de este achaque, así en verso como en
prosa, bastarian para justificar el buen nombre de la autora.

Y ¿no sucede otro tanto con el mismo Góngora? Todo el mundo condena sus
funestos delirios que echaron por tierra la literatura española; mas
¿quién no admira sus aciertos? El famoso demoledor del buen gusto de las
musas castellanas es mas responsable por este daño causado con su
ejemplo, que por haber extraviado su propio talento; pero ¿quién se
atreverá á negarle sus insignes dotes de poeta? Atinado anduvo á fe
quien le llamó _Angel de tinieblas_. Sì, se envolvió de tinieblas, mas
no dejò de ser àngel; cayó arrastrando consigo multitud de secuaces, mas
no se confundió con ninguno de ellos.


V.

Costumbre ó necesidad española fué que los mayores ingenios, tanto en la
Península como en América, se encerraran en las claustros ò se
arrimaran, en pos de mejor suerte, á las inmunidades del altar.
Recórrase la estensa lista de los escritores españoles, prosistas ó
poetas, hasta muy avanzada la segunda mitad del último siglo, y se
hallará que la mayor parte fueron eclesiásticos, debiendo notarse que
muchos tomaron este estado ya entrados en edad y despues que habian
adquirido fama literaria en el mundo.

La vida retirada y de contemplacion debe ser muy favorable á las letras,
porque en ella se robustece el espíritu y aguza la inteligencia. En
efecto, nuestra literatura religiosa debida á Santa Teresa, frai Luis de
Leon y otros muchos varones que brillaron en la Iglesia hispánica,
muestra cuánto alcanza el talento concentrado en sí mismo y léjos de las
distracciones del mundo.

Pero el ascetismo no es para todos; ni siquiera los que á el se
consagran pueden, con bien raras escepciones, olvidarse que son
compuestos de carne y sangre. La naturaleza visible y palpable que los
rodea, el gérmen de las pasiones humanas que nunca se aniquila del todo
con los ayunos y las maceraciones, los sacan de tarde en tarde de las
mìsticas regiones para que den un respiro en las de la materia y la vida
real. El mismo frai Luis de Leon hizo mas de una vez sonar profanamente
su lira, y estudió, imitó y tradujo los clásicos latinos; y unos cuantos
otros frailes y clérigos ilustres, ó mezclaron las inspiraciones divinas
con las reminiscencias de la tierra, ó contentos con honrosos títulos y
una conducta arreglada aunque no mística, se dieron á visitar con
frecuencia los templos de Apolo y de Minerva: querian á un tiempo
asegurar su entrada en la bienaventuranza y figurar con afamado nombre
en la sociedad. Si este proceder era evangélico, ó por lo contrario
digno de censura, no nos toca examinar; nos basta confesar que creemos
hay organizaciones naturalmente inclinadas á la vida monacal, y que los
llamados á ella por un secreto y poderoso atractivo hacen muy bien de
seguirla. Debe ser cosa agradable y consoladora para quien no tiene
apego á los objetos mundanos, volverles las espaldas con noble desden,
reducirse á una sociedad de pocos individuos, acortar las necesidades
del cuerpo, satisfacer ampliamente las del alma y aspirar en el silencio
de las pasiones y el olvido de sí mismo á un bien inmenso que solo se
encuentra allá arriba.

Ceguedad de la costumbre ó impulso de la necesidad ó acaso arranque de
despecho fué lo que llevò tambien á Juana Ines de Asbaje á un
monasterio. Hallamos tal contradiccion entre su carácter revelado
claramente en sus poesías, y las austeridades del claustro, que hemos
meditado mucho por descubrir el verdadero motivo que la indujo á huir de
la sociedad mundana y cubrirse con las tocas monjiles. Dícese que la
mujer es infiel guardiana del secreto. Créase en hora buena en tal
acusacion; mas su propio corazon es un arcano que aunque nos lo quisiera
esplicar ella misma, no lo podriamos comprender. Lo único que se nos
alcanza es que miéntras mas lucido sea el talento de una mujer, mas
fogosas son sus pasiones, y por consiguiente con mayor facilidad se
sacrifica en las aras del ídolo, cualquiera que sea, que ha podido
seducirla. En la antigüedad las Safos daban el salto de Léucades; en los
siglos modernos las Eloisas se sepultan vivas en los claustros. La
naturaleza moral de las mujeres es la misma; solo las creencias y las
costumbres han cambiado; mas el resultado de sus afectos llevados al
ùltimo grado de tirantez, es el mismo tambien: es buscar con ansia
febril léjos de mundo, léjos de la vida, léjos del ruido el antídoto
contra los celos ó el dolor intenso, la calma de la tempestad que agita
el corazon; alguna cosa, en fin, que apague esa especie de electricidad
de que está poseido todo su ser y que estalla en forma de llanto, de
quejas, de ayes agudos, hasta de gritos frenéticos. La vocacion, á
nuestro ver, no se forma: es innata, y Dios la imprime en la naturaleza
humana. No es, pues, el hombre quien la adquiere; lo que el hombre hace
con frecuencia, es contradecir la voluntad de Dios y labrarse su
desgracia. Dudamos que Juana Ines haya tenido inclinacion natural á la
vida monástica, y nos atrevemos á creer que, consagrándose á ella, se
impuso un sacrificio violento por causas que no es dable penetrar, pero
que se traslucen bastante bien. Si fué desgraciada ó venturosa en el
convento, tampoco lo podemos asegurar; mas fué virtuosa y es probable
que seria feliz cuanto es posible serlo en medio de las contradicciones
de una existencia amarrada por fuerza á un yugo estraño y pesado.
Ademas, amaba con pasion la lectura y el estudio, que son tambien
elementos de consuelo y bienestar.

El _Diccionario histórico_, y, siguiendo el dicho de este, varios otros
escritores, aseguran que la resolucion de nuestra heroina fué ocasionada
por la muerte del jóven con quien iba á casarse. Nuestra opinion
concuerda bastante con esta. No sabemos cuáles sean las fuentes de donde
tal noticia se ha tomado; pero que hubo muerte, ausencia ó pérdida del
amante de cualquier modo que sea, es un hecho mas que probable.
Sinembargo, aceptando por una parte como evidentes la reparticion que la
jóven hizo de sus bienes à los pobres, y el haber esperado que muriesen
sus padres para darse definitivamente á la vida monástica, como lo
aseveran dichos autores, queremos en todo lo demas atenernos á los
contemporáneos de la religiosa y á sus propias obras; aquí, en estas
bases mucho mas seguras apoyaremos nuestro criterio. Los últimos son
contradictorios de los primeros: Sor Ines misma dice y presenta cosas
capaces de hacer vacilar al observador que no tenga el pulso necesario
para sujetarlas en la tenaza de la lógica; y no obstante, allí está la
verdad; sí, allí está; la estamos viendo: la túnica con que se la ha
cubierto es de gasa de Cos.

El P. Calleja, ántes mentado, asegura que Juana Ines nunca pensó en
casarse, y para justificar su resolucion de tomar el velo, habla con
gracia de lo caduco y fútil de la belleza exterior y de los peligros
que la rodean, “porque el verdor de los pocos años tiene su misma
ternura por amenaza de su duracion; y no hay abril que pase de un mes ni
mañana que llegue á un dia;” y porque “la buena cara de la mujer pobre
es una pared blanca donde no hay necio que no quiera echar su borron.”
El mismo Padre habla en seguida sobre lo incompatible de los estudios á
que se habia aplicado la jóven, con las obligaciones de religiosa,
obstáculo que, no sabemos cómo, allanó el jesuita Antonio Núñez,
sacerdote bien reputado y confesor de los vireyes de Méjico. A este
propósito dice la misma Juana Ines estas notables palabras: “Y sabe (su
Divina Magestad) que le he pedido que apague la luz de mi entendimiento,
dejando solo la que baste para guardar su ley, pues lo demás sobra
(segun algunos) en la mujer, y aun hay quien diga que daña. Sabe tambien
su Magestad que, no consiguiendo esto, he intentado sepultar con mi
nombre mi entendimiento, y sacrificársele solo á quien me le dió, y que
no otro motivo me entró en la religion, no obstante que al desembarazo y
quietud que pedia mi estudiosa intencion, eran repugnantes los
ejercicios y compañía de una comunidad; y despues en ella, sabe el
Señor y lo sabe en el mundo quien solo debió saber, lo que intenté en
órden á esconder mi nombre, y que no me lo permitió diciendo que era
tentacion; y así seria.” “Éntreme religiosa, dice en otro lugar, porque
aunque conocia que tenia el estado cosas (de las accesorias hablo, no de
las formales) muchas repugnantes á mi genio, con todo, para la total
negacion que tenia al matrimonio, era lo ménos desproporcionado y lo mas
decente que podia elegir en materia de la seguridad que deseaba de mi
salvacion; á cuyo primer respecto, como al mas importante, cedieron y
sujetaron la cerviz todas las impertinencillas de mi genio, que eran de
querer vivir sola, de no querer tener ocupacion obligatoria que
embarazase la libertad de mi estudio, ni rumor de comunidad que
impidiese el sosegado silencio de mis libros.”

Lo que dejamos trascrito pudiera ser buen testimonio de que Juana Ines
buscó en los claustros solo la perfeccion de la virtud ascética: queria
que se apagase su inteligencia y que su nombre no luciese en el mundo;
queria consagrarse toda á Dios; se humillaba, se abatia, se anonadaba.
Mas ¿cómo armonizar este procedimiento con su delirante pasion á los
estudios profanos? ¿cómo convenir en que haya llegado aquella austera
virtud á ser la reina absoluta de un corazon cuyo fuego, que nada tiene
de místico, está todavía y estará vivo y abrasador como el de la musa de
Lésbos,[C] en mas de un centenar de versos? “A la verdad, yo nunca he
escrito, dice nuestra heroína, sino violentada y forzada, y solo por dar
gusto á otros, no solo sin complacencia, sino con positiva
repugnancia”... “El escribir nunca ha sido dictámen propio, sino fuerza
ajena, que les pudiera decir con verdad: _Vos me coegistes_” ¡Qué
conflictos los nuestros! Todo esto es verdad sin duda; pero lo es
tambien lo que pensamos, y nuestra lógica está fundada en pruebas que
nos proporciona la misma poetisa...

Pero no, no es así; corrijamos nuestros conceptos que van errados. La
aficion de Juana Ines á los estudios debia producir frutos; pero estos,
si provenian de asunto sagrado, eran peligrosos, y “yo no quiero,
confiesa ella, ruido con el Santo Oficio, y tiemblo de decir alguna
proposicion mal sonante, ó torcer la genuina inteligencia de algun
lugar.”... “El cual inconveniente no topaba en los asuntos profanos,
pues una heregía contra el arte no castiga el Santo Oficio, sino los
discretos con risa y los críticos con censura.”

¿Satisface esta razon? Sí que satisface, contestamos. El espíritu
religioso de aquellos tiempos que se mezclaba tanto en las menudencias
del hogar como en los mas trascendentales enredos de la vida pública,
hacia difícil el tratar ciertas materias; y entre lo sagrado que podia
abrir al escritor las puertas de una mazmorra para encerrarle por largos
años, y esto saliendo bien librado, y lo profano que deleitaba sin
peligro, no cabia vacilacion: se elegia lo segundo, por mas que hubiese
necesidad de rozarse, y á veces hasta ensuciarse (¡oh fea
contradiccion!) con el sensualismo de los paganos, tan opuesto á las
puras doctrinas del Evangelio. Juana Ines, que tenia necesidad de dar
salida á un gran caudal de pensamientos que bullian represos en su
mente, obró muy bien en levantar la compuerta de plata del lado de la
tierra, y mirar con respetuoso temor la de oro del lado del cielo. Sí,
muy bien obrò, y tanto mas cuanto, á nuestro juicio, lo profano que
aceptó por necesidad, no dañó nunca el sentimiento piadoso arraigado en
su alma.

Pero Juana Ines asegura que nunca se inclinó al matrimonio, y esos
versos de fuego, esos versos que centellean como desprendidos del hierro
candente golpeado sobre el yunque, fueron arrancados por la fuerza, casi
con violencia; ¿cómo entendemos esto? ¡Ah! ¿os acordáis de Eloisa?
Tambien se opuso al matrimonio. ¡Noble espíritu de la décima musa,
perdonadnos! vos habeis dejado impreso vuestro ser en unas cuantas
estrofas, y sois la causa de que así os juzguemos... La fuerza, la
violencia, el poder de una mano que la jóven besaba y bendecia con
gratitud, el dulce imperio de una voz para ella mágica é irresistible,
la hicieron pulsar el laud y cantar: Juana nunca pudo resistir á los
deseos é insinuaciones de su protectora la marquesa de Mancera, y de
otras personas que, por el afecto y consideracion que la merecian,
habian llegado á adquirir una suerte de imperio sobre ella. Cantó, pues,
y aunque lo hizo de la manera que lo dice, no pudo ocultar sus propios
afectos, y los trasladó á sus versos. Sea espontáneamente, ó bien por la
herida que hace el acero en la corteza, el enebro produce incienso, y no
ninguna otra resina. Para ocultar esos afectos era preciso guardar
silencio; al cantar, su aparicion era infalible. De lo contrario habria
mentido la poetisa: sus cantares fueran falsos, descoloridos,
insustanciales, frios como témpanos. Cierto, Juana Ines queria esconder
lo que sentia, y le causaba _positiva repugnancia_ aquello que debia
hacer traicion á su secreto.

Quedan, pues, en su punto nuestras sospechas. ¡Qué! sospechas, decimos,
y decimos mal: á nuestro juicio hay evidencia: Juana abrigaba una pasion
de esas vehementes, violentas, consumidoras pasiones que prenden solo en
el pecho de las poetisas formadas por el amor y para el amor. La
sensibilidad con que nacen constituye su tormento y su gloria. Aman con
delirio, padecen sin tregua, se sacrifican con heroismo; la espresion de
su cariño, sus quejas, suspiros, gritos de angustia... todos son
cantares, todos son melodías; y enbebecidas en los afectos ó en los
dolores que las dominan, no advierten que el mundo las escucha; y
absortas en su historia íntima actual, no tienden las miradas á lo
porvenir donde brilla ya la seductora estrella de su fama. El poeta es
un templo vivo consagrado á los afectos y á las ilusiones, y su propio
corazon es la víctima del cotidiano sacrificio; mas la poetisa añade
tanta ternura, tanto atractivo y misterio á ese culto sublime, que casi
siempre se hace superior, por este respecto, á su hermano de sentimiento
y de armonía.

      “Deja que nuestras dos almas,
    Pues un mismo amor las rige,
    Teniendo la union en poco,
    Amantes se identifiquen.

      Un espíritu amoroso
    Nuestras dos vidas anime,
    Y Láchises al formarlas
    De un solo copo las hile;

      Nuestros dos conformes pechos
    Con solo un aura respiren,
    Un destino nos gobierne
    Y una inclinacion nos guie”.

¿Escuchais? Es Juana Ines quien deja escapar esas veces del corazon, esa
melodía del amor.

Y estos no son los únicos ni los mas lucidos versos en que muestra su
pasion: ¡oh, no! los hemos tomado á la ventura, reservándonos examinar
mas adelante las mejores de sus poesías amorosas. Con todo, vienen muy á
cuento las siguientes cuartetas para la materia que tratamos:

      “Yo me ocuerdo (¡oh nunca fuera!)
    Que he querido en otro tiempo,
    Lo que pasó de locura
    Y lo que excedió de extremo.”

      “Tan precisa es la apetencia
    Que á ser amados tenemos,
    Que aun sabiendo que es inútil,
    Nunca dejarla sabemos.”

      “Si es delito, ya lo digo;
    Si es culpa, ya la confieso;
    Mas no puedo arrepentirme,
    Por mas que hacerlo pretendo.”

      “Pero valor, corazon,
    Porque tan dulce tormento,
    En medio de cualquier suerte,
    No dejar de amar protesto.”

He ahí una confesion que ha debido excusarnos de escribir la mitad de
cuanto en este capítulo llevamos dicho: ¡Juana Ines amaba! No importa
que no sepamos quien fué el dichoso mortal en quien fijó sus ojos esta
eminente mujer; contentámonos de saber que fué apasionada en el amor, de
entrever que no fué dichosa en él, de recelar que algun desengaño,
alguna pérdida, alguna de esas hondas penas propias de las almas
elevadas y vehementes, contribuyeron á llevarla al monasterio, asilo
frecuente, aun en dias de vivos, de las desgracias que no tienen
remedio en el mundo. Juana halló, queremos suponer, el consuelo que
buscaba, y llegó talvez á disfrutar alguna felicidad: fué virtuosa,
amaba el estudio; ya lo hemos dicho.

Poco tiempo despues de haberse colmado de gloria sosteniendo el certámen
á que fué obligada, y ántes de haber llegado á los diez y ocho años de
edad, tomó el velo en el monasterio de San Gerónimo de Méjico. Mas no
por esto rompió del todo con el mundo: era una lámpara que Dios habia
encendido para que puesta en alto alumbrara á todos los de la casa, y no
para que fuese escondida debajo del celemin. La fama de su sabiduría la
obligaba á vivir en comunicacion con las personas doctas y de encumbrada
gerarquía; era un oráculo consultado por los vireyes, los prelados, los
literatos y hombres científicos, nacionales y estranjeros, y por este
medio participaba, mal su grado, de la vida social y profana que se
agitaba allende los muros de su convento. Su sed de mayor sabiduría iba
á par del brillo de su nombre y de la admiracion general de que era
objeto, y doblaba el estudio y la meditacion. Sinembargo, no dejaba de
cumplir con puntualidad sus deberes de monja, y como “la caridad era su
virtud reina,” buscaba y aprovechaba las ocasiones de ejercerla, ya por
medio de oportunos consejos y advertencias, ya con ocultas limosnas, ya
sirviendo hasta de enfermera en el monasterio. Lo que rehusó siempre,
porque le gustaba ménos que estas santas ocupaciones, ó por juzgarlo
como ocasion de malgastar el tiempo, fué tener mando en la comunidad:
dos veces fué electa abadesa, y ambas renunció decididamente. Fué quizás
tambien obra de humildad; mas sino lo fué, bien se comprende la razon
que tendria para rechazar el dominio sobre una reducida grey de mujeres,
quien habia llegado á dominar por la fuerza del ingenio sobre toda una
sociedad lucida y numerosa.

El tino en la distribucion del tiempo lo dobla y hasta triplica, y como
Sor Juana Ines era en todo cuerda y activa, despues de las horas
gastadas en sus piadosas atenciones y en entender en los asuntos
profanos que como á sabia y literata la encomendaban, las tenia, pues,
largas para consagrarse á sus favoritas labores intelectuales y departir
á solas con sus _cuatro mil amigos_ que habia logrado reunir en su
biblioteca. Metida aquí, con leer y mas leer, estudiar y mas estudiar,
como ella misma dice; teniendo por únicos maestros los libros y por
condiscípulo el tintero, alcanzó mayor grado de perfeccion en las
ciencias y artes que ya sabia, aprendió otras y escribió unas cuantas
obras en prosa y verso.

Parece que su organismo hubiera sido hecho exprofeso para la observacion
y la meditacion: cuando no tenia el libro en las manos, hallaba motivos
de estudio en las personas que veía, en los objetos que la rodeaban, en
el suelo que pisaba, en los ángulos de un aposento, en la luz, en el
aire, en todo. “Paseábame, dice en una carta, en el testero de un
dormitorio nuestro, que es una pieza muy capaz, y estaba observando que
siendo las líneas de sus dos lados paralelas y su techo á nivel, la
vista fingia que las líneas se inclinaban una á otra, y que el techo
estaba mas bajo en lo distante que en lo próximo; de donde inferia que
las líneas visuales corren rectas, pero no paralelas, sino que van á
formar una figura piramidal. Y discurria si seria esta la razon que
obligó á los antiguos á dudar si el mundo era esférico ó no; porque
aunque lo parece, podia ser engaño de la vista, &.”

A nuestro juicio, aunque en el convento escribió muchas cosas profanas,
las poesías eróticas deben referirse al tiempo anterior; pues si, como
pensamos y tenemos por indudable, quiso ahogar en el claustro alguna
desgraciada pasion, mal pudo haber atizado su dolencia en vez de
remediarla. A lo ménos no era mujer que no pudiese hacer el sacrificio
de cubrir en lo posible un sentimiento mundano con una piedad necesaria
é imprescindible.

Pero monja era ya cuando se dieron á luz sus obras, y no una sino varias
veces. En la tercera edicion del primer tomo se lee: “Corregida y
añadida por su autora.” Si añadió y corrigió, no tuvo á bien por otra
parte, suprimir los versos harto profanos y amorosos que desdecian de su
estado. ¿Les juzgó inocentes, por ventura, en razon de ser hijos de un
sentimiento verdadero? ¿Tuvo repugnancia de arrancar de su corona esas
rosas brotadas en las huellas del amor? ¿Juzgó innecesario ocultar lo
que ya el mundo conocia? Nada podemos contestar. Los editores dedicaron
las obras de Sor Juana Ines “á la Soberana Emperatriz del cielo y
tierra, María, nuestra Señora,” y esto sí se puede explicar: en aquellos
tiempos en que la religiosidad española era nimia, porque era profunda
la fe y suma la sencillez del espìritu, cuando gustaba algun libro, por
impregnado que estuviese de los miasmas de las pasiones terrenales, se
le echaba la dedicatoria á la Virgen ó á un santo, ó cuando ménos se les
invocaba, como para neutralizar el escándalo que debia producir la
lectura. Esa incoherente muestra de devocion servia de tenaza para
agarrar el ascua. ¡Inocentadas de otra edad! Pudo ser tambien esa
costumbre precaucion para amortiguar el celo del Santo Oficio, que
cierto no culparia de malicioso á quien invocaba un bendito nombre para
dar á la estampa los desahogos del corazon ó los desbordes de la
fantasía.

La publicacion del primer tomo de sus versos trajo muchos disgustos á
Sor Juana. En medio de los elogios aparecieron amargas censuras; pero
estas, mas que en los defectos de las obras, se fundaban en el
disparatado concepto de que el estudio de las letras era incompatible
con la condicion del sexo femenino, y mas todavía con el estado monacal.
El númen poético de la jóven religiosa era especialmente objeto de
serias contradicciones. “¿Quién no creerá, dice en la carta citada,
viendo tan generales aplausos, que he navegado viento en popa y mar en
leche, sobre las palmas de las aclamaciones comunes? Pues Dios sabe que
no ha sido muy así, porque entre las flores de esas mismas aclamaciones
se han levantado y despertado tales áspides de emulaciones, cuantos no
podré contar”... “Pues por la en mí dos veces infeliz habilidad de hacer
versos, aunque fuesen sagrados, ¿qué pesadumbres no me han dado? ó
¿cuáles no me han dejado de dar?”

De tan necias acusaciones se defiende Sor Juana citando con oportunidad
y gracia varias mujeres célebres por su sabiduría, tanto entre las
gentiles como entre las cristianas, así en la antigüedad como en los
tiempos modernos. Con no menor destreza y fundado raciocinio combate á
los que, aferrados al _Mulieres in Ecclesia taccant_, querian que dejase
y condenase su aficion al estudio. ¡Salvaje pretension de la cual se
vengó la sabia monja dando rienda á su ingenio! Llegó hasta privarse
voluntariamente, cuanto le fué posible, de la sociedad de sus compañeras
de claustro, por consagrarse mas y mejor á la lectura y la meditacion.
Esto prefieren las almas grandes á la comunicacion con las almas
vulgares.

Pero una de estas llegó a ser superiora de la comunidad, é inducida por
alguno de los que se habian propuesto perseguir á Sor Juana Ines, la
prohibió toda lectura y estudio. Entónces era cuando su ardiente
imaginacion buscaba y hallaba hasta en los objetos triviales ocasion de
meditar y aprender. “Si Aristóteles hubiera guisado, decia alegremente
una vez, mucho mas hubiera escrito.” Sinembargo, su espíritu estaba
reducido á una especie de ayuno, y el esfuerzo que hacia para buscarse
alimento sin el auxilio de los libros, vino á quebrantar las fuerzas
físicas, y la jóven cayó gravemente enferma. “Eran tan fuertes y
vehementes mis cogitaciones, refiere ella misma, que consumian mas
espíritus en un cuarto de hora, que el estudio de los libros en cuatro
dias.” Por fortuna los médicos calaron el motivo de la dolencia. Tras el
diagnóstico vino la aplicacion de la medicina, los libros: abriéronle la
biblioteca á Sor Juana despues de tres meses de entredicho y se le
abrieron las puertas de la vida. Suceso enteramente igual al que se
refiere del Petrarca: el Obispo de Cavaillon, su amigo, quiso privarle
de la mucha lectura y le encerró sus libros; el poeta cayó malo, y fué
menester devolverle las llaves de su biblioteca para restituirle la
salud perdida en el ocio forzado á que se le condenó. Mala muestra de
sus alcances dan los que piensan que _solo de pan vive el hombre_. La
falta de pan enflaquece y mata la materia, mas no el espíritu. La falta
de estudio y de saber mata el espíritu y á veces el cuerpo; este recibe
vigor de la influencia de aquel. La naturaleza, aunque no siempre, es
verdad, establece de tal manera las relaciones de los dos, que para que
la máquina corpórea no se desorganice es precisa mucha actividad en las
potencias del alma. “En árbol donde se coje la ciencia, no se coje la
vida: vida y ciencia no son frutos de un mismo tronco,” ha dicho un
eclesiástico al tratar de la temprana muerte de Sor Juana Ines. Esas
palabras encierran una verdad, pero no absoluta: si se han visto
gastarse muchas vidas y disolverse al fuego de la ciencia, como la nieve
á los rayos del sol, no son pocas las que se han sostenido apoyadas por
el trabajo mental de todos los dias, y que se habrian agostado y hecho
polvo al sentir la inaccion del espíritu.

Veintitres años de clausura llevaba nuestra poetisa; veintitres años
empleados en continuar dando pábulo á su pasion por la sabiduría; pero
se habia inclinado acaso mas de lo justo á las ciencias y literatura
profanas, con cuyo motivo la aconsejaba su amiga la trinitaria Filotea
que, sin dejar la lectura de los filósofos y poetas, se consagrase con
preferencia á las letras divinas y á la práctica de la virtud; porque
“ciencia que no alumbra para salvarse, Dios que todo lo sabe la califica
por necedad.” “Lástima es que tan grande entendimiento, añade Sor
Filotea, de tal manera se abata á las rateras noticias de la tierra, que
no desee penetrar lo que pasa en el cielo.”

Algun tiempo despues, unos dos años ántes de su fallecimiento, se
verificó en la vida de Sor Juana Ines un cambio radical y definitivo; se
desprendió de su pasado, si asì podemos decir, rompió todos los lazos
que la sujetaban á las profanidades de la tierra, se sobrepuso con
voluntad heróica á la necesidad y á la costumbre del contacto con los
doctos y grandes del mundo, y se dió completamente á la mística.
Entónces, y no desde el principio de su clausura, como algunos han
escrito, comenzó nuestra religiosa su vida de austeridad y penitencia.
Cuál haya sido la causa de tan súbita y grande mudanza, no es posible
decirlo con absoluta certeza. ¿Fué talvez la pérdida de alguna cara
ilusion que guardaba en el secreto de su celda? ¿fué por entónces
arrebatado de la muerte el amante, ya moralmente perdido para ella en la
sociedad, pero todavía objeto del silencioso culto que un corazon
ardiente no puede á veces dejar de rendir á su ídolo, aunque le vea
caido ó sobre otro altar colocado? ¡Ay! de cuántas maneras, ademas de la
muerte, se pierde lo que se ama, sin que se apague la pasion!... ¿Fué
por ventura el orígen del cambio algun otro desengaño superior al que la
obligó á cubrirse con las tocas monjiles, alguna demostracion inesperada
de una de esas certidumbres crueles que restregan y allagan el delicado
corazon de la mujer hasta matarlo? ¿fué el acìbar que derramaron en sus
entrañas la murmuracion y la calumnia, eternas enemigas de la virtud y
del saber? ¿fué el efecto que produjo al cabo la constante exhortacion
de sus amigos que, como Sor Filotea y aun mas que ella, deseaban se
entregase absolutamente á la contemplacion devota y práctica del rigor
ascético? Cualquiera cosa que haya sido, la verdad es que se la vió
trocada de sabia en santa. Su fervor para el estudio se convirtió en
estremado celo por los ejercicios piadosos. Le parecia que hasta
entónces habia vivido “no solo sin religion, sino peor que pudiera un
pagano.”

Vendió su librería, cuyo precio distribuyó entre los pobres, cambió los
instrumentos de las ciencias y su amada lira con los cilicios y la
disciplina, y llegó su exaltacion en la via del ascetismo hasta firmar
con su sangre la protestacion de fe con que dió principio á su
santificacion. Siempre son así las almas apasionadas: no conocen la
templanza, ó no la juzgan virtud; el fuego en que se encienden las
impulsa á volar, á precipitarse, y ó se disparan al cielo ó se hunden al
abismo, siempre con la presteza del rayo.

Era imposible que tamaña alteracion no amenguase la salud de la
religiosa. Ya sabemos el efecto que la hizo la privacion temporal de sus
libros; pues la misma causa y en mayor grado, debió traer funestas
consecuencias. Tarde comprendió el confesor el daño que el exceso de
penitencia traia á la madre Juana, y trató en vano de moderarla. Nunca
fué demasiado robusta, y fácilmente vino á dar en achacosa.

Por el año de 1695 se introdujo en el monasterio de San Gerónimo una
fiebre que diezmó terriblemente la comunidad. Buena ocasion se le
ofreció á Sor Juana Ines para ejercer la caridad, y la aprovechó; pero
su estenuacion y el contacto frecuente con las enfermas no tardaron en
hacer que tambien se contagiase. Esta noticia alarmó y afligió á todo
Méjico, y miéntras los mejores médicos agotaban su ciencia por salvar la
vida de la insigne monja, las iglesias estaban llenas de gente que oraba
por ella, se hacian rogativas públicas y las campanas tocaban plegarias.
Todo fué inútil: Dios habia dispuesto apagar ese brillante lucero en la
tierra para encenderlo en el cielo; el 17 de abril del mismo año no
quedaban de la Décima Musa sino el cuerpo inanimado, próximo á
convertirse en polvo, y el nombre venerado por sus compatriotas y
expuesto, no obstante, á ser presa de la ingratitud y del olvido.

Las exequias que se le hicieron fueron suntuosas, y es grande el número
de poesías que en América y España se escribieron en su elogio.


VI

Sor Juana Ines de la Cruz, segun su gran talento, vasta instruccion y
rara facilidad de producirse, escribió relativamente poco. Sinembargo,
dejó muy considerable número de poesías líricas, unas cuántas loas,
género á la moda en su tiempo, varios autos y dos comedias. Entre las
primeras están incluidos muchos villancicos, graciosos juguetes
destinados al canto y que bien pudieran llamarse populares.

Sus obras en prosa son cortas en número y extension: un juicio crítico,
ó sea crísis sobre un sermon, una carta á Sor Filotea, la descripcion de
un arco triunfal, y varias oraciones y ejercicios piadosos.

El todo forma tres tomos en cuarto menor, debiendo advertirse que el
ùltimo, que lleva el título de “Fama y obras póstumas del Fénix de
Méjico &,” contiene como una tercera parte de prosa y versos de otros
autores en alabanza de la poetisa.

Hemos apuntado en otra página que Juana Ines vino por desgracia al mundo
en los dias nefastos para la literatura española, como una flor que
debió nacer en la primavera y nació en el invierno cuyo cierzo le
arrebató buena parte de su fragancia.

El mal gusto que apareció en la Penìnsula y se desenvolvió á la sombra
de la fama de Góngora y con el poderoso esfuerzo de su mal empleado
ingenio, fué una plaga universal: Italia, Francia é Inglaterra no
pudieron librarse de ella; si bien no fué de tanta magnitud ni tan
prolongado el feo achaque en estas naciones como en la desgraciada
España, donde, por consiguiente, causó mayores estragos. Fué acaso
porque Marini, Ronsard y John Lilly se quedaron muy atras del innovador
cordovés en punto á grandeza y vigor de talento.

El trato asiduo de los clásicos latinos era comun á españoles é
italianos, ingleses y franceses. Creyeron todos ellos que no era dable
hallar ninguna otra fuente de bellezas literarias, y la falta de cordura
en los estudios á que se aplicaron les produjo, si se puede hablar así,
una indigestion de latinismo. De aquí nacieron, no solamente el prurito
de dar al lenguaje un giro y saborete ajenos de su propia índole, sino
los ridículos relumbrones del estilo, aquel extraño tejido de extrañas
frases, aquel hacinamiento de oscuras imágenes y torcidos conceptos,
aquella afectacion y pedantería insoportables en todo y por todas
maneras.

Los maestros del clasicismo fueron y son excelentes, y ántes como
despues de la invasion del mal gusto que bosquejamos, tuvieron
discìpulos que, siguiéndolos paso tras paso, llegaron á alcanzar alta
nombradía. Comprendieron muy bien que la literatura clásica es
esencialmente imitadora, y nunca se atrevieron á partir por otros
caminos que por los trazados y conocidos. Pero asomaron ciertos ingenios
que dieron en la singular locura de querer mostrarse originales sin
dejar de ser copistas. Como tal pretension era imposible de realizar,
los esfuerzos de todos ellos produjeron lo que debieron producir:
adefesios y tonterías que les dieron, tras un momentáneo aplauso,
descrédito perpetuo.

Bien examinada la historia de la literatura española, la escuela
culterana tuvo sus principios algun tiempo ántes de la aparicion de
Góngora, y siendo este muy jóven todavía, el justamente afamado Herrera
presentó, como observa M. Ticknor, algunos gérmenes del dañado gusto que
mas tarde habia de ser tan extenso y poderoso. Góngora alcanzó la
funesta honra, si honra puede llamarse aunque funesta, de hacer que esos
gérmenes se desarrollasen y convirtiesen en el àrbol de hondas raices y
tendidas ramas que tomó el nombre de _gongorismo_.

Llegó á tal preponderancia el mal, que hubo tiempo en que su cerrazon no
dejó traslucir luz ninguna en las regiones de la poesía española. Sor
Juana Ines de la Cruz floreció noventa años despues de Góngora, y
habria sido maravilla no verla contaminada de los vicios dominantes que
la rodearon desde el instante en que pisó los campos literarios.

Sinembargo, no fué del todo culterana, sino que participó de la secta
conceptista y sutilmente artificiosa anterior á Góngora. El carácter de
las locuras de este innovador se ve fielmente trasladado al _Sueño_ que,
imitándole, escribió nuestra monja. Cosa no extraña, por cierto, la
autora daba preferencia al incomprensible _Sueño_, largo y asaz enojoso,
sobre sus demas producciones, y el mismo aprecio mereció de los
_entendidos_ de su tiempo. Uno de estos dice elogiándole:

      “Lo enfático á vuestro _Sueño_
    Cedió Góngora, y corrido
    Se ocultó en las _Soledades_,
    De los que quieren seguirlo.”

En verdad, la discípula venció al maestro: nos parecen ménos oscuras las
_Soledades_ que el _Sueño_. Otro elogiador desea que tamaña maravilla
tenga un hábil intérprete que la desenmarañe, y un tercer apasionado
ensalza, por fin, las perífrasis, fantasías y sutilezas “con que hubo
por fuerza de salir profundo (el _Sueño_,) y por consecuencia difícil de
entender para los que pasan las honduras por oscuridad.”

Al saberse que Sor Juana Ines participò de los defectos y vicios de los
cultos y conceptistas, fácil es juzgar cuál sea el carácter censurable
de sus poesías; pero, ademas, se nota en muchas de ellas una fastidiosa
erudicion histórica y mitológica, la aplicacion inoportuna de términos
científicos y artísticos, falta de nobleza en varios asuntos, que no
tienen otro objeto que dar años á los vireyes y grandes, derramando á
manos llenas la adulacion; cansada monotonía en largos trozos; hasta
prosaismo, flojedad, carencia de armonía en no pocos versos, y bastantes
descuidos en el lenguaje, con ser, por lo general, puro y castizo en la
fácil pluma de Sor Juana. No debemos pasar por alto en esta breve
censura el mal gusto de introducir trozos burlescos en las piezas mas
serias, y hasta puerilidades ridículas. En un villancico á San Pedro
Apóstol hay unas coplas que comienzan con esta:

      “Válgame el _Sancta Sanctorum_,
    Porque mi temor corrija:
    Válgame todo el Nebrija,
    Con el _Thesaurus verborum_.
    Este sí es _gallo gallorum_
    Que ahora cantar oì,
    Qui qui riquí.”

En otros villancicos dedicados á San Pedro Nolasco, se halla un diálogo
que empieza:

      “_Hodie Nolascus divinus_
    _In cœlis est collocatus._
      Yo no tengo asco del vino,
    Que ántes muero por tragarlo.”

Otras veces imita el dialecto de los negros esclavos, ó bien mezcla la
lengua española con la mejicana, y en fin, profana á un tiempo su propio
talento y el asunto mas digno de veneracion con despropósitos y miserias
de la laya, increibles en una escritora como Sor Juana Ines, tan llena
de prendas intelectuales y de claro juicio.

Quizás tantos y tan graves defectos hayan dado ocasion á juzgar que ha
sido inmerecida la fama de nuestra monja; pero, con venia del lector,
comenzaremos la defensa de ella aplicando al caso un verso del célebre
Quintana, sin mas que el cambio de un nombre: todos esos mortales
pecados literarios,

“Crímen fueron del tiempo, no de _Juana_.”

En todos los escritos de esta, hasta en algunos de los mas defectuosos,
se trasluce un talento nada comun. Su corazon de mujer espiritual y de
mundo al mismo tiempo, fué ardiente y apasionado, y desde su fondo
brotaban centenares de versos llenos de aquel no se qué inexplicable que
se comunica á otros corazones, y no pertenece ni á las calidades del ser
material ni al vulgo de los poetas: es la poesía hija de una naturaleza
superior, y que se manifiesta sin esfuerzo ninguno dominando al arte, no
la poesía que necesita del arte para levantarse y dominar. Su
pensamiento es profundo, y cuando se muestra desembarazado de los
defectos de la forma, agrada generalmente y deja impresion duradera en
el ánimo. Su imaginacion rica, flexible é inquieta, bien pudiera
compararse con el céfiro, con el colibrí, con la abeja: vuela entre las
flores, besándolas, halagándolas, esparciendo á veces sus pétalos por el
suelo, y siempre hurtándoles el aroma y la miel. Sinembargo, se
distingue con frecuencia cierta gravedad en el fondo de sus poesías,
gravedad que proviene de su tendencia congénita á pasar de la
superficie al centro de las cosas: del color de las rosas á la esencia;
de la armonía á la causa que la produce; de las bellezas del cuerpo á
las del espíritu; de las condiciones de la vida material á la filosofía
moral. Sor Juana Ines comprendió muy bien que la poesía no era para el
deleite pasajero de un sentido externo, sino para seducir y avasallar el
alma á fuerza de estimular sus afectos, de hacerlos arder, de hacerlos
hervir al sagrado fuego de las musas. Quien no consigue producir tales
efectos, no es poeta; quien permanece frio al influjo del poeta, es un
desdichado de alma de trapo.

La asombrosa facilidad de versificar llevó á Sor Juana á emplear gran
número de metros, cual si á posta hubiese querido jugar con todas sus
dificultades; mas de aquí, de esta confianza absoluta en su facultad
métrica, vino el que muchas veces obrase con descuido ó negligencia.

El mérito mas bien fundado de la poetisa se halla en sus producciones
líricas; y entre estas las mas lucidas son aquellas en que ha espresado
afectos amorosos y tiernos, de donde ha nacido que la juzgásemos tocada
del fuego de Eloisa, porque nos parece de todo punto imposible que, sin
sentirla, se pinte bien una pasion. El amor no se finge, y si se finge
nunca se le puede pintar como verdadero: al traves de todos los
lineamentos y de todos los colores se descubre el esqueleto del engaño
que no puede alucinar si no es á quien quiere alucinarse. Quizás algunas
veces se poetise obligado por ajena voluntad, como asegura Sor Juana;
pero si en la obra no entra el albedrio del escritor, sí entran por
cierto su afecto y pensamiento, porque son los materiales de que por
fuerza ha de valerse, so pena de producir una obra chavacana que le
desconceptúe.

En todas, ó casi en todas las poesías del género de las que nos ocupan,
ha esparcido Sor Juana Ines cierto tinte de dulce melancolía que sirve
tambien de confirmacion á nuestras sospechas y juicios y de verdadera
disculpa á su encierro en el claustro, en tan temprana edad y con
manifiesta violencia de su carácter. Podríamos citar muchos versos en
testimonio de nuestro aserto. Véase á lo ménos el soneto que comienza
con este cuarteto:

      “Esta tarde, mi bien, cuando te hablaba,
    Como en tu rostro y tus acciones via
    Que con palabras no te convencia,
    Que el corazon me vieses deseaba.”

En todo él está pintada la pasion con pinceladas vivas y conmovedoras.
Véase tambien el soneto tercero de la coleccion que va en seguida, en el
que despues de una dulce y tierna queja, parece que la poetisa alcanza
un instante de consuelo y prorrumpe estos bellos versos:

      “No sé conqué destino prodigioso
    Volví en mi acuerdo y dije: ¿Qué me admiro?
    ¿Quién en amor ha sido mas dichoso?”

Pero sobre todo, el alma de la jóven está retratada con toda la fuerza
del amor concentrado que la abrumaba, en el bellìsimo soneto cuarto, que
comienza:

“¡Detente sombra de mi bien esquivo!”

¿Puede espresarse de la manera que lo hace Sor Juana en estos versos
quien no se siente penetrado de una vivísima pasion? ¡Oh, no! Si así
fuera, tendríamos que convenir con un absurdo, con que el arte que sabe
concertar las palabras y producir la armonía, tiene tambien la virtud de
arrancar del corazon afectos que no conoce. ¡Oh, no! repetimos; quien
pretenda convencernos enséñenos los granos de oro extraidos de una mina
de hulla.

Otras veces la poetisa, en aquel estado del alma enamorada en que la
sacuden al mismo tiempo el deseo y el temor, la desconfianza y la
indecision, pinta los afectos de la pasion con desenfado y melancólica
gracia, como en las cuartetas que comienzan:

      “Este amoroso tormento
    Que en mi corazon se ve,
    Sé que lo siento, y no sé
    La causa por qué lo siento.

      “Siento una grave agonìa
    Por lograr un devaneo,
    Que empieza como deseo
    Y acaba en melancolía.”

En las endechas se siente el mismo calor, se percibe el mismo aroma, se
oye la misma voz apasionada. En una de ellas dice:

      “De tu rostro en el mio
    Haz amorosa estampa,
    Y mis mejillas frías
    De ardiente llanto baña.”

           ***

      Recibe de mis labios
    El que en mortales ansias
    El exánime pecho
    Ultimo aliento exhala!”

En los “Sentimientos de una ausencia” y la “Satisfaccion á unos celos,”
se miran, prescindiendo de algunos de los defectos de que ya hemos
hablado, abundantes oleadas de amor y sentimiento que conmueven y
arrebatan. Rasgos como los siguientes hay varios en la primera de esas
poesías:

      “Si ves el cielo claro,
    Tal es la sencillez del alma mia;
    Y si, de azul avaro,
    De tinieblas se emboza el claro dia,
    Es con su oscuridad y su inclemencia
    Imágen de mi vida en esta ausencia.

      Mas ¿cuándo ¡ay gloria mia!
    Mereceré gozar tu luz serena?
    ¿Cuándo llegará el dia
    Que pongas dulce fin á tanta pena?
    ¿Cuando veré tus ojos, dulce encanto,
    Y de los mios secarás el llanto?

Esta composicion nos trae á la memoria la celebrada cancion de Mira de
Améscua, que presenta tantos objetos de la naturaleza como símiles de
las diversas faces de su triste suerte.

De igual mérito es la segunda de las piezas citadas. ¡Qué pasion, qué
ternura tan inocente, qué vigor de espresion la de este par de
estrofas!

      “Si otros ojos he visto,
    Mátenme, Fabio, tus airados ojos;
    Si á otro cariño asisto,
    Asìstanme implacables tus enojos;
    Y si otro amor del tuyo me divierte,
    Tú que me has dado vida, me des muerte.

      Si á otro alegre he mirado,
    Nunca alegre me mires ni me vea;
    Si le hablé con agrado,
    Eterno desagrado en tí posea;
    Y si otro amor inquieta mi sentido,
    Sáquesme el alma tú que mi alma has sido.”

Lector, pon la mano sobre el corazon, y si no le sientes agitado despues
de la lectura de esos versos, confiesa que le tienes de mármol.

En otras composiciones finge la poetisa el dolor de una mujer que ha
perdido á su esposo, y da paso franco á un torrente de llanto y llamas
que no puede contener en el propio corazon. Comienza con estos muy
significativos y valientes versos.

      “A estos peñascos rudos,
    Mudos testigos del dolor que siento,
    Que solo siendo mudos
    Pudiera yo fiarles mi tormento,

           ***

    Quiero contar mis males, &.”

Espresa luego en medio de un dolor delirante que, para mitigarle con la
memoria de algun mal, habria querido que el esposo hubiese sido ménos
amable y ménos fiel. Exajeracion hay sin duda en el pensamiento, pero
mucha verdad en el modo de espresarlo:

      “¡Quién tan dichosa fuera
    Que de un agravio indigno se quejara!”
    ¡Quién un desden llorara!
    ¡Quién un alto imposible pretendiera!
    ¡Quién llegara de ausencia ó de mudanza
    Casi á perder de vista la esperanza!

      ¡Quién en ajenos brazos
    Viera á su dueño, y con dolor rabioso
    Se arrancara á pedazos
    Del pecho ardiente el corazon celoso!”

¡Qué versos todos! pero especialmente ¡qué versos los cuatro últimos!
son brasas desprendidas de la hoguera del corazon. Espronceda nos habia
sorprendido con su esclamacion en el “Canto á Teresa:”

      “Huid, si no quereis que llegue un dia,
    En que enredado en retorcidos lazos
    El corazon, con bárbara porfía
    Lucheis por arrancároslo en pedazos.”

           ***

    “Yo escondo con vergüenza mi quebranto,
    Mi propia pena con mi risa insulto,
    Y me divierto en arrancar del pecho
    Mi mismo corazon pedazos hecho;”

pero los quilates de estos versos han rebajado bastante, á nuestro
juicio, desde el punto en que hemos dado con los de la vehemente
religiosa.

Basta para nuestro propósito lo que dejamos citado. Quien desee mas
pruebas, lea las varias poesìas de carácter erótico en la compilacion
que hemos formado de lo mas florido de las producciones de Sor Juana
Ines. Solo falta que digamos, porque nos cumple decirlo, que en aquellas
poesías tan apasionadas, tan fogosas, tan _sájicas_ por el espíritu que
las anima, no obstante que desdicen del estado religioso de su autora,
no hay desenvoltura repugnante, no hay aquel sensualismo pagano que, por
ejemplo, se ha censurado en la monja portuguesa, Violante de Ceo,
coetánea de Sor Juana Ines. Si esta poetisó movida por un sentimiento
puramente humano, nunca consintió que llegasen á su lira los dedos de
la inmunda lascivia. Fué monja contra la naturaleza de su genio, y
escribió para fuera del convento. Su espíritu se escurrió al mundo por
entre las rejas del locutorio; mas el espíritu del mundo no la extravió
ni manchó jamas. Sus virtudes de monja, aunque en todo caso virtudes,
fueron adquiridas por fuerza; sus virtudes seculares, excelentes para la
vida social y activa, fueron espontáneas; en estas tuvo el mérito de la
docilidad para seguirlas y de la sinceridad de mostrarlas sin ofender la
modestia; en aquellas tuvo el mérito del valor y del sacrificio, pues
que tuvo que luchar consigo misma: las poseyó por derecho de conquista.
De esta manera se esplica por qué su musa, mal avenida con la toca,
prescindió con frecuencia de las virtudes ascéticas y respetó las
sociales. Las primeras la obligaban á contradecir, á condenar sus
afectos, y esto era imposible; las segundas podian santificar esos
afectos quitándoles todo veneno corruptor, y á esa causa las dió
preferencia.

No son ménos recomendables las demas poesías líricas de Sor Juana Ines,
pues en todas ellas se ve patente su privilegiado ingenio y las dotes de
su varonil al par que afectuoso corazon. Inclinada al tono cortesano,
la gracia y el donaire le son naturales. La monotonía, la flojedad, el
prosaismo, la vulgaridad que atras condenamos, son mucho ménos
frecuentes en este género que en el dramático, y son asombrosos la
habilidad y el garbo masculino y señoril con que se desembaraza de las
mayores dificultades del arte y del pensamiento. Ha escrito buenos
romances hasta en el frívolo género de la lisonja en los cumpleaños y
otras felicitaciones; en algunos luce el sencillo y fácil lenguaje
epistolar manejado con notable maestría. Su tino y delicadeza al
espresarse en el seno de la amistad son admirables. Citemos como muestra
el soneto en versos agudos que empieza:

“En mi vida, que siempre tuya fué,” y que está dedicado á la marquesa de
Mancera. Los dos sonetos á la muerte del duque de Veráguas, por
desgracia no de los mejores como artìsticos, en el fondo encierran
imágenes bellas y muy delicadas ideas. El cuarteto con que comienza el
primero nos parece muy bueno:

      “Ves, caminante: en esta triste pira
    La potencia de Jove está postrada;
    Aquí Marte rindió su fuerte espada,
    Aquí Apolo rompió su dulce lira.”

Los dos versos con que termina el segundo nos atrevemos á calificarlos
de ricas perlas: despues de lamentarse la poetisa derigiéndose á un
caminante (¡siempre ha de ser caminante el que lea un epitafio!), se
consuela al considerar que vivirá la memoria del noble duque, pues

      “En las piedras verás el _Aquí yace_,
    Mas en los corazones, _Aquí vive_.”

Entre las cualidades que mas llaman la atencion al leer las obras de la
musa mejicana, no debemos olvidar tampoco el gran conocimiento que
muestra del corazon humano, y la tendencia que de aquì le viene á
filosofar, indagando ya la naturaleza de las pasiones, ya sus
consecuencias, ó bien examinando y pesando los sucesos de la vida con
seso y pulso superiores á su sexo y al tiempo y tierra en que vivió.
Como prueba de esta verdad, ahí están sus cuartetas “A los hombres,” en
que con estilo severo y lógica percuciente les echa en cara su indigno
porte con las mujeres, de cuyas faltas y vicios ellos son responsables
ante Dios y la sociedad; ahí están igualmente varios de sus sonetos,
como el que comienza:

      “Fabio, en el ser de todos adoradas
    Son todas las beldades codiciosas,”

el cual encierra una leccion maestra sobre la ambicion de las mujeres en
lo tocante al amor. El soneto X,

“Miró Celia una rosa que en el prado &, es otro estudio muy acertado del
corazon femenino. No son ménos notables los sonetos históricos “A
Lucrecia,” “La esposa de Pompeyo” y “A Porcia.” El temple de alma de
estas heroinas de la antigua Roma halló correspondencia en el alma de
Sor Juana Ines, que á no haber tenido virtudes cristianas, no le habrían
faltado las nobles prendas de aquellas mujeres.

Ahí están, por ùltimo como pruebas de nuestro sentir, unos cuantos
trozos en los versos y en la prosa, que puede ir observando el atento
lector.

En las poesías religiosas es inferior la monja, mas en ningun caso
despreciable. Lo que mas se presta á la censura es el haber empleado en
ellas un lenguaje profano, y á veces hasta chocarrero. Las mejores son
las que produjo cuando, despues de haber vendido su librería y dado
completamente de mano á las cosas del mundo, se entregó fervorosa á las
prácticas devotas. Al principio de esta época debe referirse el bello
romance que comienza con estas dos fàciles y sentidas cuartetas:

      “Miéntras la gracia me excita
    Por levantarme á la esfera,
    Mas me abate á lo profundo
    El peso de mis miserias.

      “La virtud y la costumbre
    En el corazon pelean,
    Y el corazon agoniza
    En tanto que lidian ellas.”

En este romance se ve ciertamente que el corazon de la sensible
religiosa sirviò de palestra á la lucha de encontrados afectos, y,
triunfe cualquiera de ellos, por demas seguro era que el corazon
quedaría mal parado.

Un villancico ligero y gracioso al sueño de San José, da principio con
un pensamiento semejante al de “La flor de Zurguen” de Meléndez Valdes:

      “Quietos, airecillos,
    No, no susurreis;
    Mirad que descansa
    Un rato José.

      “No, no os movais,
    Oh no, no voleis;
    Quedito, pasito,
    Que duerme José.”

En el género de poesìa que nos ocupa empleaba algunas veces nuestra
monja el metro llamado _lira_, hoy en desuso, y que en composiciones de
corto aliento no deja de ser agradable, porque entónces la repeticion
cadenciosa de ciertas palabras no fastidia, como tampoco es fastidioso
el compasado martilleo del mismo verso en la letrilla, tan usada por los
poetas modernos.

Sor Juana, versada en el latin, no solo tradujo versos de esta lengua,
sino que los hizo con soltura y donaire.

La poesía juguetona y burlesca ocupó tambien con frecuencia la lira de
la célebre poetisa. Se chancea de las simplezas de un caballero español
que la comparó con el ave Fénix, echa unas cuantas pullas á un poeta
peruano[D] que le dedicó un romance, y burlándose con sorprendente
facilidad de los consonantes forzados en varios sonetos, lanza agudas
saetas ya contra _Teresilla_, ya contra los mismos que la tentaron con
la dificultad que acepta y vence; saetas que, en puridad, habria sido
mejor que no todas saliesen de su aljaba, porque hieren demasiado... En
el “Retrato de una belleza,” imitacion de Jacinto Polo, segun la misma
autora, hay algunos rasgos satíricos bastante felices; pero cansa y
fatiga su demasiada extension.

Los epigramas son breves y agudos. Los mas recomendables son el primero
y el tercero; mas de las ideas que encierran decimos lo que de aquellas
saetas, pues no nos parecen dignas de una monja, ni siquiera propias de
una dama de la delicadeza y pulcritud de corazon de Juana Ines. Tenemos,
por lo mismo, que apreciarlos prescindiendo de la autora, de cuya pluma
no quisiéramos ver destilar ni una sola gota de acíbar.

De las comedias, “Amor es mas laberinto,” que pertenece al género
heróico, es un embrollo inverosímil y pesado, que no tiene otra cosa
recomendable si no es, por lo general, su bella y delicada
versificacion. El segundo acto es obra de don Juan de Guevara, y
colocado entre el primero y tercero de Sor Juana Ines, hace el efecto de
una piedra pómez entre dos trozos de mármol. El lirismo que predomina en
todas las poesías de la monja, se estiende á sus composiciones
dramáticas, y es quizá mas notable en la comedia que nos ocupa.

La segunda intitulada “Los empeños de una casa,” y que pertenece á las
de capa y espada, vale mucho mas, aunque el artificio de la trama la
hace tambien en muchas partes inverosìmil de puro enredado, defecto muy
frecuente, á nuestro ver, hasta en varias de las mejores piezas
dramáticas españolas de aquel siglo y del siguiente. El exceso de
ingenio perjudicaba á sus autores, como perjudica á los árboles la
exuberancia de savia.

Es de notar que en la pintura de doña Leonor hecha en la primera jornada
de esta pieza, se descubre el intento de la autora de hacer su propio
retrato.

En ambas comedias observamos que la poetisa gusta de escenas en la noche
y á media luz para facilitar los toques cómicos ó dramáticos, ó el
desenlace de algun punto muy complicado; en ambas asimismo hay doncellas
y graciosos de tipo muy español, que sirven de confidentes y pajes á los
principales protagonistas. En fin, por defectuosas que sean, no se puede
desconocer en ellas la escuela á que pertenecen y la hábil mano que las
ha trazado.

En punto á caracteres, aunque Sor Juana Ines los ha sostenido bien, no
ha pintado ninguno que se distinga por la originalidad; y son, ademas,
escasos de vivacidad y movimiento en las pasiones, y bastante pálidos é
insustanciales.

Con todo, “Los empeños de una casa” se lee con mucho agrado, á beneficio
de la flexibilidad y gracia del estilo, y de la soltura y armonía del
verso.

El argumento, desembarazado de sus numerosos incidentes y reducido á su
plan fundamental, queda así: don Pedro y don Cárlos son á un tiempo
amantes de doña Leonor, quien corresponde al segundo. Doña Ana, hermana
del primero, es amada de don Juan; mas se prenda ciegamente de don
Cárlos. Este ha robado á Leonor y fuga con ella; pero don Pedro lo ha
sabido con anticipacion, y merced á las arterías que emplea, son
sorprendidos en la calle por dos embozados. Se cruzan los aceros, don
Cárlos hiere á uno de ellos; los amantes son presos por la supuesta
justicia, y doña Leonor es entrada y puesta en depósito en casa de don
Pedro, como este lo habia dispuesto. Pero, sin saberlo ella, don Cárlos,
que ha logrado fugar, cae tambien en la misma casa. Ambos hermanos
aprovechan la coyuntura, y don Pedro requiere á doña Leonor, y doña Ana
á don Cárlos, aunque esta con disimulo y maña, procurando al mismo
tiempo, por medio de la astuta Celia, su doncella, romper los amores de
él con Leonor, quien sencillamente le instruyó de ellos. Despues de un
intrincado laberinto de hechos, por obra de las tramas de doña Ana y
Celia, y de los recíprocos celos de todos los amantes, incluso don Juan
que ya sospecha de aquella, fugan por la noche doña Leonor y don Cárlos,
ambos engañados, pues él cree que ella es doña Ana y la otra que él es
don Juan. Como don Cárlos diera este paso por salvar de un lance de
honor á la hermana de don Pedro, juzga prudente llevarla á casa de don
Rodrigo, padre de Leonor, que la supone robada por don Pedro. Entretanto
Ana, que no pudo huir, quiere salvar á don Cárlos, y equivocadamente
pone á don Juan en un escondite, miéntras don Pedro galantea y requiebra
al paje Castaño, que para facilitar su evasion se disfrazó con los
vestido de doña Leonor. Don Rodrigo, viejo prudente, quiere salvar la
honra de su hija casándola con don Pedro, y la honra de doña Ana, á
quien piensa que tiene en su casa, enlazándola con don Cárlos. Vase,
pues, á hacer sus arreglos con don Pedro, que, por supuesto, acepta al
instante la proposicion del anciano para él y para su hermana. Esta, que
todo lo ha estado oyendo, se presenta de sobresalto y gozosa,
sorprendiendo mucho á don Rodrigo, y hace salir del escondite al
supuesto don Cárlos; y don Cárlos, que todo lo ha visto tambien, observa
lleno de confusion que Ana está presente y que luego asoma por ahí su
amada. Lánzase airado en medio de todos para sacarla, y da con su paje
disfrazado. Auméntase el asombro, pues todos van conociéndose; don Pedro
se enfurece contra Castaño, doña Ana se ve corrida, mohino don Juan, y
doña Leonor que aparece á tiempo para que todo se desenrede, confiesa su
pasion por don Cárlos, con quien al fin don Rodrigo consiente en
casarla. Ana se conforma con sus antiguos amores y acepta á don Juan, y
don Pedro se queda con sus galanterías mal empleadas en Castaño, el que
se burla del pobre caballero y termina por echar unos piropos á Celia.

Tal es el argumento, ingenioso sin duda, que la autora ha ido
desenvolviendo y manejando por medio de unos cuantos resortes que le
sugeria su fecunda imaginacion. Hay diálogos animados, y Castaño no
deja de tener sal en algunos pasages.

En los autos se ha sujetado nuestra monja con fidelidad á las reglas del
género, y los ha escrito como Calderon y Lope de Vega; pero en estos
dramas que han caido en total desuso, y en los cuales la fe ayudaba
poderosamante á la imaginacion, se presentan mas de bulto los defectos
en que solía incurrir Sor Juana Ines, y de los cuales hemos tratado ya,
sin que por esto neguemos las bellezas que tan raro ingenio ha esparcido
en dichas producciones. Se cita como el mejor el auto intitulado _El
Divino Narciso_; mas creemos que al lado de este esfuerzo de la
inventiva de Sor Juana, en que la alegoría es á veces un enigma, pudiera
colocarse, quizas con ventaja, el _San Hermenegildo mártir_.


VI

El verso es para el corazon y la prosa para la cabeza; aquel es el
sentimiento, esta la lógica.

No queremos decir que no se puedan espresar los mas vivos afectos
tambien en prosa, ni que el metro anda reñido con la gravedad del
raciocinio; nada de eso, pues no hacemos sino indicar el mejor y mas
natural empleo relativo de cada una de esas formas.

Sor Juana Ines de la Cruz, como hemos visto, empleó el verso cuando
quiso mostrarse poetisa, esto es, cuando quiso hablar con el corazon,
dando salida á los afectos que en él hervian. Pero al proponerse
escribir con los materiales acumulados en su privilegiada cabeza, manejó
la prosa como debia y podia, con desenfado y galanura.

Las frecuentes citas en latin y la pesada forma silogística, así como
tambien algunas sutilezas y rebuscadas frases, son los defectos de
cuenta que Sor Juana Ines no ha podido evitar en esta clase de escritos.
Era bien difícil que hubiera alcanzado á sacudirse del escolasticismo y
gusto de la época, y es mucho verla desempeñarse de la manera que lo
hace, á fuerza de talento y de saber, de profunda penetracion y delicado
sentimiento. La naturaleza se sobrepuso á la escuela, y la lucidez de la
inteligencia á las sombras del estragado gusto á la moda. La lengua,
salvo tal cual defecto proveniente del mismo descarrío ó amaneramiento
de la forma, y del melindre en labrar y redondear las mas sencillas
ideas, muestra en el fondo pureza y casticismo dignos de alabanza. Si
las producciones de la madre Juana pecan tal cual vez por la innecesaria
espresion de muchos conceptos, juzgamos que, por otra parte, no pueden
ser tachados de inútil fraseología, defecto capitalísimo en el dia,
hasta en algunos de los que han alcanzado fama de grandes escritores en
Europa y América.

El escrito en prosa en que nuestra monja quiso hacer mayor alarde de las
premisas y consecuencias peripatéticas, y en el que, por lo mismo, es
bastante cansada, es la “Crísis sobre un sermon;” pero, en cambio, en él
resaltan como en ningun otro la fuerza viril de su inteligencia, su
razon despejada y los profundos conocimientos escriturarios que llegó á
poseer. El predicador, que fué el afamado padre Vieira, portugues, se
empeñó en lucir su pedantesco saber y dió márgen á que la monja le
despedazase bajo los golpes de una censura lógica y bien dirigida. El
tema del sermon fué proponer la opinion de los santos Agustin, Tomas y
Juan Crisóstomo acerca de las finezas de Cristo para con los hombres, y
contradecirla luego probando que _mayor fineza fué ausentarse que
morir_. La simple enunciacion de semejante aserto hace comprender cuales
serian las sutilezas y falsedad de la dialéctica del buen orador.

La sabia religiosa, gastando excesiva urbanidad con él, analiza y
escudriña su obra, defiende á los santos, y con argumentos que los
escritos de estos mismos y las Santas Escrituras la proporcionan,
sostiene la tésis contraria, motejando de paso y con sagaz disimulo la
vanidad del predicador que llegó á decir no hallaba quien pudiese
contradecirle.

Pongamos como muestra del estilo y manera de raciocinar de la monja el
siguiente trozo:

“Pero porque me propuse probar que no es la ausencia mayor dolor que la
muerte, y, por consiguiente, ni mayor fineza, sino al contrario, será
preciso responder á la prueba de la Magdalena, y así digo: Que de llorar
la Magdalena en el sepulcro y no llorar al pié de la cruz, no se infiere
sea mayor dolor el de la ausencia que el de la muerte; ántes lo
contrario. Pruébolo:

“Cuando se recibe algun grande pesar, acuden todos los espíritus vitales
á socorrer la agonía del corazon que desfallece. Y esta retraccion de
espíritus ocasiona general embargo y suspension de todas las acciones y
movimientos, hasta que moderándose el dolor, cobra el corazon alientos
para su desahogo, y exhala por el llanto aquellos mismos espíritus que
le bruman por confortarle, en señal de que ya no necesita de tanto
fomento como al principio. De donde se prueba por razon natural: Que es
menos el dolor cuando da lugar al llanto, que cuando no permite que se
exhalen los espíritus, porque los necesita para su aliento y
confortacion. Pruébase con que este mismo efecto suele ocasionar un
gozo: luego no son indicio de muy grave dolor las lágrimas, pues son un
signo tan comun, que indiferentemente sirve al pesar y al gusto.”

Esta crítica fué ocasion de que Sor Filotea de la Cruz, religiosa de
cuenta por su alcurnia, virtudes é inteligencia, dirigiese á la autora
la carta que ántes hemos citado, no despreciable por la manera con que
está escrita.[E] En ella elogia la obra de Sor Juana, que mandó imprimir
con el título “Carta atenagórica,” y despues de apreciar y aplaudir la
aficion de las mujeres á las letras, y especialmente en Sor Juana Ines
el cultivo de la poesía, la aconseja que sinembargo modere su amor á las
ciencias profanas y emplee en las divinas la mayor parte del tiempo.

A Sor Filotea respondió extensamente la poetisa. La naturaleza de este
escrito no permitió el movimiento y tono escolásticos. Tiene algunos
rasgos calcados sobre el gusto dominante, como tal cual meloso concepto,
unas pocas sutilezas y muchas citas en latin, que si bien prueban
clásica erudicion, no por eso dejan de ser fastidiosas. En cambio el
español está manejado con pulcritud y gallardía, el estilo, si bien no
siempre epistolar, es natural y fluido, la erudicion es oportuna y la
riqueza y flexibilidad de imaginacion siempre de encumbrada poetisa. La
lectura de esta carta es, pues, muy agradable; sus buenas cualidades
hacen olvidar sus cortos defectos. Principia agradeciendo á Sor Filotea
en palabras casi humildes el haber hecho publicar la “Crísis sobre un
sermon;” pasa á darle algunas noticias sobre su propia vida y estudios,
y termina defendiéndose de las acusaciones que se le habian hecho á
causa de su amor y consagracion á ellos.

El “Neptuno alegórico,” descripcion en verso y prosa de un arco de
triunfo erigido en Méjico en honra del conde de Parédes, virey de Nueva
España, es lo que ménos vale de lo escrito por Sor Juana Ines. Pero su
prosa mística tiene grande mérito, porque ademas de las buenas partes
que hemos notado en las piezas que acabamos de examinar, sus oraciones y
meditaciones están adornadas de tal sencillez y blandura de afectos, de
tal uncion devota y espíritu de profunda verdad, que ojalá estuviesen
escritos por ese tenor los centenares de libros de esta clase que andan
hoy en manos de la gente piadosa hasta en nuestras mas cortas y pobres
aldeas. Los “Ejercicios devotos” para la novena de la Encarnacion son lo
mejor que en este género de escritos ha dejado Sor Juana Ines.

[Illustration]




ADVERTENCIAS.


1ª. Al verificar la seleccion de las obras de Sor Juana Ines de la Cruz,
he creido conveniente cambiar ó simplificar los títulos ampulosos y
enfáticos de muchas poesías, pues no habia para qué conservar un defecto
que era propio del tiempo de la autora, y cuya correccion en nada altera
lo sustancial de sus producciones.

2ª. He corregido la ortografía, cuyos vicios maleaban el sentido de mas
de un pasage.

3ª. He hecho unas pocas y breves alteraciones en los lugares en que no
cabe duda que las faltas ó errores provienen de la imprenta; libertad
que me he tomado con tanta mas razon, cuanto las ediciones de los tres
tomos que he consultado, son viciadas por demas, y ninguno tiene fe de
erratas.

4ª. De varias piezas no he tomado sino fragmentos; pero lo he verificado
de manera que, en lo posible, tengan ilacion y sentido cabal; esto es,
que para ser entendidos no les haga falta la parte suprimida.

En ninguno de los cuatro casos se hallará ni el mas ligero cambio ú
omision que pueda desfigurar, en el fondo ó en la forma, las
producciones de la insigne religiosa que hoy vuelven á salir á luz; al
contrario, ademas de fielmente copiadas van exentas de la mala compañía
de otras que las oscurecian, y puestas en el órden conveniente.

_J. Leon Mera._




[Illustration]




OBRAS SELECTAS

DE

LA MONJA DE MEJICO.




ROMANCES.




I.

_A los condes de Paredes, vireyes de Méjico, con motivo de haber
concurrido á una fiesta en el monasterio de San Gerónimo._[F]


      Hoy que las luces divinas
    De uno y otro luminar
    Se avecinan á la tierra
    Sin ocultarse en el mar:

      Hoy que se muestran benignos,
    Depuesto el tono real,
    Jove sin vibrar el rayo,
    Juno sin la majestad:

      Hoy que Vénus de sus cisnes
    Desunce el carro triunfal,
    Y por América olvida
    De Chipre la amenidad:

      Hoy que gloriosa Belona
    Tremola señas de paz,
    Y por el ramo de oliva
    Depone el asta fatal:

      Hoy que Apolo ardiente deja
    El monte de fatigar,
    Y dejadas las saetas
    Usa la lira no mas:

      Hoy que pacífico Marte
    Deja el estruendo marcial,
    Y en tranquila paz conmuta
    El estrépito campal:

      Hoy que Alcídes apacible
    En dulce tranquilidad
    Y con mejor Yole cambia
    Lo fuerte por lo galan:

      Hoy, en fin, que en esta casa
    Humanada la deidad,
    Cuanto está mas disfrazada,
    Tanto está mas celestial,

      Su dueño, que en reverentes
    Obsequios quiere mostrar
    Que solo paga en deseos
    Lo que no puede pagar,

      No intenta pedir perdones,
    Aunque ve su cortedad,
    Pues sabe que en los favores
    El primero es perdonar;

      Y pedir lo que se ha dado
    Fuera querer estrechar
    De una peticion al voto
    Tanta liberalidad;

      Pues sabe que las deidades
    No tienen necesidad,
    Como obran independientes,
    De méritos para obrar;

      Porque ántes en el indigno
    Hace la grandeza mas:
    Que es la estrechez del mendigo
    Lisonja del liberal;

      Que á no haber necesitados
    No hallara objeto capaz,
    Y era frustránea potencia
    A faltar necesidad.

      El bien es comunicable,
    Y si llegara á faltar
    Con quien, siempre fuera bien,
    Mas no fuera utilidad.

      Y así gustoso en su esfera,
    Otra no quiere envidiar,
    Pues merece que tres soles
    Le lleguen á iluminar;

      Y remitiendo al silencio
    Lo que no puede esplicar,
    A sí mismo de sus dichas
    Los parabienes se da.




II

_Dando el parabien á un doctorado._


      Gallardo jóven ilustre,
    Que en bien logrados abriles
    De sazon temprana ofreces
    Frutos que el Otoño envidie.

      Tú que en gloriosa palestra
    De las literarias lides,
    Al alto honor de las ciencias
    Nuevo añades sacro timbre;

      Cuyo nombre será siempre,
    En inscripciones plausibles,
    Fatiga honrosa á los bronces,
    Dulce afan á los buriles;

      Hoy que doctoral insignia
    Tu dichosa frente ciñe,
    Y que de la amarga siembra
    Gustosos frutos percibes,

      Goza el laurel, goza el premio
    Que tu fama te apercibe,
    Puro blason que te adorne,
    Cándido honor que te anime;

      Gózale honroso, aun que corto
    Desigualmente compite
    El que tus sienes halaga
    Al que tus méritos piden;

      Gózale, excepcion del tiempo,
    Y porque el mundo te admire,
    Vive tanto como sabes,
    Goza tanto como vives.




III

_A un caballero español que dirigió á la autora un romance, diciéndola
haber hallado en ella el fénix._


      Válgate Apolo por hombre
    [No acabo de santiguarme
    Mas que vieja cuando Jove
    Dispara sus triquitraques]

      De tan paradoja idea,
    De tan remoto dictámen;
    Sin duda que este el autor
    Es de los estravagantes.

      Buscando dice que viene
    Aquel pájaro que nadie,
    Por mas que lo alaben todos,
    Ha sabido á lo que sabe;

      Para quien las cetrerias
    Se inventaron tan en balde,
    Que es un gallina el alcon
    Y una mandria el gerifalte,

      El azor un avechuelo,
    Una marimanta el sacre,
    Un cobarde el tagarote
    Y un menguado el gavilane;

      A quien no se le da un bledo
    De que se prevenga el guante,
    Pihuelas y capirote,
    Con todos los demas trastes,

      Que bien mirados son unos
    Trampantojos borëales,
    Que inventó la golosina
    Para alborotar el aire;

      De cuyo antojo quedaron,
    Por mucho que lo buscasen,
    Sardanápalo en ayunas,
    Heliogábalo con hambre.

      De él el pobre caballero
    Dice que viene al alcance,
    Revolviendo las provincias
    Y trasegando los mares;

      Que para hallarlo, de Plinio
    Un itinerario trae,
    Y un mandamiento de Apolo
    Con las señas de _rara avis_.

      ¿No echas de ver, peregrino,
    Que el fénix sin semejante
    Es de Plinio la mentira
    Que de sí misma renace?

      En fin, hasta aquí es nonada;
    Mas nunca falta quien cante
    Daca el fénix, toma el fénix,
    En cada esquina de calle.

      Es lo mejor que es á mí
    A quien quiere encenizarme,
    O enfenixarme, supuesto
    Que allá uno y otro se sale.

      Dice que yo soy la fénix
    Que, burlando las edades,
    Ya se vive, ya se muere
    Ya se entierra, ya se nace;

      La que hace de cuna y tumba
    Diptongo tan admirable,
    Que le mece de nacida
    La que le guardó cadáver;

      La que en fragantes incendios
    De las gomas mas suaves,
    Es parecer consumirse
    Volver á vivificarse;

      La mayorazga del sol,
    Que, cuando su pompa esparce,
    Le engasta Ceilan el pico,
    Le enriza Ofir el plumage;

      La que mira con záfiros,
    La que vuela con diamantes,
    La que pica con rubíes
    Y respira suavidades;

      La que Atrópos y Laquésis
    Es de su vital estambre;
    Pues es la que corta el hilo
    Y la que vuelve á enhebrarle.

      Que yo soy, jurado Apolo,
    La que vive de portante,
    Y en la vida como en venta,
    Ya se mete, ya se sale.

      Que es Arabia la feliz
    Donde sucedió á mi madre
    Mala noche y parir hembra,
    Segun dicen los refranes.

      (Refranes, dije, y es que
    Me lo rogó el consonante,
    Y porque hay regla que dice;
    _Pro singulare plurale_)

      En fin, donde se pasó
    La rota de Roncesválles;
    Aunque quien nació de nones
    no debiera tener pares.

      Que yo soy la que andar suele
    En símiles elegantes,
    Abultando los renglones
    Y engalanando romances.

      El lo dice, y de manera
    Eficaz lo persüade
    Que casi estoy por crerlo,
    Y de afirmarlo por casi.

      ¡Qué fuera, que fuera yo
    Y no lo supiera ántes!
    Pues ¿quién duda que es el fénix
    El que ménos de sí sabe?

      Por Dios, yo lo quiero ser,
    Pésele á quien le pesare;
    Pues de que me queme yo
    No hay razon que otro se abrase.

      Yo no pensaba en tal cosa;
    Mas si él gusta graduarme
    De fénix, ¿he de echar yo
    Aqueste honor á la calle?

      ¿Qué mucho que yo lo admita?
    Pues nadie puede espantarse
    De que haya quien se enfenice,
    Cuando hay quien se ensalamandre,

      Y de esto segundo vemos
    Cada dia los amantes,
    Al incendio de unos ojos
    Consumirse sin quemarse;

      Pues luego no será mucho,
    Ni cosa para culparme,
    Si hay solamandras barbadas
    Que haya fénix que no barbe,

      Quizá por esto nací
    Donde los rayos solares
    Me mirasen de hito en hito,
    No vizcos, como á otras partes.

      Lo que mas gusto me ha dado
    Es ver que de aquí adelante
    Tengo solamente yo
    De ser todo mi linage.

      ¿Hay cosa como saber
    Que no dependo de nadie,
    Que he de vivirme y morirme
    Cuando á mí se me antojare?

      ¿Que no soy término ya
    De relaciones vulgares,
    Ni ha de cansarme el pariente
    Ni molestarme el compadre?

      ¿Que yo soy toda mi especie,
    Y que á nadie he de inclinarme,
    Pues cualquiera debe solo
    Amar á su semejante?

      ¿Que al médico no he de ver
    Hacer juicio de mi achaque,
    Pagándole el que me cure
    Tanto como el que me mate?

      ¿Que mi tintero es la hoguera
    Donde tengo de quemarme,
    Supliendo los algodones
    Por aromas orientales?

      ¿Que las plumas con que escribo
    Son las que al viento se baten,
    No ménos para vivirme
    Que para resucitarme?

      ¿Que no he de hacer testamento,
    Ni cansarme en _item mases_,
    Ni inventario, pues yo misma
    He de volver á heredarme?

      Gracias á Dios que ya no
    He de moler chocolate,
    Ni me ha de moler á mí
    Quien viniere á visitarme.

      Ya con estas buenas nuevas
    De hoy mas tengo de estimarme,
    Y de etiquetas de fénix
    No he de perder un instante.

      Ni tengo ya de sufrir
    Que en mí los poetas hablen,
    Ni ha de verme de sus ojos
    El que no me lo pagare.

      ¿Cómo? Eso se querrian
    Tener el fénix de balde:
    ¿Para qué tengo yo pico
    Si no es para despicarme?

      ¡Qué dieran los saltimbancos
    Para poder agarrarme,
    Y llevarme como monstruo
    Por esos andurrïales

      De Italia y Francia, que son
    Amigas de novedades!
    Y ¡qué pagaran por ver
    La cabeza del gigante,

      Diciendo: “Quien ver el fénix
    Quisiere, dos cuartos pague,
    Que lo muestra maese Pedro
    En la posada de Jáques!”

      Aqueso no, no vereis
    En este fénix, vergantes,
    Que por eso está encerrado
    Debajo de treinta llaves.

      Y supuesto, caballero,
    Que á costa de mil afanes
    En la Invencion de la Cruz
    Vos la del fénix hallásteis.

      Por modo de privilegio
    De inventor, quiero que nadie
    Pueda, sin vuestra licencia,
    A otra cosa compararme.




IV

_A la condesa de Paredes, escusándose de enviarla un cuaderno de
música._


      Despues de estimar mi amor,
    Excelsa, bella María,
    El que en la divina vuestra
    Conserveis memorias mias;

      Despues de haber admirado
    Que en vuestra soberanía,
    No borrada de mi amor
    Se mantenga la noticia;

      Paso á daros la razon
    Que á no obedecer me obliga
    Vuestro precepto, si es que hay
    Para esto disculpa digna.

      De la música un cuaderno
    Pedis, y es cosa precisa
    Que me haga á mí disonancia
    Que me pidais armonías.

      ¿A mí, señora, conciertos,
    Cuando yo en toda mi vida
    No he hecho cosa que pudiera
    Sonarme bien á mí misma?

      ¿Yo arte de composiciones,
    Reglas, caracteres, cifras,
    Proporciones, cantidades,
    Intervalos, puntos, líneas?

      Quebrándome la cabeza
    Sobre cómo son las sismas,
    Si son cabales las comas,
    En qué el tono se divisa;

      Si el semitono incantable
    En número impar estriba,
    A Pitágoras sobre esto
    Revolviendo las cenizas;

      Si el diatesaron ser debe
    Por consonancia tenida,
    Citando una estravagante
    En que el papa Juan lo afirma;

      Si el temple de un instrumento
    Al hacerlo necesita
    De hacer participacion
    De una coma que hay perdida;

      Si el punto de alteracion
    A la segunda se inclina,
    Mas porque ayude á la letra,
    Que porque á las notas sirva;

      Si el modo mayor perfecto
    En la máxima consista,
    Y si el menor toca al longo,
    Cual es altera, cual tripla;

      Si la imperfeccion que causa
    A una nota otra mas chica,
    Es total, ó si es parcial,
    Esencial ó advenediza;

      Si la voz que, como vemos,
    Es cantidad sucesiva,
    Valga solo aquel respeto
    Con que una voz de otra dista;

      Si el diapason y el diapente
    En ser perfectos consista
    En que ni ménos ni mas
    Su composicion admita;

      Si la tinta es á las notas
    Quien todo el valor les quita,
    Siendo así que muchas hay
    Que les da valor la tinta;

      Lo que el armónico medio
    De sus dos estremos dista,
    Y del geométrico en que,
    Y aritmético, distinga;

      Si á dos mesuras es toda
    La música reducida,
    La una que mida la voz,
    Y la otra que el tiempo mida;

      Si la que toca á la voz
    O ya intensa, ó ya remisa
    Subiendo, ó bajando, el canto
    Llano solo la ejercita;

      Mas la exterior que le toca
    Al tiempo en que es preferida,
    Mide el compas y á las notas
    Varios valores asigna;

      Si la proporcion que hay
    Del _ut_ al _re_, no es la misma
    Que del _re_ al _mi_, ni el _fa_, _sol_
    Lo mismo que el _sol_, _la_ dista;

      Que aunque es cantidad tan tenue,
    Que apénas es percibida,
    Sexquioctava, ó sexquinona,
    Son proporciones distintas;

      Si la enarmónica ser
    A práctica reducida
    Puede, ó si se queda en ser
    Cognicion intelectiva;

      Si lo cromático el nombre
    De los colores reciba
    De las teclas, ó lo vario
    De las voces añadidas;

      Y en fin, andar recogiendo
    Las inmensas baratijas
    De calderones, guiones,
    Chaves, reglas, puntos, cifras,

      Pide otra capacidad
    Mucho mayor que la mía,
    Que aspire en las catedrales
    A gobernar las capillas.

      Y mas si es porque en él la
    Bella doña Petronila
    A la música en su voz
    Nueva añada melodía.

      ¡Enseñar música á un ángel!
    ¿Quién habrá que no se ria
    De que la rudeza humana
    Las inteligencias rija?

      Mas si he de hablar la verdad,
    Es lo que yo algunos dias,
    Por divertir mis tristezas,
    Dí en tener esa manía;

      Y empecé á hacer un tratado
    Para ver si reducia
    A mayor facilidad
    Las reglas que andan escritas.

      En èl, si mal no me acuerdo,
    Me parece que decia,
    Que es una línea espiral,
    No un círculo, la armonía;

      Y por razon de su forma
    Revuelta sobre sí misma
    La intitulé _Caracol_,
    Porque esa revuelta hacia;

      Pero este está tan informe,
    Que no solo es cosa indigna
    De vuestras manos, mas juzgo
    Que aun le desechan las mias.

      Por esto no os le remito;
    Mas como el Cielo permita
    A mi salud mas alientos,
    Y algun espacio á mi vida,

      Yo procuraré enmendarle,
    Porque teniendo la dicha
    De ponerle á vuestros pies,
    Me cause gloriosa envidia.

      De don Pedro y don Martin
    No podreis culpar de omisas
    Las diligencias, que juzgo
    Que aun excedieron de activas.

      Y mandadme, que no siempre
    Ha de ser tal mi desdicha,
    Que queriendo obedeceros,
    Con querer, no lo consiga.

      Y al gran marques, mi señor,
    Le direis de parte mia,
    Que aun en tan muertas distancias
    Conservo memorias vivas;

      Que no olvido de su mano
    Las mercedes recibidas;
    Pues no son ingratos todos
    Los que, al parecer, se olvidan;

      Que si no se lo repito,
    Es por la razon ya dicha,
    De escusar que lo molesta
    Ostente lo agradecida;

      Que no le escribo, porque
    Siendo alhaja tan baldía
    La de mis letras, no intento
    Que de embarazo le sirva;

      Y que ya que mi desgracia
    De estar á sus pies me priva,
    Le serviré en pedir solo
    A Dios la vuestra y su vida.




V

_A la condesa de Galve, en su cumpleaños._


      Si el dia en que tú naciste,
    Bellísima excelsa Elvira,
    Es ventura para todos,
    ¿Porqué no lo será mia?

      ¿Nací yo acaso en las yerbas
    O criéme en las ortigas?
    ¿Fué mi ascendiente algun risco
    O mi cuna alguna sima?

      ¿No soy yo gente? ¿No es forma
    Racional la que me anima?
    ¿No desciendo, como todos,
    De Adan por muy recta línea?

      ¿No hay sindéresis en mí
    Con que lo mejor elija,
    Y ya que bien no lo entienda,
    Por lo ménos lo perciba?

      Pues ¿porqué no he de ir á verte,
    Cuando todos te visitan?
    ¿Soy ave nocturna para
    No poder andar de dia?

      Si porque estoy encerrada
    Me tienes por impedida,
    Para esos impedimentos
    Tiene el afecto sus limas.

      Para el alma no hay encierro
    Ni prisiones que la impidan,
    Pues que solo la aprisionan
    Las que se forja ella misma.

      Sutíl y ágil el deseo,
    No hay, cuando sus plumas gira,
    Solidez que no penetre
    Ni distancia que no mida.

      Contento con mi carencia,
    Mi respeto sacrifica
    Por el culto que te doy
    El gusto que se me quita.

      Entre el gusto y el decoro
    Quiere la razon que elija
    Lo que es adoracion tuya,
    Antes que la fruicion mia.

      Yo me alegro de no verte,
    Porque fuera grosería
    Que te cueste una indecencia
    El que yo logre una dicha.

           ***

      Allá voy á verte; pero
    Perdóname la mentira,
    Que mal puede ir á un lugar
    El que siempre en él habita.

      Yo siempre de tu asistencia
    Soy la mental estantigua,
    Que te asisto, y no me sientes,
    Que te sirvo y no me miras.

      Yo envidiosa de la esfera
    Dichosa que tu iluminas,
    Formo con mis pensamientos
    Las alfombras que tu pisas;

      Y aunque invisible, allí el alma
    Te venera tan rendida,
    Que apénas logra el deseo
    Desperdicios de tu fimbria.

      Mas cierto que del asunto
    Estoy mas de cuatro millas,
    Que leguas dijera, á no
    Ser el asonante en ía;

      Revístome de dar años,
    Que aunque tan no apetecida
    Dádiva en las damas, es
    De la que tu necesitas;

      Pero es tan breve el espacio
    De tu juventud florida,
    Que á otras se les darán años,
    Mas á tí se te dan dias.

      Yo te los doy, y no pienses
    Que voy desapercibida
    De las alhajas que observa
    Hoy la etiqueta precisas;

      Pues si de los años es
    Una cadena la insignia,
    Tengo la de ser tu esclava;
    Mira si hay otra mas rica.

      Por joyel un corazon,
    Que en vez de diamantes brilla
    El fondo de mi fineza,
    El resplandor de mi dicha.

      Góceslos como deseo,
    Como mereces los vivas,
    Que en lo que quiero y mereces
    Dos infinitos se cifran.

      No quiero cansarte mas,
    Porque de que estés es dia
    Hermosa á mas no poder,
    Y de adrede desabrida.




VI

_A la misma condesa._


      Sobre si era atrevimiento,
    Bella Elvira, responderte,
    Y sobré si tambien era
    Cobardía el no atreverme,

      He pasado pensativa
    Sobre un libro y un bufete,
    Porque vayan otros sobres
    Sobre el amor que me debes,

      No sé yo qué tantos dias;
    Porque como tu en tí tienes
    Reloj de sol, no hay quien mida
    Lo que vive ó lo que muere.

      Y si no lo has por enojo,
    Despues que estaba el caletre
    Cansado asaz de pensar
    Y de revolver papeles,

      Resuelta á escribirte ya
    En todos los aranceles
    De jardines y de luces,
    De estrellas y de claveles,

      No hallé en luces ni en colores
    Comparacion conveniente,
    Que con mas de quince palmos
    A tu hermosura viniese;

      Con ser que no perdoné
    Trasto que no revolviese
    En la tienda de Timántes
    Ni en el obrador de Apéles.

      Pues á los poetas ¡cuánto
    Les revolví los afeites
    Con que hacen que una hermosura
    Dure, aunque al tiempo le pese!

      En Petrarca hallé una copia
    De una Laura ó de una duende,
    Pues dicen que ser no tuvo
    Mas del que en sus versos tiene.

      Cubierta como de polvo,
    Del griego una copia breve
    Hallé de Helena, de Homero
    Olvidada en un retrete.

      Pues de Virgilio el coturno
    No dejó de entrenerse
    Con Elisa en el _quam Lae
    Ti te genuare parentes_.

      A Proserpina en Claudiano
    Ni aun me diò gana de verle
    La su condenada faz
    Llena de hollines y peces.

      De Lucrecia la romana,
    Aquella beldad valiente,
    Persuadiendo honor estaba
    A las matronas de allende.

      Florinda vana decia
    A los moros alquiceles:
    “Tanto como España valgo,
    Pues toda por mí se pierden.”

      Lavinia estaba callada,
    Dejando que allá se diesen
    Turno y el páter Enéas,
    Y despues, ¡viva quien vence!

      En Josefo Marïamne,
    Al ver que sin culpa muere,
    Dijo: “Si me mata Heródes,
    Claro es que muero inocente.”

      Angélica en Arïosto
    Andaba de hueste en hueste
    Alterando paladines
    Y descoronando reyes.

      En Ovidio, como es
    Poeta de las mujeres,
    Hallé que al fin los pintores
    Eran como los quereses;

      Y hallé á escoger como en peras
    Unas bellezas de á veinte,
    A lo de qué quereis, pluma,
    Que están diciendo, comedme;

      En los prados mas que flores,
    En el campo mas que nieve,
    En las plantas mas que frutos,
    En las aguas mas que peces.

      A la rubia Galatea
    Junto á la cándida Tétis,
    A la florida Pomona,
    Y á la chamuscada Céres;

      A la gentil Aretusa,
    Y á la música Canente
    A la encantadora Circe
    Y á la desdichada Héles;

      A la adorada Corónis,
    A la infelice Semele,
    A la agraciada Calixto
    Y á la jagtante Climene;

      Y otra gran tropa de ninfas
    Acuátiles y silvestres,
    Sin las mondongas que á cuestas
    Guardaban los adherentes;

      A la desdeñosa Dafne,
    A la infausta Nictimene,
    A la lijera Atalanta,
    Y á la celebrada Asterie;

      Y en fin la casa del Mundo
    Que tantas pinturas tiene
    De bellezas vividoras
    Que están sin envejecerse,

      Cuya dura fama el tiempo,
    Que todas las cosas muerde
    Con los bocados de siglos,
    No les puede entrar el diente,

      Revolví, como ya digo,
    Sin que entre todas pudiese
    Hallar una que siquiera
    En el vestido os semeje.

      Con que de comparaciones
    Desesperada mi mente
    Al _viste_ y al _así como_
    Hizo ahorcar en dos cordeles;

      Y sin tratar de pintarte,
    Sino solo de quererte,
    Porque esta aunque culpa, es culpa
    Muy fácil de cometerse;

      Y esotro imposible, y culpa,
    Y mas que culpa, se temen
    De Icaro los precipicios
    Y de Faeton los vaivenes.

      Mira ¡que vulgar ejemplo!
    Que hasta los niños de leche
    Faetonizan é icarizan
    La vez que se les ofrece.

      Y en fin, no hallo que decirte,
    Sino solo que ofrecerte,
    Adorando tus favores,
    Las gracias de tus mercedes.

      De ellos me conozco indigna;
    Mas eres sol y amaneces
    Por beneficio comun
    Para todos igualmente.

      Por ellos, señora mia,
    Postrada beso mil veces
    La tierra que pisas, y
    Los pies, que no sé si tienes.




VII

_Desahogos del corazon._


      A fuera, á fuera, ansias mias,
    No el respeto os embarace,
    Que es lisonja de la pena
    Perder el miedo á los males.

      Salga el dolor á las voces,
    Si quiere mostrar lo grande,
    Y acredite lo insufrible
    Con no poder ocultarse.

      Salgan signos á la boca
    De lo que el corazon arde,
    Que nadie creerá el incendio
    Si el humo no da señales.

      No á impedir el grito sea
    El miramiento bastante,
    Que no es muy valiente el preso
    Que no quebranta la cárcel.

      El que su cuidado estime
    Sus sentimientos no calle,
    Que es agravio del motivo
    No hacer del dolor alarde.

      Mayor es que yo mi pena,
    Y esto supuesto, mas fácil
    Será que ella á mí me venza,
    Que no que yo en ella mande.




VIII

_un caballero que decia tener el pecho de nieve._


      Allá va, Julio de Enero,
    Ese papel, no á tus manos,
    Sino al alma, que si es nieve,
    Será de mis tiros blanco.

      Arma de loriga el pecho,
    Anima aliento bizarro,
    Y á puntas de mis desdenes
    Preven marmoreos reparos.

      Dilata del corazon
    Los senos mas reservados,
    Y en inútiles defensas
    Dobla á mi favor el lauro.

      Arma el alma de cordura,
    De sufrimiento el cuidado,
    De reflexion lo atrevido,
    Y de prudencia lo vano;

      Que no bastará á librarte
    De mi desden irritado
    Ni las defensas del pecho,
    Ni los esfuerzos del brazo;

      Pues llevo para rendirte
    Por ministros del estrago
    Enojo que brota furias,
    Desden que graniza rayos:

      Yo que á la deidad montera
    Crezco el desdeñoso bando,
    A quien en desden excedo,
    Si en hermosura no igualo;

      Yo que en diamantino pecho
    Guardo un corazon de mármol,
    Que aun en los tardos latidos
    Da escasas señas de humano;

      Yo que en la tabla del tiempo
    Ejemplos mirando tantos,
    Hago resguardo presente
    Los infortunios pasados;

      Yo á cuyos duros rigores,
    A cuyo desden helado
    Templa sus ardores Vénus,
    Afloja Cupido el arco,

      A tí que de mi despego
    Pretendes ser el retrato,
    Sin advertir lo que dista
    Lo vivo de lo pintado,

      Quizá porque así pretendes,
    Sagazmente temerario,
    Hacer á la semejanza
    Tercera del agasajo;

      Porque talvez en el mundo
    Hay caprichos tan extraños,
    Que conceden al desprecio
    Lo que al amor le negaron.

      ¡Oh discurso irracional!
    ¿Que quepa en pechos humanos
    Lo que al exámen de un bruto
    Sale siempre condenado?

      ¿Qué fiera la mas furiosa,
    Terror del bosque y del campo,
    Si la sujeta la fuerza
    No la domestica el trato?

      Si debí tan mal concepto,
    Julio, á tu sentir errado,
    A costa de tus desprecios
    Comprarás el desengaño.

      Lo que es razon no es capricho,
    No es delito lo alentado,
    No es injusticia lo activo,
    Ni es culpa lo que es recato.

      Si porque el amor se ofende
    Intentas disimularlo,
    Será doblada la ofensa
    Por amor y por engaño.

      Que no es acertada enmienda,
    En términos cortesanos,
    Indicarse de grosero
    Por eximirse de honrado;

      Si el amor por sí es plebeyo,
    No es medio proporcionado
    Querer que parezca noble
    Con un disfraz tan villano;

      Y mas habiendo delitos
    De afectos tan encontrados;
    Que aunque es delito el hacerlos
    Es pundonor sustentarlos;

      Que ya una vez proferidos
    Insultos de enamorados,
    Mejor que lo arrepentido
    Suele quedar lo obstinado.

      Demas que si sé tu amor,
    ¿Qué importa que tus cuidados
    Los pronuncies como risa,
    Si los oigo como llanto?

      Varias denominaciones
    A una misma cosa hallamos,
    Sin que la sustancia inmute
    Lo exterior de los vocablos.

      Y así en tu dolor será,
    Cuando muestras desenfado,
    Mudar el nombre á la queja,
    Mas no mejorar el daño.

      Si el fin que lleva la industria
    Es de conseguir mi agrado,
    Malograrás ofendiendo
    Lo que no alcanzaste amando.

      Deja la imposible empresa,
    Si no quieres temerario
    Que se rematen castigos
    Los que avisos empezaron.

      Ya, Julio, te he visto en juego;
    Juega limpio y habla claro,
    No me vistas de fineza
    Con apariencias de agravio;

      Que ántes que amor en mi pecho
    El cetro empuñe tirano,
    Fuente me verá su fuego,
    Laurel me hallarán sus rayos;

      Que aunque es verdad que castigo
    Del desden parece casto,
    Vencedor tronco ser quiero,
    Mas que vencida ser astro.




IX

_Entre la obligacion y el afecto_.


      Supuesto, discurso mio,
    Que gozais en todo el orbe
    Entre aplausos de entendido
    De agudo veneraciones,

      Mostradlo en el duro empeño
    En que mis ansias os ponen,
    Dando salida á mis ansias,
    Dando aliento á mis temores.

      Empeño vuestro es el mio;
    Mirad que será desórden
    Ser en causa ajena agudo
    Y en la propia vuestra torpe;

      Ved que es querer que las causas
    Con efectos desconformes
    Nieves el fuego congele,
    Que la nieve llamas brote.

      Manda la razon de estado
    Que, atendiendo á obligaciones,
    Las partes de Fabio olvide,
    Las prendas de Silvio adore;

      O que al ménos, si no puedo
    Vencer tan fuertes pasiones,
    Cenizas de disimulo
    Cubran amantes ardores;

      Que vano disfraz las juzgo,
    Pues harán cuando mas obren
    Que no se mire la llama,
    No, que el ardor no se note.

      ¿Cómo podré yo mostrarme,
    Entre estas contradicciones,
    A quien no quiero, de cera,
    A quien adoro, de bronce?

      ¿Cómo el corazon podrá,
    Cómo sabrá el labio torpe
    Fingir halago, olvidando,
    Mentir, amando, rigores?

      ¿Cómo sufrir abatido
    Entre tan bajas acciones
    Que lo desmienta la boca
    Podrá un corazon tan noble?

      ¿Cómo la boca podrá,
    Cuando el corazon se enoje,
    Fingir cariños, faltando
    Quien le ministre razones?

      ¿Podrá mi noble altivez
    Consentir que mis acciones
    De nieve y de fuego sirvan
    A ser fábula del orbe?

      Y yo doy que tanta dicha
    Tenga, que todos lo ignoren;
    Para pasar la vergüenza,
    ¿No basta que á mí me conste?

      Que aquesto es razon me dicen
    Los que la razon conocen;
    Pues ¿cómo la razon puede
    Forjarse de sinrazones?

      ¿Qué te costaba, hado impio,
    Dar, al repartir tus dones,
    O los méritos á Fabio,
    O á Silvio las perfecciones?

      Dicha y desdicha de entrambos,
    La suerte les descompone,
    Con que el uno su desdicha
    Y el otro su dicha ignore.

      ¿Quién ha visto que tan varia
    La fortuna se equivoque,
    Y que el dichoso padezca
    Porque el infelice goce?

      No me conviene el ejemplo
    Que en el Mongibelo ponen,
    Que en él es natural gala,
    Y en mí violencia disforme;

      Y resistir el combate
    De tan encontrados golpes
    No cabe en lo sensitivo,
    Y puede sufrirlo un monte.

      ¡Oh vil arte, cuyas reglas
    Tanto á la razon se oponen;
    Que para que se ejecuten
    Es menester que se ignoren!

      ¿Qué hace en adorarme Silvio?
    Cuando mas fino blasone
    Quererme, ¿es mas que seguir
    De su inclinacion el norte?

      Gustoso vive en su empleo
    Sin que disgustos le estorben:
    Pues ¿qué vence, si no vence
    Por mí sus inclinaciones?

      ¿Qué víctimas sacrifica,
    Qué incienso en mis aras pone,
    Si cambia sus rendimientos
    Al precio de mis favores?

      Mas hago yo, pues no hay duda
    Que hace finezas mayores
    Que el que voluntario ruega,
    Quien violenta corresponde;

      Porque aquel sigue obediente
    De su estrella el curso dócil,
    Y esta contra la corriente
    De su destino se opone.

      El es libre para amarme
    Aunque otra su amor provoque,
    Y ¿no tendré yo la misma
    Libertad en mis acciones?

      Si él restituirse no puede,
    Su incendio mi incendio abone;
    Violencia que á él le sujeta,
    ¡Qué mucho que á mí me postre!

      ¿No es rigor, no es tiranía,
    Siendo iguales las pasiones,
    o poder él reportarse
    Y querer que me reporte?

      Quererle porque él me quiere,
    No es justo que amor se nombre:
    Que no ama quien para amar
    El ser amado supone.

      No es amor correspondencia,
    Causas tiene superiores
    Que las concilian los astros,
    O lo engendran perfecciones.

      Quien ama porque es querida,
    Sin otro impulso mas noble,
    Desprecia al amante, y ama
    Sus propias adoraciones.

      Del humo del sacrificio
    Quiere los vanos honores,
    Sin mirar si el oferente
    Ha méritos que le adornen.

      Ser potencia y ser objeto
    A toda razon se opone,
    Porque es ejercer en sí
    Sus propias operaciones.

      _Aparte rey_ se distingue
    El objeto que conoce,
    Y lo amable, no lo amante,
    Es blanco de los harpones.

      Amor no busca la paga
    De voluntades conformes;
    Que tan bajo interes fuera
    Indigna usara en los dioses.

      No hay cualidad que en él pueda
    Imprimir alteraciones
    Del hielo de los desdenes,
    Del fuego de los favores.

      Su ser es inaccesible
    Al discurso de los hombres,
    Que aunque el efecto se sienta,
    La esencia no se conoce.

      Y en fin cuando en mi favor
    No hubiera tantas razones,
    Mi voluntad es de Fabio,
    Silvio, y el mundo perdone.




X

_En que cultamente espresa ménos aversion de la que afectaba un enojo._


      Si el desamor ó el enojo
    Satisfacciones admite,
    Y si talvez los rigores
    De urbanidades se visten,

      Escucha, Fabio, mis males,
    Cuyo dolor, si se mide,
    Aun el mismo padecerlo
    No lo sabrá hacer creible;

      Mira mi altivez postrada,
    Porque son incompatibles
    Un pundonor que se ostente,
    Con un amor que se humille;

      Escucha de mis afectos
    Las tiernas voces humildes
    Que en enfáticas razones
    Dicen mas de lo que dicen;

      Que si despues de escucharme
    Rigor en tu pecho asiste,
    Informaciones de bronce
    Te acrediten de insensible.

      No amarte tuve propuesto;
    Mas proponer ¿de qué sirve
    Si á persuacion de Sirenas
    No hay propósitos de Ulíses?

      Pues es, aunque se prevenga,
    En las amorosas lides
    El griego ménos prudente,
    Y mas engañosa Circe.

      Ni ¿qué importa que en un pecho
    Donde la pasion reside
    Se resista la razon,
    Si la voluntad se rinde?

      En fin, me rendí ¿Qué mucho
    Si mis errores conciben
    La esclavitud como gloria,
    Y como pension lo libre?

      Aun en mitad de mi enojo
    Estuvo mi amor tan firme,
    Que, á pesar de mis alientos,
    Aunque no quise, te quise.

      Pensé desatar el lazo
    Que mi libertad oprime,
    Y fué apretar la lazada
    El intentar desasirme.

      Si de tus méritos nace
    Esta pasion que me aflije,
    ¿Cómo el efecto podrá
    Cesar si la causa existe?

      ¿Quién no admira que el olvido
    Tan poco del amor diste,
    Que quien camina al primero
    Al segundo se avecine?

      No, pues, permitas, mi Fabio,
    Que en ti el mismo afecto vive,
    Que un leve enojo blasone
    Contra un amor invencible.

      No hagas que un amor dichoso
    Se vuelva en afecto triste,
    Ni que las aras de Antéros
    A Cupido se dediquen.

      Deja que nuestras dos almas,
    Pues un mismo amor las rige,
    Teniendo la union en poco,
    Amantes se identifiquen;

      Un espíritu amoroso
    Nuestras dos vidas anime,
    Y Láchesis al formarlas
    De un solo copo las hile.

      Nuestros dos conformes pechos
    Con solo un aura respiren;
    Un destino nos gobierne,
    Y una inclinación nos guie.

      Y en fin, á pesar del tiempo
    Pase nuestro amor felice
    De las puertas de las Parcas,
    Unidad indivisible,

      Donde siempre, amantes sombras,
    Nuestro eterno amor envidien
    Los Leandros y las Heros,
    Los Píramos y las Tisbes.




XI

_Preludios del dolor de una ausencia._


      Ya que para despedirme,
    Dulce idolatrado dueño,
    Ni me da licencia el llanto,
    Ni me da lugar el tiempo,

      Háblente los tristes rasgos,
    Entre lastimosos ecos,
    De mi triste pluma, nunca
    Con mas justa causa negros.

      Y aun esta te hablará torpe
    Con las lágrimas que vierto,
    Porque va borrando el agua
    Lo que va dictando el fuego.

      Hablar me impiden los ojos,
    Y es que se anticipan ellos,
    Viendo lo que he de decirte,
    A decírtelo primero.

      Oye la elocuencia muda
    Que hay en mi dolor, sirviendo
    Los suspiros de palabras,
    Las lágrimas de conceptos;

      Mira la fiera borrasca
    Que pasa en el mar del pecho,
    Donde zozobran turbados
    Mis confusos pensamientos;

      Mira cómo ya el vivir
    Me sirve de afan grosero,
    Que se averguenza la vida
    De durarme tanto tiempo;

      Mira la muerte que esquiva
    Huye porque la deseo,
    Que aun la muerte, si es buscada,
    Se quiere subir de precio;

      Mira como el cuerpo amante
    Rendido á tanto tormento,
    Siendo en lo demás cadáver,
    Solo en el sentir es cuerpo;

      Mira como el alma misma
    Aun teme, en su ser esento,
    Que quiera el dolor violar
    La inmunidad de lo eterno.

      En lágrimas y suspiros
    Alma y corazon á un tiempo,
    Este se convierte en agua,
    La otra se resuelve en viento.

      Ya no me sirve la vida,
    Esta vida que poseo,
    Sino de condicion sola
    Necesaria al sentimiento.

      Mas ¿porqué gasto razones
    En contar mi pena, y dejo
    De decir lo que es preciso,
    Por decir lo que estás viendo?

      En fin, te vas. ¡Ai de mí!
    Dudosamente lo pienso;
    Pues si es verdad, no estoy viva,
    Y si viva, no lo creo.

      ¿Posible es que ha de haber dia
    Tan infausto, tan funesto,
    En que sin ver yo las tuyas
    Esparza sus luces Febo?

      ¿Posible es que ha de llegar
    El rigor á tan severo,
    Que no ha de darle su vista
    A mis pesares aliento?

      ¿Que no he de ver tu semblante?
    ¿Que no he de escuchar tus ecos?
    ¿Que no he de gozar tus brazos
    Ni me ha de animar tu aliento?

      ¡Ai mi bien! ¡aí prenda mia!
    ¡Dulce fin de mis deseos!
    ¿Porqué me llevas el alma
    Dejándome el sentimiento?

      Mira que es contradiccion
    Que no acabe en un sujeto
    Tanta muerte en una vida,
    Tanto dolor en un muerto.

      Mas ya que es preciso ¡aí triste!
    En mi infelice suceso,
    Ni vivir con la esperanza,
    Ni morir con el tormento,

      Dame algun consuelo tú
    En en dolor que padezco,
    Y quien en el suyo muere,
    Viva siquiera en tu pecho.

      No te olvides que te adoro,
    Y sírvante de recuerdo
    Las finezas que me debes,
    Si no las prendas que tengo.

      Acuérdate que mi amor
    Haciendo gala del riesgo,
    Solo por atropellarlo
    Se alegraba de tenerlo.

      Y si mi amor no es bastante,
    El tuyo mismo te acuerdo,
    Que no es poco empeño haber
    Empezado ya en empeño.

      Acuérdate, señor mio,
    De tus nobles juramentos,
    Y lo que juró tu boca
    No lo desmientan tus hechos;

      Y perdona si en temer
    Mi agravio, mi bien, te ofendo,
    Que no es dolor el dolor
    Que se contiene en lo atento.

      Y á Dios, que con el ahogo
    Que me embarga los alientos,
    Ni sé ya lo que te digo.
    Ni lo que te escribo leo.




XII

_Los celos prueban amor._

(FRAGMENTOS.)


           ***

      Son ellos de que hay amor
    El signo mas manifiesto,
    Como la humedad del agua
    Y como el humo del fuego.

      No son, que dicen, de amor
    Bastardos hijos groseros,
    Sino legítimos, claros
    Sucesores de su imperio.

      Son crédito y prueba suya,
    Pues solo pueden dar ellos
    Auténticos testimonios
    De que es amor verdadero;

      Porque la fineza, que es
    De ordinario el tesorero
    A quien remite las pagas
    Amor de sus libramientos,

      ¿Cuántas veces motivada
    De otros impulsos diversos
    Ejecuta por de amor
    Decretos de galanteo?

      El cariño ¿cuántas veces,
    Por dulce entretenimiento
    Fingiendo quilates, crece
    La mitad del justo precio?

      ¿Y cuántas mas el discurso,
    Por ostentarse discreto,
    Acredita por de amor
    Partos del entendimiento?

      ¿Cuántas veces hemos visto
    Con disfraz de rendimientos
    A la propia conveniencia,
    O á la tema, ó al empeño?

      Solo los celos ignoran
    Fábricas de fingimientos,
    Que como son locos tienen
    Propiedad de verdaderos.

           ***

      Del frenético que fuera
    De su natural acuerdo
    Se despedaza, no hay quien
    Juzgue que finge el estremo.

      En prueba de esta verdad
    Mírense cuantos ejemplos
    En biblioteca de siglos
    Guarda el archivo del tiempo.

      A Dido fingió el troyano,
    Mintió á Ariadna Teseo,
    Ofendió á Mínos Pasífae,
    Y engañaba á Marte Vénus;

      Semíramis mató á Nino,
    Elena deshonró al griego,
    Jasson deshonró á Medea,
    Y dejó á Olimpia Vireno;

      Bersabé engañaba á Urias,
    Dálila al caudillo hebreo,
    Jael á Sisara horrible,
    Judit á Holoférnes fiero.

      Estos y otros que mostraban
    Tener amor, sin tenerlo,
    Todos fingieron amor,
    Mas ninguno fingió celos;

      Porque aquel puede fingirse
    Con otro color; mas estos
    Son la prueba del amor
    Y la prueba de sí mesmos.

           ***

      Ellos solos se han con él
    Como la causa y efecto:
    ¿Hay celos? luego hay amor.
    ¿Hay amor? luego habrá celos.

      De la fiebre ardiente suya
    Son el delirio mas cierto,
    Que como están sin sentido
    Publican lo mas secreto.

           ***

      Para tener celos basta
    Solo el temor de tenerlos,
    Que ya está sintiendo el daño
    Quien está sintiendo el riesgo.

           ***

      Decir que este no es cuidado
    Que llega á desasosiego,
    Podrá decirlo la boca,
    Mas no comprobarlo el pecho.

           ***

      Y aunque ellos en sí no pasen
    El término de lo cuerdo,
    ¿Quién lo podrá persuadir
    A quien los mira con miedo?

      Aplaudir lo que yo estimo
    Bien puede ser sin intento
    Segundo; mas ¿quién podrá
    Tener mis temores quedos?

      Quien tiene enemigos, suele
    Decirse, no tenga sueño;
    Pues ¿como ha de sosegarse
    El que los tiene tan ciertos?

      Quien en frontera enemiga
    Descuidado ocupa el lecho,
    Solo parece que quiere
    Ser del contrario trofeo.

      Aunque inaccesible sea
    El blanco, si los flecheros
    Son muchos, ¿quién me asegura
    Que alguno no tenga acierto?

      Quien se alienta á competirme
    Aun en menores empeños,
    Es un dogal que compone
    Mis ahogos con su aliento;

      Pues ¿qué será el que pretende
    Excederme en los afectos,
    Mejorarme en las finezas
    Y aventajarme en deseos?

      ¿Quién quiere usurpar mis dichas?
    ¿Quién quiere ganarme el premio?
    Y ¿quién en galas del alma
    Quiere quedar mas bien puesto?

      ¿Quién para su exaltación
    Procura mi abatimiento,
    Y quiere comprar sus glorias
    A costa de mis desprecios?

      ¿Quién pretende con los suyos
    Deslucir mis sentimientos,
    Que en los deleites del alma
    Es el mas sensible duelo?

           ***

      La confianza ha de ser
    Con proporcionado medio;
    Que deje de ser modestia
    Sin pasar á ser despego.

      El que es discreto, á quien ama
    Le ha de mostrar que el recelo
    Lo tiene en la voluntad
    Y no en el entendimiento.

      Un desconfiar de mí,
    Y un estar siempre temiendo
    Que pueda exceder al mio
    Cualquiera mérito ageno;

      Un temor que la fortuna
    Pueda con airado ceño
    Despojarme, por indigno,
    Del favor que no merezco;

      No solo no ofende, y ántes
    Es el esmalte mas bello
    Que á las joyas de lo fino
    Les puede dar lo discreto.

      Y aunque algo exceda la queja,
    Nunca queda mal, supuesto
    Que es gala de lo sentido
    Exceder de lo modesto.

      Lo atrevido de un celoso
    Irracional, y lo terco,
    Prueba es de que amor la beca
    Ha menester de un colegio.

      Y aunque muestre que se ofende,
    Yo sé que por allá dentro
    No le pesa á la mas alta
    De mirar tales estremos.

      La mas airada deidad
    Al celoso mas grosero
    Le está aceptando servicios
    Los que riñe atrevimientos.

      La que se queja oprimida
    Del natural mas estrecho,
    Hace ostentacion de amada
    El que parece lamento.

      De la triunfante hermosura
    Tiran el carro soberbio
    El desdichado con quejas,
    El celoso con despechos.

           ***





XIII

_Al marques de la Laguna._

(FRAGMENTOS.)



           ***

      Vivid, y vivid discreto,
    Que es solo vivir felice;
    Pues dura y no vive quien
    No sabe apreciar que vive.

      Si no sabe lo que tiene
    Ni goza lo que recibe,
    En vano blasona el jaspe
    El don de lo incorruptible.

      No en lo diuturno del tiempo
    La larga vida consiste:
    Talvez del seso las canas
    Honran años juveniles.

           ***

      Las canas se han de buscar
    Antes que el tiempo las pinte,
    Que al que las pretende, alegran,
    Y al que las espera, afligen.

      Quien para ser viejo espera
    Que los años se deslicen,
    Ni conserva lo que tiene,
    Ni lo que espera consigue;

      Con lo cual casi al no ser
    Viene el necio á reducirse,
    Pues ni la vejez le llega,
    Ni la juventud le asiste.

      Quien vive por vivir solo,
    Sin buscar mas altos fines,
    De lo viviente se precia,
    De lo racional se exime.

      Y ni aun de la vida goza,
    Pues si bien llega á advertirse,
    _El que vive lo que sabe
    Solo sabe lo que vive_.

      Quien llega necio á pisar
    De la vejez los confines,
    Vergüenza peina y no canas,
    No años, afrentas repite.

           ***


[Illustration]




XIV

_La ciencia inútil._


      Finjamos que soy feliz,
    Triste pensamiento, un rato;
    Quizá podreis persuadirme,
    Aunque yo sé lo contrario.

      Que, pues solo en la aprension
    Dicen que estriban los daños,
    Si os imaginais dichoso
    No sereis tan desdichado.

      Sírvame el entendimiento
    Alguna vez de descanso,
    Y no siempre esté el ingenio
    Con el provecho encontrado.

      Todo el mundo es opiniones
    Y pareceres tan varios,
    Que lo que los unos negro,
    Los otros prueban que es blanco.

      A unos sirve de atractivo
    Lo que otros conciben malo,
    Y lo que este por alivio
    Aquel tiene por trabajo.

      El que está triste censura
    Al alegre de liviano,
    Y el que está alegre se enoja
    De ver al triste penando.

      Los dos filósofos griegos
    Bien esta verdad probaron,
    Pues lo que en el uno risa
    Causaba en el otro llanto.

      Célebre su oposicion
    Ha sido por siglos tantos,
    Sin que cual acertó este
    Hasta agora averiguado;

      Antes en sus dos banderas
    El mundo todo alistado,
    Conforme el humor le dicta
    Sigue cada cual su bando.

      Uno dice que de risa
    Solo es digno el mundo vario,
    Y otro que sus infortunios
    Solo son para llorados.

      Para todo se halla prueba
    Y razon en qué fundarlo,
    Y no hay razon para nada,
    De haber razon para tanto.

      Todos son iguales jueces,
    Y siendo iguales y varios,
    No hay quien pueda decidir
    Cuál es lo mas acertado.

      Pues si no hay quien lo sentencie,
    ¿Porqué pensais vos errado
    Que os cometió Dios á vos
    La decision de los casos?

      O ¿porqué contra vos mismo
    Severamente inhumano,
    Entre lo amargo y lo dulce
    Quereis elegir lo amargo?

      Si es mio el entendimiento,
    ¿Porqué siempre he de encontrarlo
    Tan torpe para el alivio,
    Tan agudo para el daño?

      El discurso es un acero
    Que sirve por ambos cabos:
    Para dar muerte la punta,
    El pomo para resguardo.

      Si vos, sabiendo el peligro,
    Quereis por la punta usarlo,
    ¿Qué culpa tiene el acero
    Del mal uso de la mano?

      No es saber, saber formar
    Discursos sutiles, vanos,
    Que el saber consiste solo
    En elegir lo mas sano.

      Especular las desdichas
    Y examinar los presagios,
    Solo sirve de que el mal
    Crezca con anticiparlo.

      En los trabajos futuros
    La atencion sutilizando,
    Mas formidable que el riesgo
    Suele fingir el amago.

      ¡Qué feliz es la ignorancia
    Del que indoctamente sabio
    Halla de lo que padece
    En lo que ignora sagrado!

      También es vicio el saber;
    Que si no se va atajando,
    Cuando ménos se conoce
    Es mas nocivo el estrago;

      Y si el vuelo no le abaten,
    En sutilezas cebado,
    Por cuidar de lo curioso
    Olvida lo necesario.

      Si culta mano no impide
    Crecer al árbol copada,
    Quita la sustancia al fruto
    La locura de los ramos.

      Si andar á nave ligera
    No estorba lastre pesado,
    El vuelo sirve á que sea
    El precipicio mas alto.

      En amenidad inútil,
    ¿Qué importa al florido campo,
    Si no halla fruto el otoño,
    Que ostente flores el mayo?

      ¿De qué le sirve al ingenio
    El producir muchos partos,
    Si á la multitud se sigue
    El malogro de abortarlos?

      Y á esta desdicha, por fuerza,
    Ha de seguirse el fracaso
    De quedar el que produce,
    Si no muerto, lastimado.

      El ingenio es como el fuego,
    Que con la materia ingrato
    Tanto la consume mas
    Cuanto se ostenta mas claro.

      Es de su propio señor
    Tan revelado vasallo,
    Que convierte en sus ofensas
    Las armas de su resguardo.

      Este pésimo ejercicio,
    Este duro afan pesado,
    A los hijos de los hombres
    Dios dió para ejercitarlos.

      ¿Qué loca ambicion nos lleva
    De nosotros olvidados?
    Si es para vivir tan poco,
    ¿De qué sirve saber tanto?

      ¡Oh! si como hay de saber
    Hubiera algun seminario
    O escuela donde á ignorar
    Se enseñaran los trabajos!

      ¡Qué felizmente viviera
    El que flojamente cauto
    Burlara las amenazas
    Del influjo de los astros!

      Aprendamos á ignorar,
    Pensamiento, pues hallamos
    Que cuanto añado al discurso,
    Tanto le usurpo á los años.

[Illustration]




XV.

_Dando las pascuas á la condesa de Paredes._

(FRAGMENTO.)


      Allá van para que pases
    Gustosas pascuas, señora,
    Con aquestos _bobos_ versos
    Aquesas gallinas coplas.

      Como quien soy te regalo,
    Como quien eres perdona,
    Y ambas habremos cumplido
    Con todo lo que nos toca.

      Tú eres reina, yo tu hechura;
    Tú deidad, yo quien te adora;
    Tú eres dueño, yo tu esclava;
    Tú eres mi luz, yo tu sombra.

      Yo no tengo que ofrecerte,
    Pues de mi misma persona,
    Por mas antiguo derecho
    Es tu hermosura acreedora.

      Y si ahora quiero darme
    En retorno de tus honras,
    Será cometer un robo
    Por hacer una lisonja.

      Y querer satisfacer
    La deuda á su propia costa,
    No es cumplir con la conciencia,
    Sino con la ceremonia.

      Pero quien á las deidades
    Pone víctimas devotas,
    De los mismos beneficios
    Los beneficios retorna.

      ¿No es de las deidades todo?
    ¿A su influjo no se adornan
    De vida y sentido el bruto,
    Las plantas de frutas y hojas?

      Con su beneficio el campo
    Doradas espigas brota,
    Pace el cordero y las plantas
    Destilan fragantes gomas.

      Y no obstante vemos que
    Sobre sus aras se corta
    A aquel el cuello, y que el ámbar
    Es exhalado en aromas.

      Pues así yo nuevamente
    A tus plantas generosas
    Mi esclavitud ratifico
    Con reiteradas memorias.

      Recibe, divina Lisi,
    De una alma que se te postra
    El deseo de ser muchas,
    Porque de muchas dispongas.

           ***


[Illustration]




XVI.

_Con ocasion de haberse sacado por suerte, en una diversion de año
nuevo, un galan para cada dama._

(FRAGMENTO.)



           ***

      Empezó á sacar la suerte
    Con tal ajuste y destreza,
    Que hizo entónces el acaso
    Mas que la eleccion pudiera.

      A don Juan salió Matilde,
    Cuyas dulces niñas bellas
    Son acreedoras de amor
    De las mas doradas flechas;

      A don Miguel, Amarílis,
    Beldad en cuyas cadenas
    En dulce esclavitud gimen
    Tantas libertades presas;

      A don Cárlos salió Julia,
    Para que en mejor esfera
    Sepa nueva astrologia,
    Que se incluye en dos estrella;

      Silvia á Guevara, con cuya
    Belleza, donaire y prendas
    Es un desairado garbo
    La discrecion de una necia;

      A don Luis le cupo Lisi,
    A don Adolfo, Marcela,
    A don Teobaldo, Felicha,
    Y á don Manuel salió Celia.

      A vos, por sor mas galan,
    (Dicho en paz de todos sea,
    Pues no es bien llegue á los hombres
    La mujeril competencia)

      Os cupo, claro se estaba,
    Lo peor, que es cosa cierta
    Que no se aviene Fortuna
    Jamas con naturaleza;

      Antes enemiga siempre
    Y á su dictámen opuesta,
    Lo que ella desdeña, ampara,
    Lo que ella ampara, desdeña.

      Yo juzgo que lo hace adrede
    Y no acaso, como piensan,
    Y que tiene en hacer mal
    Su poquito de advertencia;

      Pues, al uso de las lindas,
    Anda forjando soberbia
    De méritos ultrajados
    Los triunfos de su grandeza.

      Ella es Fálaris de gustos,
    Ella es Nerona de haciendas,
    Y hace de abrasadas Romas
    Luminarias en sus fiestas.

      Mas no quiero murmurarla,
    Que no es razon que se entienda
    Que á quien debo un beneficio
    Le pago con una ofensa.

      En la suerte, en fin, señor,
    Ella, como siempre ciega,
    Por serme á mí favorable,
    Anduvo con vos adversa:

      Saliéronnos parecidas
    Las suertes, de esta manera,
    La vuestra como mi cara,
    La mia como la vuestra.

      No os ofendió en esto nada,
    Pues ántes dispuso cuerda
    Que á vista de un mal empleo
    Resalten mas vuestras prendas:

      No fuera el sol tan lucido
    Si á su dorada madeja
    Talvez por negras lazadas
    No adornaran nubes densas;

      No ostentara el monte altivo
    Su robusta corpulencia,
    Si la bajeza del valle
    No exaltara su grandeza;

      No saliera tan hermosa
    La aurora vertiendo perlas,
    Si no avivaran sus luces
    Los lejos de las tinieblas;

      No campara de florida
    Lozana la Primavera,
    Si no viniera el Estio
    Pisando sus verdes huellas;

      No presumiera en el prado
    De cándida la azucena,
    Si no la hiciera lucir
    Lo oscuro de la violeta.

           ***


[Illustration]




XVII

_A doña María de Guadalupe Alencastre._

(FRAGMENTOS.)



           ***

      Desde la América enciendo
    Aromas á vuestra imágen,

           ***

      Desinteresada os busco,
    Que el afecto que os oplaude,
    Es aplauso á lo entendido
    Y no lisonja á lo grande;

      Porque ¿para qué, señora,
    En distancia tan notable
    Habrán vuestras altiveces
    Menester mis humildades?

      Y no he menester de vos
    Que vuestro favor me alcance
    Favores en el consejo,
    Amparo en los tribunales;

      Ni que acomodeis mis deudos,
    Ni que ampareis mi linage,
    Ni que mi alimento sean
    Vuestras liberalidades:

      Que yo, señora, nací
    En la América abundante,
    Compatrïota del oro,
    Paisana de otros metales;

      A donde el comun sustento
    Se da casi tan de balde,
    Que en ninguna parte mas
    Se ostenta la tierra madre.

      De la comun maldicion
    Libres parece que nacen
    Sus hijos, segun el pan
    No cuesta sudor y afanes.

      Europa mejor lo diga,
    Pues há tanto que insaciable
    De sus abundantes venas
    Desangra los minerales.

      Y cuantos el dulce lotos
    De sus riquezas les hace
    Olvidar los propios nidos,
    Despreciar los patrios lares;

      Pues entre cuantos la han visto
    Se vé con claras señales
    Voluntad en los que quedan
    Y violencia en los que parten.

      Demas de que en el estado
    Que Dios fué servido darme,
    Las riquezas solamente
    Sirven para despreciarse:

      Que para volar segura
    De la religion la nave,
    Ha de ser la carga poca
    Y muy crecido el velamen;

      Porque si algun contrapeso
    Pide para asegurarse,
    De humildad, no de riqueza,
    Ha menester hacer lastre.

      Pues ¿de qué cargar sirviera
    De riquezas temporales,
    Si en llegando la tormenta
    Era preciso alijarse?

      Con que por cualquiera de estas
    Razones, pues es bastante
    Cualquiera, estoy de pediros
    Inhibida por dos partes.

           ***


[Illustration]




XVIII

_A Fílis._

(FRAGMENTOS.)



           ***

      Pues alentar esperanzas,
    Alegar merecimientos,
    Solicitar posesiones,
    Sentir sospechas y celos,

      Es de bellezas vulgares
    Indigno bajo trofeo,
    Que en pretender ser vencidas
    Quieren fundar vencimientos;

      Mal se acreditan deidades
    Con la paga, pues es cierto
    Que á quien el servicio paga
    No se debió el rendimiento;

      Que distinta adoracion
    Se te debe á tí, pues siendo
    Indignos aun del castigo,
    Mal aspirarán al premio.

      Yo, pues, mi adorada Fílis,
    Que tu deidad reverencio,
    Que tu desden idolatro
    Y que tu rigor venero:

      Bien así cual mariposa
    Amante, que en tornos ciegos
    Es despojo de la llama,
    Por tocar su lucimiento:

      Como el niño que inocente
    Aplica incauto los dedos,
    A la cuchilla, engañado
    Del resplandor del acero,

      Y herida la tierna mano,
    Aun sin conocer su yerro,
    Mas que el dolor de la herida,
    Siente apartarse del reo.

           ***

      Pero ¿para qué es cansarse?
    Como á ti, Fílis, te quiero,
    Que en lo que mereces, este
    Es solo encarecimiento.

      Ser mujer ni estar ausente
    No es de amante impedimento,
    Pues sabes tú que las almas
    Distancia ignoran y sexo.

           ***

      ¡Oh! quién pudiera rendirte,
    No las riquezas de Creso,
    Que materiales tesoros
    Son indignos de tal dueño,

      Sino cuantas almas libres,
    Cuantos arrogantes pechos,
    En fe de no conocerte
    Viven de tu yugo exentos!

           ***

      Si crédito no me das,
    Dalo á tus merecimientos,
    Que es, si registras la causa,
    Preciso hallar el efecto.

      ¿Puedo yo dejar de amarte,
    Si tan divina te advierto?
    ¿Hay causa que no produzca?
    ¿Hay potencia sin objeto?

      Vuelve á ti misma los ojos,
    Y hallarás en ti y en ellos,
    No solo el amor posible,
    Mas preciso el rendimiento.

           ***


[Illustration]




XIX.

_autora á su Mecénas, enviándole unos versos._


      Ilustre Mecénas mio,
    Cuya nobleza é ingenio
    Es de ascendientes tan claros
    Una igualdad, otro exceso;

      Vos en quien de los Alfonsos
    Se triplica lo perfecto,
    Pues se hallan en vuestras partes
    El Casto, el Sabio y el Bueno;

      Vos á quien naturaleza
    En tan alto nacimiento
    Hizo agravio, mas que halago,
    En haceros caballero:

      Pues fué por impedir solo
    El que, naciendo plebeyo,
    Lo que os negaba la sangre
    Consiguiese vuestro esfuerzo;

      Vos que sobre tanta gala
    Teneis tanto entendimiento,
    Que anda siempre lo galan
    Vencido de lo discreto;

      En cuya mesura admira
    Quien oye vuestros conceptos
    Que le deje lo ingenioso
    Tanto lugar á lo cuerdo;

      Vos en cuya autoridad
    Se aviene tan bien lo atento,
    Que ni es vulgar lo apacible,
    Ni cansado lo severo,

      Recibid aquestos rasgos,
    Que en mi rústico talento
    Fueron de tristeza y ocio
    Incultos divertimientos.

      Esos que en ratos perdidos
    Formó el discurso travieso,
    Porque no tomase el juicio
    La residencia del tiempo;

      Y porque no pareciese
    Que era en culpable sosiego
    Cesar de lo operativo,
    Descansar de la molesto,

      Pasen por descuidos mios,
    Pues jamas pensé ponerlos
    Al exámen de los doctos
    Ni á la censura del pueblo;

      Ni el que pasasen jamas
    Cupiera en mi pensamiento
    De la bajeza de mios
    A la elevacion de vuestros.

      Mas, pues vos lo pedis, juzgo
    Que no es el dároslos yerro,
    Pues no es don muy corto el que
    Os tiene de costa el ruego.

      Si el ir á vuestra censura
    Pareciere atrevimiento,
    Lo que peco en lo que exhibo
    Subsano en lo que obedezco.

      Recibid, pues, de mi pluma
    Este tan debido obsequio,
    Que no doy lo que remito,
    Si remito lo que debo.




XX.

_Responde á un caballero peruano que la habia elogiado, y revela su
nombre._


      Allá va, aunque no debiera,
    Incógnito señor mio,
    La respuesta de portante
    A los versos de camino.

      No debiera, porque cuando
    Se oculta el nombre, es indicio
    Que no habeis querido ser
    Hombre de nombre conmigo;

      Por lo cual fallamos que
    Fuera muy justo castigo,
    Sin perdonaros por pobre,
    Dejaros por escondido.

      Pero el diablo del romance
    Tiene en su oculto artificio
    En cada copla una fuerza,
    Y en cada verso un hechizo;

      Tiene un agrado tirano,
    Que en lo blando del estilo
    El que suena como ruego
    Apremia como dominio;

      Tiene una virtud, de quien
    El vigor penetrativo
    Se introduce en las potencias
    Sin pasar por los sentidos;

      Tiene una altiva humildad
    Que con estruendo sumiso
    Se rinde para triunfar
    Con las galas de rendido;

      Tiene qué sé yo que yerbas,
    Qué conjuros, qué exorcismos,
    Que ni los supo Medea,
    Ni Tesalia los ha visto;

      Tiene unos ciertos sonsaques,
    Instrumentos atractivos,
    Garfios del entendimiento,
    Y del ingenio gatillos,

      Que el raigon mas encarnado
    Del dictámen mas bien fijo
    Que haya de callar, harán
    Salir la muela y el grito;

      Por esto como forzada,
    Sin saber lo que me digo,
    Os respondo como quien
    Escribe sin albedrio.

      Vi vuestro romance, y
    Una vez y otras mil visto,
    Por mi fe jurada, que
    Juzgo que no habla conmigo.

      Porque yo bien me conozco,
    Y no soy por quien se dijo
    Aquello de haber juntado
    Milagros y basiliscos.

      Verdad es que acá á mis solas,
    En unos ratos perdidos,
    A algunas vueltas de cartas
    Borradas las sobrescribo;

      Y para probar las plumas,
    Instrumentos de mi oficio,
    Hice versos, como quien
    Hace lo que hacer no quiso.

      Pero esto no pasó de
    Consultar acá conmigo,
    Si podré entrar por fregona
    De las madamas del Pindo,

      Y si beber merecia
    De los cristales nativos
    Castalios, que con ser agua
    Tienen efecto de vino,

      Pues luego al punto levantan
    Unos flatos tan nocivos,
    Que dando al seso vaivenes
    Hacen columpiar el juicio;

      De donde se ocasionaron
    Los traspieses que dió Ovidio,
    Los tropezones de Homero,
    Los vaguidos de Virgilio,

      Y de todos los demas
    Que, fúnebres ó festivos,
    Conforme los tomó el Númen,
    Se han mostrado en sus escritos,

      Entre cuyos jarros yo
    Busqué, por modo de vicio,
    Si les sobraba algun trago
    Del sabroso bebedizo;

      Y, si no me engaño, hallé
    En el asiento de un vidrio,
    De una mal hecha infusion
    Los polvos mal desleidos.

      No sé sobras de quien fueron;
    Pero, segun imagino,
    Fueron de un bribon aguado,
    Pues hace efectos tan frios.

      Versifico desde entónces,
    Y desde entónces poetizo,
    Ya en Demòcritas risadas,
    Ya en Eráclitos gemidos.

      Consulté á las nueve hermanas,
    Que con sus flautas y pitos
    Andan de una en otra edad
    Alborotando los siglos;

      Híceles mi invocacion,
    Tal cual fué Apolo servido,
    Con necesitadas plagas
    Y con clamores mendigos.

      Y ellas con piedad, de verme
    Tan hambrienta de ejercicios,
    Tan sedienta de conceptos,
    Y tan desnuda de estilos,

      Ejercitaron las obras
    (Que nos manda el catecismo)
    De misericordia, viendo
    Que tanto las necesito.

      Dióme la madama Euterpe
    Un retazo de Virgilio,
    Que cercenó desvelado,
    Porque lo escribió dormido;

      Talía me dió unas nesgas
    Que sobraron de un corpiño
    De una tabernaria Escena
    Cuando la ajustó el vestido;

      Melpómene una bayeta
    De una elegía que hizo
    Séneca, y que á Héctor sirvió
    De funesto frontispicio;

      Urania, musa estrellera,
    Un astrolabio en que vido
    Las maulas de los planetas
    Y las tretas de los signos;

      Y así todas las demas,
    Que con pecho compasivo
    Vestir al soldado pobre
    Quisieron jugar conmigo.

      Ya os he dicho lo que soy,
    Ya he contado lo que he sido;
    No hay mas que lo dicho, si
    En algo vale mi dicho.

      Con que se sigue que no
    Puedo ser objeto digno
    De los tan mal empleados
    Versos, cuanto bien escritos.

      Y esto no es humildad, porque
    No es mi genio tan bendito
    Que no tenga mas filaucia
    Que cuatrocientos Narcisos.

      Mas no es tan desbaratado,
    Aunque es tan desvanecido,
    Que presuma que merece
    Lo que nadie ha merecido.

      De vuestra alabanza objeto
    No encuentro, en cuantos he visto,
    Quien pueda serlo, si ya
    No se celebrare él mismo.

      Si Dios os hiciera humilde
    Como tan discreto os hizo,
    Y os ostentáseis de claro
    Como campais de entendido,

      Yo en mi lógica vulgar
    Os pusiera un silogismo,
    Que os hiciera confesar
    Que este fué solo el motivo;

      Y que cuando en mí empleais
    Vuestro ingenio peregrino,
    Es manifestar el vuestro
    Mas que celebrar el mio.

      Conque quedándose en vos
    Lo que es solo de vos digno,
    Es una accion inmanente,
    Como verbo intransitivo;

      Así yo no os agradezco,
    Pues solo quedo al oiros
    Deudora de lo enseñado,
    Pero no de lo aplaudido.

      Y así sabed que no estorba
    El curioso laberinto
    En que, Dédalo escribano,
    Vuestro nombre ocultar quiso;

      Aunque se quedó encerrado,
    Tiene tan claros indicios,
    Que si no es el _Mino-Tauro_,
    Se conoce el _Paulo-minus_.

      Pues si la combinatoria,
    En que á veces _kirkerizo_,
    En el cálculo no engaña,
    Y se yerra en el guarismo.

      Uno de los anagramas
    Que salen con mas sentido
    De su volumosa suma
    Que ocupara muchos libros,

      Dice... Lo diré? Mas temo
    Que os enojaréis conmigo,
    Si del título os descubro
    La fe, como del bautismo.

      Mas ¿cómo podré callarlo,
    Si he comenzado á decirlo,
    Y un secreto ya revuelto
    Puede dar un tabardillo?

      Así, para no tenerle,
    Diré lo que dice, y digo
    Que es el _Conde de la Granja_.
    _Laus Deo._ Lo dicho, dicho.

[Illustration]




XXI.

_En reconocimiento á los autores europeos que elogiaron los versos de la
poetisa._

(Fragmentos.)



           ***

      ¿De dónde á mí tanto elogio?
    ¿De dónde á mí encomio tanto?
    ¿Tanto pudo la distancia
    Añadir á mi retrato?

      ¿De qué estatura me haceis?
    ¿Qué coloso habéis labrado,
    Que desconoce la altura
    Del original lo bajo?

      No soy yo la que pensais,
    Sino es que allá me habeis dado
    Otro ser en vuestras plumas,
    Y otro aliento en vuestros labios;

      Y diversa de mí misma
    Entre vuestras plumas ando,
    No como soy, sino como
    Quisísteis imaginarlo.

      A regiros por informes,
    No me hiciera asombro tanto,
    Que ya sé cuanto el afecto
    Sabe agrandar los tamaños;

      Pero si de mis borrones
    Vísteis los humildes rasgos,
    Que del tiempo mas perdido
    Fueron ocios descuidados,

      ¿Qué os pudo mover á aquellos
    Mal merecidos aplausos?
    ¿Así puede á la verdad
    Arrastrar lo cortesano?

      A una ignorante mujer,
    Cuyo estudio no ha pasado
    De ratos á la precisa
    Ocupación mal hurtados,

           ***

      ¿Se dirigen los elogios
    De los ingenios mas claros
    Que en púlpitos y en escuelas
    El mundo venera sabios?

      ¿Cuál fué la ascendiente estrella
    Que, dominando los astros,
    A mí os ha inclinado, haciendo
    Lo violento voluntario?

      ¿Qué mágicas infusiones
    De los indios herbolarios
    De mi patria, entre mis letras
    El hechizo derramaron?

      ¿Qué proporcion de distancia
    El sonido modulando
    De mis versos, hacer pudo
    Cónsono lo destemplado?

      ¿Qué siniestras perspectivas
    Dieron aparente ornato
    Al cuerpo compuesto solo
    De unos mal distintos trazos?

      ¡Oh cuántas veces, oh cuántas,
    Entre las ondas de tantos
    No merecidos loores,
    Elogios mal empleados!

      ¡Oh cuántas encandilada
    En tanto golfo de rayos,
    O hubiera muerto Faetonte,
    O Narciso, peligrado,

      A no tener en mí misma
    Remedio tan á la mano,
    Como el conocerme, siendo
    Lo que los pies para el pavo!

      Vergüenza me ocasionais
    Con haberme celebrado,
    Porque sacan vuestras luces
    Mis faltas á lo mas claro.

      Vosotros me concebísteis
    A vuestro modo, y no estraño
    Lo grande, que esos conceptos
    Por fuerza han de ser milagros.

      La imágen de vuestra idea
    Es la que habeis alabado,
    Y siendo vuestra es bien digna
    De vuestros mismos aplausos.

      ¡Celebrad ese de vuestra
    Propia aprension simulacro,
    Para que en vosotros mismos
    Se vuelva á quedar el lauro!

           ***

[Illustration]




XXII.

(FRAGMENTOS.)



           ***

      Si es lícito y aun debido
    Este cariño que tengo,
    ¿Por qué me han de dar castigo
    Porque pago lo que debo?
      ¡Oh cuánta fineza! oh cuántos
    Cariños he visto tiernos!
    Que amor que se tiene en Dios
    Es calidad sin opuestos.
      De lo lícito no puede
    Hacer contrarios conceptos,
    Porque es amor que al olvido
    No puede vivir espuesto.
      Yo me acuerdo (oh nunca fuera!)
    Que he querido en otro tiempo,
    Lo que paso de locura
    Y lo que excedió de estremo.
      Mas como era amor bastardo
    Y de contrarios compuesto,
    Fué fácil desvanecerse
    De achaque de su ser mesmo;
      Mas ahora ¡ay de mí! está
    Tan en su natural centro,
    Que la virtud; razón
    Son quien aviva su incendio.

           ***

      ¡Oh humana flaqueza nuestra
    A donde el mas puro afecto
    Aun no sabe desnudarse
    Del natural sentimiento!

      Tan precisa es la apetencia
    Que á ser amados tenemos,
    Que aun sabiendo que es inútil
    Nunca dejarla sabemos.

      Que corresponda á mi amor
    Nada añade; mas no puedo,
    Por mas que lo solicito,
    Dejar yo de apetecerlo.

      Si es delito, ya lo digo;
    Si es culpa, ya la confieso;
    Mas no puedo arrepentirme
    Por mas que hacerlo pretendo.

      Bien ha visto quien penetra
    Lo interior de mis secretos,
    Que yo misma estoy forjando
    Los dolores que padezco;

      Bien sabe que soy yo misma
    Verdugo de mis deseos,
    Pues muertos entre mis ansias
    Tienen sepulcro en mi pecho.

      Muero ¡quién creyera! á manos
    Del objeto que mas quiero,
    Y el motivo de matarme
    Es el amor que le tengo.

      Así alimentando triste
    La vida con el veneno,
    La misma muerte que vivo
    Es la vida con que muero,

      Pero valor, corazon,
    Porque á tan dulce tormento,
    En medio de cualquier suerte
    No dejar de amar protesto!




XXIII

_Fragmento del auto historial “El cetro de Josef”. La mujer de Putifar á
Josef._


      Espera, galan hebreo,
    Y si á obligarte no bastan
    Las prendas de mi belleza,
    Los adornos de mi gracia;
      Si en los rizos de mi pelo
    Los tesoros de la Arabia
    No te aprisionan, porque
    Son en fin cadenas blandas;
      Si de mis ojos los rayos,
    Si de mi frente la plata,
    Si en mi boca los rubíes,
    Si en mis mejillas el nácar
      No te mueven ni te incitan,
    Ni á que me enamores bastan,
    Porque son prendas caducas
    Que pagan al tiempo parias,
      Muévate una alma rendida,
    Que los tesoros del alma
    No pagan pension al tiempo
    Ni tributo á las mudanzas.
      No huyas, Josef, espera,
    Vuelve siquiera la cara;
    Mírame, que con la vista
    Tu fidelidad no manchas.
      Vuelve los ojos. _Josef._--No quiero,
    Que quien la vista no guarda,
    No guardará el corazon,
    Pues abre su puerta franca.

        Lo que no le es al deseo
      Lícito, no es bien que haga
      Lícito á mis ojos yo;
      Que aunque el precepto no caiga
        Sobre el ver, como la vista
      Ministra especies al alma
      Que despierten el deseo
      Y que susciten su llama,
        Si yo una vez las recibo,
      Será imposible borrarlas
      Y difícil resistirlas;
      Y es muy necia confianza
        Que yo mismo á mi enemiga
      Admita dentro de casa.
    _Muj._ Pues ingrato, vive el cielo,
      Que supuesto que no bastan
        La terneza, ni el cariño
      A tu condicion ingrata,
      La ha de vencer la violencia,
      Y así de esta suerte..._Josef._--Aparta!
        Suéltame! _Mujer._--Cómo soltarte?
      Primero..._Josef._--El cielo me valga!
    _Profecía._ Ya te vale, porque el cielo
      Nunca á quien le invoca falta.
      Huye, Josef; porque Dios
      Solo á quien se guarda, guarda.
    _Muj._ Huyó el ingrato! y dejóme
      Solo en las manos la capa.
      Qué nuevo furor me incita?
      Ya todo el amor es rabia!

           ***




XXIV.

_Lucha entre la virtud y la costumbre._


      Miéntras la gracia me excita
    Por elevarme á la esfera,
    Mas me abate á lo profundo
    El peso de mis miserias.

      La virtud y la costumbre
    En el corazon pelean,
    Y el corazon agoniza
    En tanto que lidian ellas.

      Y aunque es la virtud tan fuerte,
    Temo que talvez la venza,
    Que es muy grande la costumbre,
    Y está la virtud muy tierna.

      Oscurécese el discurso
    En tan confusas tinieblas;
    Pues ¿quién podrá darme luz,
    Si está la razon á ciegas?

      De mí mesma soy verdugo
    Y soy cárcel de mí mesma:
    ¿Quién vió que pena y penante
    Una propia cosa sean?

      Causo disgusto á lo mismo
    Que mas agradar quisiera,
    Y del disgusto que doy
    En mí resulta la pena.

      Amo á Dios y siento en Dios,
    Y hace mi voluntad mesma
    De lo que es alivio, cruz,
    Del mismo puerto, tormenta.

      Padezca, pues Dios lo manda;
    Mas de tal manera sea,
    Que si son las penas culpas,
    No sean culpas las penas.

[Illustration]




XXV.

_Elogio de María en el misterio de la Encarnacion._


      Que hoy bajó Dios á la tierra,
    Es cierto: pero mas cierto
    Es que bajando á María
    Bajó Dios á mejor cielo.

      Por obediencia del Padre
    Se vistió de carne el Verbo;
    Mas tal que le pudo hacer
    Comodidad el precepto.

      Conveniencia fué de todos
    Este divino misterio,
    Pues el hombre de fortuna
    Mejoró, y Dios de asiento.

      Su sangre le dió María
    A logro, porque á su tiempo
    La que recibe encarnando
    Restituya redimiendo.

      Un arcángel á pedir
    Bajó su consentimiento,
    Guardándole en ser rogada
    De reina los privilegios.

      ¡Oh grandeza de María!
    Que cuando usa el Padre Eterno
    De dominio con su Hijo,
    Use con ella de ruego!




XXVI.

_Ave Regina cælorum._


      ¡Salve, Reina de los cielos,
    Y de los ángeles reina!
    ¡Salve de Jesé raiz
    Y de la luz clara puerta!

      Gózate, Vírgen gloriosa,
    Sobre todas las mas bella;
    Vive la mas exaltada,
    Y por nos á Cristo ruega.

      Para cantarte alabanzas
    Da dignidad á mi lengua,
    Y contra tus enemigos
    Dame tu virtud y fuerza.

      Y tú, Señor poderoso,
    Concedédle por defensa
    El presidio de tu Madre
    A la fragilidad nuestra,

      Para que con el auxilio
    De su maternal clemencia
    De nuestras iniquidades
    Levantemos la cabeza.




XXVII.

_A Cristo sacramentado, en el dia de la comunion._


      Amante dulce del alma,
    Bien soberano á que aspiro,
    Tú que sabes las ofensas
    Castigar á beneficios;

      Divino iman en que adoro,
    Hoy que propicio te miro,
    Que me influyes la osadía
    De poder llamarte mio;

      Hoy que en union amorosa
    Imaginó tu cariño
    Que si no estabas en mí,
    Era poco estar conmigo;

      Hoy que para examinar
    El amor con que te sirvo,
    Al corazon en persona
    Has penetrado tú mismo:

      Pregunto ¿es amor ó celos
    Tan cuidadoso escrutinio?
    Que quien lo registra todo,
    Da de sospechar indicios.

      Mas ¡ay bárbara ignorante!
    Y ¡qué de errores he dicho,
    Como si el estorbo humano
    Obstara al Lince divino!

      Para ver los corazones
    No has menester asistirlos,
    Que para tí son patentes
    Las entrañas del abismo.

      Con una intuicion presente
    Tienes en vuestro registro
    El infinito pasado
    Hasta el presente finito;

      Luego no necesitabas
    Para ver el pecho mio,
    Si lo estás mirando sabio,
    Entrar á mirarlo fino.




XXVIII

_A San Pedro._


      Del descuido de una culpa
    Un gallo, Pedro, os avisa;
    Que un irracional reprende
    A quien la razon olvida.

      ¡Qué poco la Providencia
    De instrumentos necesita,
    Pues á un apóstol convierte
    Con lo que un ave predica!

      Exámen fué vuestra culpa
    Para vuestra prelacía,
    Que peligra de muy recto
    Quien de frágil no peligra.

      Tímido mueve el impulso
    De la mano compasiva
    Quien en su castigo propio
    Tiene del dolor noticia.

      En las agenas flaquezas
    Siempre la vuestra se os pinta,
    Y el estruendo del que cae
    Os recuerda la caida.

      Así templan vuestros ojos
    Con la piedad la justicia,
    Cuando lloran como reos
    Lo que como jueces miran.




XXIX

_A Santa Catarina mártir._

(FRAGMENTOS.)


      Un áspid al blanco pecho
    Aplicó amante Cleopatra:
    ¡Oh que escusado era el áspid
    A donde el amor estaba!

           ***

      El pecho ofrece al veneno
    La valerosa gitana.
    Que no siente herir el cuerpo
    La que tiene herida el alma.
      Amor y valor imita,
    Pero mejora la causa
    Catarina, porque sea
    La imitación con ventaja:
      Porque no triunfase Augusto
    De la beldad soberana
    Se mata Cleopatra, y precia
    Mas que la vida la fama.
      Así Catarina heróica
    Tiende la ebúrnea garganta
    Al filo, porque el infierno
    No triunfe de su constancia.
      Infamia en Cleopatra ó muerte
    La dulce vida amenazan;
    Pero ella elige por ménos
    Mal la muerte que la infamia.
      Así mejor Catarina
    A las cortantes navajas
    Ofrece los miembros bellos,
    Y al triunfo aspira gallarda.


_En la profesion de una religiosa._

      ¿Qué puede escribir la pluma
    De asunto tan soberano,
    Si por mas que se remonte
    Siempre se le va por alto?
      Vosotros siempre felices,
    Celestiales cortesanos,
    Que de tan glorioso triunfo
    Gozais el eterno lauro,
      La piedad de vuestro Rey
    Celebrad con dulce canto,
    Que de unirse á una criatura
    Amoroso se ha dignado.
      Y vos, poderoso Rey,
    Que en vuestro tálamo sacro,
    La que esclava rescatásteis
    Esposa habeis coronado;
      Pues tanto os preciais de amante
    Y ostentais de tan bizarro,
    Que haceis gala lo rendido
    Y primor lo enamorado,
      Conservadla en tal grandeza,
    Sin que los viles humanos
    Bajos vapores se atrevan
    A empañar candores tantos.




[Illustration]




DECIMAS.




I.

_A una rosa._

(ALEGORIA.)


      Cuida tu candor, que apura
    Al alba el primer albor;
    Pues tanto el riesgo es mayor,
    Cuanto es mayor la hermosura.
    No vivas de ella segura,
    Que si consientes errada
    Que te corte mano osada
    Por gozar beldad y olor,
    En perdiéndose el color
    Tambien serás desdichada.

      ¿Ves á aquel que mas indicia
    De seguro en su fineza?
    Pues no estima la belleza
    Mas de en cuanto la codicia.
    Huye su astuta caricia,
    Que si necia y confiada
    Te aseguras en lo amada,
    Te hallarás despues corrida;
    Que en llegando á poseida
    Tambien serás desdichada.

      A ninguno tu beldad
    Entregues, que es sinrazon
    Que sirva tu perfeccion
    De triunfo á su vanidad;
    Goza la celebridad
    Comun, sin verte empleada
    En quien, despues de lograda,
    No te acierte á venerar;
    Que en siendo particular,
    Tambien serás desdichada.




II.

_Presto celos llorarás._


      En vano tu canto suena;
    No adviertes en tu desdicha
    Que será el fin de tu dicha
    El principio de tu pena.
    El loco orgullo refrena
    De que tan ufano estás,
    Sin advertir, cuando das
    Cuenta al aire de tus bienes,
    Que si ahora dichas tienes,
    _Presto celos llorarás_.

      En lo dulce de tu canto
    El justo temor te avisa,
    Que en un amante no hay risa
    Que no se alterne con llanto;
    No te desvanezca tanto
    El favor, pues te hallarás
    Burlado, y conocerás
    Cuanto es necio un confiado,
    Que si hoy blasonas de amado,
    _Presto celos llorarás_.

      Advierte que el mismo estado
    Que al amante fervoroso
    Le constituye dichoso,
    Le amenaza desdichado;
    Pues le da tan alto grado
    Por derribarle, no mas;
    Y así tú que ahora estás
    En tal altura, no ignores
    Que si hoy ostentas favores,
    _Presto celos llorarás_.

      La gloria mas elevada
    Que amor á tu dicha ordena,
    Contémplala como agena,
    Y tenla como prestada;
    No tu ambicion engañada
    Piense que eterno serás
    En las dichas, pues verás
    Que hay áspid entre las flores,
    Y que si hoy cantas favores,
    _Presto celos llorarás_.




III.

_El alma rendida por el amor._

(ALEGORIA.)


      Cogióme sin prevencion
    Amor astuto y tirano;
    Con capa de cortesano
    Se me entró en el corazon:
    Descuidada la razon
    Y sin armas los sentidos,
    Dieron puerta inadvertidos,
    Y él por lograr sus antojos,
    Miéntras suspendió los ojos,
    Me saltëó los oidos.

      Disfrazado entró y mañoso;
    Mas ya que dentro se vió,
    Del Paladion se salió
    Sin el disfraz engañoso;
    Pues con ánimo furioso
    Tomando las armas luego
    Se descubrió astuto griego,
    Que iras brotando y furores,
    Matando á los defensores,
    Puso á toda el alma fuego.

      Y buscando en sus violencias
    En ella á Príamo fuerte,
    Dió al entendimiento muerte,
    Que era rey de las potencias;
    Y sin hacer diferencias
    De real ó plebeya grey,
    Haciendo general ley
    Murieron á sus puñales
    Los discursos racionales,
    Porque eran hijos del rey.

      A Casandra su fiereza
    Buscó, y con modos tiranos
    Ató á la razon las manos,
    Que era del alma princesa:
    En prisiones su belleza,
    De soldados atrevidos
    Lamenta los no creidos
    Desastres, que adivinó;
    Pues por mas voces que dió
    No la oyeron los sentidos.

      Todo el palacio abrasado
    Se ve y todo destruido;
    Deífobo allí mal herido
    Aquí Páris maltratado;
    Prende tambien su cuidado
    La modestia en Policena;
    Y en medio de tanta pena,
    Tanta muerte y confusion,
    A la ilícita aficion
    Solo reserva en Elena.

      Y la ciudad, que vecina
    Fué al cielo, con tanto arder
    Solo guarda de su ser
    Los vestigios en la ruina.
    Todo el amor lo extermina,
    Y con ardiente furor
    Solo se oye entre el rumor
    Con que su crueldad apoya:
    “Aquí yace un alma Troya
    Vencida por el amor.”




IV.

_Con motivo de un presente._


      Esta grandeza que usa
    Conmigo vuestra grandeza,
    Le está bien á mi pobreza,
    Pero muy mal á mi musa.
    Perdonádme si, confusa
    O sospechosa, me inquieta
    El juzgar que ha sido treta
    La que vuestro juicio trata,
    Pues quién me da tanta plata
    No me quiere ver poeta.




V.

_El error de una disculpa._


      Tenazmente porfiado
    Intentas, Silvio, y molesto,
    Porque erraste lo compuesto,
    Componer lo que has errado.
    Yerro cometes doblado,
    Pues cuando mil tretas usas
    Con que confesar rehusas
    Y en que no hay culpa te cierras,
    Por escusar lo que yerras,
    Yerras todo lo que escusas.




VI.

_A una dama que temia el aojo._


      Amarílis celestial,
    No el aojo te amedrente,
    Que tus ojos solamente
    Tienen poder de hacer mal:
    Pues si es alguna señal
    La con que dañan airados
    O matan envenenados
    Cuando indignados están,
    Los tuyos solo serán,
    Que son los mas señalados.




VII.

_Retrato de una belleza._


      Tersa frente, oro el cabello,
    Cejas arcos, zafir ojos,
    Bruñida tez, labios rojos,
    Nariz recta, ebúrneo cuello,
    Talle airoso, cuerpo bello,
    Cándidas manos en que
    El cetro de amor se ve,
    Tiene Fili; en oro engasta
    Pié tan breve, que no gasta
    Ni un pié.




VIII.

_La razon contra el amor._


      Dime, vencedor rapaz,
    Vencido de mi constancia,
    ¿Qué ha sacado tu arrogancia
    De alterar mi firme paz?
    Que aunque de vencer capaz
    Es la punta de tu arpon
    El mas duro corazon,
    ¿Qué importa el tiro violento,
    Si á pesar del vencimiento
    Queda viva la razon?

      Tienes grande señorío,
    Pero tu jurisdiccion
    Domina la inclinacion,
    Mas no pasa al albedrío;
    Así librarme confio
    De tu loco atrevimiento,
    Pues aunque rendida siento
    Y presa la libertad,
    Se rinde la voluntad,
    Pero no el consentimiento.

      En dos partes dividida
    Tengo el alma en confusion,
    Una esclava á la pasion,
    Y otra á la razon medida.
    Guerra civil encendida
    Aflige el pecho importuna;
    Quiere vencer cada üna,
    Y entre fortunas tan varias
    Morirán ambas contrarias,
    Mas no vencerá ninguna.

      Cuando fuera, Amor, te via
    No merecí de ti palma,
    Y hoy que estás dentro del alma
    Es resistir valentía;
    Córrase, pues, tu porfía
    De los triunfos que te gano,
    Pues cuando ocupas tirano
    El alma sin resistillo,
    Tienes vencido el castillo,
    E invencible al castellano.

      Invicta razon alienta
    Armas contra tu vil saña,
    Y el pecho es corta campaña
    A batalla tan sangrienta.
    Y así, Amor, en vano intenta
    Tu loco esfuerzo ofenderme,
    Pues podré decir al verme
    Espirar sin entregarme,
    Que conseguiste matarme,
    Mas no pudiste vencerme.




IX.

_Enviando su imágen á una persona._


      A tus manos me traslada
    La que mi original es,
    Que aunque copiada la ves,
    No la verás retractada:
    En mí toda trasformada
    Te da de su amor la palma;
    Y no te admire la calma
    Y el silencio que hay en mí,
    Pues mi original por tí
    Pienso que está mas sin alma.

      De mi venida envidiosa
    Queda, en mi fortuna viendo
    Que ella es infeliz sintiendo
    Y yo sin sentir dichosa.
    En señal mas venturosa
    Estrella mas oportuna
    Me asiste, sin duda alguna,
    Pues que de un pincel nacida
    Tuve sér con ménos vida,
    Pero con mejor fortuna.

      Mas si por caso trocada
    Mi suerte, tú me ofendieres,
    Por no ver que no me quieres
    Quiero estar inanimada:
    Que eso de ser desamada
    Será lance tan violento,
    Que la fuerza del tormento
    Llegue aun pintada á sentir;
    Que el dolor sabe infundir
    Almas para el sentimiento.

      Y si te es faltarme aquí
    El alma cosa importuna,
    Me puedes infundir una
    De tantas como hay en tí:
    Que como el alma te dí
    Y tuyo mi ser se nombra,
    Aunque mirarme te asombra
    En tan insensible calma,
    De este cuerpo eres el alma,
    Y eres cuerpo de esta sombra.




X.

_Escusándose de dar licencia á uno que se la pedia para ausentarse._


      Licencia para apartaros
    Pedis, y podeis creer
    Que solo eso pudo ser
    En mí difícil el daros:
    Y así estimad que rogaros
    Que lo dilateis no quiera;
    Aunque si se considera,
    Poco teneis que estimar,
    Pues á poderla negar
    Presumo que no os la diera.

      Es que aunque en darla ejecuto
    De posesion algun viso,
    Donde es conceder preciso
    Falta dominio absoluto.
    Apariencias de tributo
    Son las que llegais á dar,
    Y así me puedo quejar
    De vuestra fe cautelosa,
    Pues me dais dominio en cosa
    En que no puedo mandar.

      Pero con no darla yo
    Quedaré mejor aquí;
    Porque hay casos en que el sí
    Es mas esquivo que el no:
    Ya vuestra atencion cumplió
    Con pedirla; y yo, industriosa,
    Quedo, con no darla, airosa;
    Pues para que hagais ausencia,
    Es negaros la licencia
    Esquivez muy cariñosa.

      Con paliada tiranía
    Usurpárosme intentais,
    Y como cortés buscais
    Cómplice en la venia mia
    No lo hagais vana porfía;
    Pues en aquesta ocasion
    Negaros la peticion
    De partida tan penosa,
    Sobre avaricia forzosa,
    Es cortés desatencion.

      Sin dar parte yo quisiera
    Que dispusiérais el ir,
    Que en vos no es culpa el partir,
    Y en mí el permitir lo fuera;
    Y querer que interviniera
    Yo en cosa á vos necesaria,
    Es querer que haga, contraria
    A lo que el discurso avisa,
    La que es pena en vos precisa,
    En mí culpa voluntaria.

      Partid, en fin, confiado
    En mi voluntad constante
    De que aunque esteis muy distante,
    Nunca estareis apartado;
    Que pues con igual agrado
    Correspondo al que en vos veo,
    Aunque os aparteis, yo creo
    Que de veros con el ansia
    Abreviará la distancia
    La brújula del deseo.




XI.

_Pidiendo á la Vireina la libertad para un inglés._


      Hoy que á vuestras plantas llego,
    Con el debido decoro,
    Como á deidad os adoro,
    Y como á deidad os ruego:
    No direis que el culto os niego
    Pretendiendo el beneficio
    De vuestro amparo propicio;
    Pues á la deidad mayor
    Le es invocar su favor
    El mas grato sacrificio.

      Samuel á vuestra piedad
    Recurre por varios modos,
    Pues donde la pierden todos
    Quiere hallar la libertad:
    Su esclavitud rescatad,
    Señora, que los motivos
    Son justos y compasivos
    De tan adversa fortuna,
    Y haced libres vez alguna
    De tantas que haceis cautivos.

      Dos cosas pretende aquí
    Contraria mi voluntad:
    Para el inglés libertad
    Y esclavitud para mí;
    Pues aunque indigna nací
    De que este nombre me deis,
    En vano resistireis
    De mi esclavitud la muestra,
    Que yo tengo de ser vuestra,
    Aunque vos no me acepteis.

      Contraria es la peticion
    De uno y otro, si se apura,
    Que él la libertad procura,
    Y yo busco la prision;
    Pero vuestra discrecion,
    A quien nunca duda impide,
    Podrá, si los fines mide,
    Hacernos dichosos hoy,
    Con admitir lo que os doy
    Y conceder lo que él pide.




[Illustration]




REDONDILLAS.




I.

_A los hombres._


      Hombres necios, que acusais
    A la mujer, sin razon,
    Sin ver que sois la ocasion
    De lo mismo que culpais;

      Si con ansia sin igual
    Solicitais su desden,
    ¿Porqué quereis que obren bien
    Si las incitais al mal?

      Combatis su resistencia,
    Y luego con gravedad
    Decis que fué liviandad
    Lo que hizo la diligencia.

      Parecer quiere el denuedo
    De vuestro parecer loco
    Al niño que pone el coco,
    Y luego le tiene miedo.

      Quereis con presuncion necia
    Hallar á la que buscais
    Para pretendida, Thais,
    Y en la posesion, Lucrecia.

      ¿Qué humor puede haber mas raro
    Que el que falto de consejo,
    El mismo empañe el espejo
    Y sienta que no esté claro?

      Con el favor y el desden
    Teneis condicion igual,
    Quejandoos si os tratan mal,
    Burlandoos si os quieren bien.

      Opinion ninguna gana,
    Pues la que mas se recata,
    Si no os admite, es ingrata,
    Y si os admite, es liviana.

      Siempre tan necios andais,
    Que con desigual nivel
    A una culpais por cruel,
    Y á otra por fácil culpais.

      Pues ¿cómo ha de estar templada
    La que vuestro amor pretende,
    Si la que es ingrata ofende,
    Y la que es fácil enfada?

      Mas entre el enfado y pena
    Que vuestro gusto refiere,
    Bien haya la que no os quiere,
    Y quejaos en hora buena.

      Dan vuestras amantes penas
    A sus libertades alas,
    Y despues de hacerlas malas
    Las quereis hallar muy buenas.

      ¿Cuál mayor culpa ha tenido
    En una pasion errada,
    La que cae de rogada,
    O el que ruega de caido?

      O ¿cuál es mas de culpar,
    Aunque cualquiera mal haga,
    La que peca por la paga,
    O el que paga por pecar?

      Pues ¿para qué os espantais
    De la culpa que teneis?
    Queredlas cual las haceis,
    O hacedlas cual las buscais.

      Dejad de solicitar,
    Y despues con mas razon
    Acusareis la aficion
    De la que os fuere á rogar.

      Bien con muchas armas fundo
    Que lidia vuestra arrogancia,
    Pues en promesa é instancia
    Juntais diablo, carne y mundo.




II.

_Gratitud._


      Señora, si la belleza
    Que en vos llego á contemplar
    Es bastante á conquistar
    La mas inculta dureza,

      ¿Por qué haceis que el sacrificio
    Que debo á vuestra luz pura,
    Debiéndose á la hermosura,
    Se atribuya al beneficio?

      Cuando es bien que glorias cante
    De ser vos quien me ha rendido,
    ¿Quereis que lo agradecido
    Se equivoque con lo amante?

      Vuestro favor me condena
    A otra especie de desdicha,
    Pues me quitais con la dicha
    El mérito de la pena;

      Si no es que dais á entender
    Que favor tan singular,
    Aunque se puede lograr,
    No se puede merecer.

      Con razon, pues, la hermosura,
    Aun llegada á poseerse,
    Si llegara á merecerse
    Dejara de ser ventura;

      Que estar un digno cuidado
    Con razon correspondido,
    Es premio de lo servido
    Y no dicha de lo amado;

      Pues dicha se ha de llamar
    Solo la que, á mi entender,
    Ni se puede merecer,
    Ni se pretende alcanzar.

      Y aqueste favor excede
    Tanto á todos, al lograrse,
    Que no solo no pagarse,
    Mas ni agradecer se puede;

      Pues desde el dichoso dia
    Que vuestra belleza ví,
    Tan del todo me rendí
    Que no me quedó accion mia.

      Con lo cual, señora, muestro,
    Y á decir mi amor se atreve,
    Que nadie pagaros debe
    Que vos honreis lo que es vuestro.

      Bien sé que es atrevimiento,
    Pero el amor es testigo,
    Que no sé lo que me digo
    Por saber lo que me siento.

      Y en fin, perdonad por Dios,
    Señora, que os hable así,
    Que si yo estuviera en mí
    No estuvierais en mí vos.

      Solo quiero suplicaros
    Que de mí recibais hoy,
    No solo el alma que os doy,
    Mas las que quisiera daros.




III.

_Un justo medio._


        Dos dudas en qué escoger
      Tengo, y no sé cual prefiera,
      Pues vos sentis que no quiera,
      Y yo sintiera querer.

        Con que si á cualquiera lado
      Quiero inclinarme, es forzoso,
      Quedando el uno gustoso,
      Quede el otro disgustado.

        Si daros gusto me ordena
      La obligacion, es injusto
      Que, por daros á vos gusto,
      Haya yo de tener pena.

        Y no juzgo que habrá quien
      Apruebe sentencia tal,
      Como que me trate mal
      Por trataros á vos bien.

        Mas por otra parte siento
      Que es tambien mucho rigor
      Que lo que os debo en amor
      Pague en aborrecimiento.

        Y aun irracional parece
      Este rigor, pues se infiere,
      Si aborrezco á quien me quiere,
      ¿Qué haré con quien me aborrece?

        No sé cómo despacharos,
      Pues hallo al determinarme
      Que amaros es disgustarme,
      Y no amaros, disgustaros.

      Pero dar un medio justo
    En estas dudas pretendo:
    Pues no queriendo, os ofendo,
    Y queriendoos, me disgusto,

      Esta sea la sentencia
    Porque no os podais quejar:
    Que entre aborrecer y amar
    Se parta la diferencia;

      De modo que entre el rigor
    Y el llegar á querer bien,
    Ni vos encontreis desden,
    Ni yo pueda hallar amor.

      Esto el discurso aconseja,
    Pues con esta conveniencia,
    Ni yo quedo con violencia,
    Ni vos os partis con queja.

      Y que estaremos infiero
    Gustosos con lo que ofrezco,
    Vos de ver que no aborrezco,
    Yo de saber que no quiero.

      Solo este medio es bastante
    A ajustamos, si os contenta,
    Que vos me logreis atenta
    Sin que yo pase á lo amante.

      Y así quedo, á mi entender,
    Esta vez bien con los dos,
    Con agradecer con vos,
    Conmigo con no querer.

      Que aunque á nadie llega á darse
    En esto gusto cumplido,
    Ver que es igual el partido
    Servirá de resignarse.




IV.

_Respuesta á un caballero que dijo se ponía hermosa la mujer con solo
amar._


      Silvio, tu opinion va errada,
    Que en lo comun, si se apura,
    No admiten por hermosura
    Hermosura enamorada.

      Pues si hacen de la estrañeza
    El atractivo mas grato,
    Es el agrio de lo ingrato
    La sazon de la belleza;

      Porque gozando exenciones
    De perfeccion mas que humana,
    La acredita soberana
    Lo libre de las pasiones.

      Que no se conserva bien
    Ni tiene seguridad
    La rosa de la beldad
    Sin la espina del desden.

      Mas, si el amor hace hermosas,
    Pudiera escusar ufana,
    Con merecer la manzana,
    La contienda de las diosas.

      Belleza llego á tener
    De mano tan generosa,
    Pues dices que seré hermosa
    Solamente con querer;

      Y así en la lid contenciosa
    Fuera siempre la triunfante;
    Que, pues nadie tan amante,
    Luego nadie tan hermosa.

      Mas si de amor el primor
    La belleza me asegura,
    Te deberé la hermosura,
    Pues me causas el amor.

      Del amor tuyo confío
    La beldad que me atribuyo,
    Porque siendo obsequio tuyo
    Resulta en obsequio mio;

      Pero todo satisfago
    Con ofrecerte de nuevo
    La hermosura que te debo
    Y el amor con que te pago.




V.

_Efectos del amor._


      Este amoroso tormento
    Que en mi corazon se ve,
    Sé que lo siento, y no sé
    La causa por qué lo siento.

      Siento una grave agonía
    Por lograr un devaneo
    Que empieza como deseo
    Y pára en melancolía.

      Y cuando con mas terneza
    Mi infeliz estado lloro,
    Sé que estoy triste, é ignoro
    La causa de mi tristeza.

      Siento un anhelo tirano
    Por la ocasion á que aspiro,
    Y cuando cerca la miro
    Yo misma aparto la mano;

      Porque si acaso se ofrece,
    Despues de tanto desvelo,
    La desazona el recelo
    O el susto la desvanece.

      Y si alguna vez sin susto
    Consigo tal posesion,
    Cualquiera leve ocasion
    Me malogra todo el gusto.

      Siento mal del mismo bien
    Con receloso temor,
    Y me obliga el mismo amor
    Talvez á mostrar desden.

      Cualquier leve ocasion labra
    En mi pecho de manera,
    Que el que imposibles venciera
    Se irrita de una palabra.

      Con corta causa ofendida
    Suelo, en mitad de mi amor,
    Negar un leve favor
    A quien le diera la vida.

      Ya sufrida, ya irritada,
    Con contrarias penas lucho,
    Que por él sufriré mucho,
    Y con él sufriré nada.

      No sé en qué lógica cabe
    El que tal cuestion se pruebe,
    Que por él lo grave es leve,
    Y con él lo leve es grave.

      Sin bastantes fundamentos
    Forman mis tristes cuidados
    De conceptos engañados
    Un monte de sentimientos.

      Y en aquel fiero conjunto
    Hallo, cuando se derriba,
    Que aquella máquina altiva
    Solo estribaba en un punto.

      Talvez el dolor me engaña,
    Y presumo con razon
    Que no habrá satisfaccion
    Que pueda templar mi saña.

      Y cuando á averiguar llego
    El agravio porque riño,
    Es como espanto de niño
    Que pára en burlas y juego.

      Y aunque el desengaño toco,
    Con la misma pena lucho,
    De ver que padezco mucho
    Padeciendo por tan poco.

      A vengarse se avalanza
    Talvez el alma ofendida,
    Y despues arrepentida
    Toma de mí otra venganza.

      Y si al desden satisfago,
    Es con tan ambiguo error,
    Que yo pienso que es rigor
    Y se remata en halago.

      Hasta el labio desatento
    Suele equívoco talvez,
    Por usar de la altivez,
    Encontrar el rendimiento.

      Cuando por soñada culpa
    Con mas enojo me incito,
    Yo le acrimino el delito
    Y le busco la disculpa.

      No huyo el mal ni busco el bien,
    Porque en mi confuso error,
    Ni me asegura el amor,
    Ni me despecha el desden.

      En mi ciego devaneo,
    Bien hallada con mi engaño,
    Solicito el desengaño
    Y no encontrarlo deseo.

      Si alguno mis quejas oye,
    Mas á decirlas me obliga
    Porque me las contradiga,
    Que no porque las apoye.

      Porque si con la pasion
    Algo contra mi amor digo,
    Es mi mayor enemigo
    Quien me concede razon.

      Y si acaso en mi provecho
    Hallo la razon propicia,
    Me embaraza la justicia,
    Y ando cediendo el derecho.

      Nunca hallo gusto cumplido,
    Porque entre alivio y dolor,
    Hallo culpa en el amor
    Y disculpa en el olvido.

      Esto de mi pena dura
    Es algo del dolor fiero,
    Y mucho mas no refiero
    Porque pasa de locura.

      Si acaso me contradigo
    En este confuso error,
    Aquel que tuviere amor
    Entenderá lo que digo.




VI.

_Pidiendo versos á un caballero que se escusaba de hacerlos._


      Mis quejas pretendo dar
    En estilo tosco y llano,
    Que el hablar muy cortesano
    No es término de cobrar.

      Y es bien que el ardid deshaga
    De quien con tanta malicia
    Me concede la justicia
    Para negarme la paga.

      Pues con intencion doblada,
    Solo por hacerme mal,
    Con tan notorio caudal
    Me dice no tiene nada.

      Que la mitad me ha entregado,
    Dice con malicia y arte,
    Que no tengo ni aun la parte,
    Pues no me dan el traslado:

      Y á tanta malicia llega,
    Malicia tan conocida,
    Que me niega la partida
    Y la venida me niega.

      ¡Oh cuánta justicia fuera
    Si se viera á buena luz,
    Si ántes le daba la cruz,
    Que ahora se la pusiera!

      Mas porque de mí no infiera
    Que á negar tambien me atrevo,
    Ahí va el romance que debo,
    Y dóilo, aunque no debiera.

      Que es fácil de discurrir,
    Cuando lo llegue á entregar,
    Pues, no me queda qué dar,
    Que me queda qué pedir.




VII.

_Escusándose de un silencio._


      Pedirte, señora, quiero
    De mi silencio perdon,
    Si lo que ha sido atencion
    Le hace parecer grosero.

      Y no me podrás culpar
    Si hasta aquí mi proceder,
    Por ocuparse en querer,
    Se ha olvidado de esplicar;

      Que en mi amorosa pasion
    No fué descuido ni mengua
    Quitar el uso á la lengua
    Por dárselo al corazon.

      Ni de explicarme dejaba,
    Que como la pasion mia
    Acá en el alma te via,
    Acá en el alma te hablaba;

      Y en esta idea notable
    Dichosamente vivia,
    Porque en mi mano tenia
    El fingirte favorable.

      Con traza tan peregrina
    Vivió mi esperanza vana,
    Pues te pudo hacer humana
    Concibiéndote divina.

      ¡Oh cuán loca llegué á verme
    En tus dichosos amores!
    Que aun fingidos tus favores
    Pudieron enloquecerme.

      ¡Oh còmo en tu sol hermoso
    Mi ardiente afecto encendido,
    Por cebarse en lo lucido,
    Olvidó lo peligroso!

      Perdona si atrevimiento
    Fué acercarme á tu ardor puro,
    Que no hay sagrado seguro
    De culpas de pensamiento.

      De esta manera engañaba
    La loca esperanza mia,
    Y dentro de mí tenia
    Todo el bien que deseaba.

      Mas ya tu precepto grave
    Rompe mi silencio mudo;
    Que él solamente ser pudo
    De mi respeto la llave.

      Y aunque el amar tu belleza
    Sea delito sin disculpa,
    Castígueseme la culpa
    Primero que la tibieza.

      No quieras pues rigurosa,
    Que estando ya declarada,
    Sea devéras desdichada
    Quien fué de burlas dichosa.

      Si culpas mi desacato,
    Culpa tambien tu licencia,
    Que si es mala mi obediencia,
    No fué justo tu mandato.

      Y si es culpable mi intento,
    Será mi afecto precito,
    Porque es amarte un delito
    De que nunca me arrepiento.

      Esto en mis afectos hallo,
    Y más que esplicar no sé;
    Mas tú de lo que callé
    Inferirás lo que callo.




VIII.

_Del retrato de una bella._

(FRAGMENTOS.)


      Accion, Lisi, fué acertada
    El permitir retratarte,
    Pues ¿quién pudiera mirarte
    Si no es estando pintada?

      Como de Febo el reflejo
    Es tu hermoso rosicler,
    Que para poderlo ver
    Lo miran en un espejo.

           ***

      Pues la fuerza superior
    Que se emplea en un rendido,
    Es disculpa del vencido
    Y afrenta del vencedor.

      No es la malla ni el escudo
    Señal de valor subido,
    Porque un pecho bien vestido
    Muestra un corazon desnudo;

      Y del muy armado infiero
    Que con recelo y temor
    Se desnuda del valor
    Cuando se viste de acero;

      Así era hacer injusticia
    A tu decoro y grandeza,
    Si triunfara tu belleza
    Donde basta tu noticia.

      Amor hecho tierno Apéles,
    En tan divina pintura,
    Para pintar tu hermosura
    Hizo las flechas pinceles.

           ***

      Y no fué de Amor locura
    Cuando te intentó copiar,
    Pues quererte eternizar
    No fué agraviar tu hermosura.

           ***

      Pues es rigor, si se advierte,
    Que en tu copia singular
    Estes capaz de matar
    E incapaz de condolerte.

           ***

      ¡Oh tú, bella copia dura
    Que ostentas tanta crueldad!
    Concédete á la piedad,
    O niégate á la hermosura.

      ¿Cómo, divino imposible,
    Siempre te muestras airada,
    Para dar muerte, animada,
    Para dar vida, insensible?

      ¿Porqué, hermosa pesadumbre
    De una humilde voluntad,
    Ni dejas la libertad,
    Ni aceptas la servidumbre?

      Pues porque en mi pena entiendas
    Que no es amarte servicio,
    Violentas el sacrificio
    Y no agradeces la ofrenda.

      Desprecia siquiera, dado
    Que aun eso tendré por gloria,
    Porque el desden ya es memoria,
    Y el desprecio ya es cuidado.

      Mas ¿cómo piedad espero,
    Si descubro en tus rigores
    Que con un velo de flores
    Cubres un alma de acero?

      De Lisi imitas las raras
    Facciones, y en el desden
    ¿Quién pensara que tambien
    Su condicion imitaras?

      ¡Oh Lisi! de tu belleza
    Contempla la copia dura,
    Mucho mas que en la hermosura
    Parecida en la dureza!

           ***





IX.

_En la profesion de una religiosa._


      Hoy una niña, que abrasa
    Un amoroso volcan,
    Sin mirar el qué dirán,
    Por el vicario se casa.

      Su recato comedido
    Paró en empeño amoroso,
    Porque dice que su esposo
    Entre puertas la ha cogido.

      Hoy logra su fino intento,
    Que ha sido tan deseado,
    Pues un año há que le ha dado
    Palabra de casamiento.

      No digo yo que esta es cosa
    Con que su virtud se impida,
    Que ántes pasará una vida
    Como de una religiosa;

      Porque es el con quien se casa
    Da condicion tan precisa,
    Que ni aun para que oiga misa
    La deja salir de casa.

      Pero causa novedad,
    Aunque es tan santo el intento,
    Ver que pare en casamiento
    Su voto de castidad.

      De su esposo los primores
    Su corazon abrasaron,
    Y por mas que la encerraron,
    Se nos casa por amores.




X.

_Sobre ti Santísimo Sacramento._


      En el Sacramento ve
    A Dios mi fe sin antojos,
    Porque no hacen fe los ojos,
    Pero se hace ojos la fe.

      En esta divina ofrenda
    Fué del amor mas victoria
    Dar la prenda de la gloria
    Con la gloria de la prenda.

      Del alma es solo alimento,
    Y así guia mi fervor
    El sustento del amor,
    Y no el amor del sustento.

      Aquí crece la aficion,
    Y es, si en posesion la veo,
    La posesion del deseo
    Deseo de posesion.

      Pues tal delito á dar viene
    Que por mas que la posea,
    Quien tiene lo que desea
    Desea aquello que tiene.

      Llegad, pues en su favor
    Todos los bienes se ven;
    Que el amor del Sumo Bien
    Es sumo bien del amor.

      Llegó el hombre á la grandeza
    Que no alcanza el serafin,
    Y en la fineza del fin
    Vido el fin de la fineza.




ORACION

DEL PAPA URBANO VIII, TRADUCIDA DEL LATIN.


      Ante tus ojos benditos
    Las culpas manifestamos,
    Y las heridas mostramos
    Que hicieron nuestros delitos.

      Si el mal que hemos cometido
    Viene á ser considerado,
    Menor es lo tolerado,
    Mayor es lo merecido.

      La conciencia nos condena
    No hallando en ella disculpa,
    Que respecto de la culpa
    Es muy liviana la pena.

      Del pecado el duro azar
    Sentimos que padecemos,
    Y nunca enmendar queremos
    La costumbre del pecar.

      Cuando en tus azotes suda
    Sangre la naturaleza,
    Se rinde nuestra flaqueza
    Y la maldad no se muda.

      Cuando el pecado amancilla
    Con fiera herida la mente,
    Padece el alma doliente
    Y la cerviz no se humilla.

      La vida, suelta la rienda
    En su acostumbrado error,
    Suspira con el dolor
    Y en el obrar no se enmienda.

      Pues entre los dos estremos,
    En cualquiera peligramos:
    Si esperas, no la enmendamos;
    Si te vengas, nos perdemos.

      De la afliccion el quebranto
    Nos obliga á contricion,
    Y en pasando la afliccion
    Se olvida tambien el llanto.

      Cuando tu castigo empieza,
    Promete el temor humano;
    Y en suspendiendo la mano,
    No se cumple la promesa.

      Cuando nos hieres, clamamos
    Que el perdon nos des que puedes;
    Y así que nos lo concedes,
    Otra vez te provocamos.

      Tienes á la humana gente
    Convicta en su confesion,
    Que si no la das perdon,
    La acabarás justamente.

      Concede el humilde ruego
    Sin mérito á quien criaste,
    Tú que de nada formaste
    A quien te rogara luego.




[Illustration]




GLOSAS.




I.


      Luego que te ví te amé,
    Porque amarte y ver tu cielo,
    Bien pudieran ser dos cosas,
    Pero ninguna primero.

      De mi vida la conquista
    Tuvo término en quererte,
    Y porque jamas resista,
    Celia, hasta llegar á verte
    Solamente tuve vista;

      Pero aunque luego te amé,
    Como para que te amara
    Necesario el verte fué,
    Porque vista no faltara,
    _Luego que te ví te amé_.

      Pero viendo mi ardimiento,
    Señora, tu tiranía
    Quiso con rigor sangriento
    Castigar como asadía
    Lo que en mí fué rendimiento.

      Ofendióte mi desvelo,
    Mas no porque mi destino
    Incitado de mi anhelo
    Ofenderte quiso, sino
    _Por amarte y ver tu cielo_.

      Y el no querer estimar
    Fué por no dar á entender
    Que yo te pude obligar,
    Como si el agradecer
    Fuera lo mismo que amar;

      Que el mostrarse las hermosas.
    En ocasion oportuna
    Ya obligadas, ya amorosas,
    Aunque casi siempre es una,
    _Bien pudieran ser dos cosas_.

      Mas con razon estás dura,
    Pues para tenerme atado
    En mi amorosa locura,
    Era superfluo tu agrado,
    Sobrándome tu hermosura;

      Y así justamente espero
    En tu servicio finezas,
    Pues que tiene el mundo infiero
    Despues de ti mil bellezas,
    _Pero ninguna primero_.




II.


      Si de mis mayores gustos
    Mis disgustos han nacido,
    Gustos al cielo le pido,
    Aunque me cuesten disgustos.

      ¡Oh qué mal, Fabio, resiste
    Mi amor mi suerte penosa!
    Pues la estrella que me asiste,
    De una causa muy gustosa
    Produce un efecto triste:

      Porque los pesados sustos
    Que padezco desiguales
    En mis pesares injustos,
    No nacieron de mis males,
    _Sí de mis mayores gustos_.

      Y de manera me ordena
    Los sucesos mi desdicha,
    Que, segun los encadena,
    Lo futuro de una dicha
    Es posesion de una pena.

      Todo lo debo á Cupido;
    Pues de un favor que me dá,
    Que es siempre de prometido,
    Aun no está engendrado, y ya
    _Mis disgustos han nacido_.

      Y aun han hecho efectos tales
    De mi estrella los desdenes
    Con efectos desiguales,
    Que aborrezco ya los bienes
    Como á causas de mis males.

      Y así no llora el sentido
    El ver que carezco aquí
    De las dichas que he tenido,
    Porque solo para tí
    _Gustos al cielo le pido_.

      Pues te quiero de manera
    Y el bien amí me limito,
    Que al cielo le agradeciera,
    Si el gusto que à mí me quito
    A tí, Fabio, te le diera.

      Estimo tanto tus gustos,
    Que sin mirar mi pesar,
    O sean justos, ò injustos,
    Tus gustos he de comprar
    _Aunque me cuesten disgustos_.




[Illustration]




QUINTILLAS.




_A San Pedro._


      Cual sumulista pretendo
    Iros, Pedro, replicando;
    Y pues vos, á lo que entiendo,
    Hicisteis juicio negando,
    Yo haré discurso infiriendo.
      ¿Quién os trajo á tanto mal,
    Que al mismo que ántes altivo
    Con ánimo sin igual
    Confesasteis por Dios vivo,
    Negais por hombre mortal?
      Dejadme, pues, que me asombre
    Que al Hijo del hombre allí
    Le deis de Dios el renombre,
    Y al Hijo de Dios aquí
    Le negueis conocer hombre.
      Mirad que en otra ocasion,
    Como es Dios-hombre compuesto
    Por ipostática union,
    Para negar el supuesto
    No os vale la distincion.
      Mal lógico, Pedro, estais,
    Pues cuando á Dios conoceis
    Y por tal le confesais,
    Antes se lo concedeis
    Y ahora se lo negais.
      Dicen que las señas son
    Las que os hacen mas patente,
    Y, sin mirar la ilacion,
    Dejando el antecedente,
    Le negais la conclusion.
      Si de una muger la ciencia
    Tiene razones precisas,
    Mirad, Pedro, que es violencia,
    Concedidas las premisas,
    Negarle la consecuencia.
      ¿Quién de vos, Pedro, dijera
    Siendo de ciencia un abismo,
    Que el argumento temiera,
    Pues el Evangelio mismo
    Dice qué os hicisteis fuera?
      Mejor las razones hila
    Vuestro acero, sin misterio,
    Pues cuando su corte afila
    Contra Malco, arguye en _ferio_
    Y en _cœlarem_ con la _ancilla_.
      Vuestros brios arrogantes
    Negaron con juramento
    El que le servísteis ántes;
    Pues, Pedro, no hay argumento
    Contra _principia negantes_.
      Mas ya veo que advertido,
    Viendo el caso sin remedio,
    Llorais como arrepentido;
    Que es el arte de hallar medio
    De no quedar concluido.




[Illustration]




SONETOS.




I.

_Satisfaccion cumplida._


      Esta tarde, mi bien, cuando te hablaba,
    Como en tu rostro y tus acciones via
    Que con palabras no te convencia,
    Que el corazon me vieses deseaba;

      Y amor, que mis intentos ayudaba,
    Venció lo que imposible parecía,
    Pues entre el llanto que el dolor vertia
    El corazon deshecho destilaba.

      Baste ya de rigores, mi bien, baste;
    No te atormenten mas celos tiranos,
    Ni vil sospecha tu quietud contraste

      Con sombras necias, son indicios vanos,
    Pues ya en líquido humor viste y tocaste
    Mi corazon deshecho entre tus manos.




II.

_En el dia de dias de un hermano de la poetisa._


      ¡Oh quien, amado Anfriso, te ciñera
    Del mundo las coronas poderosas!
    Que á coronar tus prendas generosas
    El círculo del orbe corto fuera.

      ¡Quién para eternizarte hacer supiera
    Mágicas confecciones poderosas,
    O tuviera las yerbas milagrosas
    Que feliz gustó Glauco en la ribera!

      Mas aunque no halla medio mi cuidado
    Para que goces de inmortal la palma,
    Otro mas propio mi cariño ha hallado

      Que el curso de tu vida tenga en calma:
    Pues juzgo que es el mas proporcionado
    De alargarte la vida, darte mi alma.




III.


      Con el dolor de la mortal herida
    De un agravio de amor me lamentaba,
    Y por ver si la muerte se llegaba
    Procuraba que fuese mas crecida.

      Toda en el mal el alma divertida
    Pena por pena su dolor sumaba,
    Y en cada circunstancia ponderaba
    Que sobraban mil muertes á una vida.

      Y cuando al golpe de uno y otro tiro
    Pendido el corazon daba penoso
    Señas de dar el último suspiro,

      No sé con qué destino prodigioso
    Volví en mi acuerdo y dije: ¿Qué me admiro?
    ¿Quién en amor ha sido mas dichoso?




IV.


      ¡Detente, sombra de mi bien esquivo!
    ¡Imágen del hechizo que mas quiero!
    ¡Bella ilusion por quien alegre muero!
    ¡Dulce ficcion por quien penosa vivo!

      Si al iman de tus gracias atractivo
    Sirve mi pecho de obediente acero,
    ¿Para qué me enamoras lisongero,
    Si has de burlarme luego fugitivo?

      Mas blasonar no puedes satisfecho
    De que triunfa de mí tu tirania;
    Que aunque dejas burlado el lazo estrecho

      Que tu forma fantástica ceñia,
    Poco importa burlar brazos y pecho
    Si te labra prision mi fantasía.




V.


      Yo no puedo tenerte ni dejarte,
    Ni sé por qué al dejarte ó al tenerte
    Se encuentra un no sé qué para quererte,
    Y muchos sí sé qué para olvidarte.

      Pues ni quieres dejarme ni enmendarte,
    Yo templaré mi corazon de suerte
    Que la mitad se incline á aborrecerte,
    Aunque la otra mitad se incline á amarte.

      Si ello es fuerza querernos, haya modo,
    Que es morir el estar siempre riñendo:
    No se hable mas de celo ni sospecha,

      Y quien da la mitad no quiera todo;
    Y cuando me la estás allá haciendo,
    Sabe que estoy haciendo la deshecha.




VI.


      Yo adoro á Lisi, pero no pretendo
    Que Lisi corresponda á mi fineza,
    Pues si juzgo posible su belleza,
    A su decoro y mi aprehension ofendo.

      No emprender solamente es lo que emprendo,
    Pues sé que á merecer tanta grandeza
    Ningun mérito basta, y es simpleza
    Obrar contra lo mismo que yo entiendo.

      Como cosa concibo tan sagrada
    Su beldad, que no quiere mi osadía
    A la esperanza dar ni aun leve entrada;

      Que, cediendo á la suya mi alegria,
    Por no llegarla á ver mal empleada
    Aun pienso que sintiera verla mia.




VII.


      Al que ingrato me deja, busco amante;
    Al que amante me sigue, dejo ingrata;
    Constante adoro á quien mi amor maltrata;
    Maltrato á quien mi amor busca constante.

      Al que trato de amor, hallo diamante,
    Y soy diamante al que de amor me trata;
    Triunfante quiero ver al que me mata,
    Y mato á quien me quiere ver triunfante.

      Si á este pago, padece mi deseo;
    Si ruego á aquel mi pundonor enojo:
    De entrambos modos infeliz me veo.

      Pero yo por mejor partido escojo,
    De quien no quiero ser violento empleo,
    Que de quien no me quiere vil despojo.




VIII.


      Feliciano me adora, y le aborrezco;
    Lisardo me aborrece, y yo le adoro;
    Por quien no me apetece, ingrato, lloro;
    Y al que tierno me llora, no apetezco.

      A quien mas me desdora el alma ofrezco.
    A quien me ofrece víctimas, desdoro;
    Desprecio al que enriquece mi decoro,
    Y al que le hace desprecios, enriquezco.

      Si con mi ofensa al uno reconvengo,
    Me reconviene el otro á mí ofendido,
    Y á padecer de entrambos modos vengo;

      Pues ambos atormentan mi sentido,
    Aquese con pedir lo que no tengo,
    Y aqueste en no tener lo que le pido.




IX


      Fabio, en el ser de todos adoradas
    Son todas las beldades ambiciosas,
    Porque tienen sus aras por ociosas
    Si no las ven de víctimas colmadas;

      Y así, si de uno solo son amadas,
    Viven de la fortuna querellosas,
    Porque piensan que mas que ser hermosas
    Constituye deidad el ser rogadas.

      Mas yo soy en aquesto tan medida,
    Que en viendo á muchos mi atencion zozobra,
    Y solo quiero ser correspondida

      De aquel que de mi amor reditos cobra;
    Porque es la sal del gusto ser querida,
    Y daña lo que falta y lo que sobra.




X.


      Miró Celia una rosa que en el prado
    Ostentaba feliz su pompa vana,
    Y con afeites de carmin y grana
    Bañaba alegre el rostro delicado;

      Y dijo: Goza sin temor del hado
    El curso breve de tu edad lozana;
    Pues no podrá la muerte de mañana
    Quitarte lo que hubieres hoy gozado.

      Y aunque llega la muerte presurosa
    Y tu fragante vida se te aleja,
    No sientas el morir tan bella y moza;

      Mira que la esperiencia te aconseja
    Que es fortuna morirte siendo hermosa,
    Y no ver el ultraje de ser vieja.




XI.

_A Lucrecia._


      ¡Oh famosa Lucrecia! gentil dama
    De cuyo desgarrado noble pecho
    Salió la sangre que extinguió, á despecho
    Del rey injusto, la lasciva llama!

      ¡Oh con cuánta razon el mundo aclama
    Tu virtud! pues por premio de tal hecho
    Aun es para tus sienes cerco estrecho
    La amplísima corona de tu fama.

      Pero si el modo de tu fin violento
    Puedes borrar del tiempo y sus anales,
    Quita la punta del puñal sangriento

      Con que pusiste fin á tantos males,
    Que es mengua de tu honrado sentimiento
    Decir que te valiste de puñales.




XII.

_A la misma._


      Intenta de Tarquino el artificio
    A tu pecho, Lucrecia, dar batalla:
    Ya amante llora, ya modesto calla,
    Ya ofrece toda el alma en sacrificio.

      Y cuando piensa ya que mas propicio
    Tu pecho á tanto imperio se avasalla,
    El premio, como Sísifo, que halla
    Es empezar de nuevo el ejercicio.

      Arde furioso y la amorosa tema
    Crece en la resistencia de tu honra,
    Con tanta privacion mas obstinada.

      ¡Oh providencia de deidad suprema!
    Tu honestidad motiva tu deshonra,
    Y tu deshonra te eterniza honrada.




XIII.

_La esposa de Pompeyo._


      La esposa heroica de Pompeyo altiva,
    Al ver su vestidura en sangre roja,
    Con generosa cólera se enoja
    De sospecharlo muerto y estar viva.

      Rinde la vida en que el sosiego estriva
    De esposo y padre, y con mortal congoja
    La concebida sucesion arroja,
    Y de la paz con ella á Roma priva.

      Si el infeliz concepto que escondia
    En sus entrañas Julia, no abortara,
    La muerte de Pompeyo escusaria.

      ¡Oh tirana fortuna! quién pensara
    Que con el mismo amor que le tenia,
    Con ese mismo amor se la causara!




XIV.

_A Porcia._


      ¿Qué pasion, Porcia, que dolor tan ciego
    Te obliga á ser de tí fiera homicida?
    O ¿en qué te ofende tu inocente vida
    Que así le das batalla á sangre y fuego?

      Si la fortuna airada, al justo ruego
    De tu esposo se muestra endurecida,
    Bástele el mal de ver su accion perdida,
    No acabes con tu muerte su sosiego.

      Deja las brasas, Porcia, que mortales
    Impaciente tu amor elegir quiere;
    No al fuego de tu amor el fuego iguales;

      Porque, si bien de tu pasion se infiere,
    Mal morirá en las brasas materiales
    Quien en las llamas del amor no muere.




XV.


      ¿Vesme, Alcino, que atada á la cadena
    De amor, sufro en sus hierros aherrojada
    Mísera esclavitud, desesperada
    De libertad, y de consuelo ajena?

      ¿Ves de dolor y angustia mi alma llena,
    De tan fieros tormentos lastimada,
    Y entre las vivas llamas abrasada,
    Juzgarse por indigna de su pena?

      ¿Vesme seguir, sin alma, un desatino
    Que yo misma condeno por estraño?
    ¿Vesme derramar sangre en el camino,

      Siguiendo los vestigios de un engaño?
    ¿Muy admirado estás? Pues mira, Alcino,
    Mas merece la causa de mi daño.




XVI.

_Despues de una enfermedad de la autora. A la vireina, marquesa de
Mancera._


      En mi vida, que siempre tuya fué,
    Laura divina, y siempre lo será,
    La parca fiera, que en seguirme da,
    Quiso asentar por triunfo el duro pié.

      Yo de su atrevimiento me admiré,
    Que si debajo de tu imperio está,
    Tener fuero no puede en ella ya,
    Pues del suyo contigo me libré.

      Para cortar el hilo, que no hiló,
    La tijera mortal abierta ví:
    “¡Ay parca fiera! dije entonces yo,

      Mira que Laura sola manda aquí.”
    Ella corrida al punto se apartó,
    Y dejóme morir solo por ti.




XVII.

(CONSONANTES FORZADOS.)


      Aunque eres, Teresilla, tan _muchacha_,
    Le das qué hacer al pobre de _Camacho_,
    Porque dará tu disimulo un _cacho_
    A aquel que se pintare mas sin _tacha_.

      De los empleos que tu amor _despacha_
    Anda el triste cargado como un _macho_,
    Y tiene tan crecido su _penacho_,
    Que ya no puede entrar, si no se _agacha_.

      Estás á hacerle burlas ya tan _ducha_,
    Y á salir de ellas bien estás tan _hecha_,
    Que de lo que tu vientre _desembucha_.

      Sabes darle á entender, cuando _sospecha_,
    Que has hecho, por hacer su hacienda _mucha_,
    De ajena siembra suya la _cosecha_.




XVIII.

(CONSONANTES FORZADOS.)


      Ines, yo con tu amor me _refocilo_,
    Y viéndome querer me _regodeo_;
    En mirar tu hermosura me _recreo_,
    Y cuando estás celosa me _reguilo_.

      Si á otros miras, de celos me _aniquilo_,
    Y tiemblo de tu gracia y tu _meneo_,
    Porque sé, Ines, que tu con un _boleo_
    No dejarás humor ni para _quilo_.

      Cuando estás enojada, no _resuello_;
    Cuando me das picones, me _refino_;
    Cuando sales de casa, no _reposo_;

      Y espero, Ines, que entre esto y entre _aquello_
    Tu amor, acompañado de mi _vino_,
    Dé conmigo en la cama ó en el _coso_.




XIX.

_A la esperanza._


      Diurna enfermedad de la esperanza,
    Que así entretienes mis cansados años,
    Y en el fiel de los bienes los daños
    Tienes en equilibrio la balanza,

      Que siempre suspendida, en la tardanza
    De inclinarse, no dejan tus engaños
    Que lleguen á exceder en los tamaños
    La desesperacion ó la confianza;

      ¿Quién te ha quitado el nombre de homicida?
    Pues lo eres mas severa, si se advierte,
    Que suspendes el alma entretenida;

      Y entre la infausta ó la felice suerte
    No lo haces tú por conservar la vida,
    Sino por dar mas dilatada muerte.




XX.


      ¿Qué es esto, Alcino? ¿Cómo tu cordura
    Se deja así vencer de un mal celoso,
    Haciendo con estremos de furioso
    Demostraciones más que de locura?

      ¿En qué te ofendió Celia, si se apura?
    O al amor ¿por qué culpas de engañoso,
    Si no aseguró nunca poderoso
    La eterna posesion de su hermosura?

      La posesion de cosas temporales,
    Temporal es, Alcino, y es abuso
    El querer conservarlas siempre iguales.

      Conque, tu error ò tu ignorancia acuso;
    Pues fortuna y amor de cosas tales
    La propiedad no han dado, sino el uso.




XXI.


      Silvio, yo te aborrezco, y aun condeno
    El que estés de esta suerte en mi sentido,
    Que infama el hierro el escorpion herido,
    Y mancha, á quien lo huella, inmundo el cieno.

      Eres como el mortífero veneno
    Que daña á quien lo vierte inadvertido;
    Y, en fin, eres tan malo y fementido
    Que aun para aborrecido no eres bueno.

      Tu aspecto vil á mi memoria ofrezco,
    Aunque con susto me lo contradice,
    Por darme yo la pena que merezco;

      Pues cuando considero lo que hice,
    No solo á ti, corrida, te aborrezco,
    Pero á mí, por el tiempo que te quise.




XXII.


      Dices que yo te olvido, Celio, y mientes
    En decir que me acuerdo de olvidarte,
    Pues no hay en mi memoria alguna parte
    En que, aun como olvidado, te presentes.

      Mis pensamientos son tan diferentes
    Y en todo tan ajenos de tratarte,
    Que ni saben si pueden olvidarte,
    Ni si te olvidan saben si lo sientes.

      Si tù fueras capaz de ser querido,
    Fueras capaz de olvido, y ya era gloria
    Al ménos la potencia de haber sido;

      Mas tan léjos estás de esa victoria,
    Que aqueste no acordarme, no es olvido,
    Sino una negacion de la memoria.




XXIII.

_Al rey de España, con ocasión de un acto piadoso para con el Santísimo
Sacramento._


      Altísimo señor, monarca hispano,
    Que á Dios entre accidentes escondido
    Cuando quereis mostraros mas rendido
    Es cuando os ostentais mas soberano.

      Aquesta accion, señor, que al luterano
    Asombró en Cárlos quinto esclarecido,
    Y esa por quien el gran Rodulfo vido
    Del mundo el cetro en su piadosa mano,

      Aunque aplaudida en el hispano suelo
    Ha sido con católica alegria,
    No causa admiracion á mi desvelo:

      Quede admirado aquel que desconfia,
    Y de vuestra piedad, virtud y celo
    Esa y mas religion no suponía.




XXIV.


      Firma Pilato la que juzga agena
    Sentencia, y es la suya. ¡Oh caso fuerte!
    ¿Quién creerá que firmando ajena muerte
    El mismo juez en ella se condena?

      La ambición de tal modo le enagena,
    Que con el vil temor, ciego, no advierte
    Que carga sobre sí la infausta suerte
    Quien al justo sentencia á injusta pena.

      Jueces del inundo, detened la mano,
    Aun no firmeis: mirad si son violencias,
    Las que os pueden mover, de odio inhumano;

      Examinad primero las conciencias,
    Mirad no haga el Juez recto y soberano
    Que en la ajena firmeis vuestras sentencias.




XXV.

_A la muerte del duque de Veráguas._[G]


      Ves, caminante: en esta triste pira
    La potencia de Jove está postrada;
    Aquí Marte rindió la fuerte espada,
    Aquí Apolo rompió la dulce lira;

      Aquí Minerva triste se retira,
    Y la luz de los astros eclipsada
    Toda está en la ceniza venerada
    Del excelso Colon, que aquí se mira.

      Tanto pudo la fama encarecerlo,
    Y tanto las noticias sublimarlo,
    Que sin haber llegado á conocerlo,

      Llegó con tanto estremo el reino á amarlo,
    Que muchos ojos no pudieron verlo,
    Mas ningunos pudieron no llorarlo.




XXVI.

_Al mismo asunto._


      Deten el paso, caminante: advierte
    Que aun esta losa guarda enternecida,
    Con triunfos de su diestra no vencida,
    Al capitan mas valeroso y fuerte;

      Al duque de Veráguas, ¡triste suerte!
    Que nos dió en su noticia esclarecida,
    En relacion los bienes de su vida,
    Y en posesion los males de su muerte.

      No es muerto el duque, aunque su cuerpo abrace
    La losa que apiadada le recibe:
    Pues porque á su vivir el curso enlace,

      Aunque el mármol su muerte sobrescribe,
    En las piedras verás el _aquí yace_,
    Mas en los corazones, _aquí vive_.




XXVII.

_En la muerte de la marquesa de Mancera._


      Mueran contigo, Laura, pues moriste,
    Los afectos que en vano te desean,
    Los ojos á quien privas de que vean
    La hermosa luz que un tiempo concediste.

      Muera mi lira infausta en que influiste
    Ecos, que hoy lamentables te vocean;
    Y hasta estos rasgos mal formados sean
    Lágrimas negras de mi pluma triste.

      Muévase á compasión la misma muerte
    Que precisa no pudo perdonarte,
    Y lamente el amor su amarga suerte;

      Pues si ántes ambicioso de gozarte
    Deseó tener ojos para verte,
    Ya le sirvieran solo de llorarte.




XXVIII.

_Quejas de la autora por los aplausos de que era objeto._


      ¿Tan grande ¡ay hado! mi delito ha sido,
    Que, por castigo de él ó por tormento,
    No basta el que adelanta el pensamiento,
    Sino el que le previenes al oido?

      Tan severo en mi contra has procedido,
    Que me persuado de tu duro intento,
    A que solo me diste entendimiento
    Porque fuese mi daño mas crecido.

      Me diste aplausos para mas baldones,
    Subir me hiciste para penas tales;
    Y aun pienso que me dieron tus traiciones

      Glorias á mi desdicha desiguales,
    Porque viéndome rica de tus dones
    Nadie tuviese lástima á mis males.




XXIX.

_Píramo y Tisbe._


      De un funesto moral la negra sombra
    De horrores mil y confusiones llena,
    En cuyo hueco tronco aun hoy resuena
    El eco que doliente á Tisbe nombra,

      Cubrió la verde matizada alfombra
    En que Píramo amante abrió la vena
    Del corazon, y Tisbe de su pena
    Dió la señal, que aun hoy al mundo asombra.

      Mas viendo del amor tanto despecho
    La muerte, entonces de ellos lastimada,
    Sus dos pechos juntó con lazo estrecho.

      Pero ¡ay de la infeliz y desdichada
    Que á su Píramo dar no puede el pecho
    Ni aun por los duros filos de una espada!




XXX.

_Desahogos de un celoso._


      Yo no dudo, Lizarda, que te quiero,
    Aunque sé que me tienes agraviado;
    Mas estoy tan amante y tan airado,
    Que afectos que distingo no prefiero.

      De ver que odio y amor te tengo, infiero
    Que ninguno estar puede en sumo grado;
    Pues no me puede el odio haber ganado,
    Sin haberme perdido amor primero.

      Y si piensas que el alma que te quiso
    Ha de estar siempre á tu aficion ligada,
    De tu satisfaccion vana te aviso;

      Pues si el amor al odio ha dado entrada
    El que bajó de sumo á ser remiso,
    De lo remiso pasará á ser nada.




[Illustration]




CANCIONES.




I.

_Sentimientos de una ausencia._


      Amado dueño mio,
    Escucha un rato mis cansadas quejas,
    Pues del viento las fio
    Que breve las conduzca á tus orejas,
    Si no se desvanece el triste acento,
    Como mis esperanzas, en el viento.

      Oyeme con los ojos,
    Ya que están tan distantes los oidos,
    Y de ausentes enojos
    En ecos de mi pluma mis gemidos;
    Y ya que á ti no llega mi voz ruda,
    Oyeme sordo, pues me quejo muda.

      Si del campo te agradas,
    Goza de sus frescuras venturosas,
    Sin que aquestas cansadas
    Lágrimas te detengan enfadosas;
    Que en él verás, si atento te detienes,
    Ejemplos de mis males y mis bienes.

      Si el arroyo parlero
    Ves galan de las flores en el prado,
    Que amante y lisonjero
    A cuantas mira intima su cuidado,
    En su corriente mi dolor te avisa
    Que á costa de mi llanto tiene risa.

      Si ves que triste llora
    Su esperanza marchita en ramo verde
    Tórtola gemidora,
    En él y en ella mi dolor te acuerde
    Que imitan con verdor y con lamento
    El mi esperanza y ella mi tormento.

      Si la flor delicada,
    Si la peña que altiva no consiente
    Del tiempo ser hollada,
    Ambas me imitan, aunque variamente,
    Ya con fragilidad, ya con dureza,
    Mi dicha aquella y esta mi firmeza.

      Si ves el ciervo herido
    Que por el monte baja acelerado,
    Buscando dolorido
    Alivio al mal en un arroyo helado,
    Y sediento al cristal se precipita,
    No en el alivio, en el dolor me imita.

      Si la liebre encogida
    Huye medrosa de los galgos fieros,
    Y por salvar la vida
    No deja estampa de los pies ligeros,
    Tal mi esperanza en dudas y recelos
    Se ve acosada de villanos celos.

      Si ves el cielo claro,
    Tal es la sencillez del alma mia;
    Y si, de azul avaro,
    De tinieblas se emboza el claro dia,
    Es con su oscuridad y su inclemencia
    Imágen de mi vida en esta ausencia.

      Así que, Fabio amado,
    Saber puedes mis males sin costarte
    La noticia cuidado,
    Pues puedes de los campos informarte;
    Y, pues yo á todo mi dolor ajusto,
    Sabe mi pena sin dejar tu gusto.

      Mas ¿cuándo ¡ay gloria mia!
    Mereceré gozar tu luz serena?
    ¿Cuándo llegará el dia
    Que pongas dulce fin á tanta pena?
    ¿Cuándo veré tus ojos, dulce encanto,
    Y de los mios secarás el llanto?

      ¿Cuándo tu voz sonora
    Herirá mis oidos delicada,
    Y el alma que te adora,
    De inundacion de gozos anegada,
    A recibirte con amante prisa
    Saldrá á los ojos desatada en risa?

      ¿Cuándo tu luz hermosa
    Revestirá de gloria mis sentidos?
    Y ¿cuándo yo dichosa
    Mis suspiros daré por bien perdidos,
    Teniendo en poco el precio de mi llanto?
    ¡Que tanto ha de penar quien goza tanto!

      ¿Cuándo de tu apacible
    Rostro alegre veré el semblante afable,
    Y aquel bien indecible
    A toda humana pluma inesplicable?
    Que mal se ceñirá á lo definido
    Lo que no cabe en todo lo sentido.

      Ven, pues, mi prenda amada,
    Que ya fallece mi cansada vida
    De esta ausencia pesada;
    Ven, pues, que mientras tarda tu venida
    Aunque me cueste tu verdor enojos
    Regaré mi esperanza con mis ojos.




II.

_Satisfaccion á unos celos._


      Pues estoy, condenada,
    Fabio, á la muerte por decreto tuyo,
    Y la sentencia airada
    Ni la apelo, resisto, ni la huyo,
    Oyeme, que no hay reo tan culpado
    A quien el confesar le sea negado.

      Porque te han informado,
    Dices, de que mi pecho te ha ofendido,
    Me has fiero condenado;
    Y ¿pueden en tu pecho endurecido
    Mas la noticia incierta, que no es ciencia,
    Que de tantas verdades la esperiencia?

      Si á otros crédito has dado,
    Fabio, ¿por qué á tus ojos se lo niegas,
    Y el sentido trocado
    De la ley, al cordel mi cuello entregas?
    Pues liberal me amplías los rigores,
    Y avaro me restringes los favores.

      Si otros ojos he visto,
    Mátenme, Fabio, tus airados ojos;
    Si á otro cariño asisto,
    Asístanme implacables tus enojos;
    Y si otro amor del tuyo me divierte,
    Tu que me has dado vida me des muerte.

      Si á otro alegre he mirado,
    Nunca alegre me mires ni me vea;
    Si le hablé con agrado,
    Eterno desagrado en tí posea;
    Y si otro amor inquieta mi sentido,
    Sáquesme el alma tú que mi alma has sido.

      Mas supuesto que muero
    Sin resistir á mi infelice suerte,
    Que me des solo quiero
    Licencia de que escoja yo mi muerte:
    Deja la muerte á mi eleccion medida,
    Pues en la tuya pongo yo mi vida.

      No muera de rigores,
    Fabio, cuando morir de amores puedo;
    Pues con morir de amores,
    Tú acreditado y yo bien puesta quedo;
    Que morir por amor, no de culpada,
    No es menos muerte, pero es mas honrada.

      Perdon, en fin, te pido
    De las muchas ofensas que te he hecho
    En haberte querido;
    Ofensas son, pues son á tu despecho,
    Y con razon te ofendes de mi trato,
    Pues que yo con quererte te hago ingrato.




III.

_Sentimientos de una esposa en la muerte de su esposo._


      A estos peñascos rudos,
    Mudos testigos del dolor que siento,
    Que solo siendo mudos
    Pudiera yo fiarles mi tormento,
    Si acaso de mis penas lo terrible
    No infunde voz y lengua en lo insensible,

      Quiero contar mis males,
    Si es que yo sé los males de que muero;
    Pues son mis penas tales
    Que si contarlas por alivio quiero,
    Les son, una con otra atropellada,
    Dogal á la garganta, al pecho espada.

      Ni envidio dicha ajena,
    Que el mal eterno que en mi pecho lidia
    Hace incapaz mi pena
    De que pueda tener tan alta envidia;
    Es tan mísero estado el en que peno,
    Que como dicha envidio el mal ajeno.

      No pienso yo que hay gloria,
    Porque estoy de pensarlo tan distante,
    Que aun la dulce memoria
    De mi pasado bien, tan ignorante
    La mira de mi mal el desengaño,
    Que ignoro si fue bien, y sé que es daño.

      Esténse allá en su esfera
    Los dichosos, que es cosa en mi sentido
    Tan remota, tan fuera
    De mi imaginacion, que solo mido,
    Entre lo que padecen los mortales,
    Lo que distan sus males de mis males.

      ¡Quién tan dichosa fuera
    Que de un agravio indigno se quejara!
    ¡Quién un desden llorara!
    ¡Quién un alto imposible pretendiera!
    ¡Quién llegara, de ausencia ó de mudanza,
    Casi á perder de vista la esperanza!

      ¡Quién en ajenos brazos
    Viera á su dueño, y con dolor rabioso
    Se arrancara á pedazos
    Del pecho ardiente el corazon celoso!
    Pues fuera menos mal que mis desvelos
    El infierno terrible de los celos.

      ¡Pues todos estos males
    Tienen consuelo ó tienen esperanza,
    Y los mas sus iguales
    Solicitan ó animan la venganza;
    Y solo de mi fiero mal se aleja
    Esperanza y venganza, alivio y queja!

      Porque ¿á quién si no al cielo
    Que me robó mi dulce prenda amada,
    Podrá mi desconsuelo
    Dar sacrílega queja destemplada?
    ¡Y él con sordas rectísimas orejas
    A cuenta de blasfemias pondrá quejas!

      Ni Fabio fué grosero,
    Ni ingrato ni traidor; ántes amante,
    Con pecho verdadero,
    Nadie fué mas leal ni mas constante;
    Nadie mas fino supo en sus acciones
    Finezas añadir á obligaciones.

      Solo el cielo envidioso
    Mi esposo me quitó; la parca dura
    Con ceño temeroso
    Fué solo autor de tanta desventura.
    ¡Oh cielo rigoroso! oh triste suerte,
    Que tantas muertes das con una muerte!

      ¡Ay dulce esposo amado!
    ¿Para qué te ví yo? ¿por qué te quise?
    Y ¿por qué tu cuidado
    Me hizo con las venturas infelice?
    ¡Oh dicha fementida y lisonjera,
    Quién tus amargos fines conociera!

      ¿Qué vida es esta mia
    Que rebelde resiste á dolor tanto?
    ¿Por qué, necia, porfía,
    Y en las amargas fuentes de mi llanto
    Anegada no acaba de extinguirse,
    Si no puede en mi fuego consumirse?




IV.

_Al mismo objeto que la anterior._


      Agora que conmigo
    Sola en este retrete,
    Por pena ó por alivio,
    Permite amor que quede;

      Agora, pues, que hurtada
    Estoy un rato breve
    De la atencion de tantos
    Ojos impertinentes,

      Salgan del pecho, salgan
    En lágrimas ardientes
    Las represadas penas
    Y las ansias crueles.

      ¡A fuera ceremonias
    De atenciones corteses,
    Alivios afectados,
    Consuelos aparentes!

      Salga el dolor de madre
    Y rompa vuestras puentes
    Del raudal de mi llanto
    El rápido torrente.

      En exhalados ayes
    Salgan confusamente
    Suspiros que me abrasen,
    Lágrimas que me aneguen.

      Corran de sangre pura
    Que mi corazon vierte,
    De mis dolientes ojos
    Las perenales fuentes.

      Publique con los gritos
    Que ya sufrir no puede
    Del tormento inhumano
    Las cuerdas inclementes.

      Ceda al amor el juicio,
    Y él con estremos muestre
    Que es solo de mi pecho
    El duro presidente.

      ¡En fin, muriò mi esposo!
    Pues ¿cómo indiferente
    Yo la suya pronuncio
    Sin pronunciar mi muerte?

      El sin vida, ¿y yo animo
    Este compuesto débil?
    Yo con voz ¿y él difunto?
    ¿No muero cuando el muere?

      ¡No es posible! Sin duda
    Que, con mi amor aleves,
    O la pena me engaña,
    O la vida me miente.

      Si él era mi alma y vida,
    ¿Cómo podrá creerse
    Que sin alma me anime,
    Que sin vida me aliente?

      ¿Quién conserva mi vida?
    O ¿de dónde le viene
    Aire con que respire,
    Calor que la fomente?

      Sin duda que es mi amor
    El que en mi pecho enciende
    Estas señas que en mí
    Parecen de viviente.

      Y como en un madero
    Que abrasa el fuego ardiente
    Nos parece que luce
    Lo mismo que padece;

      Y cuando el vegetable
    Humor en él perece
    Parécenos que vive,
    Y no es sino que muere:

      Así yo en las mortales
    Ansias que el alma siente
    Me animo con las mismas
    Congojas de la muerte.

      ¡Oh! de una vez acabe,
    Y no cobardemente
    Por resistirme á una
    Perezca tantas veces!

      ¡Oh! caiga sobre mí
    La esfera trasparente,
    Desplomados del polo
    Los diamantinos ejes!

      ¡Oh! el centro en sus cabernas
    Me preste oscuro albergue,
    Cubriendo mis desdichas
    La máquina terrestre!

      ¡Oh! el mar en sus entrañas
    Sepultada me entregue
    Por mísero alimento
    A sus voraces peces!

      ¡Niegue el sol á mis ojos
    Sus rayos refulgentes,
    Y el aire á mis suspiros
    El necesario ambiente!

      ¡Cúbrame eterna noche
    Y el siempre oscuro Lete
    Borre mi nombre infausto
    Del pecho de las gentes!

      Mas ¡ay de mí! que todas
    Las criaturas crueles
    Solicitan que viva,
    Porque gustan que pene!

      Pues ¿qué espero? mis propias
    Penas de mí me venguen,
    Y á mi garganta sirvan
    De funestos cordeles,

      Diciendo con mi ejemplo
    A quien mis penas viere:
    _Aquí acabó una vida
    Porque un amor viviese!_




V.


      Divino dueño mio,
    Si al tiempo de apartarme
    Tiene mi amante pecho
    Alientos de quejarse,
    Oye mis penas, mira mis males.
      Aliéntese el dolor,
    Si puede lamentarse,
    Y á punto de perderte
    Mi corazon exhale
    Llanto á la tierra, quejas al aire.
      Apénas de tus ojos
    Quise al sol elevarme,
    Cuando mi precipicio
    Da en sentidas señales
    Venganza al fuego, nombre á los mares.[H]
      Apénas tus favores
    Quisieron coronarme,
    Dichosa mas que todos,
    Felice como nadie,
    Cuando los gustos fueron pesares.
      Sin duda el ser dichosa
    Es la culpa mas grave,
    Pues mi fortuna adversa
    Dispone que la pague
    Con que á mis ojos tus luces falten.
      ¡Ay, dura ley de ausencia!
    Quién podrá derogarte,
    Si á donde yo no quiero
    Me llevas, sin llevarme,
    Con alma, muerta, vivo cadáver.
      Será de tus favores
    Solo el corazon cárcel,
    Por ser aun el silencio,
    Si quiero que los guarde,
    Custodio indigno, sigilo frágil.
      Y puesto que me ausento,
    Por el último vale
    Te prometo rendida
    Mi amor y fe constante,
    Siempre quererte, nunca olvidarte.




VI.


      Prolija memoria,
    Permíteme quiera
    Que por un instante
    Sosieguen mis penas.

      Afloja el cordel,
    Que, segun aprietas,
    Temo me revientes
    Si das otra vuelta.

      Mira que si acabas
    Con mi vida, cesa
    De tus tiranías
    La triste materia.

      No piedad te pido
    En aquestas treguas
    Sino que otra especie
    De tormento sea.

      Ni de mí presumas
    Que soy tan grosera,
    Que la vida solo
    Para vivir quiera.

      Bien sabes tú, como
    Quien está tan cerca,
    Que solo la estimo
    Por sentir con ella,

      Y porque perdida,
    Perder era fuerza
    Un amor que pide
    Duracion eterna.

      Por esto te pido
    Que tengas clemencia:
    No porque yo viva,
    Sí porque él no muera.

      ¿No bastan cuán vivas
    Se me representan
    De mi ausente cielo
    Las divinas prendas?

      ¿No basta acordarme
    Sus caricias tiernas,
    Sus dulces palabras,
    Sus nobles finezas?

      Y ¿no basta que
    Industriosa crezcas
    Con pasadas glorias
    Mis presentes penas,

      Sino que (¡ay de mí!
    Mi bien, quién pudiera
    No hacerte este agravio
    De temer mi ofensa!)

      Sino que villana
    Persuadirme intentas
    Que mi agravio es
    Posible que sea?

      Y para formarlo
    Con necia agudeza,
    Con cuerdas palabras
    Acciones contestas.

      Sus proposiciones
    Me las interpretas,
    Y lo que en paz digo
    Me sirve de guerra.

      ¿Para qué examinas
    Si habrá quien merezca
    De sus bellos ojos
    Atenciones tiernas?

      ¿Si de otra hermosura
    Acaso le llevan
    Méritos mas altos,
    Mas dulces ternezas?

      ¿Si de obligaciones
    La carga molesta
    Le obliga en mi agravio
    A pagar la deuda?

      ¿Para qué ventilas
    La cuestion superflua
    De si es la mudanza
    Hija de la ausencia?

      Ya yo sé que es frágil
    La naturaleza,
    Y que su constancia
    Solo es no tenerla;

      Sé que la mudanza
    Por puntos en ella
    Es, de su ser propio,
    Caduca dolencia.

      Pero tambien sé
    Que ha habido firmeza,
    Que ha habido escepciones
    De la comun regla.

      Pues ¿por qué la suya,
    Quieres tú que sea,
    Siendo ambas posibles,
    De aquella y no de esta?

      Mas ¡ay! que ya escucho,
    Que das por respuesta,
    Que son mas seguras
    Las cosas adversas.

      Con estos temores
    En confusa guerra,
    Entre muerte y vida
    Me tienes suspensa.

      Ven á algún partido
    De una vez, y acepta
    Permitir que viva
    O dejar que muera.




VII.

(FRAGMENTOS.)


      Sabrás, querido Fabio,
    Si ignoras que te quiero,
    Que ignorar lo dichoso
    Es muy de lo discreto;

      Que apénas fuiste blanco
    En que el rapaz archero
    Del tiro indefectible
    Logró el mejor acierto,

      Cuando en mi pecho amante
    Brotaron al incendio
    De recíprocas llamas
    Conformes ardimientos.

      ¿No has visto, Fabio mio,
    Cuando el señor de Délos
    Hiere con armas de oro
    La luna de un espejo,

      Que haciendo en el cristal
    Reflejo el rayo bello,
    Hiere repercusivo
    El mas cercano objeto?

      Pues así del amor
    Las flechas, que en mi pecho
    Tu resistente nieve
    Les diò mayor esfuerzo,

      Vueltas á mí las puntas,
    Dispuso amor soberbio,
    Solo con un impulso
    Dos alcanzar trofeos.
    Díganlo las ruinas
    De mi valor deshecho,

           ***

      Las cercenadas voces
    Que en balbucientes ecos,
    Si el amor las impele,
    Las retiene el respeto;

      Las niñas de mis ojos
    Que con mirar travieso
    Sinceramente parlan
    Del alma los secretos;

      El turbado semblante
    Y el impedido aliento,
    En cuya muda calma
    Da voces el afecto;

      Aquel decirte mas
    Cuando me esplico ménos,
    Queriendo en negaciones
    Espresar los conceptos;

      Y en fin, dígaslo tú
    Que de mis pensamientos,
    Lince sutíl, penetras
    Los mas ocultos senos.

           ***





VIII.

(FRAGMENTOS.)


      Si acaso, Fabio mio,
    Despues de penas tantas
    Quedan para las quejas
    Alientos en el alma;
      Si acaso en las cenizas
    De mi muerta esperanza
    Se libró por pequeña
    Alguna débil rama,
      En donde entretenerse
    Con fuerza limitada,
    El rato que me escuchas,
    Pueda la vital aura,
      Oye en tristes endechas
    Las tiernas consonancias
    Qué al moribundo cisne
    Sirven de exequias blandas.

           ***

      Dame el postrer abrazo
    Cuyas tiernas lazadas,
    Siendo union de los cuerpos,
    Ydentifican almas.
      Oiga tus dulces ecos,
    Y en cadencias turbadas
    No permita el ahogo
    Enteras las palabras.
      De tu rostro en el mio
    Haz amorosa estampa
    Y mis mejillas frías
    De ardiente llanto baña.

           ***

      Recibe de mis labios
    El que en mortales ansias
    El exánime pecho
    Ultimo aliento exhala;
      Y el espíritu ardiente

           ***

      Recibe, y de tu pecho
    En la dulce morada
    Padron eterno sea
    De mi fineza rara.
      Y á Dios, Fabio querido,
    Que ya el aliento falta,
    Y de vivir se aleja
    La que de tí se aparta.




[Illustration]




ODAS, LIRAS Y LETRILLAS.




I.

_En la profesion de una religiosa._


      Celebrad, criaturas,
    Las dichas que logro,
    Aunque á mis venturas
    Todo viene corto.
      Sabed que mis bienes
    Llegan á tal colmo,
    Que aun á la esperanza
    Exceden mis gozos.
      Del Señor un ángel
    Me asiste animoso,
    Y con nimio celo
    Guarda mi decoro.
      Soy esclava humilde
    Del Señor que adoro,
    Y por eso ostento
    Serviles despojos.
      Con su santo sello
    Señaló mi rostro,
    Para que no admita
    Mas que su amor solo.
      Del que ángeles sirven
    Esposa me nombro,
    A quien sol y luna
    Admiran hermoso.
      Desprecia por Cristo
    Mi pecho amoroso
    El reino del mundo
    Con su fausto todo.
      Ahora que sigo
    Con paso amoroso
    Al que ha deseado
    Mi corazon todo,
      ¡Ay! no me confundas,
    Señor, con tu enojo,
    Sino obra conmigo
    Cual siempre piadoso!
      Dióme en fe su anillo
    De su desposorio,
    Y de ricas joyas
    Compuso mi adorno.
      Vistióme con ropas
    Tejidas con oro,
    Y con su corona
    Me honró como esposo.
      Lo que he deseado
    Ya lo ven mis ojos,
    Y lo que esperaba
    Ya felice gozo.




II.

_A la Asuncion._


      A la que triunfante
    Bella emperatriz
    Huella de los aires
    La region feliz;
      A la que ilumina
    Su vago confin
    De arreboles de oro,
    Nácar y carmin;
      A cuyo pié hermoso
    Espera servir
    El trono estrellado
    En campo turquí;
      A la que confiesan
    Cien mil veces mil
    Por Señora el ángel,
    Reina el serafin;
      Cuyo pelo airoso
    Desprende sutíl
    En garzotas de oro
    Bandera de Ofir;
      De quién aprendió
    El sol á lucir,
    La estrella á brillar,
    La aurora á reir,
      Cantemos la gloria
    Diciendo al subir:
    Pues vivió sin mancha,
    ¡Que viva sin fin!




III.

_Al mismo asunto._


      De tu ligera planta
    El curso, Fénix rara,
    Pára, pára;
    Mira que se adelanta
    En tan ligero ensayo
    A la nave, á la cierva, al ave, al rayo.
      ¿Por qué surcas ligera
    El viento trasparente?
    Tente, tente;
    Consuélanos siquiera,
    No nos lleves contigo
    El consuelo, el amparo, el bien y abrigo.
      Todos los elementos
    Lamentan tu partida;
    Mida, mida
    Tu piedad sus lamentos:
    Oye el humilde ruego
    A la tierra, á la mar, al aire, al fuego.
      Las criaturas sensibles
    Y las que vida ignoran,
    Lloran, lloran
    Con llantos indecibles,
    Invocando tu nombre
    El peñasco, la planta, el bruto, el hombre.
      A llantos repetidos
    Entre los troncos secos,
    Ecos, ecos
    Dan á nuestros gemidos
    Por llorosa respuesta
    El monte, el llano, el bosque, la floresta.
      Si las lumbres atenta
    Hácia el suelo volvieras,
    Vieras, vieras
    Cuán triste se lamenta
    Con ansia lastimosa
    El pájaro, el reptil, el pez, la rosa.
      Mas con ardor divino
    Ya rompiendo las nubes
    Subes, subes,
    Y en solio cristalino
    Besan tus plantas bellas
    El cielo, el sol, la luna, las estrellas.
      Ya espíritus dichosos
    Que el Olimpo componen
    Ponen, ponen
    A tus pies, generosos,
    Con ardientes deseos
    Coronas, cetros, palmas y trofeos.
      No olvides, pues, gloriosa,
    Al que triste suspira;
    Mira, mira
    Que ofreciste piadosa
    Ser de clemencia armada
    Ausilio, amparo, madre y abogada.




IV.

_A San Pedro._


      ¡Oh Pastor que has perdido
    Al que tu pecho adora!
    Llora, llora,
    Y deja dolorido
    En lágrimas deshecho
    El rostro, el corazon, el alma, el pecho.

      Si el arrepentimiento
    Tu corazon oprime,
    Gime, gime;
    Lastime tu lamento
    Y doloroso anhelo
    A la tierra, á la mar, al aire, al cielo.

      Si de suerte mejoras,
    Las lágrimas te valgan:
    Salgan, salgan
    Todas las que atesoras;
    Aneguen tus pesares
    Los rios, los arroyos, fuentes, mares,

      Y pues tu pena rara
    Lágrimas solo borran,
    Corran, corran,
    Y dejen en tu cara
    Y en todas tus facciones
    Señales, rayas, surcos, impresiones.

      Y si á dar tiernas voces
    El duro mal te excita,
    Grita, grita,
    Y tus penas atroces
    Oigan, y tus querellas,
    Los luceros, el sol, luna y estrellas.

      El curso ya empezado
    Tus lágrimas no acaben:
    Laven, laven
    La mancha del pecado,
    Hasta que estés glorioso
    Limpio, resplandeciente, puro, hermoso.




V.

_De Santa Catarina Mártir._


      Sosiega, Nilo undoso,
    Tu líquida corriente;
    Tente, tente,
    Párate á ver gozoso
    La que fecundas bella
    De la tierra, del cielo, rosa, estrella.

      Tu corriente oportuna
    Que piadoso moviste
    Viste, viste
    Que de Moises fué cuna,
    Siendo arrullo á su oido
    La onda, la espuma, el tumbo y el sonido.

      Mas venturoso ahora
    De abundancia de bienes
    Tienes, tienes
    La que tu márgen dora
    Belleza mas lozana
    Que Abigail, Ester, Raquel, Susana:

      La hermosa Catarina
    Que la gloria gitana
    Vana, vana
    Elevó á ser divina,
    Y en las virtudes trueca
    De Débora, Jael, Judit, Rebeca.

      No en frágil hermosura
    Que aprecia el loco abuso
    Puso, puso
    Esperanza segura,
    Bien que excedió su cara
    La de Ruth, Bersabé, Thamar y Sara.

      A esta, Nilo sagrado,
    Tu corriente sonante
    Cante, cante,
    Y en concierto acordado
    Tus ondas sean veloces
    Sílabas, lenguas, nùmeros y voces.




VI.

_Al mismo asunto._

(LETRILLA.)


      Erase una niña
    Como digo á usté,
    Cuyos años eran
    Ocho sobre diez.
              Esperen, aguarden,
              Que yo lo diré.
      Esta (qué sé yo
    Cómo pudo ser?)
    Dizque supo mucho,
    Aunque era mujer.
              Esperen, aguarden,
              Que yo lo diré.
      Porque como dizque
    Dice no sé quien,
    Ellas solo saben
    Hilar y coser.
              Esperen, aguarden,
              Que yo lo diré.
      Pues esta á hombres grandes
    Pudo convencer;
    Que á un chico, cualquiera
    Lo puede envolver.
              Esperen, aguarden,
              Que yo lo diré.
      Y aun una santita
    Dizque era tambien,
    Sin que la estorbase
    Para eso el saber.
              Esperen, aguarden,
              Que yo lo diré.
      Mas como Patillas
    No duerme, al saber
    Que era santa y docta
    Se hizo un Lucifer.
              Esperen, aguarden,
              Que yo lo diré.
      Porque teme el diablo
    Esto de saber
    Que hay mujer que sepa
    Mas que supo él.
              Esperen, aguarden,
              Que yo lo diré.
      Pues con esto ¿qué hace?
    Viene y tienta á un rey
    Que á ella la tentara
    A dejar su ley.
              Esperen, aguarden,
              Que yo lo diré.
      Tentóle de recio;
    Mas ella, par diez,
    Se dejó matar
    Antes que vencer.
              Esperen, aguarden,
              Que yó lo diré.
      No pescudan mas,
    Porque mas no sé,
    De que es Catarina
    Para siempre, amen.
              Esperen, aguarden,
              Que yo lo diré.




VII.

_En la dedicacion de un templo._


      Aunque ningun lugar es
    Lugar de ofender á Dios,
    Pues para alabarle en todos
    Su Magestad los crió,
    Atencion, atencion,
    Que aquesta es casa solo de oracion.

      Como nuestra gran flaqueza
    Su Magestad conoció,
    Separó algunos lugares
    Para nuestra devocion.
    Atencion, atencion,
    Que aquesta es casa solo de oracion.

      Con especial asistencia
    En ellos determinó
    Habitar, para que en ellos
    Le demos adoracion.
    Atencion, atencion,
    Que aquesta es casa solo de oracion.

      Pues ¿qué disculpa tendrá
    De atreverse nuestro error
    Al determinado sitio
    Que para sí destinó?
    Atencion, atencion,
    Que aquesta es casa solo de oracion.

      Los que al templo venis, sea
    Solo á dar gracias á Dios;
    No hagais la casa del Padre
    Casa de negociacion.
    Atencion, atencion,
    Que aquesta es casa solo de oracion.

      Plazas y lonjas teneis
    Si buscais conversacion,
    Que el templo Dios solamente
    A su culto reservò.
    Atencion, atencion,
    Que aquesta es casa solo de oracion.




VIII.

_Juguetillo á María._


      Como entre espinas la rosa,
    Como entre nubes la luna,
    Unica y como ninguna
    Luce la divina Esposa.
    Toda pura y toda hermosa,
    Púrpura y viso vestida,
    Ciudad de Dios defendida,
    Arca de su testamento,
    De la Trinidad asiento,
    Iris hermoso de paz,
    Y trescientas cosas mas.

      Como lirio descollado
    En el márgen cristalino;
    Como vaso de oro fino
    De mil piedras adornado;
    Como bálsamo quemado,
    Como fuego reluciente,
    Como Apolo refulgente.
    Como poma de olor llena,
    A quien no tocó la pena
    Que tuvieron los demas,
    Y trescientas cosas mas.

      Como varita olorosa
    Que asciende desde el desierto;
    Como bien ballado huerto
    De la fruta mas sabrosa;
    Como palma victoriosa,
    Como escuadron ordenado,
    Como paso bien sellado,
    Como pacífica oliva
    Que fué del mundo la paz,
    Y trescientas cosas mas.

      Trono de Dios soberano,
    Archivo de todo bien,
    Gloria de Jerusalen
    Y alegria del crístiano;
    Ester que al género humano
    De la miseria libró;
    La muger que en Pátmos vió
    Juan, triunfante del dragon;
    El trono de Salomon
    Y la señal dada á Acaz,
    Y trescientas cosas mas.




IX.

_Villancicos en la fiesta de San José._


      Quedito, airecillos,
    No, no susurreis;
    Mirad que descansa
    Un rato José.
      No, no os movais,
    Oh no, no voleis;
    Quedito, pasito,
    Que duerme José.
      Para no ver el preñado,
    José, que le daba enojos,
    De María, los dos ojos
      Ha cerrado.
    Centra su vista severo
    Dijo airado, porque vía
    Testigos contra María,
      “No los quiero.
    Si dicen que en el empleo
    De mi esposa falta fe,
    Nunca estoy mas ciego que
      Cuando veo.
    Y á que en llanto no se aneguen
    Porque á tanto se atrevieron,
    Ojos que contra ella fueron
    Luego cieguen.”
      Viendo Dios que eran despojos
    Sus ojos de su sentir,
    Hízole dormido abrir
      Tantos ojos.
    Hablóle un ángel glorioso,
    Porque solo él pudo ser
    Bastante á satisfacer
      A un celoso.
    Ay qué prodigio!
    Ay qué portento!
    Vengan á verlo todos,
    Vengan á verlo!
      Que si á todos los celos
    Quitan el sueño,
    A mi Josef el sueño
    Quita los celos.
      Celos con sueño,
    Sueño con celos,
    En Josef solamente
    No son opuestos.
    Vengan á verlo todos
    Vengan á verlo!




[Illustration]




SILVA.




_Retrato de una belleza._

POESIA BURLESCA, IMITADA DE JACINTO POLO.


      El pintar de Lizarda la belleza
    En que á sí se excedió naturaleza,
    Con un estilo llano,
    Se me viene á la pluma y á la mano.
    Y cierto que es locura
    El querer retratar yo su hermosura,
    Sin haber en mi vida dibujado,
    Ni saber qué es azul ó colorado,
    Qué es regla, qué es pincel, oscuro ó claro,
    Aparejo, retoque ni reparo.
    El diablo me ha metido en ser pintora!
    Dejémoslo, mi Musa, por ahora
    A quien sepa el oficio...
    Mas esta tentacion me quita el juicio!
    Y sin dejarme pizca,
    Ya no solo me tienta, me pellizca,
    Me casca, me hormiguea,
    Me punza, me rempuja, me aporrea.
    Y tengo de pintar dé donde diere,
    Salga como saliere;
    Aunque saque un retrato
    Tal que despues le ponga, _aqueste es gato_.
    Pues no soy la primera
    Que con hurtos de sol y primavera
    Echo, con mil primores,
    Una mujer en infusion de flores;
    Y despues que muy bien alambicada
    Resulta una belleza destilada,
    Cuando el hervor se entibia,
    Si rosa la creyeron, sale endibia.
    Mas no pienso robar yo sus colores:
    Descansen por aquesta vez las flores;
    Que no quiere mi Musa ni se mete
    En hacer su hermosura ramillete,
    Mas ¿con qué he de pintar si ya la vena
    No se tiene por buena,
    Si no forma, hortelana en sus colores,
    Un gran cuadro de flores?
    ¡Oh siglo desdichado y desvalido,
    En que todo lo hallamos ya servido!
    Pues que no hay voz, equívoco ni frase
    Que por comun no pase,
    Y digan los censores:
    “¿Eso? ya lo pensaron los mayores.”
    ¡Dichosos los antiguos que tuvieron
    Paño de qué cortar, y así vistieron
    Sus conceptos de albores,
    De luces, de reflejos y de flores!
    Que entónces era el sol nuevo y flamante,
    Y andaba tan valido lo brillante
    Que el decir que el cabello era un tesoro,
    Valia otro tanto oro;
    Y las estrellas con sus rayos rojos
    Que aun no estaban cansadas de ser ojos,
    Cuando eran celebradas
    ¡_Oh dulces luces por mi mal halladas,_
    _Dulces y alegres cuando Dios queria_!,
    Ya no las puede usar la Musa mia
    Sin que diga severo algun letrado
    Que Garcilaso está muy maltratado
    Y en lugar indecente.
    Mas si no es á su Musa competente
    Y le ha de dar enojo semejante,
    Quite aquellos dos versos, y ¡adelante!
    Digo, pues, que el coral, entre los sabios,
    Se andaba con la grana aun en los labios,
    Y las perlas de nítidos orientes
    Andaban enseñándose á ser dientes,
    Y alegaba la concha, no muy loca,
    Que si ellas dientes son, ella es la boca;
    Desde entónces, no hay duda,
    Empezó la belleza á ser conchuda.
    Pues ¿las piedras? ¡ay Dios! y qué riqueza!
    Era una platería una belleza,
    Que llevaba por dote en sus facciones
    Mas de treinta millones.
    Eso sí era hacer versos descansado,
    Y no en aqueste siglo desdichado
    Y de tal desventura,
    Que está ya tan cansada la hermosura
    De verse en los planteles
    De azucenas, de rosas y claveles,
    Ya del tiempo marchitos,
    Recojiendo humedades y mosquitos,
    Que con enfado estraño
    Quisiera mas un saco de hermitaño.
    Y así andan los poetas desvalidos
    Achicando antiguallas de vestidos,
    Y talvez sin mancilla
    lo que es jubon ajustan á ropilla,
    O hacen de unos centones
    De remiendos diversos los calzones,
    Y nos quieren vender por estremada
    Una belleza rota y remendada.
    Pues ¿qué es ver las metáforas cansadas
    En que han dado las Musas alcanzadas?
    No hay ciencia, arte ni oficio
    Que con estraño vicio
    Los poetas, con vana sutileza,
    No anden acomodando á la belleza,
    Y pensando que pintan de los cielos
    Hacen unos retablos de sus duelos.
    Pero diránme ahora
    Que ¿quién á mí me mete á ser censora?
    Pues de lo que no entiendo es grave exceso;
    Pero yo les respondo, que por eso:
    Pues siempre el que censura y contradice,
    Es quién ménos entiende lo que dice.
    Mas si alguno se irrita,
    Murmúreme tambien; ¿quién se lo quita?
    No haya miedo que en eso me fatigue,
    Ni que á ninguno obligue
    A que encargue su alma:
    Téngasela en su palma
    Y haga lo que quisiere,
    Pues su sudor le cuesta al que leyere;
    Y si ha de disgustarse con leello,
    Vénguese del trabajo con mordello,
    Y allí me las dén todas,
    Pues yo no me he de hallar en esas bodas.
    Miren, esto de bodas es constante
    Que lo dije por solo el consonante;
    Si alguno halla otra voz que mas espresa,
    Yo le doy mi poder, y quíteme esa.
    Mas volviendo á mi arenga comenzada,
    Válgame por Lizarda retratada,
    Y ¡qué difícil eres!
    No es mala propiedad de las mujeres.
    Mas ya lo prometí, cumplirlo es fuerza,
    Aunque las manos tuerza:
    A acabarlo me obligo
    Pues tomo bien la pluma, y Dios conmigo.
    Vaya, pues, de retrato!
    Denme un Dios que socorra de barato.
    ¡Ay¡ con toda la trampa,
    Que una musa de _la ampa_,
    A quien ayuda tan propicio Apolo,
    Se haya rozado con Jacinto Polo
    En aquel conceptillo desdichado!
    ¡Y pensarán que es robo muy pensado!
    Es, pues, Lizarda... es pues... ¡Ay Dios, qué aprieto
    No sé quién es Lizarda, les prometo;
    Que mi atencion sencilla
    Pintarla prometió, no definilla.
    Digo, pues... ¡oh que _pueses_ tan soeces!
    ¿Todo el papel he de llenar de _pueses_?
    ¡Jesus! qué mal empiezo!....
    Principio iba á decir, ya lo confieso,
    Y acordéme al instante
    Que _principio_ no tiene consonante.
    Perdonen, que esta mengua
    Es porque no me ayuda bien la lengua.
    ¡Jesus! y ¡qué cansados
    Estarán de esperar desesperados
    Los tales mis oyentes;
    Mas si esperar no gustan, impacientes,
    Y juzgaren que es largo y que es pesado,
    Vayan con Dios, que ya esto se ha acabado;
    Pues quedándome sola y retirada
    Mi borrador haré mas descansada.
    Por el cabello empiezo, estense quedos,
    Que hay aquí que pintar muchos enredos;
    No hallo comparacion que bien le cuadre;
    Qué para poco me parió mi madre!
    ¿Rayos de sol? Ya aqueso se ha pasado;
    La pragmática nueva lo ha quitado.
    ¿Cuerdas de arco de amor en dulce trance?
    Eso es llamarlo cerda en buen romance.
    ¡Qué linda cosa fuera
    El tomar la ocasion por la mollera!
    Pero aquesta ocasion ya se ha pasado,
    Y calva está de haberla repelado.
    Y así en su calva lisa
    La cabellera irá tambien postiza,
    Y el que llegue á cogerla
    Se queda con el pelo y no con ella,
    Y, en fin, despues de tanto dar en ello,
    ¿Qué tenemos, mi Musa, de cabello?
    El de Absalon viniera aquí nacido,
    Por tener mi discurso suspendido;
    Mas no quiero meterme yo en honduras
    Mostrándome entendida en Escrituras.
    En ser cabello de Lizarda quede.
    Que es lo que mas encarecerse puede,
    Y bájese á la frente mi reparo:
    ¡Gracias á Dios que salgo hácia lo claro!
    Que me pude perder en la espesura
    Sino saliera por la comisura.
    Tendrá, pues, la tal frente
    Una caballería largamente,
    Segun está de limpia y despejada;
    Y si temen por esto verla arada,
    Pierdan este recelo,
    Que estas caballerías son del cielo.
    ¿Qué apostamos que ahora piensan todos
    Que he perdido los modos
    Del estilo burlesco,
    Pues que ya por los cielos me encarezco?
    Pues no fué este mi intento,
    Que yo no me acordé del firmamento,
    Porque mi estilo llano
    Se tiene acá otros cielos mas á mano;
    Que á ninguna belleza se le veda
    El que tener dos cielos juntos pueda;
    Y ¿cómo? Uno en la boca, otro en la frente.
    ¡Por Dios, que lo he enmendado lindamente!
    Las cejas son agora, ¿diré arcos?
    No, que su consonante es luego zarcos,
    Y si yo pinto zarca su hermosura,
    Dará Lizarda al diablo la pintura,
    Y me dirá que solo algun demonio
    Levantara tan falso testimonio.
    Pues yo lo he de decir, y en esto ahora
    Conozco que devéras soy pintora,
    Que mentir de un retrato en los primores
    Es el último exámen de pintores.
    En fin, ya con ser arcos se han salido;
    Pero ¿piensan que son los de Cupido?
    ¿O que son paz del dia?
    Pues no son sino de una cañería
    Por donde encaña el agua á sus enojos,
    Por mas señas, que tiene allí dos ojos.
    Esto ¿quién lo ha pensado?
    ¿Me dirán que esto es viejo y es trillado?
    Mas ya que los nombré, fuerza es pintallos,
    Aunque no tope verso en qué colgallos.
    ¡Nunca yo los mentara!
    Que quizas al lector se le olvidara.
    Empiezo á pintar, pues: nadie se ria
    De ver que titubea mi Talia;
    Que no es hacer buñuelos,
    Pues tienen su pimienta los ojuelos,
    Y no hallo en mi conciencia
    Comparacion que tenga conveniencia
    Con tantos arreboles...
    ¡Jesus! no estuve un tris de decir soles!
    ¡Qué grande barbarismo!
    Apolo me defienda de sí mismo;
    Que á los que son de luces sus pecados,
    Los veo condenar de alucinados,
    Y temerosa yo, viendo su enojo,
    Trato de echar mis luces en remojo.
    Tentacion solariega en mí es estraña...
    Que se vaya á tentar á la montaña.
    En fin, yo no hallo símil competente
    Por mas que doy palmadas en mi frente,
    Y las uñas me como.
    ¿Dónde el _viste_ estará y el _así como_,
    Que siempre tan activos
    Se andan á principiar comparativos?
    Mas ¡ay! que donde _vistes_ hubo antaño,
    No hay _así como_ ogaño;
    Pues váyanse sin ellos muy serenos,
    Que no por eso dejan de ser buenos,
    Ni de ser manantial de perfecciones,
    Que no todo ha de ser comparaciones;
    Y ojos de una beldad tan peregrina
    Razon es ya que salgan de madrina,
    Pues á sus niñas fuera hacer ultrage
    Quererlas tener siempre en pupilage.
    En fin, nada les cuadra, que es locura
    Al círculo buscar la cuadratura.
    Síguese la nariz, y es tan seguida
    Que ya quedó con esto definida;
    Y nariz torticera tan tremenda
    No hay geómetra alguno que la entienda.
    Pásame á las mejillas;
    Y aunque es su consonante maravillas,
    No las quiero yo hacer predicadores
    Que digan: Aprended de mí, á las flores.
    Mas si he de confesarles mi pecado,
    Algo el carmin y grana me han tentado.
    Mas agora ponérselos no quiero:
    Si ella lo quiere, gaste su dinero;
    Que es grande bobería
    El quererla afeitar á costa mia.
    Ellas, en fin, aunque parecen rosa,
    Lo cierto es que son carne, y no otra cosa.
    ¡Válgame Dios! lo que se sigue ahora.
    Haciéndome está cocos el aurora
    Por ver si la comparo con su boca;
    Y el oriente con perlas me provoca;
    Pero no hay que admirarme,
    Que ni una sed de oriente ha de costarme.
    Es, en efecto, de color tan fina
    Que parece bocado de cecina;
    Y no he dicho muy mal, pues de salada
    Dicen que se le ha puesto colorada.
    Miren cómo sé hacer comparaciones
    Muy propias en algunas ocasiones.
    Y es que donde no piensa el que es mas vivo,
    Falta el comparativo;
    Y si alguno dijere que es grosera
    Una comparacion de esta manera,
    Respóndame la Musa mas ufana,
    ¿Es mejor el gusano que la grana?
    ¿O el clavel, que si el gusto los apura
    Hará echar las entrañas su amargura?
    Con todo, númen mio,
    Aquesto de la boca va muy frio;
    Yo digo mi pecado,
    Ya está el pincel cansado;
    Pero, pues tengo ya frialdad tanta,
    Gastemos esta nieve en la garganta,
    Que la tiene tan blanca y tan helada
    Que le sale la voz garapiñada.
    Mas por sus pasos, yendo á paso llano,
    Se me vienen las manos á la mano.
    Aquí habrá menester grande cuidado,
    Pues ya toda la nieve se ha gastado,
    Y para la blancura que atesora
    No me ha quedado ni una cantimplora;
    Y fué la causa de esto
    Que, como iba sin sal, se gastó presto.
    Mas puesto que pintarla solicito,
    Por la Vírgen, que esperen un tantito,
    Miéntras la pluma tajo
    Y me alivio un poquito del trabajo,
    Y, por decir verdad, miéntras suspensa
    Mi imaginacion piensa
    Algun concepto que á sus manos venga.
    ¡Oh! si Lizarda se llamara Menga!
    Qué equívoco tan lindo me ocurría,
    Que solo por el nombre se me enfría!
    Ello fuí desgraciada
    En estar ya Lizarda bautizada.
    Acabemos, que el tiempo nunca sobra:
    A las manos, y manos á la obra.
    Empiezo por la diestra,
    Que aunque no es ménos bella la siniestra,
    A la pintura es llano
    Que se le ha de asentar la primer mano.
    Es, pues, blanca y hermosa con exceso,
    Porque es de carne y hueso,
    No de marfil ni plata, que es quimera
    Y á una estatua servir solo pudiera;
    Y con esto, aunque es bella,
    Sabe su dueño bien servirse de ella,
    Y la estima bizarra,
    Mas que no porque luce, porque agarra.
    Pues no le queda en zaga la siniestra,
    Porque aunque no es tan diestra,
    Y es algo ménos en la lijereza,
    No tiene un dedo ménos de belleza.
    Aquí viene rodada
    Una comparacion acomodada:
    Porque, no hay duda, es llano
    Que es la una mano como la otra mano.
    Y si alguno dijere que es friolera
    El querer comparar de esta manera,
    Respondo á su censura,
    Que el tal no sabe lo que se murmura,
    Pues pudiera muy bien naturaleza
    Haber sacado manca esta belleza;
    Que yo he visto bellezas muy ramplonas
    Que, si mancas no son, son macarronas.
    Ora falta á mi Musa la estrechura
    De pintar la cintura.
    En ella he de gastar poco capricho,
    Pues con decirla breve, se está dicho;
    Porque ella es tan delgada,
    Que en una línea queda ya pintada.
    El pié yo no lo he visto, y fuera engaño
    Retratar el tamaño,
    Ni mi Musa sus puntos considera,
    Porque no es zapatera;
    Pero segun airoso el cuerpo mueve,
    Debe el pié de ser breve,
    Porque es, nadie ha ignorado,
    El pié de arte mayor largo y pesado.
    Y si en cuenta ha de entrar la vestidura,
    Que ya es el traje parte en la hermosura,
    El hasta aquí del garbo y de la gala
    A la suya no iguala,
    De fiesta ò de revuelta,
    Porque está bien prendida, y mas bien suelta.
    Un adorno garboso y no afectado,
    Que parece descuido y es cuidado;
    Un aire con que arrastra la tal niña
    Con aseado desprecio la basquiña,
    En que se van pegando
    Las almas entre el polvo que va hollando;
    Un arrojar el pelo por un lado,
    Como que la acongoja por copado;
    Y al arrojar el pelo,
    Descubrir un... Por poco digo cielo,
    Quebrantando la ley; mas ¿qué importara
    Que yo la quebrantara?
    A nadie cause escándalo ni espanto,
    Pues no es la ley de Dios la que quebranto;
    Y con todo, si á ustedes les parece,
    Será razon que ya el retrato cese,
    Que no quiero cansarme,
    Pues ni aun el coste de él han de pagarme.
    Veinte años de cumplir en mayo acaba.
    _Juana Ines de la Cruz la retrataba._




EPIGRAMAS.




I.


      Que te dan en la hermosura
    La palma, dices, Leonor;
    La de vírgen es mejor
    Que tu cara te asegura.
      No te precies con descoco
    Que á todos robas el alma,
    Pues si te han dado la palma
    Es, Leonor, porque eres coco.


II.

      Porque tu sangre se sepa
    Cuentas á todos, Alfeo,
    Que eres de reyes; yo creo
    Que eres de muy buena zepa;
      Y que, pues á cuantos topas
    Con esos reyes enfadas,
    Que mas que reyes de espadas,
    Debieron de ser de copas.


III.

      El no ser de padre honrado
    Fuera defecto, á mi ver,
    Si como recibí el ser
    De él, se lo hubiera yo dado.
      Mas piadosa fué tu madre
    Que hizo que á muchos sucedas,
    Para que entre tantos puedas
    Tomar el que mas te cuadre.


IV.

      Capitan es ya don Juan;
    Mas quisiera mi cuidado
    Hallarle lo reformado
    Antes de lo capitan;
      Porque cierto que me inquieta
    En accion tan atrevida,
    Ver que no sepa la brida
    Y se atreva á la gineta.




LOS SILBOS.

DIALOGO.

(_Tomado del final de un sainete._)


    _Muñoz._--Silbadito del alma,
    No te me ahorques,
    Que los silbos se hicieron
    Para los hombres.

    _Acebedo._--Silbadores del diablo,
    Morir dispongo,
    Que los silbos se hicieron
    Para los toros.

    _Comp. 1º._--Pues que ahorcar te quieres,
    Toma la soga,
    Que aqueste cordelejo
    No es otra cosa.

    _Acebedo._--No me silveis, demonios,
    Que mi cabeza
    No recibe los silvos,
    Aunque está hueca.

    _Arias._--Vaya de silbos, vaya!
    ¡Silbad, amigos!
    Que en lo hueco resuenan
    Muy bien los silbos.

    _Acebedo._--Gachupines parecen
    Recien venidos,
    Porque todo el teatro
    Se hunde á silbos.

    _Muñoz._--Vaya de silbos, vaya!...

    _Comp. 2º._--Y los malos poetas
    Tengan sabido,
    Que si vítores quieren,
    Este es el vítor.

    _Todos cant._--Vaya de silbos, vaya!...

    _Acebedo._--Baste ya, por Dios, baste;
    No me den soga,
    Que ya les doy palabra
    De no hacer otra.

    _Muñoz._--No es aquesto bastante,
    Que es el delito
    Descomunal, y pide
    Mayor castigo.

    _Todos cant._--Vaya de silbos, vaya!...

    _Acebedo._--Pues si aquesto no basta,
    ¿Qué me disponen?
    Que como no sean silbos,
    Dénme garrote.

    _Arias._--Pues de pena te sirva,
    Que lo has pedido,
    El que otra vez traslades
    Lo que has escrito.

    _Acebedo._--Eso no, que es aquese
    Tan gran castigo,
    Que mas quiero atronado
    Morir á silbos.

    _Muñoz._--Pues lo has pedido, vaya!
    ¡Silbad, amigos,!
    Que en lo hueco resuenan
    Muy bien los silbos.




[Illustration]




LOS EMPEÑOS DE UNA CASA.

COMEDIA FAMOSA.




_Interlocutores._


      Don Cárlos.
    Don Juan.
    Don Pedro.
    Don Rodrigo.
    Doña Leonor.
    Doña Ana.
    Celia.
    Hernando.
    Castaño.
    Dos embozados.
    Dos coros de música.




JORNADA PRIMERA.


_Salen doña Ana y Celia._

    _Doña Ana._--Hasta que venga mi hermano,
    Celia, le hemos de esperar.

    _Celia._--Pues eso será velar,
    Porque él juzga que es temprano
    La una, las dos; y á mi ver,
    Aunque es grande ociosidad,
    Viene á decir la verdad,
    Pues viene al amanecer.
    Mas por ahora ¿qué te dió
    Esta gana de esperar,
    Si te entras siempre á acostar
    Tú, y le espero solo yo?

    _Doña Ana._--Has de saber, Celia mia,
    Que aquesta noche ha fiado
    De mí todo su cuidado;
    Tanto de mi afecto fia.
    Bien sabes tú que él salió
    De Madrid dos años há,
    Y á Toledo, donde está,
    A una cobranza llegó,
    Pensando luego volver;
    Y así en Madrid me dejó,
    Donde estando sola yo
    Y poder ser vista y ver,
    Me vió don Juan y le ví,
    Y me solicitó amante,
    A cuyo pecho constante
    Atenta correspondí;
    Cuando, ó por no ser tan llano
    El pleito como juzgó,
    O, lo cierto, porque no
    Queria irse mi hermano;
    Porque vive aquí una dama
    De perfecciones tan sumas,
    Que dicen que faltan plumas
    Para alabarla á la fama,
    De la cual enamorado,
    Aunque no correspondido,
    Por conseguirla, perdido,
    En Toledo se ha quedado;
    Y porque yo no estuviese
    Sola en la corte sin él,
    O porque á su amor cruel
    De algun alivio le fuese,
    Dispuso el que venga aquí
    A vivir yo, y al instante
    Dí cuenta á don Juan, que amante
    Vino á Toledo tras mí;
    Fineza á que agradecida
    Toda el alma estar debiera,
    Si ya (¡ay de mí!) no estuviera
    Del empeño arrepentida;
    Porque el amor, que es villano
    En el trato y la bajeza,
    Se ofende de la fineza...
    Pero, volviendo á mi hermano,
    Sábete que él ha inquirido,
    Con obstinada porfía,
    Qué motivo haber podia
    Para no ser admitido,
    Y ha hallado que es otro amor,
    (Aunque yo no sé de quien,)
    Sintiendo, mas que el desden,
    Que otro gozase el favor:
    Que como este fiero engaño
    Es envidioso veneno,
    Se siente el provecho ajeno
    Mucho mas que el propio daño.
    Sobornando (¡Oh vil costumbre
    Que así la razon estraga,
    Que es tan ciego amor, que paga
    Porque le den pesadumbre!)
    Una criada que era
    De quien ella se fiaba,
    En el estado que estaba
    Su amor, con el fin que espera
    Y con lo demas que pasa,
    Supo de la infiel criada
    Que estaba determinada
    A salirse de su casa
    Esta noche con su amante;
    De que mi hermano furioso,
    Como á quien está celoso
    No hay peligro que le espante,
    Con unos hombres trató
    Que fingiéndose justicia
    (¡Mira que astuta malicia!)
    Prendan al que la robó,
    Y que al pasar por aquí
    Al galan y dama bella,
    Como en depósito á ella
    Me la entregasen á mí;
    Y que luego al apartarse,
    Como que acaso ellos van
    Descuidados del galan,
    Den lugar para escaparse;
    Con lo cual claro se arguye
    Que él se valdrá de los pies
    Huyendo, pues piensa que es
    La justicia de quien huye;
    Y mi hermano, con la traza
    Que su amor ha discurrido,
    Sin riesgo habrá conseguido
    Traer la dama á su casa;
    Y en ella es bien fácil cosa
    Galantearla abrasado,
    Sin que él parezca culpado,
    Ni ella pueda estar quejosa;
    Porque si tanto despecho
    Ella llegase á entender,
    Visto es que ha de aborrecer
    A quien tal daño le ha hecho,
    Aquesto que te he contado,
    Celia, tengo que esperar;
    Mira ¿cómo puedo entrar
    A acostarme sin cuidado?

    _Celia._--Señora, nada me admira,
    Que en amor no es novedad
    Que se vista la verdad
    Del color de la mentira;
    Ni ¿quién habrá que se espante,
    Si lo que es llega á entender
    Temeridad de mujer
    Ni resolucion de amante,
    Ni de traidoras criadas,
    Que eso en todo el mundo pasa,
    Y quizá dentro de casa
    Hay algunas calderadas?
    Solo admirado me han,
    Por las acciones que han hecho,
    Los indicios que tu pecho
    Da de olvidar á don Juan.
    Y no sé porqué el cuidado
    Das en trocar en olvido,
    Cuando ni causa has tenido
    Tú, ni don Juan te la ha dado.

    _Doña Ana._--Que él no me la da, es verdad;
    Que no la tengo, es mentira.

    _Celia._--¿De qué modo?

    _Doña Ana._--¿Qué te admira?
    Es ciega la voluntad.
    Tras mí, como sabes, vino
    Amante y fino don Juan,
    Quitándose de galan
    Lo que se añade de fino,
    Sin dejar á qué aspirar
    A la ley del albedrio;
    Porque si él es ya tan mio,
    ¿Qué tengo que desear?
    Pero no es aquesta sola
    La causa de mi despego,
    Sino porque ya otro fuego
    En mi pecho se acrisola.
    Suelo en esta calle ver
    Pasar á un galan mancebo,
    Que si no es el mismo Febo,
    Yo no sé qué pueda ser.
    A este, ¡ay de mí! Celia mia,
    No sé si es gusto ó capricho,
    Y... pero ya te lo he dicho,
    Sin saber lo que decia.

    _Celia._--¿Lloras?

    _Dª. Ana._--Pues ¿no he de llorar,
    ¡Ay de mí infelice! cuando
    Conozco que estoy errando
    Y no me puedo enmendar?

    _Celia._--[_Ap._] ¡Qué buenas nuevas me dan
    Con esto que ahora he oido,
    Para tener yo escondido
    En su cuarto al tal don Juan!
    Que habiendo notado el modo
    Con que le trata enfadada,
    Quiere hacer la tarquinada
    Y dar al traste con todo.
    Y ¿quién, señora, ha logrado
    Tu amor?

    _Dª. Ana._--Solo decir puedo
    Que es un don Cárlos de Olmedo
    El galan... Mas han llamado;
    Mira quién es, que despues
    Te hablaré, Celia.

    _Celia._--¿Quién llama?

    [_Dent._]--La justicia.

    _Dª. Ana._--Esta es la dama;
    Abre, Celia.

    _Celia._--Entre quien es.

(_Entran los embozados y doña Leonor._)

    _Emb._--Señora, aunque yo no ignoro
    El decoro de esta casa,
    Pienso que el entrar en ella
    Ha sido mas venerarla
    Que ofenderla, y así os ruego
    Que me tengais esta dama
    Depositada, hasta tanto
    Que se averigue la causa
    Por qué le dió muerte á un hombre
    Otro que la acompañaba;
    Y perdonad, que á hacer vuelvo
    Diligencias no escusadas
    En tal caso [_Vánse_].

    _Dª. Ana._--¿Qué es aquesto?
    Celia, á aquesos hombres llama,
    Que lleven esta mujer,
    Que no estoy acostumbrada
    A oir tales liviandades.

    _Celia._--[_Ap._] Bien la deshecha mi ama
    Hace de querer tenerla.

    _Dª. Leo._--Señora, en la boca el alma
    Tengo ¡ay de mí! Si piedad
    Mis tiernas lágrimas causan
    En tu pecho [hablar no acierto]
    Te suplico arrodillada,
    Que ya que no de mi vida,
    Tengas piedad de mi fama,
    Sin permitir, puesto que
    Ya una vez entré en tu casa,
    Que á otra me lleven, á donde
    Corra mayores borrascas
    Mi opinion; que á ser mujer,
    Como imaginas, liviana,
    Ni á tí te hiciera este ruego,
    Ni yo tuviera estas ansias.

    _Dª. Ana._--A lástima me ha movido
    Tu belleza y tu desgracia.

    [_Ap._]--Bien dice mi hermano, Celia.

    _Cel._ [_Ap._]--Es belleza sobrehumana,
    Y si está así en la tormenta,
    ¿Cómo estará en la bonanza?

    _Dª. Ana._--Alzad del suelo, señora,
    Y perdonad si turbada
    Del repentino suceso,
    Poco atenta y cortesana
    Me he mostrado, que ignorar
    Quien sois pudo dar la causa
    A la estrañeza; mas ya
    Vuestra persona gallarda
    Informa en vuestro favor
    De suerte que toda el alma
    Ofrezco para serviros.

    _Dª. Leo._--Déjame besar tus plantas,
    Bella deidad, cuyo templo,
    Cuyo culto, cuyas aras
    De mi deshecha fortuna
    Son el asilo.

    _Dª. Ana._--Levanta,
    Y cuéntame qué sucesos
    A tal desdicha te arrastran;
    Aunque si eres tan hermosa,
    No es mucho ser desdichada.

    _Cel._ [_ap._]--De la envidia que le tiene
    No le arriendo la ganancia.

    _Dª. Leo._--Señora, aunque la vergüenza
    Me pudiera ser mordaza
    Para callar mis desdichas
    La que, como yo, se halla
    En tan infeliz estado,
    No tiene porqué callarlas;
    Antes pienso que me abona
    El hacer lo que me mandas,
    Pues son tales los indicios
    Que tengo de estar culpada,
    Que por culpables que sean,
    Son mas decentes sus causas;
    Y así escúchame.

    _Dª. Ana._--El silencio
    Te responda.

    _Celia._--[_Ap._] ¡Cosa brava!
    Relacion á media noche
    Y con vela? ¡que no valga!

    _Dª. Leo._--Si de mis sucesos quieres
    Escuchar los tristes casos,
    Con que ostentan mis desdichas
    Lo poderoso y lo vario,
    Escucha, por sí consigo
    Que divirtiendo tu agrado,
    Lo que fué trabajo propio
    Sirva de ajeno descanso,
    O porque en el desahogo
    Hallen mis tristes cuidados
    A la pena de sentirles
    El alivio de contarlos.
    Yo nací noble, este fué
    De mi mal el primer paso,
    Que no es pequeña desdicha
    Nacer noble un desdichado;
    Que aunque la nobleza sea
    Joya de precio tan alto,
    Es alhaja que en un triste
    Solo sirve de embarazo;
    Porque estando en un sujeto,
    Repugnan como contrarios
    Entre plebeyas desdichas
    Haber respetos honrados.
    Decirte que nací hermosa
    Presumo que es escusado,
    Pues lo atestiguan tus ojos,
    Y lo prueban mis trabajos.
    Solo diré... Aquí quisiera
    No ser yo quien lo relato,
    Pues en callarlo ó decirlo
    Dos inconvenientes hallo:
    Porque si digo que fuí
    Celebrada por milagro
    De discrecion, me desmiente
    La necedad de contarlo;
    Y si lo callo, no informo
    De mí, y en un mismo caso
    Me desmiento si lo afirmo,
    Y lo ignoras si lo callo.
    Pero es preciso al informe
    Que de mis sucesos hago
    [Aunque pase la modestia
    La vergüenza de contarlo]
    Para que entiendas la historia,
    Presuponer asentado
    Que mi discrecion la causa
    Fué principal de mi daño.
    Inclinéme á los estudios
    Desde mis primeros años,
    Con tan ardientes desvelos,
    Con tan ansiosos cuidados,
    Que reduje á tiempo breve
    Fatigas de mucho espacio.
    Conmuté el tiempo industriosa
    A lo intenso del trabajo,
    De modo que en breve tiempo
    Era el admirable blanco
    De todas las atenciones,
    De tal modo que llegaron
    A venerar como infuso
    Lo que fué adquirido lauro.
    Era de mi patria toda
    El objeto venerado
    De aquellas adoraciones
    Que forma el comun aplauso;
    Y como lo que decia
    [Fuese bueno ó fuese malo]
    Ni el rostro lo deslucia
    Ni lo desairaba el garbo,
    Llegó la supersticion
    Popular á empeño tanto,
    Que ya adoraban deidad
    El ídolo que formaron.
    Voló la fama parlera,
    Discurrió reinos estraños,
    Y en la distancia segura
    Acreditó informes fallos.
    La pasion se puso anteojos
    De tan engañosos grados,
    Que á mis moderadas prendas
    Agrandaban los tamaños.
    Víctima en mis aras eran,
    Devotamente postrados,
    Los corazones de todos
    Con tan comprehensivo lazo,
    Que habiendo sido el principio
    Aquel culto voluntario,
    Llegó despues la costumbre
    Favorecida de tantos
    A hacer como obligatorio
    El festejo cortesano,
    Y si alguno disentia
    Paradojo ó avisado,
    No se atrevia á proferirlo,
    Temiendo que por estraño
    Su dictámen no incurriese,
    Siendo de todos contrario,
    En la nota de grosero,
    O en la censura de vano.
    Entre estos aplausos yo,
    Con la atencion zozobrando
    Entre tanta muchedumbre,
    Sin hallar seguro blanco,
    No acertaba á amar á alguno
    Viéndome amada de tantos.
    Sin temor en los concursos
    Defendia mi recato,
    Con peligros del peligro
    Y con el daño del daño.
    Con una afable modestia
    Igualando el agasajo,
    Quitaba lo general
    Lo sospechoso al agrado.
    Mis padres en mi mesura
    Vanamente asegurados,
    Se descuidaron conmigo;
    ¡Qué dictámen tan errado!
    Pues fué quitar por defuera
    Las guardas y los candados
    A una fuerza que en sí propia
    Encierra tantos contrarios.
    Y como tan neciamente
    Conmigo se descuidaron,
    Fué preciso hallarme el riesgo
    Donde me perdió el cuidado.
    Sucedió, pues, que entre muchos
    Que de mi fama incitados
    Contestar con mi persona
    Intentaban mis aplausos,
    Llegó acaso á verme, (¡ay cielos!
    ¿Cómo permitis tiranos
    Que un afecto tan preciso
    Se forjase de un acaso?)
    Don Cárlos de Olmedo, un jóven
    Forastero, mas tan claro
    Por su orígen, que en cualquiera
    Lugar que llegue á hospedarlo
    Podrá no ser conocido,
    Pero no ser ignorado.
    Aquí que me des te pido
    Licencia para pintarlo,
    Por disculpar mis errores
    O divertir mis cuidados,
    O porque al ver de mi amor
    Los extremos temerarios,
    No te admire, que el que fué
    Tanto, mereciere tanto.
    Era su rostro un enigma
    Compuesto de dos contrarios,
    Que eran valor y hermosura,
    Tan felizmente hermanados,
    Que faltándole á lo hermoso
    La parte de afeminado,
    Hallaba lo mas perfecto
    En lo que estaba mas falto;
    Porque ajando las facciones
    Con un varonil desgano
    No consintió á la hermosura
    Tener imperio asentado;
    Tan remoto á la noticia,
    Tan ageno del reparo,
    Que aun no le debió lo bello
    La atencion de despreciarlo:
    Que como en mi nombre está
    Lo hermoso como sobrado,
    Es bueno para tenerlo
    Y malo para ostentarlo.
    Era el talle como suyo,
    Que aquel talle y aquel garbo,
    Aunque la naturaleza
    A otro dispusiera darlo,
    Solo le asentara bien
    Al espíritu de Cárlos;
    Que fué de su providencia
    Esmero bien acertado
    Dar un cuerpo tan gentil
    A espíritu tan gallardo.
    Gozaba un entendimiento
    Tan sutíl, tan elevado,
    Que la edad de lo entendido
    Era un mentis de sus años.
    Alma de estas perfecciones
    Era el gentil desenfado
    De un despejo tan airoso,
    Un gusto tan cortesano,
    Un recato tan amable,
    Un tan atractivo agrado,
    Que en el mas bajo descuido
    Se hallaba el primor mas alto;
    Tan humilde en los afectos,
    Tan tierno en los agasajos,
    Tan fino en las persuaciones,
    Tan apacible en el trato,
    Y en todo, en fin, tan perfecto,
    Que ostentaba cortesano
    Despojos de lo rendido
    Por galas de lo alentado.
    En los desdenes sufrido,
    En los favores callado,
    En los peligros resuelto
    Y prudente en los acasos.
    Mira si con estas prendas,
    Con otras mas que te callo,
    Quedaría en la mas cuerda
    Defensa para el recato.
    En fin, yo le amé; no quiero
    Cansar tu atencion, contando
    De mi temerario empeño
    La historia caso por caso;
    Pues tu discrecion no ignora
    De empeños enamorados,
    Que es su ordinario principio
    Desasosiego y cuidado,
    Su medio, lances y riesgos,
    Su fin, tragedias ó agravios.
    Creció el amor en los dos
    Recíproco, y deseando
    Que nuestra feliz union
    Lograda en tálamo casto
    Confirmase de himeneo
    El indisoluble lazo;
    Y por acaso mi padre,
    Que ya para darme estado
    Andaba entre mis amantes
    Los méritos regulando,
    Atento á otras conveniencias
    No nos fuese un embarazo,
    Dispusimos esta noche
    La fuga, y atropellando
    El cariño de mi padre
    Y de mi honor el recato,
    Salí á la calle, y apénas
    Daba los primeros pasos,
    Entre cobardes recelos
    De mi desdicha, fiando
    La una mano á las basquiñas
    Y á mi manto la otra mano,
    Cuando á nosotros resueltos
    Llegaron dos embozados.
    “¿Qué gente?” dicen, y yo
    Con el aliento turbado,
    Sin reparar lo que hacia
    [Porque suele en tales casos
    Hacer publicar secretos
    El cuidado de guardarlos]
    ¡Ay Cárlos! perdidos somos,
    Dije, y apénas tocaron
    Mis voces á sus oidos,
    Cuando los dos arrancando
    Los aceros, dijo el uno:
    “¡Matadlo, don Juan, matadlo!
    Que esa tirana que lleva
    Es doña Leonor de Castro
    Mi prima.” Sacó mi amante
    El acero, y alentado,
    Apénas la aguda punta
    Llegó al pecho del contrario,
    Cuando diciendo: ¡Ay de mí!
    Dió en tierra; y viendo el fracaso
    Dió voces el compañero,
    A cuyo estruendo llegaron
    Algunos; y aunque pudiera
    La fuga salvar á Cárlos,
    Por no dejarme en el riesgo
    Se detuvo temerario,
    De modo que la justicia,
    Que acaso andaba rondando,
    Llegó á nosotros; y aunque
    Segunda vez obstinado
    Intentaba defenderse,
    Persuadido de mi llanto
    Rindió la espada á mi ruego,
    Mucho mas que á sus contrarios.
    Prendiéronle, en fin, y á mí,
    Como á ocasion del estrago,
    Viendo que el que queda muerto
    Era don Diego de Castro,
    Mi primo, en tu noble casa,
    Señora, depositaron
    Mi persona y mis desdichas,
    Donde en un punto me hallo
    Sin crédito, sin honor,
    Sin consuelo, sin descanso,
    Sin aliento, sin alivio,
    Y finalmente esperando
    La ejecucion de mi muerte
    En la sentencia de Cárlos.

    _Dª. Ana._--[_Ap._] ¡Cielos! que es esto que escucho!
    Al mismo que yo idolatro
    Es al que quiere Leonor.
    ¡Oh! que presto que ha vengado
    Amor á don Juan! ay triste!
    Señora, vuestros cuidados
    Siento, como es justo. Celia,
    Lleva esta dama á mi cuarto,
    Miéntras yo á mi hermano espero.

    _Cel. á Leo._--Venid, señora.

    _Dª. Leo._--Tus pasos
    Sigo (¡ay de mí!) pues es fuerza
    Obedecer á los hados.

(_Vánse Celia y doña Leonor._)

    _Dª. Ana._--Si de Cárlos la gala y bizarría
    Pudo por sí mover á mi cuidado,
    ¿Cómo parecerá, siendo envidiado,
    Lo que solo por sí bien parecia?
      Si sin triunfo rendirle pretendia,
    Sabiendo ya que vive enamorado,
    ¿Qué victoria será verle apartado
    De quien ántes por suyo le tenia?
      Pues perdone don Juan, que aunque yo quiera
    Pagar su amor, que á olvido ya condeno,
    ¿Cómo podré, si ya en mi pena fiera
    Introducen los celos su veneno?
    Que es Cárlos, mas galan, y aunque no fuera,
    Tiene de mas galan el ser ageno.

(_Salen don Cárlos con la espada desnuda y Castaño._)

    _D. Cár._--Señora, si en vuestro amparo
    Hallan piedad las desdichas,
    Lograd el triunfo mayor
    Siendo amparo de las mias.
    Siguiendo viene mis pasos
    No ménos que la justicia,
    Y como huir de ella es
    Generosa cobardía,
    Al asilo de esos pies
    Mi acosado aliento aspira,
    Aunque si ya perdí el alma
    Poco me importa la vida.

    _Cast._--A mí sí me importa mucho,
    Y así, señora, os suplica
    Mi miedo que me escondais
    Debajo de las basquiñas.

    _D. Cár._--Calla, necio!

    _Cast._--Pues ¿será
    La primer vez, si lo miras,
    Esta que los sacristanes
    A los delincuentes libran?

    _Dª. Ana._--(_Ap._) Cárlos es, válgame el cielo!
    La ocasion á la medida
    Del deseo se me viene
    De obligar con bizarrías
    Su amor, sin hacer ultrage
    A mi presuncion altiva;
    Pues amparándole aquí
    Con generosas caricias,
    Cubriré lo enamorada
    Con visos de compasiva;
    Y sin dejar la altivez
    Que en mi decoro es precisa,
    Podré, sin rendirme yo,
    Obligarle á que se rinda;
    Que aunque sé que ama á Leonor,
    ¿Qué voluntad hay tan fina
    En los hombres, que si ven
    Que otra ocasion los convida,
    La dejen por la que quieren?
    Pues alto, amor, ¿qué vacilas,
    Si de que puede mudarse
    Tengo el ejemplo en mi misma?
      Caballero, las desgracias
    Suelen del valor ser hijas
    Y cebo de las piedades,
    Y así, si las vuestras libran
    En mí su alivio, cobrad
    La respiracion perdida,
    Y en esta cuadra que cae
    A un jardin entrad á prisa,
    Antes que venga un hermano
    Que tengo, y con la malicia
    De veros conmigo solo,
    Otro riesgo os aperciba.

    _D. Cár._--No quisiera yo, señora,
    Que el amparo de mi vida
    A vos os costara un susto.

    _Cast._--¿Ahora en aquesto miras?
    ¡Cuerpo de quien me parió!

    _Dª. Ana._--Nada á mí me desanima;
    Venid, que aquí hay una pieza
    Que nunca mi hermano pisa,
    Por ser en la que se guardan
    Alhajas que en las visitas
    De cumplimiento me sirven,
    Como son alfombras, sillas
    Y otras cosas; y ademas
    De aquesto, tiene salida
    A un jardin, por sí algo hubiere;
    Y porque nada os aflija,
    Venid y os lo mostraré;
    Pero ántes será precisa
    Diligencia el que yo cierre
    La puerta, porque advertida
    Salga en llamando mi hermano.

    _Cast._--Señor qué cosa tan rica,
    Y qué dama tan bizarra;
    ¿No hubieras (pese á mis tripas,
    Que claro es que ha de pesarlas,
    Pues se han de quedar vacias)
    Enamorado tú á aquesta,
    Y no á aquella pobrecita
    De Leonor, cuyo caudal
    Son cuatro bachillerías?

    _D. Cár._--Vive Dios, villano!...

    _Dª. Ana._--Vamos.
    (_Ap._) Amor, pues que tú me brindas
    Con la dicha, no le niegues
    Despues el logro á la dicha.

(_Vánse. Salen don Rodrigo y Hernando._)

    _D. Rod._--¿Qué me dices, Hernando?

    _Her._--Lo que pasa,
    Que mi señora se salió de casa.

    _D. Rod._--¿Y con quién no has sabido?

    _Her._--¿Cómo puedo
    Si, como sabes tú, todo Toledo,
    Y cuantos á él llegaban
    Su belleza é ingenio celebraban?
    Con lo cual conocerse no podia
    Cual festejo era amor, cual cortesía,
    En que no sé si tú culpado has sido,
    Pues festejarla tanto has permitido,
    Sin advertir que aunque era recatada,
    Es fuerte la ocasion y el verse amada,
    Y que es fácil que amante é importuno
    Entre los otros le agradase alguno.

    _D. Rod._--Hernando, no me apures la paciencia,
    Que aqueste ya no es tiempo de advertencia.
    ¡Oh fiera! ¿quién diria
    De aquella mesurada hipocresía,
    De aquel punto y recato que mostraba
    Que liviandad tan grande se encerraba
    En su pecho alevoso?
    ¡Oh mujeres! ¡Oh monstruo venenoso!
    Quién en vosotras fia,
    Si con igual locura y osadía,
    Con la misma medida
    Se pierde la ignorante y la entendida!
    Pensaba yo, hija vil, que tu belleza,
    Por la incomodidad de mi pobreza,
    Con tu ingenio seria
    Lo que mas alto dote te daria,
    Y ahora en lo que has hecho
    Conozco que es mas daño que provecho;
    Pues el ser conocida y celebrada
    Y por nuevo milagro festejada,
    Me sirve, hecha la cuenta,
    Solo de que se sepa mas tu afrenta.
    Pero ¿cómo á la queja se abalanza
    Primero mi valor, que á la venganza?
    Pero ¿cómo (ay de mí!) si en lo que lloro
    La afrenta sé y el agresor ignoro?
    Y así ofendido, sin saber me quedo
    Ni cómo ni de quién vengarme puedo.

    _Her._--Señor, aunque no sé con evidencia
    Quien pudo de Leonor causar la ausencia,
    Por el rumor que habia
    De los muchos festejos que le hacia,
    Tengo por caso llano
    Que la llevó don Pedro de Arellano.

    _D. Rod._--Pues si don Pedro fuera,
    Dí ¿qué dificultad hallar pudiera
    En que yo por mujer se la entregara,
    Sin que tan grande afrenta me causara?

    _Her._--Señor, como eran tantos los que amaban
    A Leonor y su mano deseaban,
    Y á tí te la han pedido,
    Temeria no ser el elegido;
    Que todo enamorado es temeroso
    Y nunca juzga que será el dichoso;
    Y aunque usando tal medio
    Le alabo yo el temor y no el remedio,
    Sin duda por quitar la contingencia
    Se quiso asegurar con el ausencia;
    Y así, señor, si tomas mi consejo,
    Tú estás cansado y viejo,
    Don Pedro es mozo, rico y alentado,
    Y, sobre todo, el mal ya está causado,
    Pórtate con él cuerdo, cual conviene,
    Y ofrécele lo mismo que él se tiene.
    Díle que vuelva á casa á Leonor bella,
    Y luego al punto cásale con ella;
    Él vendrá en ello, pues no habrá quien huya
    Lo que ha de resultar en honra suya;
    Y con lo que te ordeno
    Vendrás á hacer antídoto el veneno.

    _D. Rod._--Oh Hernando! qué tesoro es tan preciado
    Un fiel amigo ó un leal criado!
    Buscar á mi ofensor al punto elijo,
    Por convertirlo de enemigo en hijo.

    _Her._--Si, señor, el remedio es bien se aplique,
    Antes que el mal, que pasa, se publique.

_Vánse. Sale doña Leonor retirándose de don Juan._

    _D. Juan._--Espera, hermosa homicida;
    ¿De quién huyes? ¿quién te agravia?
    ¿Qué harás de quien te aborrece,
    Si así á quien te adora tratas?
    Mira que ultrajas huyendo
    Los mismos triunfos que alcanzas;
    Pues siendo el vencido yo,
    Tú me vuelves las espaldas,
    Y que haces que se ejerciten
    Dos acciones encontradas,
    Tú huyendo de quien te quiere,
    Yo siguiendo á quien me mata.

    _Dª. Leo._--Caballero, ó lo que sois,
    Si apénas en esta casa
    (Que aun su dueño ignoro) acabo
    De poner la infeliz planta,
    ¿Cómo quereis que yo pueda
    Escuchar vuestras palabras,
    Si de ellas entiendo solo
    El asombro que me causan?
    Y así si, como sospecho,
    Me juzgais otra, os engaña
    Vuestra pasion; deteneos,
    Y conoced, mas cobrada
    La atencion, que no soy yo
    La que vos buscais.

    _D. Juan._--¡Oh ingrata!
    Solo eso falta, que finjas,
    Para no escuchar mis ansias,
    Como que mi amor tuviera
    Condicion tan poco hidalga,
    Que en escuchar mis lamentos
    Tu decoro peligrara;
    Pues bien para asegurarte
    Las esperiencias pasadas
    Bastaban de nuestro amor,
    En que viste veces tantas
    Que las olas de mi llanto,
    Cuando mas crespas llegaban
    A querer con los deseos.
    De amor anegar las playas,
    Era márgen tu respeto
    Al mar de mis esperanzas.

    _Dª. Leo._--Ya he dicho que no soy yo,
    Caballero, y esto basta.
    Idos ó yo llamaré
    A quien oyendo esas ansias,
    Las premie por verdaderas,
    O las castigue por falsas.

    _D. Juan._--Escucha.

    _Dª. Leo._--No tengo qué.

    _D. Juan._--Pues, vive el cielo, tirana,
    Que forzada me has de oir,
    Si no quieres voluntaria,
    Y ha de escucharme grosero
    Quien de lo atento se cansa.

(_Cógela el brazo_)

    _Dª. Leo._--¿Qué es esto? ¡Cielos, valedme!

    _D. Juan._--En vano á los cielos llamas,
    Que mal puede hallar piedad
    Quien siempre piedad le falta.

    _Dª. Leo._--¡Ay de mí! ¿no hay quién socorra
    Mi inocencia?....

(_Salen Cárlos y doña Ana deteniéndole_).

    _Dª. Ana._--Tente, aguarda; (_á don Cárlos_)
    Que yo veré lo que ha sido
    Sin que tú al peligro salgas,
    Si es que mi hermano ha venido.

    _D. Car._--Señora, esa voz el alma
    Me a atravesado, perdona....

    _Dª. Ana._--La puerta tengo cerrada,
    Y así de no ser mi hermano
    Segura estoy; mas me causa
    Inquietud el que no sea,

    (_Ap._)--Y Cárlos halle á su dama.
    Pero si ella está en mi cuarto
    Y Celia fué á acompañarla,
    ¿Qué ruido puede ser este?
    Y á oscuras toda la cuadra
    Está....¿Quien vá?

    _D. Cár._--Yo, señora;
    ¿Qué me preguntas?

    _D. Juan._--Doña Ana,
    Mi bien, señora, ¿por qué
    Con tanto rigor me tratas?
    ¿Estas eran las promesas?
    ¿Estas eran las palabras
    Que me distes en Madrid
    Para alentar mi esperanza?
    ¿Si obediente á tus preceptos,
    De tus rayos salamandra,
    Girasol de tu semblante,
    Clicie de tus luces claras,
    Dejé solo por servirte
    El regalo de mi casa,
    El respeto de mi padre,
    Y el cariño de mi patria?
    Si tú, sino de amorosa,
    De atenta y de cortesana,
    Diste con tácito agrado
    A entender lo que bastaba
    Para que supiese yo
    Que era ofrenda mi esperanza
    Admitida en el sagrado
    Sacrificio de tus aras,
    ¿Cómo ahora tan esquiva
    Con tanto rigor me tratas?

    _Dª. Ana._--¿Qué es esto que escucho, cielos?
    ¿No es este don Juan de Várgas
    Que mi ingratitud condena
    Y sus finezas ensalza?
    Pues ¿quién aquí le ha traido?

    _D. Cár._--Señora, escucha....

    _Dª. Leo._--[_Desconociéndole_] Hombre, aparta,
    Yo te he dicho que me dejes.

    _D. Cár._--Escucha, hermosa doña Ana,
    Mira que don Cárlos soy
    A quien tu piedad ampara.

    _Dª. Leo._--Don Cárlos ha dicho, ¡cielos!
    Y hasta en el habla jurara
    Que es don Cárlos, y es que como
    Tengo á Cárlos en el alma,
    Todos Cárlos me parecen,
    Cuando él (¡ay prenda adorada!)
    En la prision estará.

    _D. Cár._--Señora....

    _Dª. Leo._ Apartad, que basta
    Deciros que me dejeis.

    _D. Cár._--Si acaso estais enojada,
    Porque hasta aquí os he seguido,
    Perdonad, pues fué la causa
    Solamente el evitar
    Si algun daño os amenaza.

    _Dª. Leo._--¡Válgame Dios! lo que á Cárlos
    Se parece!

    _D. Juan._--En fin, ingrata
    ¿Con tal rigor me desprecias?

(_Sale Celia con luz._)

    _Celia._--A ver si está aquí mi Ama;
    Para sacar á don Juan
    Que oculto dejé en su cuadra
    Vengo; mas ¿qué es lo que veo?

    _Dª. Leo._--¿Qué es esto? ¡el cielo me valga!
    ¿Cárlos no es este que miro?

    _D. Cár._--Esta es Leonor, ó me engaña
    La aprension....

    _Dª. Ana._--¿Don Juan aquí?
    ¡Aliento y vida me faltan!

    _D. Juan_--¿Aquí don Cárlos de Olmedo?
    Sin duda que de doña Ana
    Es amante, y que por él,
    Aleve, inconstante y falsa
    Me trata á mí con desden.

    _Dª. Leo._--¡Cielos! en aquesta casa
    Cárlos, cuando amante yo
    En la prision le lloraba!
    En una cuadra escondido,
    Y á mí, pensando que hablaba
    Con otra, decirme amores!
    Sin duda que de esta dama
    Es amante; pero ¿cómo
    (Si es ilusion lo que pasa
    Por mí) si á él llevaron preso,
    Y quedé depositada?
    Yo toda soy un abismo
    De penas.

    _Don Juan á doña Ana._--¡Fácil, liviana!
    ¿Estos eran los desdenes,
    Tener dentro de tu casa
    Oculto un hombre? (¡Ay de mí!)
    ¿Por esto me desdeñabas?
    Pues ¡vive el cielo, traidora!
    Que pues no puede mi saña
    Vengar en tí mi desprecio,
    Porque aquella ley tirana
    Del respeto á las mujeres
    De mis rigores te salva,
    Me he de vengar en tu amante.

    _Dª. Ana._--Detente, don Juan, aguarda.

    _D. Cár._--Son tantas las confusiones
    En que mi pecho batalla,
    Que en su varia confusion
    El discurso se embaraza,
    Y por discurrirlo todo,
    No acierto á discurrir nada.
    ¿Aquí Leonor? ¡cielos! ¿cómo?

    _Dª. Ana._--¡Detente!

    _D. Juan._--¡Aparta, tirana!
    Que á tu amante he de dar muerte.

    _Celia._--Señora, mi señor llama.

    _Dª. Ana._--¿Qué dices, Celia? ¡Ay de mi!
    Caballeros si mi fama
    Os mueve, debaos aquí
    El ver que no soy culpada
    Aquí en la entrada de alguno
    A esconderos, que palabra
    Os doy de daros lugar
    De que averigüeis mañana
    La causa de vuestras dudas;
    Pues si aquí mi hermano os halla
    Mi vida y mi honor peligran.

    _D. Cár._--En mí bien asegurada
    Está la obediencia, puesto
    Que debo estar á tus plantas,
    Como á amparo de mi vida.

    _D. Juan._--Y en mí que no quiero, ingrata,
    Aunque ofendido me tienes,
    Cuando eres tú quien lo mandas,
    Que á otro, porque te obedece,
    Le quedes mas obligada.

    _Dª. Ana._--Yo os estimo la atencion.
    Celia, tú en distintas cuadras
    Oculta á los dos, supuesto
    Que no es posible que salga
    Hasta la mañana alguno.

    _Celia._--Ya poco término falta.
    Don Juan, conmigo venid.
    Tú, señora, á esa fantasma
    Entrala donde quisieres.

(_Vánse Celia y don Juan_)

    _Dª. Ana._--Caballero, en esta cuadra
    Os entrad.

    _D. Cár._--Ya os obedezco.
    ¡Oh quiera el cielo que salga
    De tan grande confusión! (_Váse_)

    _Dª. Ana._--Leonor, tambien retirada
    Puedes estar.

    _Dª. Leo._--Yo, señora,
    Aunque no me lo mandaras,
    Me ocultara mi vergüenza. [_Váse_]

    _Dª. Ana._--¿Quién vío confusiones tantas
    Como en tan breve discurso
    De tan pocas horas pasan?
    ¡Apénas estoy en mí!

(_Sale Celia._)

    _Celia._--Señora, ya en mi posada
    Está, ¿qué quieres ahora?

    _Dª. Ana._--A abrir á mi hermano baja,
    Que es lo que ahora importa, Celia.

    _Celia._--Ella está tan asustada,
    Que se olvida de saber
    Cómo entró don Juan en casa;
    Mas ya pasado el aprieto
    No faltará una patraña
    Que decir, y echar la culpa
    A alguna de las criadas;
    Que es cierto que donde hay muchas
    Se peca de confianza;
    Pues unas á otras se culpan
    Y unas por otras se salvan. (_Váse._)

    _Dª. Ana._--¡Cielos! en qué empeño estoy!
    De Cárlos enamorada,
    Perseguida de don Juan,
    Con mi enemiga en mi casa,
    Con criadas que me venden
    Y mi hermano que me aguarda.
    Pero él llega; disimulo.

(_Sale don Pedro._)

    _D. Pedro._--Señora, querida hermana,
    Qué bien tu amor se conoce,
    Y qué bien mi afecto pagas,
    Pues te halló despierta el sol
    Y te ve vestida el alba.
    ¿Dónde tienes á Leonor?

    _Dª. Ana._--En mi cuadra retirada
    Mande que estuviese, en tanto,
    Hermano, que tu llegabas.
    Mas ¿cómo tan tarde vienes?

    _D. Pedro._--Porque al salir de su casa
    La conoció un deudo suyo,
    A quien con una estocada
    Dejó Cárlos casi muerto,
    Y yo viendo alborotada
    La calle, aunque no sabian
    Quien era y quien la llevaba,
    Para que aquel alboroto
    No declarara la causa,
    Hice que de los criados
    Dos al herido cargaran,
    Como de piedad movidos,
    Hasta llevarle á su casa,
    Miéntras otros á Leonor
    Y á Cárlos presos llevaban,
    Para entregártela á tí,
    Y hasta dejar sosegada
    La calle venir no quise.

    _Dª. Ana._--Fue atencion muy bien lograda,
    Pues escusaste mil riesgos
    Solo con esta tardanza.

    _D. Pedro_--Eres en todo discreta;
    Y pues Leonor sosegada
    Está, si á tí te parece,
    No será bien inquietarla,
    Que para que oiga mis penas
    Teniéndola yo en mi casa
    Sobrado tiempo me queda;
    Que no es amante el que trata
    Primero de sus alivios,
    Que no del bien de su dama;
    Y tambien para que tú
    Te recojas, que ya basta
    Por aliviar mis desvelos
    La mala vida que pasas.

    _Dª. Ana._--Hermano, yo por servirte
    Muchos mas riesgos pasara,
    Pues somos los dos tan uno,
    Y como tan propias trata
    Tus penas el alma, que
    Imagino al contemplarlas
    Que tu desvelo y el mio
    Nacen de una misma causa.

    _D. Pedro._--De tu fineza lo creo.

    _Dª. Ana._--[_Ap._] ¡Si entendieras mis palabras!

    _D. Pedro._--Vámonos á recoger,
    Si es que quien ama descansa.

    _Dª. Ana._--Voy á sosegarme un poco,
    Si es que sosiega quien ama.

    _D. Pedro._--[_Ap._] Amor, si industrias alientas,
    Anima mis esperanzas.

    _Dª. Ana._--[_Ap._] Amor, si tu eres cautelas.
    A mis cautelas ampara. (_Vánse._)




JORNADA SEGUNDA.


(_Salen don Cárlos y Castaño._)

    _D. Cár._--Castaño, yo estoy sin mí.

    _Cast._--Y yo, que en todo te sigo,
    Tan solo he estado conmigo
    Aquel rato que dormí.

    _D. Cár._--¿Sabes lo que me ha pasado?
    Mas juzgo que sueño fué.

    _Cast._--Si es sueño, muy bien lo sé,
    Y yo tambien he soñado
    Y dormido como dama;
    Pues los vestidos, señor,
    Que me dió al salir Leonor
    Son quien me sirvió de cama.

    _D. Cár._--¿Galas suyas á llevarlas
    Anoche Leonor te dió?

    _Cast._--Sí, señor, y las lió;
    ¿No era preciso liarlas?

    _D. Cár._--¿Dónde las tienes?

    _Cast._--Allí,
    Y en cama quiero rompellas,
    Que pues las cargué á ellas,
    Ellas me carguen á mí.

    _D. Cár._--Yo he visto (pierdo el sentido)
    En esta casa á Leonor.

    _Cast._--Aqueso será señor,
    Que quien bueyes ha perdido...
    Y así tù que en tus amores
    Te desvanece el furor,
    Como has perdido á Leonor,
    Se te aparecen Leonores.
    Mas dime ¿qué te pasò
    Con aquella dama bella?
    Que así Dios se duela de ella
    Como de mí se dolió;
    Porque viendo que contigo
    Empezaba á discurrir,
    Me traté yo de dormir
    Por escusar un testigo.

    _D. Cár._--Castaño, aquella es malicia;
    Pero lo que pasó fué
    Que, como sabes, entré
    Huyendo de la justicia;
    Que ella atenta y cortesana
    Ampararme prometió,
    Y en esta cuadra me entró,
    Y me dijo que era hermana
    De don Pedro de Arellano,
    Y que aquí oculto estaria;
    Porque si acaso venia,
    No me encontrara su hermano;
    Y con tanta bizarría
    Me hizo una y otra promesa,
    Que con ser tal su belleza,
    Es mayor su cortesía.
    Y discreta y lisonjera
    Alabándome, añadió
    Cosas que á ser vano yo
    A otro afecto atribuyera;
    Pero son quimeras vanas
    De jóvenes, y altiveces,
    Que en viendo damas corteses
    Luego las juzgan livianas;
    Y sus malicias erradas
    En su mismo mal contentas,
    Si no las ven desatentas,
    No las tienen por honradas.
    Y a un pensar tan desigual,
    Y a un no indigno del desden,
    Nunca ellas obran mas bien
    Que cuando las tratan mal;
    Pues al que se desvanece
    Con cualquiera presuncion
    Le hace daño la atencion,
    Y es porque no la merece.
    Pero, volvieondo al suceso
    De lo que á mí me pasó,
    Ella me favoreció,
    Castaño, con grande exceso.
    Yo mi historia le conté,
    Y ella con discreto modo
    Quedó de ajustado todo,
    Con tal que yo aquí me esté,
    Diciendo que no me diese
    Cuidado, que ella lo hacia
    Por el riesgo que tenia,
    Si yo en público saliese.
    Condicion para mí que
    Imposible hubiera sido,
    A no haberme sucedido
    Lo que ahora te diré.
    Estando de esta manera
    Oímos, al parecer,
    Dar voces una mujer
    En otra cuadra de afuera;
    Y aunque doña Ana impedir
    Que yo saliese quería,
    Venciéndola mi porfía
    Por fuerza hube de salir.
    Sacó una luz al rumor
    Una criada, y con ella
    Conocer á Leonor bella
    Pude.

    _Cast._--¿A quién?

    _D. Cár._--A mi Leonor.

    _Castaño._ ¿A Leonor?--¿Háslo soñado?
    Hay tan grande bobería!
    Yo por loco te tenia,
    Pero no tan rematado.
    De oirlo solo me espanto;
    Señor, vete poco á poco;
    Mira, muy bueno es ser loco,
    Mas no es bueno serlo tanto.
    La locura es conveniente
    Por las entradas de mes,
    Con la luna, un si es no es,
    Cuando ayude á ser valiente;
    Mas no, señor, de manera
    Que oyendo esos desatinos
    Te me atizben los vecinos
    Porque saben la tontera.

    _D. Cár._--¡Pícaro! si no estuviera
    Donde estoy...

    _Cast._--Tente, señor,
    Que yo tambien vi á Leonor.

    _D. Cár._--¿A dónde?

    _Cast._--En tu faltriquera,
    Pintada con mil primores,
    Y que era viva entendí,
    Porque luego que la ví
    Le salieron los colores;
    Y aunque de razon escasa
    No me resolvió la duda,
    Yo pensé, viéndola muda,
    Que estaba puesta la pasa.

    _D. Cár._--¡Qué friolera!

    _Cast._--¿Qué? ¿te enfadas?
    Si viva me pareció,
    Algunas he visto yo
    Que están vivas y pintadas.

    _D. Cár._--Si en belleza es sol Leonor,
    ¿Para qué afeites queria?

    _Cast._--Pues si es sol, ¿cómo podia
    Estar sin el resplandor?
    Mas si á Leonor viste, dí,
    ¿Qué determinas hacer?

    _D. Cár._--Quiero esperar hasta ver
    Qué causa la trajo aquí.
    Pues si piadosa mi estrella
    Aquí la dejó venir,
    ¿A dónde tengo de ir
    Si aquí me la dejo á ella?
    Y así es mejor esperar
    De todo resolucion,
    Para ver si hay ocasion
    De volvérmela á llevar.

    _Cast._--Bien dices; mas hácia acá,
    Señor, viene enderezada
    Una, al parecer, criada
    De esta casa.

    _D. Cár._--¿Qué querrá?

(_Sale Celia_)

    _Cel._--Caballero, mi señora
    Os ordena que al jardin
    Os retireis luego, á fin
    De que ha de salir ahora
    A esta cuadra mi señor,
    Y no será bien que os vea.

    [_Ap._]--Aquesto es porque no sea
    Que él de aquí vea á Leonor.

    _D. Cár._--Decidle que mi obediencia
    Le responde.

    _Cel._--Vuelvo á irme.

    _Cast._--Oye vuesté, y ¿querrá oirme?

    _Celia._--¿Qué he de oir?

    _Cast._--De penitencia.

    _Cel._--Por cierto, lindos cuidados
    Se tiene el muy socarron.

    _Cast._--Pues digo, ¿no es confesion
    El decirte mis pecados?

    _Cel._--No á mi afecto se abalance,
    Que son lances escusados.

    _Cast._--Si nos tienes encerrados,
    ¿No te he de querer de lance?

    _Cel._--Ya he dicho que no me quiera.

    _Cast._--Pues ¿que quiere tu rigor?
    Si de mi encierro y tu amor
    No me puedo hacer afuera.
    Mas ¿siendo criada te engreis?

    _Cel._--¿Criada á mí el muy estropajo?

    _Cast._--Calla, que aqueste agasajo
    Es porque no te descries.

    _Cel._--Yo me voy, que es fuerza, y luego
    Si no es juego, volveré.

    _Cast._--Juego es; mas bien sabe usté
    Que tiene vueltas el juego.

(_Salen doña Leonor y doña Ana._)

    _Dª. Ana._--¿Cómo la noche has pasado,
    Leonor?

    _Dª. Leo._--Decirte, señora,
    Que no me lo preguntaras
    Quisiera.

    _Dª. Ana._--¿Por qué? (_Ap._) ¡Ah! penosa
    Atencion, que me precisas
    A agradar á quien me enoja!

    _Dª. Leo._--Porque si me lo preguntas
    Es fuerza que te responda
    Que la pasé bien ó mal,
    Y en cualquiera de estas cosas
    Encuentro un inconveniente;
    Pues mis penas y tus honras
    Están tan mal avenidas,
    Que si te respondo ahora
    Que mal, será grosería,
    Y que bien, será lisonja.

    _Dª. Ana._--Leonor, tu ingenio y tu cara
    El uno á otro se malogran,
    Que quien es tan entendida
    Es lástima que sea hermosa.

    _Dª. Leo._--Como tú estás tan segura
    De que aventajas á todas
    Las hermosuras, te muestras
    Fácilmente cariñosa
    En alabarlas; porque
    Quien no compite no estorba.

    _Dª. Ana._--Leonor, y de tus cuidados
    ¿Cómo estás?

    _Dª. Leo._--Como quien toca,
    Náufrago entre la borrasca
    De las olas procelosas,
    Ya con la quilla el abismo,
    Y va el cielo con la popa.

    [_Ap._] ¿Cómo le preguntaré,
    Pues está el alma medrosa,
    A qué vino anoche Cárlos?
    Mas ¿qué temo, si me ahoga,
    Despues de tantos tormentos,
    De los celos la ponzoña?

    _Dª. Ana._--Leonor, ¿en qué te suspendes?

    _Dª. Leo._--Quisiera saber... perdona,
    Que, pues, ya mi amor te dije,
    Fuera cautela notoria
    Querer no mostrar cuidado
    De aquello que tu no ignoras
    Que es preciso que le tenga;
    Y así pregunto, señora,
    Pues sabes ya que yo quiero
    A Cárlos, y que su esposa
    Soy, ¿cómo entró anoche aquí?

    _Dª. Ana._--Deja que no te responda
    A esa pregunta tan presto.

    _Dª. Leo._--¿Por qué?

    _Dª. Ana._--Porque quiero ahora.
    Que te diviertas oyendo
    Cantar.

    _Dª. Leo._--Mejor mis congojas
    Se divirtieran sabiendo
    Esto que es lo que me importa
    Y así...

    _Dª. Ana._--Con decirte que
    Fué una contingencia sola
    Te respondo. Mas mi hermano
    Viene.

    _Dª. Leo._--Pues que yo me esconda
    Será preciso.

    _Dª. Ana._--Antes no,
    Que ya yo de tu persona
    Le dí cuenta, porque pueda
    Aliviarte en tus congojas;
    Que al fin los hombres mejor
    Diligencian estas cosas,
    Que nosotras.

    _Dª. Leo._--Dices bien;
    Mas no sé qué me alborota.

(_Sale don Pedro_)

    Mas ¡cielos! ¿qué es lo que miro?
    ¿Este es tu hermano, señora?

    _D. Ped._--Yo soy, hermosa Leonor;
    ¿Qué os admira?

    _Dª. Leo._--¡Ay de mí! toda
    Soy de mármol... ¡Ah fortuna!
    Que así mis males dispongas,
    Que á la casa de don Pedro
    Me traigas!

    _D. Ped._--Leonor hermosa,
    Segura estais en mi casa,
    Porque aunque sea á la costa
    De mil vidas, de mil almas,
    Sabré librar vuestra honra
    Del riesgo que la amenaza.

    _Dª. Leo._--Vuestra atencion generosa
    Estimo, señor don Pedro.

    _D. Ped._--Señora, ya que las olas
    De vuestra airada fortuna
    En esta playa os arrojan,
    No habeis de decir que en ella
    Os falta quien os socorra.
    Yo, señora, he sido vuestro,
    Y aunque siempre desdeñosa
    Me habeis tratado, el desden
    Mas mi fineza acrisola,
    Que es muy garboso donaire
    El ser fino á toda costa.
    Ya en mi casa estais, y así
    Solo tratamos ahora
    De agradaros y serviros,
    Pues sois dueño de ella toda.
    Divierte á Leonor, hermana.

    _Dª. Ana._--Celia.

    _Celia._--¿Qué mandais, señora?

    _Dª. Ana._--Di á Clori y Laura que canten.
    [_Ap. á Celia._]--Y tú, pues ya será hora
    De lo que tengo dispuesto,
    Porque mi industria engañosa
    Se logre, saca á don Cárlos
    A aquesa reja, de forma
    Que nos mire, y que no todo
    Lo que conferimos oiga.
    De este modo lograré
    El que la pasion celosa
    Empiece á entrar en su pecho;
    Que aunque los celos blasonan
    De que avivan el amor,
    Es su operacion muy otra
    En quien se ve como dama,
    O se mira como esposa;
    Pues en la esposa despecha
    Lo que en la dama enamora.
    ¿No vas á decir que canten?

    _Cel._--Voy á decir ambas cosas.

    _D. Ped._--Mas con todo, Leonor bella,
    Dadme licencia que rompa
    Las leyes de mi silencio
    Con mis quejas amorosas:
    Que no siente los cordeles
    Quien el dolor no pregona.
    ¿Qué defecto en mi amor visteis
    Que siempre tan desdeñosa
    Me tratásteis? ¿Era ofensa
    Mi adoracion decorosa?
    Y si amaros fué delito,
    ¿Cómo otro la dicha goza,
    E igualándonos la culpa
    La pena no nos conforma?
    ¿Cómo, si es ley el denden
    En vuestra beldad, forzosa
    En mí la ley se ejecuta,
    Y en el otro se deroga?
    ¿Qué tuvo para con vos
    Su pasion de mas airosa,
    De mas bien vista su pena,
    Que siendo una misma cosa
    En mí os pareció culpable,
    Y en el otro meritoria?
    Si él os pareció mas digno,
    ¿No supliera en mi persona
    Lo que de galan me falta,
    Lo que de amante me sobra?
    Mas sin duda mi fineza
    Es quien el premio me estorba,
    Que es quien la merece ménos
    Quien siempre la dicha logra;
    Mas yo os he de adorar
    Eternamente; ¿qué importa
    Que vos me negueis el premio?
    Pues es fuerza que conozca
    Que me concedeis por fino
    Lo que os negais de piadosa.

    _Dª. Leo._--Permitid, señor don Pedro,
    Ya que me haceis tantas honras,
    Que os suplique por quien sois
    Me hagais la mayor de todas,
    Y sea que ya que veis
    Que la fortuna me postra,
    No apureis mas mi dolor,
    Pues me basta á mí por soga
    El cordel de mi vergüenza
    Y el peso de mis congojas.
    Y puesto que en el estado
    Que veis que tienen mis cosas,
    Tratarme de vuestro amor
    Es una accion tan impropia,
    Que ni es bien decirlo vos,
    Ni justo que yo lo oiga,
    Os suplico que callais;
    Y si es venganza que toma
    Vuestro amor de mi desden,
    Elegidla de otra forma,
    Que para que estais vengado
    Hay en mis penas de sobra.

(_Salen á una reja don Cárlos, Celia y Castaño, y hablan aparte._)

    _Celia._--Hasta aquí podeis salir,
    Que aunque mandó mi señora
    Que os retiraseis, yo quiero
    Haceros esta lisonja,
    De que desde aquesta reja
    Oigais una primorosa
    Música, que á cierta dama,
    Aquien mi señor adora,
    Ha dispuesto. Aquí os quedad.

    _Cast._--Oiga usted.

    _Celia._--No puedo ahora.

(_Váse y sale por el otro lado_)

    _Cast._--Fuése y cerrónos la puerta,
    Y dejónos como monjas
    En reja, solo nos falta
    Una escucha que nos oiga.

(_Llega y mira_)

    Pero, señor, vive Dios,
    Que es cosa muy pegajosa
    Tu locura, pues á mí
    Se me ha pegado.

    _D. Cár._--¿En qué forma?

    _Cast._--En que escucho los cencerros,
    Y aun los cuernos se me antoja
    De los bueyes que perdimos.

(_Llega don Cárlos_)

    _D. Cár._--¡Qué miro! ¡amor me socorra!
    Leonor, doña Ana y don Pedro
    Son; ¿ves como no era cosa
    De ilusion el que aquí estaba?

    _Cast._--Y de que esté ¿no te enojas?

    _D. Cár._--No, hasta saber cómo vino;
    Que si yo en la casa propia
    Estoy, sin estar culpado,
    ¿Cómo quieres que suponga
    Culpa en Leonor? ántes juzgo
    Que la fortuna piadosa
    La condujo á donde estoy.

    _Cast._--Muy reposado enamoras,
    Pues no sueles ser tan cuerdo;
    Mas si hallando golpe en bola,
    La ocasion el tal don Pedro
    La cogiese por la cola,
    ¡Estariamos muy buenos!

    _D. Cár._--¡Calla, Castaño, la boca!
    Que es muy bajo quien sin causa
    De la dama á quien adora
    Se da á entender que la ofende,
    Pues en su aprension celosa,
    ¿Qué mucho que ella le agravie,
    Cuando él así se deshonra?
    Mas escucha que ya templan.

    _Dª. Ana._--Cantad, pues.

    _Celia._--Vaya de solfa.

    _Coro_ 1º.--¿Cuál es la pena mas grave
    Que en las penas de amor cabe?

    _Voz_ 1ª.--El carecer de favor
    Será la pena mayor,
    Puesto que es el mayor mal.

    _Coro_ 1º.--No es tal.

    _Voz_ 1ª.--Si es tal.

    _Coro_ 2º.--Pues ¿cuál es?

    _Voz_ 2ª.--Son los desvelos
    A que ocasionan los celos,
    Que es un dolor sin igual.

    _Coro_ 2º.--No es tal.

    _Voz_ 2ª.--Si es tal.

    _Coro_ 1º.--Pues ¿cuál es?

    _Voz_ 3ª.--Es la impaciencia
    A que ocasiona la ausencia,
    Que es un letargo mortal.

    _Coro_ 1º.--No es tal.

    _Voz_ 3ª.--Si es tal.

    _Coro_ 2º.--Pues ¿cuál es?

    _Voz_ 4ª.--Es el cuidado
    Con que se goza lo amado,
    Que nunca es dicha cabal.

    _Coro_ 2º.--No es tal.

    _Voz_ 4ª.--Si es tal.

    _Coro_ 1º.--Pues ¿cuál es?

    _Voz_ 5ª.--Mayor se infiere
    No gozar á quien me quiere,
    Cuando es el amor igual.

    _Coro_ 1º.--No es tal.

    _Voz_ 1ª.--Si es tal.

    _Coro_ 2º.--Tú que ahora has respondido,
    Conozco que solo has sido
    Quien las penas de amor sabe.

    _Coro_ 1º.--¿Cuál es la pena mas grave
    Que en las penas de amor cabe?

    _D. Ped._--Leonor, la razon primera
    De las que han cantado aquí
    Es mas fuerte para mí;
    Pues si bien se considera
    Es la pena mas severa
    Que puede dar el amor
    La carencia del favor,
    Que es su término fatal.

    _Dª. Leo._--No es tal.

    _D. Ped._--Si es tal.

    _Dª. Ana._--Yo, hermano, de otra opinion
    Soy, que si se llega á ver,
    El mayor mal viene á ser
    Una celosa pasion;
    Pues fuera de la razon
    De que del bien se carece,
    Con la envidia se padece
    Otra pena mas mortal.

    _Dª. Leo._--No es tal.

    _Dª. Ana._--Si es tal.

    _Dª. Leo._--Aunque se halla mi sentido
    Para nada, he imaginado
    Que el carecer de lo amado
    No es amor correspondido;
    Pues con juzgarse querido,
    Cuando del bien se carece,
    El ansia de gozar crece,
    Y con ella crece el mal.

    _Dª. Ana._--No es tal.

    _Dª. Leo._--Si es tal.

    _D. Cár._--¡Ay Castaño! yo dijera
    Que de amor en los desvelos
    Son el mayor mal los celos,
    Si á tanerlos me atreviera;
    Mas, pues quiere amor que muera,
    Muera de solo temerlos,
    Sin llegar á padecerlos,
    Pues este es sobrado mal.

    _Cast._--No es tal.

    _D. Cár._--Si es tal.

    _Cast._--Señor, el mayor pesar
    Conque el amor nos baldona,
    Es querer una fregona
    Y no tener qué la dar;
    Pues si llego á enamorar,
    Corrido y confuso quedo,
    Que conseguirlo no puedo
    Por la falta de caudal.

    _Música_.--No es tal.

    _Cel._--Si es tal.
    El dolor mas importuno
    Que da amor en sus ensayos,
    Es tener doce lacayos
    Sin regalarme ninguno,
    Y tener perpetuo ayuno
    Cuando estar harta debiera,
    Esperando costurera
    Los alivios del dedal.

    _Música._--No es tal.

    _Cel._--Si es tal.

    _Dª. Ana._--Leonor, si no te divierte
    La música, al jardin vamos,
    Quizá tu fatiga en él
    Se aliviará.

    _Dª. Leo._--¿Qué descanso
    Puede tener la que solo
    Tiene por alivio el llanto?

    _D. Ped._--Vamos, divino imposible.

    _Dª. Ana._--Haz, Celia, lo que he mandado,
    Que yo te mando un vestido,
    Si se nos logra el engaño.

(_Vánse doña Ana, doña Leonor y don Pedro._)

    _Cel._--Eso sí es mandar con modo,
    Aunque esto de: Yo te mando,
    Cuando los amos lo dicen,
    No viene á hacer mucho al caso;
    Pues están siempre tan hechos,
    Que si acaso mandan algo,
    Para dar luego se escusan,
    Y dicen á los criados
    Que lo que mandaron, no
    Fué manda, sino mandato.
    Pero vaya de tramoya:
    Yo llego á la puerta y abro,
    Supuesto que ya don Juan,
    Que era mi mayor cuidado,
    Con la llave que le dí
    Estuvo tan avisado
    Que, sin que yo lo calase,
    Se salió paso entre paso
    Por la puerta del jardin,
    Y mi señora ha tragado
    Que fué otra de las criadas
    Quien le dió entrada en su cuarto.
    Gracias á mi hipocresía
    Y á unos juramentos falsos
    Que sobre el caso me eché
    Con tanto desembarazo,
    Ella quedó tan segura,
    Que ahora me ha encomendado
    Lo que allá dirá el enredo;
    Yo llego... Señor don Cárlos.

    _D. Cár._--¿Qué quieres, Celia? ¡Ay de mí!...

    _Celia._--A ver si habeis escuchado
    La música vine.

    _D. Cár._--Sí,
    Y te estimo el agasajo.
    Mas, dime, Celia, ¿á qué vino
    Aquella dama que ha estado
    Con doña Ana y con don Pedro?

    _Cel._ [_Ap._]--Ya picó el pez: largo el trapo.
    Aquella dama, señor...
    Mas yo no puedo contarlo,
    Si primero no me dais
    La palabra de callarlo.

    _D. Cár._--Yo te la doy... ¿A qué vino?

    _Celia._--Temo, señor, que es pecado
    Descubrir vidas ajenas.
    Mas supuesto que tú has dado
    En que lo quieres saber,
    Y yo en que no he de contarlo,
    Vaya; mas sin que lo sepas...
    Y sabe que aquel milagro
    De belleza es una dama
    A quien adora mi amo,
    Y anoche, yo no sé cómo
    Ni cómo no, entró en su cuarto.
    El la enamora y regala;
    Con qué fin, yo no lo alcanzo,
    Ni yo en conciencia pudiera
    Afirmarte, que ello es malo,
    Que puede ser que la quiera
    Para ser fraile descalzo.
    Y perdona, que no puedo
    Decir lo que has preguntado,
    Que estas cosas mejor es
    Que las sepas de otros labios.

(_Váse Celia._)

    _D. Cár._--Castaño, ¿no has oido aquesto?
    Cierta es mi muerte y mi agravio.

    _Cast._--Pues si ella no nos lo ha dicho,
    ¿Cómo puedo yo afirmarlo?

    _D. Cár_.--¡Cielos! ¿qué es esto que escucho?
    ¿Es ilusion, es encanto
    Lo que ha pasado por mí?
    ¿Quién soy? ¿en dónde me hallo?
    ¿No soy yo quien de Leonor
    La beldad idolatrando
    La solicité tan fino,
    La serví tan recatado,
    Que en premio de mis finezas
    Conseguí favores tantos?
    Y por ùltimo, seguro
    De alcanzar su blanca mano,
    Y de ser solo el dichoso
    Entre tantos desdichados,
    ¿No salió anoche conmigo,
    Su casa y padre dejando,
    Reduciendo á mí la dicha
    Que solicitaban tantos?
    ¿No la llevó la justicia?
    Pues ¿cómo ¡ay de mí! la hallo
    Tan sosegada en la casa
    De don Pedro de Arellano,
    Que amante la solicita?
    Y yo... Mas ¿cómo no abraso
    Antes estos labios, que
    Pronunciar yo mis agravios?
    Mas ¡cielos! ¿Leonor no pudo
    Venir por algun acaso
    A esta casa, sin tener
    Culpa de lo que ha pasado,
    Pues prevenirlo no pudo?
    Y que don Pedro, llevado
    De la ocasion de tener
    En su poder el milagro
    De la perfeccion, pretenda,
    Como mozo y alentado,
    Lograr la ocasion felice
    Que la fortuna le ha dado,
    Sin que Leonor corresponda
    A sus intentos osados?
    Bien puede ser que así sea;
    Mas ¿cumplo yo con lo honrado,
    Consintiendo que á mi dama
    La festeje mi contrario,
    Y que con tanto lugar
    Como tenerla á su lado
    La enamore y solicite,
    Y que haya de ser tan bajo
    Yo, que lo mire y lo sepa
    Y no intente remediarlo?
    Eso no, ¡viven los cielos!
    Sígueme, vamos, Castaño,
    Y saquemos á Leonor
    A pesar de todos cuantos
    La quisieren defender.

    _Cast._--Señor ¿estás dado al diablo?
    ¿No ves que hay en esta casa
    Una tropa de lacayos,
    Que sin que nadie lo sepa
    Nos darán un sepan cuantos,
    Y andarán descomedidos
    Por andar muy bien criados?

    _D. Cár._--Cobarde! ¿aqueso me dices?
    Aunque vibre el cielo rayos,
    Y aunque iras el cielo esgrima,
    Y el abismo aborte espantos,
    Me la tengo de llevar.

    _Cast._--Ahora ¡sus! si ha de ser, vamos;
    Y luego de aquí á la horca,
    Que será el segundo paso.

(_Salen don Rodrigo y don Juan_)

    _D. Rod._--Don Juan, pues vos sois su amigo,
    Reducidle á la razon,
    Pues por aquesta ocasion
    Os quise traer conmigo;
    Que pues vos sois el testigo
    Del daño que me causó
    Cuando á Leonor me llevó,
    Podreis con desembarazo
    Hablar en aqueste caso
    Con mas llaneza que yo.
      Ya de todo os he informado,
    Y en un caso tan severo
    Siempre lo trata el tercero
    Mejor que no el agraviado;
    Que al que es noble y nació honrado,
    La afrenta, por mas que sienta,
    Le impide, aunque ese es el medio,
    La vergüenza del remedio,
    El remedio de la afrenta.

    _D. Juan._-Señor don Rodrigo, yo,
    Por la ley de caballero,
    Os prometo reducir
    A vuestro gusto á don Pedro,
    A que él juzgó que está llano,
    Porque tampoco no quiero
    Vender por fineza mia
    A lo que es mérito vuestro.
    Y pues, porque no se niegue
    No le avisamos, entremos
    A la sala. Mas ¿qué miro?
    ¿Aquí don Cárlos de Olmedo
    Con quien anoche reñí?
    ¡Ah ingrata doña Ana! ¡ah fiero
    Basilisco!

(_Sale Celia_)

    _Celia._--¡Jesucristo!
    Don Juan de Várgas y un viejo,
    Señor, y te han visto ya.

    _D. Cár._--No importa, que nada temo.

    _D. Rod._--Aquí don Cárlos está,
    Y para lo que traemos
    Que tratar, grande embarazo
    Será.

    _Cast._--(_A don Cár._) Señor, reza el credo
    Porque estos pienso que vienen
    Para darnos pan de perro;
    Pues sin duda que ya saben
    Que fuistes quien á don Diego
    Hirió, y se llevó á Leonor.

    _D. Cár._--No importa, ya estoy resuelto
    A cuanto me sucediere.

    _D. Rod._--Don Cárlos, don Juan y yo
    Cierto negocio traemos,
    Que precisamente ahora
    Se ha de tratar con don Pedro,
    Y así, si no es embarazo
    A lo que venis, os ruego
    Nos deis lugar, perdonando
    El estorbo, que los viejos
    Con los mozos, y mas cuando
    Son tan bizarros y atentos
    Como vos, esta licencia
    Nos tomamos.

    _D. Cár._ (_Ap._)--Vive el cielo,
    Que aun ignora don Rodrigo
    Que sor de su agravio el dueño.

    _D. Juan._ (_Ap._)--No sé, vive el cielo, como
    Viendo á don Cárlos contengo
    La cólera que me incita.

    _Celia._--Don Cárlos, pues el empeño
    Mirais en que está mi ama
    Si llega su hermano á veros,
    Que os escondais os suplico.

    _D. Cár._--Tienes razón, vive el cielo,
    Que si aquí me ve su hermano,
    La honra de doña Ana arriesgo;
    Y habiéndome ella amparado,
    Es infamia; mas ¿qué puedo
    Hacer yo en aqueste caso?
    Ello no hay otro remedio;
    Ocúltome, que el honor
    De doña Ana es lo primero;
    Y despues saldré á vengar
    Mis agravios y mis celos.

    _Celia._--Señor, por Dios, que te escondas
    Antes que salga don Pedro.

    _D. Cár._--Señor don Rodrigo, yo
    Estoy (perdonad si os tengo
    Vergüenza, que vuestras canas
    Dignas son de este respeto)
    Sin que don Pedro lo sepa,
    En su casa, y así os ruego
    Que me dejéis ocultar
    Antes que él salga, que el riesgo
    Que un honor puede correr
    Me obliga...

    _D. Juan._--¡Qué esto consiento!
    ¿Qué mas claro ha de decir?
    Que aquel basilisco fiero
    Do doña Ana aquí le trae.
    ¡Oh, pese á mi sufrimiento,
    Que no le quito la vida!
    Pero ajustar el empeño
    Es ántes de don Rodrigo,
    Pues le di palabra de ello;
    Que despues yo volveré,
    Puesto que la llave tengo
    Del jardin, y tomaré
    La venganza que deseo.

    _D. Rod._--Don Cárlos, nada me admira:
    Mozo he sido, aunque estoy viejo;
    Vos sois mozo, y es preciso
    Que deis sus frutos al tiempo;
    Y supuesto que decis
    Que os es preciso esconderos,
    Haced vos lo que convenga,
    Que yo la causa no inquiero
    De cosas que no me tocan.

    _D. Cár._--Pues á Dios.

    _D. Rod._--Guardeos el cielo.

    _Celia._--Vamos á prisa. A Dios gracias,
    Que se ha excusado este aprieto;
    Y vos, señor, esperad
    Miéntras aviso á mi dueño.

    _D. Cár._--Un Etna llevo en el alma.

    _D. Juan._--Un volcan queda en mi pecho.

(_Vánse don Carlos, Celia y Castaño_)

    _D. Rod._--Veis aquí cómo es el mundo:
    A mí me agravia don Pedro,
    Don Cárlos le agravia á él,
    Y no faltará un tercero
    Tambien que agravie á don Cárlos;
    Y es que lo permite el cielo
    En castigo de las culpas,
    Y dispone que paguemos
    Con males que recibimos
    Los males que habemos hecho.

    _D. Juan._--Estoy tan fuera de mí
    De haber visto manifiesto
    Mi agravio, que no sé cómo
    He de sosegar el pecho
    Para hablar en el negocio
    De que he de ser medianero,
    Que quien ignora los suyos,
    Mal hablará en los ajenos.

(_Sale don Cárlos á la reja._)

    _D. Cár._--Ya que fué fuerza ocultarme
    Por el debido respeto
    De doña Ana, como á quien
    El amparo y vida debo,
    Desde aquí quiero escuchar,
    Pues sin ser yo visto puedo,
    A qué vino don Rodrigo,
    Que entre mil dudas el pecho,
    Astrólogo de mis males,
    Me pronostica los riesgos.

(_Sale don Pedro._)

    _D. Ped._--Señor don Rodrigo, ¿vos
    En mi casa? Mucho debo
    A la ocasion que aquí os trae,
    Pues que por ella merezco
    Que vos me hagais tantas honras.

    _D. Rod._--Yo las recibo, don Pedro,
    De vos, y ved si es verdad,
    Pues á vuestra casa vengo
    Por la honra que me falta.

    _D. Ped._--Don Juan, amigo, no es nuevo
    El que vos honreis mi casa.
    Tomad entambos asiento,
    Y decid ¿cómo venis?

    _D. Juan._--Yo vengo al servicio vuestro;
    Y pues á lo que venimos
    Dilacion no admite, empiezo:
    Don Pedro, vos no ignorais,
    Como tan gran caballero,
    Las muchas obligaciones
    Que teneis de parecerlo.
    Esto supuesto, el señor
    Don Rodrigo tiene un duelo
    Con voz.

    _D. Pedro._--¿Conmigo, don Juan?
    Holgárame de saberlo.

    [_Ap._]--¡Válgame Dios, qué será!

    _D. Rod._--Don Pedro, ved que no es tiempo
    Este de haceros de nuevas;
    Y si acaso decis eso
    Por la cortes atencion
    Que debeis á mi respeto,
    Yo estimo la cortesía
    Y la atencion os dispenso.
    Vos amante de Leonor
    La solicitásteis ciego,
    Pudiendo haberos valido
    De mí, y con indignos medios
    La sacasteis de mi casa,
    Cosa que....Pero no quiero
    Reñir ahora el delito,
    Que ya no tiene remedio,
    Pues cuando os busco piadoso
    No es bien reñiros severo;
    Y como lo mas se enmiende
    Yo os perdonaré lo menos.
    Supuesto esto, ja sabeis
    Vos que no hay sangre en Toledo
    Que pueda exceder la mia;
    Y siendo esto todo cierto,
    ¿Qué dificultad podeis
    Hallar para ser mi yerno?
    Y si es falta el estar pobre
    Y vos rico, fuera bueno
    Responder eso, si yo
    Os tratara el casamiento
    Con Leonor; mas pues vos fuísteis
    El que la eligió primero,
    Y os pusísteis en estado
    Que ha de ser preciso hacerlo,
    No he tenido yo la culpa
    De lo que fué arrojo vuestro.
    Yo sé que está en vuestra casa,
    Y sabiéndolo no puedo
    Sufrir que esté en ella sin que
    Le deis de esposo al momento
    La mano.

    _D. Ped._ [_Ap._]--¡Válgame Dios!
    ¿Qué puedo en tan grande empeño
    Responder á don Rodrigo?
    Pues si que la tengo niego,
    Es fácil que él lo averigüe,
    Y asi la verdad confieso
    De que la sacó don Cárlos,
    Se la dará á él, y yo pierdo,
    Si pierdo á Leonor, la vida;
    Y si el casarme concedo
    Puede ser que me desaire
    Leonor; ¡quién hallara un medio
    Conque poder dilatarlo!

    _D. Juan._--¿De qué, amigo, estáis suspenso?
    ¿Cuando la proposicion
    Resulta en decoro vuestro?
    ¿Cuando el señor don Rodrigo,
    Tan reportado y tan cuerdo
    Os convida con la dicha
    De haceros felice dueño
    De la beldad de Leonor?

    _D. Ped._--Lo primero que protesto,
    Señor don Rodrigo, es que
    Tanto la beldad venero
    De Leonor, que puesto que
    Sabeis ya mis galanteos,
    Quiero que esteis persuadido
    Que nunca pudo mi pecho
    Mirarla con otros ojos
    Ni hablarla con otro intento,
    Que el de ser feliz con ser
    Su esposo. Y esto supuesto,
    Sabed que Leonor anoche
    Supo [aun fingir no acierto]
    Que estaba mala mi hermana
    A quien con cariño tierno
    Estima, y vino á mi casa
    A verla sola, creyendo
    Que vos tardariais mas
    Con la diversion del juego;
    Hízole algo tarde, y como
    Temió que hubieseis ya vuelto,
    Como sin licencia vino,
    Despachamos á saberlo
    Un criado de los mios,
    Y aqueste volviò diciendo
    Que ya estabais vos en casa,
    Y que habiais echando ménos
    A Leonor, por cuya causa
    Haciendo justos estremos
    La buscabais ofendido;
    Ella temerosa, oyendo
    Aquesto, volver no quiso.
    Este es en suma el suceso,
    Que ni yo saqué á Leonor,
    Ni pudiera, pretendiendo
    Para esposa su beldad,
    Proceder tan desatento
    Que para mirarme en él
    Manchara ántes el espejo.
    Y para que no juzgueis
    Que esta es escusa que invento
    Por no venir á casarme,
    Mi fe ó palabra os empeño
    De ser su esposo al instante,
    Como Leonor venga en ello;
    Y en esto conocereis
    Que no tengo impedimento
    Para llegar á ser suyo,
    Mas de que no la merezco.

    _D. Cár._--¿No escuchas esto, Castaño?
    La vida y el juicio pierdo!

    _Cast._--La vida es la novedad,
    Que lo del juicio no es nuevo.

    _D. Rod._--Don Pedro, á lo que habeis dicho
    Hacer réplica no quiero,
    Sobre si pudo ó no ser
    Como decis el suceso;
    Pero siéndole ya á todos
    Notorios vuestros festejos,
    Sabiendo que Leonor falta
    Y no la busco, y sabiendo
    La he hallado en vuestra casa,
    Nunca queda satisfecho
    Mi honor, si vos os no casais;
    Y en lo que me habeis propuesto
    De si Leonor querrá ó no,
    Eso no es impedimento,
    Pues ella tener no puede
    Mas gusto que mi precepto:
    Y así llamadla y vereis
    Cuan presto lo gusta.

    _D. Ped._--Temo,
    Señor, que Leonor se asuste,
    Y así os suplico deis tiempo
    De que ántes se lo proponga
    Mi hermana, porque supuesto
    Que yo estoy llano á casarme
    Y que por dicha lo tengo,
    ¿Qué importa que se difiera
    De aquí á mañana, que es tiempo
    En que les puedo avisar
    A mis amigos y deudos,
    A que asistan á mis bodas,
    Y tambien porque llevemos
    A Leonor á vuestra casa,
    Donde se haga el casamiento?

    _D. Rod._--Bien decis; pero sabed
    Que ya quedamos en eso,
    Y que es Leonor vuestra esposa.

    _D. Ped._--Dicha mia es el saberlo.

    _D. Rod._--Pues, hijo, á Dios, que tambien
    Hacer de mi parte quiero
    Las prevenciones.

    _D. Ped._--Señor,
    Vamos os iré sirviendo.

    _D. Rod._--No ha de ser, y así quedaos,
    Que habeis menester el tiempo.

    _D. Ped._--Yo tengo de acompañaros.

    _D. Rod._--No hareis tal.

    _D. Ped._--Ya os obedezco.

    _D. Juan._--Don Pedro, quedad con Dios.

    _D. Ped._--Id con Dios, don Juan. Yo quedo
    Tan confuso que no sé
    Si es pesar ó si es contento,
    Si es fortuna ó es desaire
    Lo que me está sucediendo.
    Don Rodrigo con Leonor
    Me ruega, yo á Leonor tengo;
    El caso está en tal estado
    Que yo escusarme no puedo
    De casarme, solamente
    Es á Leonor á quien temo,
    No sea que lo resista;
    Mas puede ser que ella viendo
    El estado de las cosas
    Y de su padre el precepto,
    Venga en ser mia... Yo voy.
    Amor, ablanda su pecho. [_Váse_]

(_Salen don Cárlos y Castaño_)

    _D. Cár._--No debo de estar en mí,
    Castaño, pues estoy muerto.
    Don Rodrigo ¡ay de mí! juzga
    Que á Leonor sacó don Pedro
    Y se le viene á ofrecer,
    Y él muy falso y placentero
    Viene en casarse con ella,
    Sin ver el impedimento
    De que se salió con otro.

    _Cast._--¿Qué quieres? El tal sugeto
    Es marido convenible
    Y no repara en pucheros.
    El vió volando esta garza
    Y quiso matarla al vuelo;
    Con que si él ya la cazó.
    Ya para tí _volaverunt_.

    _D. Cár._--Yo estoy tan sin mí, Castaño,
    Que aun á discurrir no acierto
    Lo que hará en aqueste caso.

    _Cast._--Yo te daré un buen remedio
    Para que quedes vengado:
    Doña Ana es rica, y yo pienso
    Que revienta por ser novia;
    Enamórala, y con eso
    Te vengas de cuatro y ocho,
    Y dejas aqueste necio
    Mucho peor que endiablado,
    Encuñadado _in æternum_.

    _D. Cár._--Por cierto ¡gentil venganza!

    _Cast._--¿Mal te parece el consejo?
    Tú no debes de saber
    Lo que es un cuñado, un suegro,
    Una madrastra, una tia,
    Un escribano, un ventero,
    Una mula de alquiler
    Ni un albacea, que pienso
    Que del infierno el mejor
    Y mas bien cobrado censo
    No llega ni á su zapato.

    _D. Cár._--¡Ay de mí infeliz! ¿qué puedo
    Hacer en aqueste caso?
    ¡Ay Leonor! si yo te pierdo,
    Pierdo la vida tambien.

    _Cast._--No pierdas ni aun un cabello:
    Sino vamos á buscarla,
    Que en el tribunal supremo
    De su gusto quizá se
    Revocará este decreto.

    _D. Cár._--¿Y si la fuerza su padre?

    _Cast._--¿Qué es forzarla? pues el viejo
    ¿Está ya para Tarquino?
    Vamos á buscarla luego,
    Que como ella diga nones,
    No hará pares con don Pedro.

    _D. Cár._--Bien dices, Castaño; vamos.

    _Cast._--Vamos, y deja lamentos,
    Que se alarga la jornada,
    Si aquí mas nos detemos.




JORNADA TERCERA.


(_Salen Celia y Leonor._)

    _Dª. Leo._--Celia, yo me he de matar
    Si tú salir no me dejas
    De esta casa ò de este encanto.

    _Cel._--Repórtate, Leonor bella,
    Y mira por tu opinion.

    _Dª. Leo._--¿Qué opinion quieres que tenga,
    Celia, quien de oir acaba
    Unas tan infaustas nuevas,
    Como que quiere mi padre,
    Porque con engaño piensa
    Que don Pedro me sacó,
    Que yo ¡ay Dios! su esposa sea?
    Y esto cae sobre haber
    Antes díchome tú mesma
    Que Cárlos (¡ah falso amante!)
    A doña Ana galantea,
    Y que con ella pretende
    Casarse, que es quien pudiera,
    Como mi esposo, librarme
    Del rigor de esta violencia.
    Con que estando en este estado
    No les quedan á mis penas
    Ni asilo que las socorra,
    Ni amparo que las defienda.

    _Cel._ [_Ap_]--Verdad es que se lo dije,
    Y á don Cárlos con la mesma
    Tramoya tengo confuso;
    Porque mi ama me ordena
    Que yo despeche á Leonor,
    Para que á su hermano quiera,
    Y ella se quede con Cárlos;
    Y yo, viéndola resuelta,
    Por la manda del vestido
    Ando haciendo estas quimeras.

    (_A Leo_).--Pues, señora, si conoces
    Que ingrato Cárlos te deja
    Y mi señor te idolatra,
    Y que tu padre desea
    Hacerte su esposa, y que
    Está el caso de manera
    Que si dejas de casarte,
    Pierdes honra y conveniencia;
    ¿No es mejor pensarlo bien
    Y resolverte discreta
    A lograr aquesta boda,
    Que es lástima que se pierda?
    Y hallarás, si lo ejecutas,
    Mas de tres mil congruencias;
    Pues sueldas con esto solo
    De tu crédito la quiebra,
    Obedeces á tu padre,
    Das gusto á tu parentela,
    Premias á quien te idolatra
    Y de Don Cárlos te vengas.

    _Dª. Leo._--¿Qué dices, Celia? Primero
    Que yo de don Pedro sea,
    Verás de su eterno alcázar
    Fugitivas las estrellas;
    Primero romperá el mar
    La no violada obediencia
    Que á sus desvocadas olas
    Impone freno de arena;
    Primero aquese fogoso
    Corazon de las esferas,
    Turbará el órden con que
    El cuerpo del orbe alienta;
    Primero trocado el órden
    Que guarda naturaleza,
    Congelará el fuego copos,
    Brotará el yelo centellas;
    Primero que yo de Cárlos,
    Aunque ingrato me desprecia,
    Deje, de ser, de mi vida
    Seré verdugo yo mesma;
    Primero que yo de amarle
    Deje...

    _Cel._--Los primeros deja,
    Y vamos á lo segundo,
    Que pues estás tan resuelta,
    No te quiero aconsejar,
    Sino saber lo que intentas.

    _Dª. Leo._--Intento, amiga, que tú,
    Pues te he fiado mis penas,
    Me des lugar para irme.
    De aquí, porque cuando vuelva
    Mi padre aquí no me halle
    Y me haga casar por fuerza;
    Que yo me iré desde aquí
    A buscar en una celda
    Un rincon que me sepulte,
    Donde llorar mis tragedias
    Y donde sentir mis males.
    Lo que de mi vida resta;
    Que quizás allí escondida
    No sabrá de mí mi estrella.

    _Cel._--Sí, pero sabrá de mí
    La mia, y por darte puertas,
    Vendrá á estrellarse conmigo
    Mi señor, cuando lo sepa,
    Y seré yo la estrellada,
    Por no ser tú la estrellera.

    _Dª. Leo._--Amiga, haz esto por mí,
    Y seré tu esclava eterna,
    Por ser la primera cosa
    Que te pido.

    _Cel._--Aunque lo sea,
    Que á la primera que haga
    Pagaré con las setenas.

    _Dª. Leo._--Pues, vive el cielo! enemiga,
    Que si salir no me dejas,
    He de matarme y matarte.

    _Cel._ (_Ap._)--Chispas! y qué rayos echa!
    Mas ¿qué fuera, Jesus mio,
    Si aquí conmigo envistiera?
    ¿Qué haré? Pues si no la dejo
    Ir, y á ser señora llega
    De casa, ¿quién duda que
    Le tengo de pagar esta?
    Y si la dejo salir,
    Con mi amo habrà la mesma
    Dificultad. Hora bien,
    Mejor es entretenerla
    Y avisar á mi señor
    De lo que su dama intenta,
    Que sabiéndolo, es preciso
    Que salga él á defenderla,
    Y yo quedo bien con ambos;
    Pues con esta estratagema
    Ella no queda ofendida,
    Y él obligado me queda.

    (_A Leo._)--Señora, si has dado en eso
    Y en hacerlo tan resuelta
    Estás, ve á ponerte el manto,
    Que yo guardaré la puerta.

    _Dª. Leo._--La vida, Celia, me has dado.

    _Cel._--Soy de corazon muy tierna,
    Y no puedo ver llorar
    Sin hacerme una manteca.

    _Dª. Leo._--A ponerme el manto voy.

(_Váse Leonor._)

    _Cel._--Anda, pues, y vuelve á priesa,
    Que te espero. No haré tal,
    Sino cerraré la puerta
    E iré á avisar á Marsilio
    Que se le va Melisendra. (_Váse._)

(_Sale don Juan._)

    _D. Juan._--Con la llave del jardin
    Que dejó en mi poder Celia,
    Para ir á lograr mis dichas
    Quiero averiguar mis penas.
    ¡Qué mal dije averiguar,
    Pues á lo que es evidencia
    No se puede llamar duda!
    Pluguiera á Dios estuvieran
    Mis celos y mis agravios
    En estado de sospecha!
    Mas ¿cómo me atrevo, cuando
    Es contra mi honor mi ofensa,
    Sin ser cierta mi venganza,
    Hacer mi deshonra cierta?
    Si solo basta á ofenderme
    La presuncion, ¿cómo piensa
    Mi honor que puede en mi agravio
    La duda ser evidencia,
    Cuando la evidencia misma
    Del agravio en la nobleza,
    Siendo certidumbre falsa,
    Se hace duda verdadera?
    Que como al honor le agravia
    Solamente la suspecha,
    Hará cierta su deshonra
    Quien la verdad juzga incierta
    Pues si es así, ¿cómo yo
    Imagino que hay quien pueda
    Ofenderme, si aun en duda
    No consiento que me ofenda?
    Aquí oculto esperaré
    A que mi contrario venga,
    Que quien del estado en que
    Está su correspondencia
    Duda, que vendrá de noche
    Quien de dia sale y entra.
    Yo quiero entrar á esperarlo;
    Honor, mi venganza alienta. (_Váse._)

[_Salen don Cárlos y Castaño con un envoltorio._]

    _D. Cár._--Por mas que he andado la casa,
    No he podido dar con ella,
    Y vengo desesperado.

    _Cast._--Pues, señor, ¿de ver no echas
    Que están las puertas cerradas
    Que á esotro cuarto atraviesan,
    Por el temor de doña Ana,
    De que su hermano te vea,
    O porque á Leonor no atisbes?
    Y para haceros por fuerza
    Casar, doña Ana y su hermano
    Nos han cerrado entre puertas?

    _D. Cár._--Castaño, yo estoy resuelto
    A que don Rodrigo sepa
    Que soy quien sacó á su hija,
    Y quien ser su esposo espera;
    Que pues por pensar que fué
    Don Pedro, dársela intenta,
    Tambien me la dará á mí
    Cuando la verdad entienda
    De que fuí quien la robó.

    _Cast._--Famosamente lo piensas;
    Pero ¿cómo has de salir,
    Si doña Ana es centinela
    Que no se duerme en las pajas?

    _D. Cár._--Fácil, Castaño, me fuera
    El salir contra su gusto,
    Que no estoy yo de manera
    Que tengan lugar de ser
    Tan comedidas mis penas.
    Solo lo que me embaraza
    Y mi valor desalienta
    Es el irme de su casa
    Dejando á Leonor en ella,
    Donde á cualquier novedad
    Puede importar mi presencia;
    Y así he pensado que tú
    Salgas, pues aunque te vean
    No hará ninguno el reparo
    En tí que en mí hacer pudiera;
    Y este papel que ya escrito
    Traigo, con que le doy cuenta
    A don Rodrigo de todo,
    Le llevas.

    _Cast._--¡Ay santa Tecla!
    Pues ¿cómo quieres que vaya?
    Y ves aquí que me pesca
    En la calle la justicia
    Por cómplice en la tormenta
    De la herida de don Diego,
    Y aunque tú el agresor seas,
    Porque te ayudé en el ruido,
    Pague _in solidum_ la ofensa.

    _D. Cár._--Este es mi gusto, Castaño.

    _Cast._--Sí, mas no es mi conveniencia.

    _D. Cár._--Vive el cielo, que has de ir.

    _Cast._--Señor, ¿y es muy buena cuenta,
    Por cumplir el juramento
    De que el viva, que yo muera?

    _D. Cár._--¿Ahora burlas, Castaño?

    _Cast._--Antes ahora son veras.

    _D. Cár._--¿Qué es esto, infame? ¿tú tratas
    De apurarme la paciencia?
    Vive Dios, que has de ir ó aquí
    Te he de matar!

    _Cast._--Señor, suelta,
    Que eso es muy ejecutivo,
    Y en esotro hay contingencia;
    Dame el papel que yo iré.

    _D. Cár._--Tómalo y mira que vuelvas
    A priesa, por el cuidado
    En que estoy.

    _Cast._--Dame licencia,
    Señor, de contarte un cuento,
    Que viene aquí como piedra
    En el ojo de un vicario,
    Que debe de ser cantera.
      Salió un hombre á torear,
    Y á otro un caballo pidió,
    El cual, aunque lo sintió,
    No se lo pudo negar.
    Salió, y el dueño al mirallo,
    No pudiéndolo sufrir,
    Le enviò un recaudo á decir
    Que le cuidase el caballo,
    Porque valia un tesoro;
    Y el otro muy sosegado
    Respondió: Aquese recado
    No viene á mí, sino al toro.
    Tú eres así ahora que
    Me remites á un paseo,
    De donde, aunque lo deseo,
    No sé yo si volveré.
    Y lo que me causa risa,
    Aun estando tan penoso,
    Es que siendo tan dudoso,
    Me mandas que venga á prisa;
    Y asì ahora te digo
    Como el otro toreador,
    Que ese recado, señor,
    Le envies á don Rodrigo.

(_Sale Celia._)

    _Cel._--Señor don Cárlos, mi ama
    Os suplica vais á verla
    Al jardin luego al instante,
    Que tiene cierta materia
    Que tratar con vos, que importa,
    _D. Cár._--Decid que ya á obedecerla
    Voy. (_A Cast._)--Has tù lo que he mandado.

(_Vánse don Cárlos y Celia_)

    _Cast._--Yo bien no hacerlo quisiera,
    Si me valiera contigo
    El hacer yo la deshecha.
    ¡Válgame Dios! ¿Con qué traza
    Yo á don Rodrigo le diera
    Aqueste papel sin que él
    Ni alguno me conociera?
    Quien fuera aquí Garatusa,
    De quien en las Indias cuentan
    Que hacía muchos prodigios;
    Que yo, como nací en ellas
    Le he sido siempre devoto
    Como á santo de mi tierra.
    ¡Oh tú, cualquier que hayas sido!
    ¡Oh tú, cualquiera que seas!
    Bien esgrimas abanico
    O bien arrastres contera,
    Inspírame alguna traza
    Que de Calderon parezca,
    Con qué salir de este empeño.
    Pero ¡tate! en mi conciencia,
    Que ya he topado el enredo.
    Leonor me dió unas polleras
    Y unas joyas que trajese,
    Cuando quiso ser Elena
    De este Páris boquirubio,
    Y las tengo aquí bien cerca,
    Que me han servido de cama;
    Pues si yo me visto de ellas
    ¿Habrá en Toledo tapada
    Que á mí en garbo se parezca?
    Pues hora bien, yo las saco;
    Vayan estos trapos fuera.

(_Quítase capa, espada y sombrero._)

    Lo primero aprisionar
    Me conviene la melena,
    Porque quitará mil vidas
    Si le doy tantica suelta.
    Con este paño pretendo
    Abrigarme la mollera;
    Si como quiero la pongo,
    Será gloria ver mi pena.
    Ahora entran las basquiñas.
    ¡Jesus! y qué rica tela!
    No hay duda que me está bien,
    Porque como soy morena
    Me está del cielo lo azul.
    Y esto ¿qué es? Joyas son estas;
    No me las quiero poner,
    Que ahora voy de revuelta.
    Un serenero he topado
    En aquesta faltriquera;
    Tambien me le he de plantar:
    Cúbrame esta pechuguera.
    El soliman me hace falta,
    Pluguiese á Dios y le hubiera,
    Que una manica de gato
    Sin duda me la pusiera;
    Pero no, que es un ingrato,
    Y luego en cara me diera.
    ¿La color? No me hace al caso,
    Que en este empeño de fuerza
    Me han de salir mil colores,
    Por ser dama de vergüenza.
    ¿Qué les parece, señoras,
    Este encaje de Valencia?
    Ni puesta con sacristanes
    Pudiera estar mas bien puesta.
    Es cierto que estoy hermosa;
    ¡Dios me guarde, que estoy bella!
    Cualquier cosa me está bien,
    Porque el molde es rara pieza.
    Quiero acabar de aliñarme,
    Que aun no estoy dama perfecta:
    Los guantes, aquesto sí,
    Porque las manos no vean,
    Que han de ser las de Jacob,
    Con que á Esaú me parezca.
    El manto lo vale todo;
    Échomele en la cabeza.
    ¡Válgame Dios! cuánto encubre
    Esta telilla de seda,
    Que ni hay foso que así guarde,
    Ni muro que así defienda,
    Ni ladron que tanto encubra,
    Ni paje que tanto mienta,
    Ni gitano que así engañe,
    Ni logrero que así venda.
    Un trasunto el abanillo
    Es de mi garbo y belleza;
    Pero si me da tanto aire,
    ¿Qué mucho á mí se parezca?
    Dama habrá en el auditorio
    Que diga á su compañera:
    Mariquita, aqueste bobo
    Al tapado representa.
    Pues atencion, mis señoras,
    Que es paso de la comedia,
    No piensen que son embustes
    Fraguados acá en mi idea,
    Que yo no quiero engañarlas,
    Ni ménos á Vue Excelencia.
    Ya estoy armado, y ¿quién duda
    Que en el punto que me vean
    Me sigan cuatro mil lindos,
    De aquesos que galantean
    A salga lo que saliere,
    Y que á bulto se amartelan,
    No de la belleza que es,
    Sino de la que ellos piensan?
    Vaya, pues, de damería,
    Menudo el paso, derecha
    La estatura, airoso de brio,
    Inclinada la cabeza
    Un si es no es al un lado,
    La mano en el manto envuelta,
    Con el un ojo recluso
    Y con el otro de fuera;
    Y vamos ya, que encerrada
    Se malogra mi belleza.
    Temor llevo de que alguno
    Me enamore.

(_Va á salir y encuentra á don Pedro._)

    _D. Ped._--Leonor bella,
    ¿Vos con manto y á estas horas?
    Oh! qué bien me dijo Celia
    De que irse á un convento quiere!
    ¿A dónde vais con tal priesa?

    _Cast._--[_Ap._] ¡Vive Dios! que por Leonor
    Me tiene; yo la he hecho buena
    Si él me quiere descubrir.

    _D. Ped._--¿De qué estais, Leonor, suspensa?
    ¿A dónde vas Leonor mia?

    _Cast._--(_Ap._) ¿Oigan lo que Leonores?
    Mas, pues por Leonor me traga,
    Yo quiero fingir ser ella,
    Que quizá atiplando el habla,
    No me entenderá la letra.

    _D. Ped._--¿Por qué no me hablais, señora?
    ¿Aun no os merece respuesta
    Mi amor? ¿Por qué de mi casa
    Os quereis ir? ¿Es ofensa
    El adoraros tan fino,
    El amaros tan devéras,
    Que sabiendo que á otro amais,
    Está mi atencion tan cierta
    De vuestras obligaciones,
    Vuestro honor y vuestras prendas,
    Que casarme determino,
    Sin que ningun riesgo tema?
    Que en vuestra capacidad
    Bien sé que tendrá mas fuerza,
    Para mirar por vos misma,
    La obligacion que la estrella.
    ¿Es posible que no os mueve
    Mi afecto ni mi nobleza,
    Mi hacienda ni mi persona
    A verme ménos severa?
    ¿Tan indigno soy, señora,
    Y doy caso que lo sea,
    No me darán algun garbo
    La gala de mis finezas?
    ¿No es mejor para marido,
    Si lo consideras cuerda,
    Quien no galan os adora,
    Que quien galan os desprecia?

    _Cast._--(_Ap._) ¡Gran cosa es el ser rogada!
    Ya no me admira que sean
    Tan soberbias las mujeres;
    Porque no hay que ensoberbezca
    Cosa como el ser rogadas.
    Ahora bien, de vuelta y media
    He de poner á este tonto.

    (_A d. Ped._)--Don Pedro, negar quisiera
    La causa por qué me voy,
    Pero ya decirla es fuerza:
    Yo me voy porque me mata
    De hambre aquí vuestra miseria;
    Porque vos sois un cuitado,
    Vuestra hermana es una suegra,
    Las criadas unas tías,
    Los criados unos bestias;
    Y yo de aquesto enfadada
    En casa una pastelera
    A merendar garapiñas
    Voy.

    _D. Pedro._--(_Ap._) ¡Qué palabras son estas!
    Y qué estilo tan ageno
    Del ingenio y la belleza
    De doña Leonor. Señora,
    Mucho estraña mi fineza
    Oiros dar de mi familia
    Unas tan indignas quejas;
    Que si quereis deslucirme
    Bien podeis de otra manera,
    Y no con tales palabras,
    Que á vos misma mal os dejan.

    _Cast._--Digo que me matan de hambre;
    ¿Es aquesto lengua griega?

    _D. Ped._--No es griega, señora, pero
    No entiendo en vos esa lengua.

    _Cast._--Pues si no entendeis así,
    Entended de esta manera.

(_Quiere irse._)

    _D. Ped._--Tened, que no habeis de iros,
    Ni es bien que yo lo consienta,
    Porque á vuestro padre he dicho
    Que estais aquí, y así es fuerza
    En cualquiera tiempo darle
    De vuestra persona cuenta.
    Que cuando vos no querais
    Casaros, haciendo entrega
    De vos quedaré bien puesto,
    Viendo que la resistencia
    De casarse, de mi parte
    No está, sino de la vuestra.

    _Cast._--Don Pedro, vos sois un necio,
    Y esta es ya mucha licencia
    De querer vos impedir
    A una mujer de mis prendas
    Que salga á matar su hambre.

    _D. Ped._--[_Ap._] ¡Posible es, cielos, que aquestas
    Son palabras de Leonor!
    Vive Dios, que pienso que ella
    Se finge necia, por ver
    Si con esto me despecha,
    Y me dejo de casar.
    ¡Cielos! que así me aborrezca!
    Y que conociendo aquesto
    ¿Esté mi pasion tan ciega
    Que no pueda reducirse?
    Bella Leonor, ¿qué aprovecha
    El fingiros necia, cuando
    Sé yo que sois tan discreta?
    Pues ántes á enamorarme
    Sirve mas la diligencia,
    Viendo el primor y cordura
    De saber fingiros necia.

    _Cast._--(_Ap._) ¡Notable aprieto, por Dios!
    Yo pienso que aquí mi fuerza....
    Mejor es mudar de estilo
    Para ver si así me deja.
    Don Pedro, yo soy mujer
    Que sé bien dónde me aprieta
    El zapato, y pues he visto
    Que dura vuestra fineza
    A pesar de mis desaires,
    Yo quiero dar una vuelta
    Y mudarme al otro lado,
    Siendo aquesta noche mesma
    Vuestra esposa.

    _D. Ped._--¿Qué decis,
    Señora?

    _Cast._--Que seré vuestra
    Como dos y dos son cuatro.

    _D. Ped._--No lo digais tan á priesa,
    No me mate la alegría,
    Ya que no pudo la pena.

    _Cast._--Pues no, señor, no os murais
    Por amor de Dios, siquiera
    Hasta dejarme un muchacho
    Para que herede la hacienda.

    _D. Ped._--¿Pues eso mirais, señora?
    No sabeis que toda es vuestra?

    _Cast._--¡Válgame Dios! yo me entiendo:
    Bueno será tener prendas.

    _D. Ped._--Esa será dicha mia.
    Mas, señora, ¿hablais de véras
    O me entreteneis la vida?

    _Cast._--Pues ¿soy yo farandulera?
    Palabra os doy de casarme,
    Si ya no es que por vos queda.

    _D. Ped._--¿Por mí? ¿tal decis, señora?

    _Cast._--¿Qué apostamos que si llega
    El caso queda por vos?

    _D. Ped._--No así agravieis mi fineza!

    _Cast._--Pues dadme palabra aquí
    De que si os haceis afuera
    No me habeis de hacer á mí
    Algun daño.

    _D. Ped._--Que os lo ofrezca
    ¿Qué importa, supuesto que
    Es imposible que pueda
    Desistirse mi cariño?
    Mas permitid que merezca
    De que quereis ser mi esposa
    Vuestra hermosa mano en prendas.

    _Cast._--(_Ap._) Llegó el caso de Jacob.

    (_A d. Ped._)--Catad aquí toda entera.

    _D. Ped._--Pues ¿con guante me la dais?

    _Cast._--Sí, porque la tengo enferma.

    _D. Ped._--Pues ¿qué teneis en las manos?

    _Cast._--Hiciéronme mal en ellas
    En una visita un dia,
    Y ni han bastado recetas
    De hieles ni jaboncillos
    Para que á su albura vuelvan.

(_Dentro don Juan._)

    _D. Juan._--¡Muere á mis manos, traidor!

    _D. Ped._--Oye! ¿qué voz es aquella?

(_Dentro don Cárlos._)

    _D. Cár._--Tú morirás á las mias,
    Pues buscas tu muerte en ellas!

    _D. Ped._--¡Vive Dios, que es en mi casa!

(_Salen riñendo don Cárlos y don Juan, y doña Ana deteniéndolos._)

    _Dª. Ana_--Caballeros, deteneos;
    Mas mi hermano... ¡yo estoy muerta!

    _Cast._--Mas ¿si por mí se acuchillan
    Los que mi beldad festejan?

    _D. Ped._--¿En mi casa y á estas horas
    Con tan grande desvergüenza
    Acuchillarse dos hombres?
    Mas yo vengaré esta ofensa
    Dándoles muerte, y mas cuando
    Es don Cárlos quien pelea.

    _Dª. Ana_--¿Quién pensara (¡ay infelice!)
    Que aquí mi hermano estuviera?

    _D. Cár._--Don Pedro está aquí, y por él
    A mí nada se me diera;
    Pero se arriesga doña Ana,
    Que es solo por quien me pesa.

    _Cast._--[_Ap._] Aquí ha sido la de Orán;
    Mas yo apagaré la vela,
    Quizá con esto tendré
    Lugar de tomar la puerta,
    Que es solo lo que me importa.

(_Apaga Castaño la vela y riñen todos._)

    _D. Ped._--Aunque hayais muerto la vela
    Por libraros de mis iras,
    Poco importa, que aunque sea
    A oscuras sabré mataros.

    _D. Cár._--Famosa ocasion es esta
    De que yo libre á doña Ana;
    Pues por ampararme atenta
    Está arriesgada su vida.

(_Sale Leonor con manto._)

    _Dª. Leo._--¡Ay Dios! aquí dejé á Celia,
    Y ahora solo escucho espadas,
    Y voy pisando tinieblas.
    ¿Qué será? ¡Válgame Dios!
    Pero lo que fuere sea,
    Pues á mí solo me importa
    Ver si topo con la puerta.

(_Topa á don Cárlos._)

    _D. Cár._--Esta es sin duda doña Ana.
    Señora, venid á priesa
    Y os sacaré de este riesgo.

    _Dª. Leo._--¿Qué esto? un hombre me lleva;
    Mas como de aquí me saque,
    Con cualquiera voy contenta,
    Que si él me tiene por otra,
    Cuando en la calle me vea
    Podrá dejarme ir á mí
    Y volver á socorrerla.

    _Dª. Ana._--No tengo cuidado yo
    De que sepa la pendencia
    Mi hermano, y mas cuando ha visto
    Que es don Cárlos quien pelea,
    Y diré que es por Leonor;
    Solamente me atormenta
    El que se arriesgue don Cárlos.
    ¡Oh quién toparlo pudiera
    Para volverlo á esconder!

    _D. Ped._--¡Quien mi honor agravia, muera!

    _Cast._--¡Que haya yo perdido el tino
    Y no tope con la puerta!
    Mas aquí juzgo que está.
    ¡Jesus! ¿qué es esto? Alacena
    En que me he dado de hocicos
    Y quebrado dos docenas
    De vidrios y de redomas,
    Que envidiando mi belleza
    Me han pegado redomazo.

    _Dª. Ana._--Ruido he sentido en la puerta,
    Sin duda alguna se va
    Don Juan porque no lo vean
    Ni lo conozca mi hermano,
    Y ya dos solos pelean.
    ¿Cuál de ellos será don Cárlos?

(_Llega doña Ana á don Juan_)

    _D. Cár._--La puerta sin duda es esta,
    Vamos, señora, de aquí.

[_Váse don Cárlos con Leonor_]

    _D. Ped._--Morirás á mi violencia.

    _Dª. Ana._--Mi hermano es aquel, y aqueste
    Sin duda es Cárlos. Apriesa,
    Señor, yo os ocultaré.

    _D. Juan._--Esta es doña Ana, é intenta
    Ocultarme de su hermano;
    Preciso es obedecerla.

[_Váse doña Ana con don Juan._]

    _D. Ped._--¿Dónde os ocultais, traidores,
    Que mi espada no os encuentra?
    ¡Hola! traed una luz.

(_Sale Celia con luz._)

    _Cel._--Señor ¿qué voces son estas?

    _D. Ped._--¿Qué ha de ser? Pero ¡qué miro!
    Hallando abierta la puerta
    Se fueron; mas si Leonor
    (Que sin duda entró por ella
    Aquí don Cárlos) está
    En casa, ¿qué me da pena?
    Mas bien será averiguar
    Cómo entró. Tú, Leonor, entra
    A recogerte, que voy
    A que aquí tu padre venga,
    Porque quiero que esta noche
    Queden nuestras bodas hechas.

    _Cast._--[_Ap._] Tener hechas las narices
    Es lo que ahora quisiera.

[_Váse Castaño y cierra don Pedro la puerta._]

    _D. Ped._--Encerrar quiero á Leonor
    Por si acaso fué cautela
    Haberme favorecido.
    Yo la encierro por de fuera,
    Porque si acaso lo finge
    Se haga la burla ella mesma.
    Yo me voy á averiguar
    Quien fuese el que por mis puertas
    Le dió entrada á mi enemigo,
    Y por qué era la pendencia
    Con Cárlos y el embozado.
    Y pues ántes que los viera,
    Los vió mi hermana y salió
    Con ellos, saber es fuerza
    Cuándo á reñir empezaron
    Dónde ó cómo estaba ella.

(_Váse don Pedro y sale don Rodrigo con Hernando_)

    _D. Rod._--Esto, Hernando, he sabido,
    Que don Diego está herido,
    Y que lo hirió quien á Leonor llevaba,
    Cuando en la calle estaba;
    Por él la conoció y quitarla quiso,
    Con que le fué preciso
    Reñir, y la pendencia ya trabada,
    El que á Leonor llevaba, una estocada
    Le dió de que quedó casi difunto
    Y luego al mismo punto
    Cargado hasta su casa le llevaron,
    Donde luego que entraron,
    En sí volvió don Diego;
    Pero advirtiendo luego
    En los que le llevaron apiadados,
    Conoció de don Pedro ser criados;
    Porque sin duda, Hernando, fué el llevalle
    Por escusar el ruido de la calle.
    Mira qué bien viene esto que ha pasado,
    Con lo que esta mañana me ha afirmado,
    De que Leonor fué solo á ver su hermana,
    Y que yo me detenga hasta mañana
    Para ver si Leonor casarse quiere,
    De donde bien se infiere
    Que de no hacerlo trata,
    Y que con estas largas lo dilata.
    Mas yo vengo resuelto,
    Que á esto á su casa he vuelto,
    A apretarle de suerte
    Que ha de casarse, ó le he de dar la muerte.

    _Her._--Harás muy bien, señor, que la dolencia
    De honor se ha de curar con diligencia;
    Porque el que lo dilata neciamente
    Viene á quedarse enfermo eternamente.

(_Sale don Cárlos con Leonor tapada_)

    _D. Cár._--No teneis ya que temer,
    Doña Ana hermosa, el peligro.

    _Dª. Leo._ [_Ap._]--¡Cielos! que me traiga Cárlos
    Pensando [ah fiero enemigo!]
    Que soy doña Ana? ¿Qué mas
    Claros busco los indicios
    De que la quiere?

    _D. Cár._ (_Ap._)--¿En qué empeño
    Me he puesto, cielos divinos!
    Que por librar á doña Ana
    Dejo á Leonor en peligro.
    ¿A dónde podré llevarla
    Para que pueda mi brio
    Volver luego por Leonor?
    Pero hácia aquí un hombre miro.
    ¿Quién va?

    _D. Rod._--¿Es don Cárlos?

    _D. Cár._--Yo soy.
    (_Ap._) ¡Válgame Dios! don Rodrigo
    Es, ¿á quién podré mejor
    Encomendar el asilo
    Y el amparo de doña Ana?
    Que con su edad y su juicio
    La compondrá con su hermano
    Con decencia, y yo me quito
    De aqueste embarazo, y vuelvo
    A ver si puedo atrevido
    Sacar mi dama. Señor
    Don Rodrigo, en un conflicto
    Estoy, y vos podeis solo
    Sacarme de él.

    _D. Rod._--¿En qué os sirvo,
    Don Cárlos?

    _D. Cár._--Aquesta dama
    Que traigo, señor, conmigo
    Es la hermana de don Pedro,
    Y en un lance fué preciso
    El salirse de su casa,
    Por correr su honor peligro.
    Yo ya veis que no es decente
    Tenerla, y así os suplico
    La tengais en vuestra casa,
    Miéntras yo á otro empeño asisto.

    _D. Rod._--Don Cárlos, yo la tendré;
    Claro está que no es bien visto
    Tenerla vos, y á su hermano
    Hablaré, si sois servido.

    _D. Cár._--Hareisme mucho favor,
    Y así yo me voy. (_Váse_)

    _D. Leo._--[_Ap._] ¿Qué miro?
    ¡A mi padre me ha entregado!

    _D. Rod._--Hernando, yo he discurrido
    Y voy á ver á don Pedro,
    Pues Cárlos hizo lo mismo,
    Que él sacándole á su hermana,
    Que ya por otros indicios
    Sabia yo que la amaba,
    Valerme de este motivo,
    Tratando de que la case,
    Porque ya como de hijo
    Debo mirar por su honor,
    Y él quizá mas reducido,
    Viendo en peligro su honor,
    Querrà remediar el mio.

    _Her._--Bien has dicho, y me parece
    Buen modo de constreñirlo
    El no entregarle á su hermana,
    Hasta que él haya cumplido
    Con lo que te premetió.

    _D. Rod._--Pues yo entro; venid conmigo,
    Señora, y nada temais
    De riesgo, que yo me obligo
    A sacaros bien de todo.

    _Dª. Leo._--[_Ap._] A casa de mi enemigo
    Me vuelve á meter mi padre,
    Y ya es preciso seguirlo,
    Pues descubrirme no puedo.

    _D. Rod._--Pero allí á don Pedro miro.
    Vos, señora, con Hernando
    Os quedad en este sitio,
    Miéntras hablo á vuestro hermano.

    _Dª. Leo._--(_Ap._) ¡Cielos! vuestro influjo impio
    Mudad, ó dadme la muerte;
    Pues me será mas benigno
    Un fin breve, aunque es atroz,
    Que un prolongado martirio.

    _D. Rod._--Pues yo me quiero llegar.

(_Sale don Pedro._)

    _D. Ped._--Que saber no haya podido
    Mi enojo quien en mi casa
    Le dió entrada á mi enemigo,
    Ni haya encontrado á mi hermana,
    Mas buscarla determino
    Hácia el jardin, que quizá
    Temerosa del ruïdo
    Se vino hácia aquesta cuadra.
    Yo voy; pero don Rodrigo
    Está aquí; á buen tiempo viene,
    Pues que ya Leonor me ha dicho
    Que gusta de ser mi esposa.
    Seais, señor, bien venido,
    Que á no haber venido vos,
    En aqueste instante mismo
    Habia yo de buscaros.

    _D. Rod._--La diligencia os estimo.
    Sentémonos, que tenemos
    Mucho que hablar.

    _D. Ped._--(_Ap._) Ya colijo,
    Que á lo que podrá venir
    Resultará en gusto mio.

    _D. Rod._--Bien habreis congeturado
    Que lo que puede, don Pedro,
    A vuestra casa traerme
    Es el honor, pues le tengo
    Fiado á vuestra palabra;
    Que aunque sois tan caballero,
    Miéntras no os casais está
    A peligro siempre expuesto;
    Y bien veis que no es alhaja
    Que puede en un noble pecho
    Permitir la contingencia,
    Porque es un cristal tan terso
    Que sino le quiebra el golpe,
    Le empeña solo el aliento.
    Esto habreis pensado vos,
    Y hareis bien en pensar esto;
    Pues tambien esto me trae...
    Mas no es esto á lo que vengo
    Principalmente, porque
    Quiero con vos tan atento
    Proceder, que conozcais
    Que teniendo de por medio
    El cuidado de mi hija
    Y de mi honor el empeño,
    Con tanta cortesania
    Procedo con vos, que puedo
    Hacer mi honor accesorio
    Por poner primero el vuestro,
    Ved si puedo hacer por vos
    Mas, aunque tambien concedo
    Que esta es conveniencia mia;
    Que habiendo de ser mi yerno,
    El quereros ver honrado
    Resultará en mi provecho.
    Ved vos cuán celoso soy
    De mi honor, y con qué estremo
    Sabré celar mi opinion,
    Cuando así la vuestro celo.
    Supuesto esto, ya sabeis
    Vos que don Cárlos de Olmedo,
    De mas del lustre heredado
    De su noble nacimiento...

    _D. Ped._--(_Ap._) A don Cárlos me ha nombrado;
    ¿Dónde irá á parar aquesto?
    Y el no hablar de que me case...
    Sin duda sabe el suceso
    De que la sacó don Cárlos.
    ¡Hoy la vida y honra pierdo!

    _D. Rod._--El color habeis perdido,
    Y no me admiro, que oyendo
    Cosas tocantes á honor,
    No fuerais noble ni cuerdo
    Ni honrado, sino mostráreis
    Ese noble sentimiento.
    Mas pues de lances de amor
    Teneis en vos el ejemplo,
    Y que vuestra propia culpa
    Honesta el delito ageno,
    No teneis de qué admiraros
    De lo mismo que habeis hecho.

(_Sale doña Ana al paño._)

    _Dª. Ana._--Don Rodrigo con mi hermano
    Está; desde aquí pretendo
    Escuchar á lo que vino,
    Que como á don Cárlos tengo
    Oculto, y lo vió mi hermano,
    Todo lo dudo y lo temo.

    _D. Rod._--Digo, pues que aunque ya vos
    Enterado estareis de esto,
    Don Cárlos á vuestra hermana
    Hizo lícitos festejos,
    Correspondióle doña Ana;
    No fué mucho, pues lo mesmo
    Sucedió á Leonor con vos.

    _D. Ped._--(_Ap._) ¿Qué es esto? [¡válgame el cielo!]
    ¿Don Cárlos quiere á mi hermana?

    _Dª. Ana._--¿Cómo llegar á saberlo
    Ha podido don Rodrigo?

    _D. Rod._--Digo, por no deteneros
    Con lo mismo que sabeis,
    Que viéndose en el aprieto
    De haberlo ya visto vos
    Y de estar con él riñendo,
    La sacó de vuestra casa.

    _D. Ped._--¿Qué es lo que decis?

    _D. Rod._--Lo mesmo
    Que vos sabeis y lo propio
    Que hicísteis vos; pues es bueno
    Que me hicierais vos á mí
    La misma ofensa, yo cuerdo
    Venga á tratarlo, y que vos
    (Sin ver que permita el cielo
    Que veamos por nosotros
    La ofensa que á otros hacemos)
    Os mostrais tan alterado.
    Tomad, hijo, mi consejo,
    Que en las dolencias de honor
    No todas veces son buenos,
    Ni bastan solo süaves,
    Los medicamentos recios,
    Que ántes suelen hacer daño;
    Pues cuando está malo un miembro,
    El experto cirujano
    No luego le aplica el hierro
    Y corta lo dolorido,
    Sino que aplica primero
    Los remedios lenitivos;
    Que acudir á los cauterios
    Es cuando se reconoce
    Que ya no hay otro remedio.
    Hagamos lo mismo acá:
    Don Cárlos me ha hablado de ello.
    Doña Ana se fué con él,
    Y yo en mi poder la tengo.
    Ellos lo han de hacer sin vos,
    Pues ¿no es mejor, si han de hacerlo,
    Que sea con vuestro gusto,
    Haciendo cuerdo y atento
    Voluntario lo preciso?
    Que es industria del ingenio
    Vestir la necesidad
    De los visos del afecto.
    Aqueste es mi parecer,
    Ahora consultad cuerdo
    A vuestro honor, y vereis
    Si os está bien el hacerlo.
    Y en cuanto á lo que á mí toca,
    Sabed que vengo resuelto
    A que os caseis esta noche;
    Pues no hay por qué deteneros.
    Cuando vengo de saber
    Que á mi sobrino don Diego
    Dejásteis herido anoche,
    Porque llegó à conoceros,
    Y á Leonor quiso quitaros.
    Ved vos cuan mal viene aquesto
    De que vos no la sacasteis.
    Y en suma, este es largo cuento,
    Pues solo con que os caseis
    Queda todo satisfecho.

    _Dª. Ana._-Temblando estoy qué responde
    Mi hermano; mas yo no encuentro
    Qué razon pueda mover
    A fingir estos enredos
    A don Rodrigo.

    _D. Ped._--Señor,
    Digo, en cuanto á lo primero,
    Que el decir que no saqué
    A Leonor, fué fingimiento,
    Que me debió decoroso
    Mi honor y vuestro respeto,
    Y pues solo con casarme
    Dices que quedo bien puesto,
    A la beldad de Leonor
    Oculta aquel aposento,
    Y ahora en vuestra presencia
    Le daré de esposo y dueño
    La mano; pero sabed
    Que me habeis de dar primero
    A doña Ana, para que
    Siguiendo vuestro consejo
    La despose con don Cárlos
    Al instante. [Ap.] Pues con esto
    Seguro de este enemigo
    De todas maneras quedo.

    _D. Rod._--¡Oh, qué bien que se conoce
    Vuestra nobleza y talento!
    Voy á que entre vuestra hermana,
    Y os doy las gracias por ello.

(_Sale doña Ana_)

    _Dª. Ana._--No hay para que, don Rodrigo,
    Pues para dar las que os debo
    Estoy yo muy prevenida.
    Y á tí, hermano, aunque merezco
    Tu indignacion, te suplico
    Que examines por tu pecho
    Las violencias del amor,
    Y perdonarás con esto
    Mis yerros, si es que lo son
    Siendo tan dorados yerros.

    _D. Ped._--Alza del suelo, doña Ana,
    Que hacerse tu casamiento
    Con mas decencia pudiera,
    Y no poniendo unos medios
    Tan indecentes.

    _D. Ped._--Dejad
    Aqueso, que ya no es tiempo
    De reprension, enviad
    Un criado de los vuestros
    Que á buscar vaya á don Cárlos.

    _Dª. Ana._--No hay que enviarlo, supuesto
    Que como á mi esposo, oculto
    Dentro mi cuarto le tengo.

    _D. Ped._--Pues sácale luego al punto.

    _Dª. Ana._--¡Con qué gusto te obedezco!
    Que al fin mi amante porfia
    Ha logrado sus deseos! [_Váse_]

    _D. Ped._--Celia.

[_Sale esta._]

    _Cel._--¿Qué me mandas?

    _D. Ped._--Toma
    La llave de ese aposento
    Y avisa á Leonor que salga.
    ¡Oh amor! que al fin de mi anhelo
    Has dejado que se logren
    Mis amorosos intentos!

    _Dª. Leo._--Pues me tienen por doña Ana,
    Entrarme quiero allá dentro
    Y librarme de mi padre,
    Que es el mas próximo riesgo;
    Que despues para librarme
    De la instancia de don Pedro,
    No faltarán otros modos.
    Mas subir á un hombre veo
    La escalera. ¿Quién será?

[_Salen don Cárlos_]

    _D. Cár._--A todo trance resuelto
    Vengo á sacar á Leonor
    De este indigno cautiverio;
    Que supuesto que doña Ana,
    Está ya libre de riesgo,
    No hay por qué esconder la cara
    Mi valor, y ¡vive el cielo!
    Que la tengo de llevar,
    O he de salir de aquí muerto.

[_Pasa don Cárlos junto á Leonor_]

    _Dª. Leo._--Cárlos es [válgame Dios!]
    Y de cólera tan ciego
    Va que no reparó en mí;
    Pues ¿á qué vendrá, supuesto
    Que me llevó á mí, pensando
    Que era yo doña Ana? ¡Ah cielos!
    ¡Que me hayais puesto en aquesto!
    ¡Que estos ultrages consiento!
    Mas si acaso conoció
    Que dejaba en el empeño
    A su dama y á librarla
    Viene ahora.... Yo me acerco
    Para escuchar lo que dice.

    _D. Cár._--Don Pedro, cuando yo entro
    En casa de mi enemigo,
    Mal puedo usar de lo atento.
    Vos me teneis....Mas ¿qué miro?
    ¿Don Rodrigo aquí?

    _D. Rod._--Teneos,
    Don Cárlos, y sosegaos,
    Porque ya todo el empeño
    Está ajustado, ya viene
    En vuestro gusto don Pedro;
    Y pues á él se lo debeis,
    Desde el agradecimiento,
    Que yo el parabien os dé
    De veros felice dueño
    De la beldad que adorais,
    Que goceis siglos eternos.

    _D. Cár._--[_Ap._] ¿qué es esto? Sin duda ya
    Se sabe todo el suceso,
    Porque Castaño el papel
    Debió de dar ya, y sabiendo
    Don Rodrigo que fui yo
    Quién la sacó, quiere cuerdo
    Portarse y darme á Leonor;
    Y sin duda ya don Pedro,
    Viendo tanto desengaño,
    Se desiste del empeño.

    [_A don Rod._]--Señor, palabras me faltan
    Para poder responderos;
    Mas válgame lo dichoso
    Para disculpar lo necio;
    Que en tan no esperada dicha,
    Como la que yo merezco,
    Si no me volviera loco,
    Estuviera poco cuerdo.

    _D. Rod._--Mirad, si os lo dije yo...
    Quiérela con grande estremo.

    _D. Leo._--¡Qué es esto, cielos! ¡qué escucho!
    ¡Qué parabienes son estos,
    Ni qué dichas de don Cárlos!

    _D. Ped._--Aunque debierais atento
    Averos de mí valido,
    Supuesto que gusta de ello
    Don Rodrigo, cuyas canas
    Como de padre venero,
    Yo me tengo por dichoso
    En que tan gran caballero
    Se sirva de honrar mi casa.

    _Dª. Leo._--Ya no tengo sufrimiento;
    No ha de casarse el traidor.

(_Sale doña Leonor con manto._)

    _D. Rod._--Señora, á muy lindo tiempo
    Venis; mas ¿por qué os habeis
    Otra vez el manto puesto?
    Aquí está ya vuestro esposo.
    Don Cárlos, los cumplimientos
    Basten ya: dadle la mano
    A doña Ana.

    _D. Cár._--¿A quién? ¿qué es esto?

    _D. Rod._--A doña Ana vuestra esposa.
    ¿De qué os turbais?

    _D. Cár._--¡Vive el cielo!
    Que este es engaño y traicion.
    ¿Yo á doña, Ana?

    _Dª. Leo._--(_Ap._) ¡Albricias, cielos!
    Que ya desprecia á doña Ana!

    _D. Ped._--Don Rodrigo ¿qué es aquesto?
    ¿Vos de parte de don Cárlos
    No venisteis al concierto
    De mi hermana?

    _D. Rod._--Claro está,
    Y fué porque Cárlos mesmo
    Me entregó á mí vuestra hermana
    Que la llevaba, diciendo
    Que la sacaba, porque
    Corria su vida riesgo.
    Señora, ¿no fué esto así?

    _Dª. Leo_--Sí, señor, y yo confieso
    Que soy esposa de Cárlos,
    Como vos vengais en ello.

    _D. Cár._--Muy mal, señora doña Ana,
    Habeis hecho en exponeros
    A tan público desaire,
    Como por fuerza he de haceros;
    Pero pues vos me obligais
    A que os hable poco atento,
    Quien me busca exasperado,
    Me quiere sufrir grosero,
    Si mejor á vos que á alguno
    Os consta que yo no puedo
    Dejar de ser de Leonor.

    _D. Rod._--¿De Leonor? ¿qué? ¿cómo es esto?
    ¿Qué Leonor?

    _D. Cár._--De vuestra hija.

    _D. Rod._--¿De mi hija? Bien por cierto,
    Cuando es de don Pedro esposa.

    _D. Cár._--Antes que logre el intento
    Le quitaré yo la vida.

    _D. Ped._--Ya es mucho mi sufrimiento,
    Pues en mi presencia os sufro
    Que atrevido y desatento
    A mi hermana desaireis,
    Y pretendais á quien quiero.

(_Empuñan las espadas, y sale doña Ana con don Juan de la mano, y por la
otra puerta Celia y Castaño de dama._)

    _Dª. Ana._--A tus pies mi esposo y yo,
    Hermano... pero ¿qué veo?
    A don Juan es á quien traigo!
    Que, en el rostro el ferreruelo,
    No le habia conocido.

    _D. Ped._--Doña Ana, pues ¿cómo es esto?

    _Cel._--Señor, aquí está Leonor.

    _D. Ped._--¡Oh hermoso divino dueño!

    _Cast._--Allá vereis la belleza;
    Mas yo no puedo de miedo
    Moverme; pero mi amo
    Está aquí, ya nada temo,
    Porque él me defenderá.

    _D. Rod._--Yo dudo lo que estoy viendo.
    Don Cárlos, pues ¿no es doña Ana
    Esta dama que vos mesmo
    Me entregasteis, y con quien
    Os casais?

    _D. Cár._--Es manifiesto
    Engaño, que yo á Leonor
    Solamente es á quien quiero.

    _Dª. Ana._--Acabe este desengaño
    Con mi pertinaz intento;
    Y pues el ser de don Juan
    Es ya preciso, yo esfuerzo
    Cuanto puedo que le estimo,
    Que en efecto es ya mi dueño.
    Don Rodrigo, ¿qué decis?
    ¿Qué Cárlos? Que no lo entiendo,
    Y solo sé que don Juan,
    Desde Madrid, en mi pecho
    Tuvo el dominio absoluto
    De todos mis pensamientos.

    _D. Juan._--Don Pedro, yo á vuestros pies
    Estoy.

    _D. Ped._--Yo soy el que debo
    Alegrarme, pues con vos
    Uno la amistad al deudo,
    Y así porque nuestras bodas
    Se hagan en un mismo tiempo,
    Dadle la mano á doña Ana,
    Que yo á Leonor se la ofrezco.

[_Llégase á Castaño_]

    _D. Cár._--Antes os daré mil muertes!

    _Cast._--Miren aquí si soy bello,
    Pues por mí quieren matarse!

    _D. Ped._--Dame, soberano objeto
    De mi rendido albedrío,
    La mano.

    _Cast._--Sí, que os la tengo,
    Para dárosla mas blanca,
    Un año en guantes de perro.

(_Descúbrese Leonor_)

    _Dª. Leo._--Tente, Cárlos, que yo quedo
    Demas, y seré tu esposa;
    Que aunque me hiciste desprecios,
    Soy yo de tal condicion,
    Que mas te estimo por ellos.

    _D. Cár._--¡Mi bien, Leonor! ¡que tú eras!

    _D. Ped._--¿Qué es esto? ¿por dicha sueño?
    Leonor está aquí y allí.

    _Cast._--No sino, que viene á cuento
    Lo de: Nos sois vos Leonor.

    _D. Ped._--Pues ¿quién eres tú, portento,
    Que por Leonor te he tenido?

(_Descúbrese Castaño_)

    _Cast._--No soy sino el perro muerto
    De quien se hicieron los guantes.

    _Cel._--La risa tener no puedo
    Del embuste de Castaño.

    _D. Ped._--Mataréte: ¡vive el cielo!

    _Cast._--¿Por qué? si cuando te dí
    Palabra de casamiento,
    Que ahora estoy llano á cumplirte,
    Quedamos en un concierto,
    De que si por tí quedaba,
    No me harias mal; y puesto
    Que ahora queda por tí,
    Y que yo estoy llano á hacerlo,
    No faltes tú, pues que yo
    No falto á lo que prometo.

    _D. Cár._--¿Cómo estas así, Castaño,
    Y en tal traje?

    _Cast._--Este es el cuento,
    Que por llevar el papel,
    Que aun aquí guardado tengo,
    En que á don Rodrigo dabas
    Cuenta de todo el enredo,
    Y de que á Leonor llevaste,
    Para llevarlo sin riesgo
    De encontrar á la justicia,
    Me puse estos faldamentos;
    Y don Pedro enamorado
    De mi talle y de mi aseo,
    De mi gracia y de mi garbo,
    Me encerró en este aposento.

    _D. Cár._--Mirad, señor don Rodrigo,
    Si es verdad que soy el dueño
    De la beldad de Leonor,
    Y si ser su esposa debo.

    _D. Rod._--Como se case Leonor
    Y quede mi honor sin riesgo,
    Lo demas no importa nada;
    Y así, don Cárlos, me alegro
    De haber ganado tal hijo.

    _D. Ped._--Tan corrido, vive el cielo,
    De lo que me ha sucedido
    Estoy, que ni hablar acierto;
    Mas disimular importa,
    Que ya no tiene remedio
    El caso. Yo doy por bien
    La burla que se me ha hecho,
    Porque se case mi hermana
    Con don Juan.

    _Dª. Ana._--La mano ofrezco
    Y tambien con ella el alma.

    _D. Juan._--Y yo, señora, la acepto,
    Porque vivo muy seguro
    De pagaros con lo mesmo
    _D. Cár._--Tú, Leonor mia, la mano
    Me da.

    _Dª. Leo._--En mí, Cárlos, no es nuevo,
    Porque siempre ha sido tuya.

    _Cast._--Dime, Celia, algun requiebro,
    Y mira si á mano tienes
    Una mano.

    _Cel._--No la tengo,
    Que la dejé en la cocina;
    Pero ¿bastaráte un dedo?

    _Cast._--Daca, que es el dedo malo,
    Pues es él con quien encuentro.
    Y aquí, altísimos señores,
    Aquí, senado discreto
    “Los empeños de una casa”
    Dan fin. Perdonad sus yerros.

          FIN DE LA COMEDIA.



_Carta de la muy ilustre señora Sor Filotea de la Cruz, que se imprimió
con licencia del Ilmo. y Exmo. señor don Manuel Fernández de Santa Cruz,
dignísimo obispo de los Angeles en la Puebla, año de 1690, en que
aplaude á la poetisa la honesta é hidalga habilidad de hacer versos,
mandándole dar á la estampa la Crísis sobre un sermon, con el título de
“Carta atenagórica.”_


_Señora mia_:

He visto la carta de V. md. en que impugna las Finezas que de Cristo
discurrió el R. P. Antonio de Vieira en el sermon del Mandato, con tanta
sutileza que á los mas eruditos ha parecido que como otra águila de
Ezequiel habia remontado á este singular talento sobre sí mismo,
siguiendo la planta que formó ántes el Ilmo. César Menéses, ingenio de
los primeros de Portugal; pero á mi juicio, quien leyere su Apología de
V. md. no podrá negar que cortó la pluma mas delgada que ambos, y que
pudieran gloriarse de verse impugnados por una mujer, que es honra de su
sexo. Yo á lo ménos he admirado la viveza de los conceptos, la
discrecion de sus pruebas y la enérgica claridad con que convence el
asunto, compañera inseparable de la sabiduría: que por eso la primera
voz que pronunció la Divina fué _luz_, porque sin claridad no hay voz de
sabiduría. Aun la de Cristo, cuando hablaba altísimos misterios entre
los velos de las parábolas, no se tuvo por admirable en el mundo; solo
cuando habló claro mereció la aclamacion de saberlo todo. Este es uno de
los muchos beneficios que debe V. md. á Dios, porque la claridad no se
adquiere con el trabajo é industria; es don que se infunde con el alma.

Para que V. md. se vea en este papel de mejor letra, le he impreso, y
para que reconozca los tesoros que Dios depositó en su alma y le sea,
como mas entendida, mas agradecida; que la gratitud y el entendimiento
nacieron siempre de un mismo parto. Y si, como V. md. dice en su carta,
quien mas ha recibido de Dios está mas obligado á la correspondencia,
temo se halle V. md. alcanzada en la cuenta; pues pocas criaturas deben
á su Magestad mayores talentos en lo natural con que ejecuta el
agradecimiento, para que si hasta aquí los ha empleado bien [que así lo
debe creer de quien profesa tal religion] en adelante sea mejor.

No es mi juicio tan austero censor que esté mal con los versos, en que
V. md. se ha visto tan celebrada, despues que Santa Teresa, el
Nacianceno y otros santos canonizaron con los suyos esta habilidad; pero
deseara que los imitara así como en el metro tambien en la eleccion de
los asuntos. No apruebo la vulgaridad de los que reprueban en las
mujeres el uso de las letras, pues tantas se aplicaron á este estudio,
no sin alabanza de San Gerónimo. Es verdad que dice San Pablo que las
mujeres no enseñen; pero no manda que las mujeres no estudien para
saber; porque solo quiso prevenir el riesgo de la elacion en nuestro
sexo, propenso siempre á la vanidad.

A Sarai le quitó una letra la Sabiduria divina, y puso una mas al nombre
de Abrahan, no porque el varon ha de tener mas letras que la mujer, como
sienten muchos, sino porque la i añadida al nombre de Sara, esplicaba
temor y dominacion. _Señora mia_ se interpreta _Sarai_, y no convenia
que fuese en la casa de Abrahan _señora_, la que tenia empleo de
súbdita. Letras que engendran elacion, no las quiere Dios en la mujer;
pero no las reprueba el Apóstol, cuando no sacan á la mujer del estado
de obediente. Notorio es á todos que el estudio y saber han contenido á
V. md. en el estado de súbdita, y la han servido de perfeccionar
primores de obediente, pues si las demas religiosas por la obediencia
sacrifican la voluntad, V. md. cautiva el entendimiento, que es el mas
arduo y agradable holocausto que puede ofrecerse en las aras de la
religion.

No pretendo segun este dictámen, que V. md. mude el genio, renunciando
los libros, sino que le mejore leyendo alguna vez el de Jesucristo.
Ninguno de los Evangelistas llamó libro á la genealogía de Cristo, sino
es San Mateo, porque en su conversion no quiso este Señor mudarle de
inclinacion sino mejorarla, para que si ántes, cuando publicano, se
ocupaba en libros de sus tratos é intereses, cuando apóstol mejorase el
genio, mudando los libros de su ruina en el libro de Jesucristo. Mucho
tiempo ha gastado V. md. en el estudio de filósofos y poetas; ya será
razon que se perfeccionen los empleos y se mejoren los libros. ¿Qué
pueblo hubo mas erudito que el egipcio? En él empezaron las primeras
letras del mundo, y se admiraron los geroglíficos. Por grande
ponderacion de la sabiduría de Josef le llama la Santa Escritura
consumado en la erudicion de los egipcios; y con todo esto, el Espíritu
Santo dice abiertamente que el pueblo de los egipcios es bárbaro, porque
toda su sabiduría, cuando mas, penetraba los movimientos de las
estrellas y cielos; pero no servia para enfrenar los desórdenes de las
pasiones. Toda su ciencia tenia por empleo perfeccionar al hombre en la
vida política, mas no ilustraba para conseguir la eterna; y ciencia que
no alumbra para salvarse, Dios que todo lo sabe la califica por necedad.
Así lo sintió Justo Lipsio, pasmo de la erudicion, [estando vecino á la
muerte, y á la cuenta, cuando el entendimiento está ilustrado] que
consolándole sus amigos con los muchos libros que habia escrito de
erudicion, dijo, señalando un Santo Cristo: _Ciencia que no es del
Crucificado, es necedad y solo vanidad_.

No repruebo por esto la leccion de estos autores; pero digo á V. md. lo
que aconsejaba Gerson: préstese V. md. no se venda ni se deje robar de
estos estudios; esclavas son las letras humanas, y suelen aprovechar á
las divinas; pero deben reprobarse cuando roban la posesion del
entendimiento humano á la Sabiduría divina, haciéndose señoras las que
se destinaron á la servidumbre. Comendables son cuando el motivo de la
curiosidad, que es vicio, se pasa á la estudiosidad, que es verdad. A
San Jerónimo le azotaron los ángeles, porque leia en Ciceron, arrastrado
y casi no libre, prefiriendo el deleite de su elocuencia á la solidez de
la Sagrada Escritura; pero loablemente se aprovechó este santo doctor de
sus noticias y de la erudicion profana que adquirió en semejantes
autores.

No es poco el tiempo que ha empleado V. md. en estas ciencias curiosas;
pase ya como el gran Boecio á las provechosas, juntando á las sutilezas
de la natural la utilidad de una filosofía moral. Lástima es que un tan
grande entendimiento de tal manera se abata á las rateras noticias de la
tierra, que no desee penetrar lo que pasa en el cielo; y ya que se
humilla al suelo, que no baje mas abajo considerando lo que pasa en el
infierno; y si gustare algunas veces de inteligencias dulces y tiernas,
aplíquese su entendimiento al monte Calvario, donde viendo finezas del
Redentor é ingratitudes del redimido, hallará gran campo para ponderar
excesos de un amor infinito, y para formar apologías, no sin lágrimas,
contra la ingratitud que llegó á lo sumo. ¡Oh qué útilmente otras veces
se engolfará este rico galeon de su ingenio en la alta mar de las
perfecciones divinas! No dudo que le sucedería á V. md. lo que á Apéles,
que copiando el retrato de Campaspe, cuantas líneas corría con el
pincel en el lienzo, tantas heridas hacía en su corazon la saeta del
amor, quedando al mismo tiempo perfeccionado el retrato y herido
mortalmente de amor del original el corazon del pintor.

Estoy muy cierta y segura que si Vmd. con los discursos vivos de su
entendimiento formase y pintase una idea de las perfecciones divinas
[cual se permite entre las tinieblas de la fe] al mismo tiempo se veria
ilustrada de luces su alma, y abrasada su voluntad, y dulcemente herida
del amor de su Dios, para que este Señor, que ha llovido tan
abundantemente beneficios positivos en lo natural sobre Vmd. no se vea
obligado á concederla beneficios solamente negativos en lo sobrenatural,
que por mas que la discrecion de Vmd. los llame finezas, yo los tengo
por castigos; porque solo es beneficio el que Dios hace al corazon
humano, previniéndole con su gracia, para que le corresponda agradecido,
disponiéndole con su beneficio reconocido, para que no represada la
liberalidad divina, se los haga mayores. Esto desea á Vmd. quien desde
que la besó, muchos dias ha, la mano, vive enamorada de su alma, sin que
se haya entibiado este amor por la distancia ni el tiempo, porque el
amor espiritual no padece achaques de mudanzas, ni le reconoce el que es
puro sino es hácia el crecimiento. Su Majestad oiga mis sùplicas y haga
á Vmd. muy santa, y me la guarde en toda prosperidad. Deste convento de
la Santísima Trinidad de la Puebla de los Angeles, y noviembre 25 de
1690.

B. L. M. de Vmd. su afecta servidora.
_Filotea de la Cruz._




_Respuesta de la poetisa
á la muy ilustre
Sor Filotea de la Cruz._


Muy ilustre señora, mi señora:

No mi voluntad, mi poca salud y mi justo temor han suspendido tantos
dias mi respuesta. ¿Qué mucho si al primer paso encontraba para tropezar
mi torpe pluma dos imposibles? El primero [y para mí el mas rigoroso] es
saber responder á vuestra doctísima, discretísima, santísima y amoresíma
carta. Y si veo que si preguntado el Angel de las escuelas Santo Tomas
de su silencio con Alberto Magno, su maestro, respondió: _Que callaba,
porque nada sabia decir digno de Alberto_; ¿Con cuanta mayor razon
callaría yo, no como el Santo, de humildad, sino que en realidad es no
saber algo digno de vos? El segundo imposible es saber agradeceros tan
excesivo como no esperado favor de dar á las prensas mis borrones;
merced tan sin medida, que aun se le pasara por alto á la esperanza más
ambiciosa y al deseo más fantástico, y que ni aun, como ente de razon,
pudiera caber en mis pensamientos, y en fin, de tal magnitud que no solo
no se puede estrechar á lo limitado de las voces, pero excede á la
capacidad del agradecimiento, tanto por grande como por no esperado, que
es lo que dijo Quintiliano: _Minorem spei, majorem benefacti gloriam per
eunt._ Y tal que enmudecen al beneficio.

Cuando la felizmente estéril para ser milagrosamente fecunda madre del
Bautista, vió en su casa tan desproporcionada visita, como la Madre de
el Verbo, se le entorpeció el entendimiento y se le suspendió el
discurso, y así, en vez de los agradecimientos, prorrumpió en dudas y
preguntas: _Et unde hoc mihi?_ ¿De dónde á mí viene tal cosa? Lo mismo
sucedió á Saul cuando se viò electo y ungido rey de Israel: _Numquid non
filius ego sum de minima Tribu Israel &. cognatio mea inter omnes de
Tribu Benjamin? Quare igitur locutus es mihi sermonem istum?_ Así yo
diré: ¿De dónde, venerable señora, de dónde á mí tanto favor? ¿Por
ventura soy más que una pobre monja, la más mínima criatura del mundo y
la más indigna de ocupar vuestra atencion? Pues _Quare locutus es mihi
sermonem istum? Et unde hoc mihi?_ Ni al primer imposible tengo más que
responder, que no ser nada digno de vuestros ojos, ni al segundo más que
admiraciones en vez de gracias, diciendo que no soy capaz de agradeceros
la más mínima parte de lo que os debo. No es afectada modestia, señora,
sino ingenua verdad de toda mi alma, que al llegar á mis manos impresa
la carta, que vuestra propiedad llamó _Atenagórica_, prorumpí [con no
ser esto en mí muy fácil] en lágrimas de confusion, porque me pareció
que vuestro favor no era más que una reconvencion que Dios hace á lo mal
que le correspondo, y que como á otros corrige con castigos, á mí me
quiere reducir á fuerza de beneficios, especial favor de que conozco ser
su deudora, como de otros infinitos de su inmensa bondad; pero tambien
especial modo de avergonzarme y confundirme, que es más primoroso medio
de castigar, hacer que yo mesma, con mi conocimiento, sea el juez que me
sentencie y condene mi ingratitud. Y así, cuando esto considero, acá á
mis salos suelo decir: _Bendito seais vos, Señor, que no solo no
quisisteis en manos de otra criatura el juzgarme, y que ni aun en la mia
lo pusisteis, sino que le reservasteis á la vuestra, y me librásteis á
mí de mí y de la sentencia que yo misma me daria; que forzada de mi
propio conocimiento, no pudiera ser ménos que de condenacion, y vos la
reservásteis á vuestra misericordia porgue me amais más de lo que yo me
puedo amar._

Perdonad, señora mia, la digresion, que me arrebató la fuerza de la
verdad; y si la he de confesar toda, tambien es buscar efugios para huir
la dificultad de responder, y cuasi me he determinado á dejarlo al
silencio; pero como este es cosa negativa, aunque esplica mucho con el
énfasis de no esplicar, es necesario ponerle algun breve rótulo para que
se entienda lo que se pretende que el silencio diga; y si no, dirá nada
el silencio, porque este es su propio oficio, _decir nada_. Fué
arrebatado el Sagrado Vaso de Eleccion al tercer cielo, y habiendo visto
los arcanos secretos de Dios, dice: _Audivi arcana Dei, quæ non licet
homini loqui._ No dice lo que vió; pero dice que no lo puede decir; de
manera que aquellas cosas que no se pueden decir, es menester decir
siquiera _que no se pueden decir_, para que se entienda que el callar no
es no haber que decir, sino es no caber en las voces lo mucho que hay
que decir. Dice San Juan (_Cap. 21 v. 25_) que si hubiera de escribir
todas las maravillas que obró nuestro Señor Jesucristo, no cupieran en
todo el mundo los libros; y dice Vieira sobre este lugar que en solo
esta cláusula dijo mas el Evangelista, que en todo cuanto escribiò; y
dice muy bien el Fénix lucitano (pero cuándo no dice bien, aun cuando no
dice bien?), porque aquí dice San Juan todo lo que dejó de decir, y
expresó lo que dejó de expresar. Así yo, señora mia, solo responderé que
no sé responder, solo agradeceré diciendo que no sé agradeceros, y diré
[por breve rótulo de lo que dejo al silencio] que solo con la confianza
de favorecida y con los valimientos de honrada me puedo atrever á hablar
con vuestra grandeza. Si fuere necedad, perdonadla; pues es alhaja de la
dicha, y en ella ministraré yo mas materia á vuestra benignidad, y vos
dareis mayor forma á mi reconocimiento.

No se hallaba digno Moises, por balbuciente, para hablar con Faraon, y
despues el verse tan favorecido de Dios le infunde tales alientos, que
no solo habla con el mismo Dios, sino que se atreve á pedirle
imposibles: _Ostende mihi faciem tuam_ (_Exod. Cap. 33. v. 13._) Pues
así yo, señora mia, ya no me parecen imposibles los que puse al
principio, á vista de lo que me favoreceis; porque quien hizo imprimir
la carta tan sin noticia mia, quien la intituló, quien la costeó, quien
la honró tanto, siendo del todo indigna por sí y por su autora, ¿qué no
hará? ¿qué no perdonará? ¿qué dejará de hacer, y qué dejará de perdonar?
Y así debajo del supuesto de que hablo con el salvoconducto de vuestros
favores, y debajo del seguro de vuestra benignidad, y de que me habeis,
como otro Asuero, dado á besar la punta del cetro de oro de vuestro
cariño, en señal de concederme benévola licencia para hablar y proponer
en vuestra venerable presencia; digo que recibo en mi alma vuestra
santísima amonestacion de aplicar el estudio á libros sagrados, que
aunque viene en trage de consejo, tendrá para mí sustancia de precepto,
con no pequeño consuelo de que aun ántes parece que prevenia mi
obediencia vuestra pastoral insinuacion, como á vuestra direccion,
inferido en el asunto y pruebas de la misma carta. Bien conozco que no
cae sobre ella vuestra cuerdísima advertencia, sino sobre lo mucho que
habreis visto, de asuntos humanos que he escrito; y así lo que he dicho
no es mas que satisfaceros con ella á la falta de aplicacion que habreis
inferido [con mucha razon] de otros escritos mios; y hablando con mas
especialidad, os confieso con la ingenuidad que ante vos es debida, y
con la verdad y claridad que en mí siempre es natural y costumbre, que
el no haber escrito mucho de asuntos sagrados no ha sido desaficion, ni
de aplicacion la falta, sino sobra de temor, y reverencia debida á
aquellas Sagradas Letras, para cuya inteligencia yo me conozco tan
incapaz, y para cuyo manejo soy tan indigna; resonándome siempre en los
oidos, con no pequeño horror, aquella amenaza y prohibicion del Señor á
los pecadores como yo: _Quare tu enarras justitias meas, &. assumis
testamentum meum per os tuum?_ [_Ps. 49. v. 16._]

Esta pregunta y el ver que aun á los varones doctos se prohibia el leer
los Cantares hasta que pasaban de treinta años, y aun el Génesis, este
por la obscuridad, y aquellos porque de la dulzura de aquellos
epitalamios no tomase ocasion la imprudente juventud de mudar el sentido
en carnales afectos, compruébalo mi gran padre San Gerónimo mandando que
sea esto lo último que se estudie, por la misma razon: _Ad ultimun fine
periculo discat Canticum Canticorum, ne si in exordio legerit sub
carnabilus verbis spiritualium nuptiarum Epithalamium, non intelligens,
vulneretur._ (_S. Hic. Ep. ad Let. ante finem._) Y Séneca dice:
_Feneris in annis haut clara est fides_. (_Sen. de Benefic._) Pues ¿cómo
me atrevería yo á tomarlo en mis indignas manos, repugnándolo el sexo,
la edad y sobre todo las costumbres? Y así confieso que muchas veces
este temor me ha quitado la pluma de la mano, y ha hecho retroceder los
asuntos hácia el mesmo entendimiento de quien querian brotar; el cual
inconveniente no topaba en los asuntos profanos, pues una heregía contra
el arte no la castiga el Santo Oficio, sino los discretos con risa y los
críticos con censura; y esta, _justa, vel injusta, timenda nos est_,
pues deja comulgar y oir misa, por lo cual me da poco ó ningun cuidado,
porque segun la mesma decision de los que lo calumnian, ni tengo
obligacion de saber, ni aptitud para acertar: luego si lo yerro, ni es
culpa ni es descrédito, pues no tengo posibilidad de acertar _y ad
impossibilia nemo tenetur_. Y á la verdad, yo nunca he escrito sino
violentada y forzada, y solo por dar gusto á otros, no solo sin
complacencia, sino con positiva repugnancia, porque nunca he juzgado de
mi que tenga el caudal de letras é ingenio que pide la obligacion de
quien escribe, y así es la ordinaria respuesta á los que me instan (y
mas si es asunto sagrado): ¿Qué entendimiento tengo yo? ¿qué estudio?
¿qué materiales? ¿ni qué noticias para eso, sino cuatro bachillerías
superficiales? Dejen eso para quien lo entienda, que yo no quiero ruido
con el Santo Oficio, que soy ignorante y tiemblo de decir alguna
proposicion mal sonante, ó torcer la genuina inteligencia de algun
lugar. Yo no estudio para escribir ni ménos para enseñar, que fuera en
mí desmedida soberbia, sino solo por ver si con estudiar ignoro ménos.
Así lo respondo, y así lo siento.

El escribir nunca ha sido dictámen propio, sino fuerza agena, que les
pudiera decir con verdad: _Vos me coegistis_. Lo que sí es verdad, que
no negaré (lo uno porque es notorio á todos, y lo otro aunque sea contra
mí, me ha hecho Dios la merced de darme grandísimo amor á la verdad) que
desde que me rayó la luz de la razon, fué tan vehemente y poderosa la
inclinacion á las letras, que ni agenas reprehensiones (que he tenido
muchas) ni propias reflexas (que he tenido no pocas) han bastado á que
deje de seguir este natural impulso que Dios puso en mí; su Majestad
sabe porqué y para qué, y sabe que le he pedido que apague la luz de mi
entendimiento, dejando solo la que baste para guardar su ley, pues lo
demas sobra (segun algunos) en una mujer; y aun hay quien diga que daña.
Sabe tambien su Majestad que no consiguiendo esto, he intentado sepultar
con mi nombre mi entendimiento, y sacrificarle solo á quien me le dió, y
que no otro motivo me entró en religion, no obstante que al desembarazo
y quietud que pedia mi estudiosa intencion, eran repugnantes los
ejercicios y compañía de una comunidad; y despues en ella, sabe el
Señor, y lo sabe en el mundo quien solo lo debió saber, lo que intenté
en órden de esconder mi nombre, y que no me lo permitió, diciendo que
era tentacion; y así seria. Si yo pudiera pagaros algo de lo que os
debo, señora mia, creo que solo os pagara en contaros esto, pues no ha
salido de mi boca jamás, excepto para quien debió salir. Pero quiero que
con haberos franqueado de par en par las puertas de mi corazon,
haciéndoos patentes sus mas sellados secretos, conozcais que no desdice
mi confianza lo que debo á vuestra venerable persona y excesivos
favores.

Prosiguiendo en la narracion de mi inclinacion (de que os quiero dar
entera noticia) digo que no habia cumplido los tres años de mi edad,
cuando enviando mi madre á una hermana mia, mayor que yo, á que se le
enseñase á leer en una de las que llaman _Amigas_, me llevó á mí tras
ella el cariño y la travesura; y viendo que la daban leccion, me encendí
yo de manera en el deseo de saber leer, que engañando, á mi parecer, á
la maestra le dije: _Que mi madre ordenaba me diese leccion_. Ella no lo
creyó, porque no era creible; pero por complacer al donaire me la dió.
Proseguí yo en ir y ella prosiguió en enseñarme, ya no de burlas, porque
la desengañò la esperiencia, y supe leer en tan breve tiempo, que ya
sabia, cuando lo supo mi madre, á quien la maestra lo ocultó por darle
el gusto por entero y recibir el galardon por junta; y yo lo callé
creyendo que me azotarian por haberlo hecho sin órden. Aun vive la que
me enseñó, Dios la guarde, y puede testificarlo. Acuérdome que en estos
tiempos, siendo mi golocina la que es ordinaria en aquella edad, me
abstenia de comer queso, porque oi decir que hacia rudos, y podia
conmigo mas el deseo de saber que el de comer, siendo este tan poderoso
en los niños. Teniendo yo despues como seis años ó siete, y sabiendo ya
leer y escribir, con todas las otras habilidades de labores y costuras
que deprenden las mujeres, oi decir que habia Universidad y escuelas en
que se estudiaban las ciencias, en Méjico; y apénas lo oi cuando empecé
á matar á mi madre con instantes é importunos ruegos sobre que,
mudándome el trage, me enviase á Méjico, en casa de unos deudos que
tenia para estudiar y cursar la Universidad. Ella no lo quiso hacer (é
hizo muy bien); pero yo despiqué el deseo en leer muchos libros varios
que tenia mi abuelo, sin que bastasen castigos ni reprensiones á
estorbarlo; de manera que cuando vine á Méjico se admiraban, no tanto
del ingenio, cuanto de la memoria y noticias que tenia, en edad que
parecia que apénas habia tenido tiempo para aprender á hablar. Empecé á
deprender gramática, en que creo no llegaron á veinte las lecciones que
tomé; y era tan intenso mi cuidado, que siendo así que en las mujeres (y
más en tan florida juventud) es tan apreciable el adorno natural del
cabello, yo me cortaba de él cuatro y seis dedos, midiendo hasta dónde
llegaba ántes, é imponiéndome ley de que si cuando volviese á crecer
hasta allí no sabia tal ó tal cosa, que me habia propuesto deprender en
tanto que crecia, me lo habia de volver á cortar, en pena de rudeza.
Sucedia así que él crecia y yo no sabia lo propuesto, porque el pelo
crecia á priesa y yo aprendia de espacio, y con efecto le cortaba en
pena de la rudeza; que no me parecia razon que estuviese vestida de
cabellos cabeza que estaba tan desnuda de noticias, que era mas
apetecible adorno. Entréme religiosa, porque aunque conocia que tenia el
estado cosas (de las accesorias hablo, no de las formales) muchas de las
repugnantes á mi genio, con todo, para la total negacion que tenia al
matrimonio, era lo ménos desproporcionado y lo más decente que podia
elegir, en materia de la seguridad que deseaba de mi salvacion; á cuyo
primer respecto (como al fin más importante) cedieron y sujetaron la
cerviz todas las impertinencillas de mi genio, que eran de querer vivir
sola, de no querer tener ocupacion obligatoria que embarazase la
libertad de mi estudio, ni rumor de comunidad que impidiese el sosegado
silencio de mis libros. Esto me hizo vacilar algo en la determinacion,
hasta que alumbrándome personas doctas de que era tentacion, la vencí
con el favor Divino, y tomé el estado que tan indignamente tengo. Pensé
yo que huia de mi misma; pero ¡miserable de mí! trájeme á mí conmigo, y
traje mi mayor enemigo en esta inclinacion que no sé determinar si por
prenda ó castigo me dió el Cielo, pues de apagarse ó embarazarse con
tanto ejercicio que la religion tiene, reventaba como pólvora, y se
verificaba en mí el _privatio es causa appetitus_.

Volví (mal dije, pues nunca cesé), proseguí, digo, en la estudiosa tarea
(que para mí era descanso en todos los ratos que sobraban á mi
obligacion) de leer y más leer, de estudiar y más estudiar, sin mas
maestro que los mismos libros. Ya se ve cuan duro es estudiar en
aquellos caracteres sin alma, careciendo de la voz viva y esplicacion
del maestro; pues todo este trabajo sufria yo muy gustosa por amor á las
letras; si hubiese sido por amor de Dios, que era lo acertado, cuánto
hubiera merecido! Bien que yo procuraba elevarlo, cuanto podia, y
dirigirlo á su servicio, porque el fin á que aspiraba era á estudiar
Teología, pareciéndome menguada inhabilidad, siendo catòlica, no saber
todo lo que en esta vida se puede alcanzar, por medios naturales, de los
divinos misterios, y que siendo monja y no seglar debia, por el estado
eclesiástico, profesar letras; y mas siendo hija de un San Jerónimo y de
una Santa Paula, que era degenerar de tan doctos padres ser idiota la
hija. Esto me proponia yo de mi misma, y me parecia razon; si no es que
era (y esto es lo más cierto) lisonjear y aplaudir mi propia
inclinacion, proponiéndola como obligatorio su propio gusto; con esto
proseguí dirigiendo siempre, como he dicho, los pasos de mi estudio á la
cumbre de la sagrada teología; pareciéndome preciso, para llegar á ella,
subir por los escalones de las ciencias y artes humanas, porque ¿cómo
entenderá el estilo de la reina de las ciencias, quien aun no sabe el
de las ancillas?

¿Cómo sin lógica sabria yo los métodos generales y particulares con que
está escrita la Sagrada Escritura? ¿Cómo sin retórica entenderia sus
figuras, tropos y locuciones? ¿Cómo sin física tantas cuestiones
naturales de las naturalezas de los animales, de los sacrificios, donde
se simbolizan tantas cosas ya declaradas, y otras muchas que hay? ¿Cómo
si el sanar Saul al sonido del arpa de David fué virtud y fuerza natural
de la música, ó sobrenatural que Dios quiso poner en David? ¿Cómo sin
aritmética se podrán entender tantos cómputos de años, de dias, de
meses, de horas, de hebdómadas tan misteriosas como las de Daniel, y
otras para cuya inteligencia es necesario saber las naturalezas,
concordancias y propiedades de los números? ¿Cómo sin geometría se podrá
medir el Arca Santa del Testamento y la ciudad de Jerusalen, cuyas
misteriosas mensuras hacen un cubo con todas sus dimensiones, y aquel
repartimiento proporcional de todas sus partes, tan maravilloso? ¿Cómo
sin arquitectura el gran templo de Salomon, donde fué el mismo Dios el
artífice que dió la disposicion y la traza, y el sabio rey solo fué
sobrestante que la ejecutó, donde no habia basa sin misterio, columna
sin símbolo, cornisa sin alusion, arquitrave sin significado; y así de
otras sus partes, sin que el mas mínimo filete estuviese solo por el
servicio y complemento el arte, sino simbolizando cosas mayores? ¿Cómo
sin grande conocimiento de reglas y partes de que consta la historia se
entenderán los libros historiales? ¿Aquellas recapitulaciones en que
muchas veces se pospone en la narracion lo que en el hecho sucedió
primero? ¿Cómo sin grande noticia de ambos derechos podrán entenderse
los libros legales? ¿Cómo sin grande erudicion tantas cosas de historias
profanas de que hace mencion la Sagrada historia? ¿Tantas costumbres de
gentiles? tantos ritos? tantas maneras de hablar? ¿Cómo sin muchas
reglas y lecciones de Santos Padres se podrá entender la oscura locucion
de los profetas? Pues sin ser perito en la música ¿cómo se entenderán
aquellas proporciones musicales y sus primores que hay en tantos
lugares, especialmente en aquellas peticiones que hizo á Dios Abrahan
por las ciudades, de que si perdonaria habiendo cincuenta justos? y de
este número bajó á cuarenta y cinco que es _sesquinona_, y es de _mi_ á
_re_; de aquí á cuarenta, es _sesquioctava_, y es como de _re_ á _mi_;
de aquí á treinta, que es _sesquitercia_, que es la del _diatessaron_;
de aquí á veinte, que es la proporcion _sesquialtera_, que es la del
_diapente_; de aquí á diez que es la _dupla_, que es el diapason; y como
no hay mas proporciones armónicas, no pasó de ahí. Pues ¿cómo se podia
entender esto sin la música? Allá en el libro de Job le dice Dios:
_Nunquid conjungere valebis micantes stellas pleyades, aut gyrum Areturi
poteris dissipare? Nunquid producis Luciferum in tempore suo, &.
Vesperum super filios Terce consurgere facis?_ Cuyos términos, sin
noticia de astrología, será imposible entender. Y no solo estas nobles
ciencias, pero no hay arte mecánica que no se mencione. Y en fin, como
el libro que comprende tonos los libros, y la ciencia en que se incluyen
todas las ciencias, para cuya inteligencia todas sirven; y despues de
saberlas todas (que ya se ve que no es fácil, ni aun posible) pide otra
circunstancia mas que todo lo dicho, que es una continua oracion y
pureza de vida, para impetrar de Dios aquella purgacion de ánimo é
ilustracion de mente que es menester para la inteligencia de cosas tan
altas; y si esto falta, de nada sirve lo demas.

Del Angélico Doctor Santo Tomas dice la Iglesia estas palabras: _In
difficultatibus locorum Sacrae Scripturœ ad orationem jejunium
adhibebat. Quin etiam sodali suo Fratri Reginaldo dicere solebat,
quidquid sciret, non tam studio, aut labore suo peperisse, quam
divinitus traditum accepisse._ Pues yo tan distante de la virtud y las
letras ¿cómo habia de tener ánimo para escribir? Y así por tener algunos
principios grangeados, estudiaba continuamente diversas cosas, sin tener
para alguna particular inclinacion, sino para todas en general; por lo
cual el haber estudiado en unas mas que en otras, no ha sido en mi
eleccion, sino que el acaso de haber topado mas á mano libros de
aquellas facultades, les ha dado (sin arbitrio mio) la preferencia; y
como no tenia interes que me moviese, ni límite de tiempo que me
estrechase el continuado estudio de una cosa, por la necesidad de los
grados, casi á un tiempo estudiaba diversas cosas, ó dejaba unas por
otras; bien que en eso observaba órden, porque á unas llamaba estudio y
á otras diversion; y en estas descansaba de las otras; de donde se sigue
que he estudiado muchas cosas y nada sé, porque las unas han embarazado
á las otras. Es verdad que esto digo de la parte práctica en las que la
tienen, porque claro está que miéntras se mueve la pluma, descansa el
compas, y miéntras se toca el arpa sosiega el órgano, _&. sic de
cœteris_: porque como es menester mucho uso corporal para adquirir
hábito, nunca le puede tener perfecto quien se reparte en varios
ejercicios; pero en lo formal y especulativo sucede lo contrario, y
quisiera yo persuadir á todos con mi esperiencia, á que no solo no
estorban, pero se ayudan, dando luz y abriendo camino las unas para las
otras, por variados y ocultos engaces que para esta cadena universal les
puso la sabiduría de su Autor; de manera que parece se corresponden y
están unidas con admirable trabazon y concierto. Es la cadena que
siguieron los antiguos, que salia de la boca de Júpiter, de donde
pendian todas las cosas eslabonadas unas con otras. Así lo demuestra el
R. P. Atanasio Quirquerio en su curioso libro de _Magnete_. Todas las
cosas salen de Dios, que es el centro á un tiempo y la circunferencia de
donde salen y donde paran todas las líneas criadas.

Yo de mí puedo asegurar que lo que no entiendo en un autor de una
facultad, lo suelo entender en otro de otra que parece muy distante; y
esos propios, al esplicarse, abren ejemplos metafóricos de otras artes;
como cuando dicen los lógicos que el medio se ha con los términos, como
se ha una medida con dos cuerpos distantes, para conferir si son iguales
ó no; y que la oracion del lógico anda como la línea recta por el camino
mas breve, y la del retórico se mueve como la curva por el mas largo,
pero van á un mismo punto los dos. Y cuando dicen que los expositores
son como la mano abierta y los escolásticos como el puño cerrado; y así
no es disculpa, ni por tal la doy, el haber estudiado diversas cosas,
pues estas ántes se ayudan; sino que el no haber aprovechado ha sido
ineptitud mia y debilidad de mi entendimiento, no culpa de la variedad;
lo que si pudiera ser descargo mio, es el sumo trabajo, no en carecer de
maestros, sino de condiscípulos con quienes conferir y ejercitar lo
estudiado, teniendo solo por maestro un libro mudo, por condiscípulo un
tintero insensible; y en vez de explicacion y ejercicio, muchos
estorbos, no solo los de mis religiosas obligaciones (que estas ya se
sabe cuan útil y provechosamente gastan el tiempo) sino de aquellas
cosas accesorias de una comunidad, como estar yo leyendo, y antojárseles
en la celda vecina tocar y cantar; estar yo estudiando, y pelear dos
criadas y venirme á constituir juez de su pendencia; estar yo
escribiendo, y venir una amiga á visitarme, haciéndome muy mala obra
con muy buena voluntad; de donde es preciso no solo admitir el embarazo,
pero quedar agradecida del perjuicio; y esto es continuamente, porque
como los ratos que destino á mi estudio son los que sobran de lo regular
de la comunidad, esos mismos les sobran á las otras para venirme á
estorbar; y solo saben cuanta verdad es esta los que tienen esperiencia
de la vida comun, donde solo la fuerza de la vocacion puede hacer que mi
natural esté gustoso, y el mucho amor que hay entre mí y mis amadas
hermanas, que como el amor es union, no hay para él estremos distantes.

En esto sí confieso que ha sido inesplicable mi trabajo, y así no puedo
decir lo que con envidia oigo á otros, que no les ha costado afan el
saber: ¡dichosos ellos! A mí no el saber (que aun no sé) solo el desear
saber, me le ha costado tan grande que pudiera decir con mi padre San
Gerónimo (aunque no con su aprovechamiento:) _Quid ibi laboris
insumserim: quid sustinuerim difficultatis: quoties desperaverim:
quotiesque cessaverim, &. contentione dicendi rursus incœperim; testis
est conscientia tan mea, qui passus sum, quam corum, qui mecum duxerunt
vitam._ Ménos los compañeros y testigos (que aun de ese alivio he
carecido), lo demas bien puedo asegurar con verdad. Y ¡qué haya sido tal
esta mi negra inclinacion, que todo lo haya vencido!

Solia sucederme que como, entre otros beneficios, debo á Dios un
natural tan blando y tan afable, y las religiosas me aman mucho por él
(sin reparar, como buenas, en mis faltas) y con esto gustan mucho de mi
compañía; conociendo esto y movida del grande amor que las tengo, con
mayor motivo que ellas á mi, gusto mas de la suya; así me solia ir, los
ratos que á unas y á otras nos sobraban á consolarlas y recrearme con su
conversacion. Reparé que este tiempo hacia falta á mi estudio, y hacia
voto de no entrar en celda alguna, si no me obligase á ello la
obediencia ó la caridad; porque sin este freno tan duro, al de solo
propósito le rompiera el amor; y este voto (conociendo mi fragilidad) le
hacia por un mes ó por quince dias; y dando, cuando se cumplia, un dia ó
dos de treguas, lo volvia á renovar, sirviendo este dia no tanto á mi
descanso (pues nunca lo ha sido para mí el no estudiar) cuanto á que no
me tuviesen por áspera, retirada é ingrata al no merecido cariño de mis
carísimas hermanas.

Bien se deja en esto conocer cual es la fuerza de mi inclinacion.
Bendito sea Dios, que quiso fuese hácia las letras, y no hácia otro
vicio, que fuera en mí casi insuperable; y bien se infiere tambien cuan
contra la corriente han navegado (ó por mejor decir, han naufragado) mis
pobres estudios. Pues aun falta por referir lo mas arduo de las
dificultades, que las de hasta aquí solo han sido estorbos obligatorios
y casuales, que indirectamente lo son; y faltan los positivos que
directamente han tirado á estorbar y prohibir el ejercicio. ¿Quién no
creerá, viendo tan generales aplausos, que he navegado viento en popa y
mar en leche, sobre las palmas de las aclamaciones comunes? Pues Dios
sabe que no ha sido muy así; porque entre las flores de esas mismas
aclamaciones se han levantado y despertado tales áspides de emulaciones
y persecuciones, cuantas no podré contar; y los que mas nocivos y
sensibles me han sido, no son aquellos que con declarado odio y
malevolencia me han perseguido, sino los que amándome y deseando mi bien
(y por ventura mereciendo mucho con Dios por la buena intencion) me han
mortificado y atormentado más que los otros con aquel: _No conviene á la
santa ignorancia, que deben, este estudio; se ha de perder, se ha de
desvanecer en tanta altura con su mesma perspicacia y agudeza._ ¿Qué me
habrá costado resistir esto? ¡Rara especie de martirio, donde yo era el
mártir y me era el verdugo! Pues por la (en mi dos veces infeliz)
habilidad de hacer versos, aunque fuesen sagrados, ¿qué pesadumbres no
me han dado? O ¿cuáles no me han dejado de dar? Cierto, señora mia, que
algunas veces me pongo á considerar, que el que se señala, ó le señala
Dios, que es quien solo lo puede hacer, es recibido como enemigo comun,
porque parece á algunos que usurpa los aplausos que ellos merecen ó que
hace estanque de las admiraciones á que aspiraban, y así le persiguen.
Aquella ley políticamente bárbara de Aténas, por la cual salia
desterrado de su república el que se señalaba en prendas y virtudes,
porque no tiranizase con ellas la libertad pública, todavía dura,
todavía se observa en nuestros tiempos, aunque no hay ya aquel motivo de
los atenienses; pero hay otro no ménos eficaz, aunque no tan bien
fundado, pues parece máxima del impío Maquiavelo, que es, aborrecer al
que se señala, porque desluce á otros. Así sucede, y así sucedió
siempre.

Y si no ¿cuál fué la causa de aquel rabioso odio de los Fariseos contra
Cristo, habiendo tantas razones para lo contrario? Porque si miramos su
presencia, ¿cuál prenda mas amable que aquella divina hermosura? ¿cuál
mas poderosa para arrebatar los corazones? Si cualquiera belleza humana
tiene jurisdiccion sobre los albedríos, y con blanda y apetecida
violencia los sabe sugetar, ¿qué haria aquella con tantas prerogativas y
dotes soberanos? ¿Qué haria? ¿qué moveria? Y ¿qué no moveria aquello
incomprensible beldad, por cuyo hermoso rostro, como por un terso
cristal, se estaban trasparentando los rayos de la Divinidad? ¿Qué no
moveria aquel semblante, que sobre incomparables perfecciones en lo
humano, señalaba iluminaciones de divino? Si el de Moises, de solo la
conversacion con Dios, era intolerable á la flaqueza de la vista humana,
¿qué seria el del mismo Dios humanado? Pues si vamos á las demas
prendas, ¿cuál mas amable que aquella celestial modestia, que aquella
suavidad y blandura derramando misericordias en todos sus movimientos?
¿Aquella profunda humildad y mansedumbre? ¿Aquellas palabras de vida
eterna y eterna sabiduría? Pues ¿cómo es posible que esto no les
arrebatara las almas, que no fuesen enamorados y elevados tras él? Dice
la Santa Madre, y madre mia Teresa, que despues que vió la hermosura de
Cristo, quedó libre de poderse inclinar á criatura alguna, porque
ninguna cosa veia que no fuese fealdad, comparada con aquella hermosura.
Pues ¿Cómo en los hombres hizo tan contrario efecto? Y ya que como
toscos y viles no tuvieran conocimiento ni estimacion de sus
perfecciones, siquiera como interesables ¿no les moviera sus propias
conveniencias y utilidades en tantos beneficios como les hacia, sanando
los enfermos, resucitando los muertos, curando los endemoniados? Pues
¿cómo no le amaban? ¡Ay Dios, que por eso mismo le aborrecian! Así lo
testificaron ellos mismos.

Júntanse en su concilio y dicen: _Quid facimus, quia hic homo multa
signa facit?_ (_Juan. cap. 11. v. 47.)_ ¿Hay tal causa? Si dijeran: Este
es un malhechor, un transgresor de la ley, un alborotador, que con
engaños alborota al pueblo, mintieran, como mintieron cuando lo decian;
pero eran causales mas congruentes á lo que solicitaban, que era
quitarle la vida; mas dar por causal que hace cosas señaladas, no parece
de hombres doctos, cuales eran los Fariseos. Pues así es que cuando se
apasionan los hombres doctos prorumpen en semejantes inconsecuencias. En
verdad, que solo por eso salió determinado que Cristo muriese. Hombres
si es que así se os puede llamar, siendo tan brutos, ¿porqué es esa tan
cruel determinacion? No responden más, sino que _multa signa facit_.
¡Válgame Dios! que el hacer cosas señaladas ¿es causa para que uno
muera? Haciendo reclamo, á este: _multa signa facit_; á aquel: _O radix
lesse, qui stas in signum populorum_; y al otro: _In signum cui
contradicetur._ (_Isai. Cap. 11. v. 10._ _Luc. Cap. 2. v. 43._) ¿Por
signo? Pues muera. ¿Señalado? Pues padezca, que ese es el premio de
quien se señala. Suelen en la eminencia de los templos colocarse por
adorno unas figuras de los vientos y de la fama, y por defenderlas de
las aves, las llenan todas de puas; defensa parece, y no es sino
propiedad forzada: no puede estar sin puas que la puncen quien está en
alto: allí está la ojeriza del ave, allí el rigor de los elementos, allí
despican la cólera los rayos, allí es el blanco de las piedras y
flechas: ¡Oh infeliz altura, espuesta á tantos riesgos! ¡Oh signo que te
ponen por blanco de la envidia y por objeto de la contradicion!
Cualquiera eminencia, ya sea de dignidad, ya de nobleza, ya de riqueza,
ya de hermosura, ya de ciencia, padece esta pension; pero la que con mas
rigor experimenta es la del entendimiento, lo primero porque es el mas
indefenso, pues la riqúeza y el poder castigan á quien se les atreve, y
el entendimiento no, pues miéntras mayor es, es mas modesto y sufrido, y
se defiende menos. Lo segundo es porque, como lo dijo doctamente
Gracian, las ventajas del entendimiento, lo son en el ser. No por otra
razon es el ángel mas que el hombre, que porque entiende mas; no es otro
el exceso que el hombre hace al bruto, sino solo entender; y así como
ninguno quiere ser menos que otro, así ninguno confiesa que otro
entiende mas, porque es consecuencia del ser mas. Sufrirá uno y
confesará que otro es mas noble que él, que es mas rico, que es mas
hermoso, y aun que es mas docto; pero que es mas entendido, apénas habrá
quien lo confiese: _Rarus est, qui velit cedere ingenio._ Por eso es tan
eficaz la batería contra esta prenda.

Cuando los soldados hicieron burla, entretenimiento y diversion de
nuestro Señor Jecristo, trajeron una púrpura vieja y una caña hueca y
una corona de espinas para coronarle por rey de burlas. Pues ahora, la
caña y la pùrpura eran afrentosas, pero no dolorosas; pues ¿por qué solo
la corona es dolorosa? ¿No basta que, como las demas insignias, fuese de
escarnio é ignomia, pues ese era el fin? No, porque la sagrada cabeza de
Cristo, y aquel divino cerebro, eran depósito de sabiduría; y cerebro
sabio en el mundo, no basta que esté escarnecido, ha de estar tambien
lastimado y maltratado; cabeza que es erario de sabiduría, no espere
otra corona que de espinas. ¿Cuál guirnalda espera la sabiduría humana,
si ve la que obtuvo la divina? Coronaba la soberbia Roma las diversas
hazañas de sus capitanes tambien con diversas coronas: ya con la cívica
al que defendia al ciudadano, ya con la castrense al que entraba en los
reales enemigos, ya con la mural al que escalaba el muro, ya con la
obsidional al que libraba la ciudad cercada ó el ejército sitiado, ó el
campo en los reales, ya con la naval, ya con la oval, ya con la triunfal
otras hazañas, segun refieren Plinio y Aulo Gelio; mas viendo yo tantas
diferencias de coronas, dudaba de cual especie seria la de Cristo; y me
parece que fué la obsidional, que (como sabeis, señora), era la más
honrosa, y se llamaba obsidional, de _obsidio_, que quiere decir cerco;
la cual no se hacia de oro ni plata sino de la misma grama ó yerba que
cria el campo en que se hacia la empresa; y como la hazaña de Cristo fué
hacer levantar el cerco al príncipe de las tinieblas, el cual tenia
sitiada toda la tierra, como lo dice en el libro de Job: _Circuivi
terram, & ambulavi per eam_ (_Job. cap. 1. v. 7._) Y de él dice San
Pedro: _Circuit quœrens, quem devoret_; (_Ep. Petri, Cap. 5. v. 8_), y
vino nuestro caudillo y le hizo levantar el cerco: _Nunc Princeps huius
mundi ejicietur foras_: así los soldados le coronaron, no con oro ni
plata, sino con el fruto natural que producia el mundo, que fué el campo
de la lid; el cual despues de la maldicion, _spinas, & tribulos
germinavit tibi_, (_Joan Cap. 12, v. 30._ _Gen. Cap. 3, v. 18._) no
producia otra cosa que espinas; y así fué propísima corona de ellas, en
el valeroso y sabio vencedor, con que le coronó su madre la Sinagoga.
Saliendo á ver el doloroso triunfo, como al del otro Salomon festivas,
á este llorosas las hijas de Sion, porque es triunfo de sabio obtenido
con dolor y celebrado con llanto, que es el modo de triunfar la
sabiduría; siendo Cristo, como rey de ella, quien estrenó la corona,
porque santificada en sus sienes se quite el horror á los otros sabios y
entiendan que no han de aspirar á otro honor.

Quiso la misma vida ir á dar la vida á Lázaro difunto; ignoraban los
discípulos el intento y le replicaron: _Rabbi, nune quærebant te Judæi
lapidare: & iterum vadis illuc?_ (_Joan, Cap. 1, v. 8._) Satisfizo el
Redentor el temor: _Nonne duodecim sunt horæ diei?_ Hasta aquí parece
que temian, porque tenian el antecedente de quererle apedrear, porque
les habia reprendido, llamándoles ladrones y no pastores de las ovejas.
Y así temian que si iba á lo mesmo [como las reprensiones, aunque sean
justas, suelen ser mal reconocidas] corriese peligro su vida; pero ya
desengañados, y enterados de que va á dar vida á Lázaro, ¿cuál es la
razon que pudo mover á Tomas para que tomando aquí los alientos, que en
el Huerto Pedro: (_Eamus & nos ut moriamur cum eo?_) ¿Qué dices, Apóstol
santo? á morir no va el Señor ¿de qué es el recelo? Porque á lo que
Cristo va, no es á reprender, sino á hacer una obra de piedad, y por
esto no le pueden hacer mal. Los mismos judios os podian haber
asegurado, pues cuando los reconvino, queriéndole apedrear: _Multa bona
opera ostendi robis ese Patre meo, propter quod eorum opus me
lapidastis? le respondieron: De bono opere non lapidamus te, sed de
blasphemia_ (_Joan c. 10, v. 32. 33._) Pues si ellos dicen que no le
quieren apedrear por las buenas obras, y ahora va á hacer una tan buena,
como dar vida á Lázaro, ¿de qué es el recelo? ó por qué? ¿No fuera mejor
decir: Vamos á gozar el fruto del agradecimiento de la buena obra que va
á hacer nuestro Maestro? ¿á verle aplaudir y rendir gracias al
beneficio? ¿á ver las admiraciones que hacen del milagro? Y no decir, al
parecer, una cosa tan fuera del caso, como es: _Eamus cum eo._ Mas ¡ay!
que el Santo temió como discreto y habló como apóstol. ¿No va Cristo á
hacer un milagro? Pues ¿qué mayor peligro? Ménos intolerable es para la
soberbia oir las reprensiones, que para la envidia ver los milagros. En
todo lo dicho, venerable señora, no quiero (ni tal desatino cupiera en
mí) decir que me han perseguido por saber, sino solo porque he tenido
amor á la sabiduría y á las letras, no porque haya conseguido ni uno ni
otro.

Hallábase el Príncipe de los apóstoles en un tiempo tan distante de la
sabiduría, como pondera aquel enfático _Petrus vero sequebatur eum á
longe_. Tan léjos de los aplausos de docto, quien tenia el título de
indiscreto: _Nesciens quid diceret._ Y aun examinado del conocimiento de
la sabiduría, dijo él mesmo que no habia alcanzado la menor noticia:
_Mulier nescio quid dicis: mulier, non novi illum._ Y ¿qué les sucede?
Que teniendo estos créditos de ignorante, no tuvo la fortuna, si las
aflicciones de sabio. ¿Por qué? No se dió otra causal sino: _Et hic cum
illo erat._ Era afecto á la sabiduría, llevábale el corazon, andábase
tras ella, preciábase de seguidor y amoroso de la sabiduría; y aunque
era tan _longé_ que no le comprendia ni alcanzaba, bastó para incurrir
en sus tormentos. Ni faltó soldado de fuera que no le afligiese, ni
mujer doméstica que no le aquejase. Yo confieso que me hallo muy
distante de los términos de la sabiduría y que la he dejado seguir,
aunque á _longé_; pero todo ha sido acercarme mas al fuego de la
perfeccion, al crisol del tormento; y ha sido con tal estremo, que han
llegado á solicitar que se me prohiba el estudio.

Una vez lo consiguieron con una prelada muy santa y muy cándida, que
creyó que el estudio era cosa de inquisicion, y me mandó que no
estudiase. Yo la obedecí [unos tres meses que duró el poder ella mandar]
en cuanto á no tomar libro, que en cuanto á no estudiar absolutamente,
como no cae debajo de mi potestad, no lo pude hacer, porque aunque no
estudiaba en los libros, estudiaba en todas las cosas que Dios crió,
sirviéndome ellas de letras, y de libro toda la máquina universal. Nada
veia sin reflexa, nada oia sin consideracion, aun en las cosas mas
menudas y materiales; porque como no hay criatura, por baja que sea, en
que no se conozca el _me fecit Deus_, no hay alguna que no pasme el
entendimiento, si se considera como se debe. Así yo [vuelvo á decir]
las miraba y admiraba todas; de tal manera que de las mismas personas
con quienes hablaba, y de lo que me decian, me estaban resultando mil
consideraciones: ¿de dónde emanaria aquella variedad de genios é
ingenios, siendo todos de una especie? ¿Cuáles serian los temperamentos
y ocultas cualidades que lo ocasionaban? Si veia una figura, estaba
combinando la proporcion de sus líneas, y midiéndola con el
entendimiento, y reduciéndola á otras diferentes. Paseábame algunas
veces en el testero de un dormitorio nuestro [que es una pieza muy
capaz] y estaba observando que siendo las líneas de sus dos lados
paralelas y su techo á nivel, la vista fingia que sus líneas se
inclinaban una á otra, y que su techo estaba mas bajo en lo distante que
en lo próximo; de donde inferia que las líneas visuales corren rectas,
pero no paralelas, sino que van á formar una figura piramidal. Y
discurria ¿si seria esta la razon que obligò á los antiguos á dudar si
el mundo era esférico ó no? Porque aunque lo parece, podia ser engaño de
la vista, demostrando concavidades donde pudiera no haberlas.

Este modo de reparos en todo me sucedia y sucede siempre, sin tener yo
arbitrio en ello, que ántes me suelo enfadar, porque me cansa la cabeza;
y yo creia que á todos les sucedia esto mismo, y el hacer versos, hasta
que la esperiencia me ha mostrado lo contrario; y es de tal manera esta
naturaleza ó costumbre, que nada veo sin segunda consideracion. Estaban
en mi presencia dos niñas jugando con un trompo, y apénas yo ví el
movimiento y la figura, cuando empecé con esta mi locura á considerar el
fácil motu de la forma esférica; y como duraba el impulso, ya impreso é
independiente de su causa, pues distante la mano de la niña, que era la
causa motiva, bailaba el trompillo; y no contenta con esto hice traer
harina y cernerla, para que en bailando el trompo encima se conociese si
eran círculos perfectos ó no los que describia con su movimiento; y
hallé que no eran sino unas líneas espirales que iban perdiendo lo
circular cuando se iba remitiendo el impulso. Jugaban otras los
alfileres [que es el mas frívolo juego que usa la puerilidad] y yo me
llegaba á contemplar las figuras que formaban; y viendo que acaso se
ponian tres en triángulo, me ponia á enlazar uno en otro, acordándome de
que aquella era la figura que dicen tenia el misterioso anillo de
Salomon, en que habia unas lejanas luces y representaciones de la
Santísima Trinidad, en virtud de lo cual obraba tantos prodigios y
maravillas; y la misma que dicen tuvo el arpa de David, y que por eso
sanaba Saul á su sonido; y casi la misma conservan las arpas en nuestros
tiempos.

Pues ¿qué os pudiera contar, señora, de los secretos naturales que he
descubierto estando guisando? Ver que un huevo se une y frie en la
manteca ó aceite; y por contrario se despedaza en el almíbar; ver que
para que el azúcar se conserve fluido, basta echarle un muy mínima
parte de agua, en que haya estado membrillo ú otra fruta agria; ver que
la yema y clara de un mismo huevo son tan contrarias, que en los unos
que sirven para el azúcar, sirve cada una de por sí, y juntas no. Por no
cansaros con tales frialdades, que solo refiero por daros entera noticia
de mi natural, y creo que os causarán risa... Pero, señora, ¿qué podemos
saber las mujeres, sino filosofías de cocina? Bien dijo Supercio
Leonardo: _Que bien se puede filosofar y aderezar la cena_. Y yo suelo
decir, viendo estas cosillas: _Si Aristóteles hubiera guisado, mucho mas
hubiera escrito_. Y prosiguiendo en mi modo de cogitaciones, digo, que
esto es tan continuo en mí, que no necesito de libros; y en una ocasion
que por un grave accidente de estómago me prohibieron los médicos el
estudio, pasé así algunos dias; y luego les propuse que era ménos dañoso
el concedérmelos, porque eran tan fuertes y vehementes mis cogitaciones,
que consumian mas espíritus en un cuarto de hora, que el estudio de los
libros en cuatro dias; y así se redujeron á concederme que leyese; y
mas, señora mia, que ni aun el sueño se libró de este continuo
movimiento de mi imaginativa, ántes suele obrar en él mas libre y
desembarazada, confiriendo con mayor claridad y sosiego las especies que
ha conservado del dia; arguyendo, haciendo versos, de que os pudiera
hacer un catálogo muy grande, y de algunas razones y delgadezas que he
alcanzado dormida mejor que despierta; y las dejo por no cansaros, pues
basta lo dicho para que vuestra discrecion y trascendencia penetre y se
entere perfectamente en toda mi natural, y del principio, medios y
estado de mis estudios.

Si estos, señora, fueran méritos (como los veo por tales celebrar en los
hombres) no lo hubieran sido en mí, porque obra necesariamente; si son
culpa, por la misma razon creo que no la he tenido; mas con todo, vivo
siempre tan desconfiada de mí, que ni en esto ni en otra cosa me fio de
mi juicio; y así remito la decision á ese soberano talento, somefiéndome
luego á lo que sentenciare, sin contradiccion ni repugnancia, pues este
no ha sido mas de una simple narracion de mi inclinacion á las letras.
Confieso tambien que con ser esto verdad tal, que (como he dicho) no
necesitaba de ejemplares, con todo, no me han dejado de ayudar los
muchos que he leido, así en divinas como en humanas letras. Porque veo á
una Débora dando leyes, así en lo militar como en lo político, y
gobernando el pueblo donde habia tantos varones doctos. Veo una
sapientísima reina de Sabá, tan docta que se atreve á tentar con enigmas
la sabiduría del mayor de los sabios, sin ser por ello reprendida; ántes
por ello será juez de los incrédulos. Veo tantas y tan insignes mujeres;
unas adornadas del don de profecía, como una Abigail; otras de
persuacion, como Ester; otras de piedad, como Raab; otras de
perseverancia, como Ana, madre de Samuel, y otras infinitas en otras
especies de prendas y virtudes.

Si revuelvo á los gentiles, lo primero que encuentro es con las Sibilas,
elegidas de Dios para profetizar los principales misterios de nuestra
fe, y en tan doctos y elegantes versos, que suspenden la admiracion. Veo
adorar por diosa de las ciencias á una mujer como Minerva, hija del
primer Júpiter y maestra de toda la sabiduría de Aténas. Veo una Bola
Argentaria que ayudó á Lucano, su marido, á escribir la gran batalla de
Farsalia. Veo á la hija del divino Tiresias mas docta que su padre. Veo
á una Cenobia, reina de los palmirenos, tan sabia como valerosa; á un
Agete, hija de Arístipo, doctísima; á Nicóstrata, inventora de las
letras latinas y eruditísima en las griegas; á una Aspasia Milesia que
enseñó filosofía y retórica, y fué maestra del filósofo Perícles; á una
Hipasía que enseñó astrología, y leyó mucho tiempo en Alejandría; á una
Leoncia, griega, que escribió contra el filósofo Teofrasto y le
convenció; á una Jucia, á una Corina, á una Cornelia; y en fin, á toda
la gran turba de las que merecieron nombre ya de griegos, ya de musas,
ya de pitonisas; pues todas no fueron mas que mujeres doctas, tenidas y
celebradas, y tambien veneradas de la antigüedad por tales. Sin otras
infinitas de que están los libros llenos, pues veo aquella egipciaca
Catarina, leyendo y convenciendo todas las sabidurías de los sabios de
Egipto; veo una Gertrúdis leer, escribir y enseñar; y para no buscar
ejemplos fuera de casa, veo una santísima madre mia Paula, docta en las
lenguas hebrea, griega y latina, y aptísima para interpretar las
Escrituras. Y ¿qué mas? que siendo su coronista un máximo Gerónimo,
apénas se hallaba el Santo digno de serlo, pues con aquella viva
ponderacion y enérgica eficacia con que sabe esplicarse dice: _Si todos
los miembros de mi cuerpo fuesen lenguas, no bastarian á publicar la
sabiduría y virtud de Paula_. Las mesmas alabanzas le mereció Blesilla,
viuda, y las mismas la esclarecida vírgen Eustoquia, hijas ambas de la
misma Santa; y la segunda tal, que por su ciencia era llamada _Prodigio
del mundo_. Faviola, romana, fué tambien doctísima en la Sagrada
Escritura. Proba Falconia, mujer romana, escribiò un elegante libro con
centones de Virgilio, de los misterios de nuestra Santa fe. Nuestra
reina doña Isabel, mujer del décimo Alfonso, es corriente que escribió
de astrología. Sin otras que omito por no trasladar lo que otros han
dicho (que es vicio que siempre he abominado), pues en nuestros tiempos
está floreciendo la gran Cristina Alejandra, reina de Suecia, tan docta
como valerosa y magnánima, _y las Exmas. señoras duquesa de Abeiro y
condesa de Villa-umbrosa_.

El venerable doctor Arce (digno profesor de Escritura por su virtud y
letras) en su estudio _Bibliorum_ excita esta cuestion: _An liceat
fœminis sacrorum Bibliorum studio incumbere?_ eaque interpretari? Y trae
por la parte contraria muchas sentencias de Santos en especial aquello
del Apóstol: _Mulieres in Eclesijs taceant, non enim permittitur eis
loqui, &._ (_1. ad Cor, cap. 14. v. 344, cap. 2. v. 3. ad Titum._) Trae
despues otras sentencias, y del mismo Apóstol aquel lugar _ad Titum_:
_Anus similiter in habitu sancto bené docentes_, con interpretaciones de
los Santos Padres; y al fin resuelve con su prudencia, y el leer
publicamente en las cátedras y predicar en los púlpitos, no es lícito en
las mujeres; pero que el estudiar, escribir y enseñar privadamente, no
solo les es lícito, pero muy provechoso y útil: claro está que esto no
se debe entender con todas, sino con aquellas á quienes hubiere Dios
dotado de especial virtud y prudencia, y que fueren muy provectas y
eruditas, y tuvieren el talento y requisitos necesarios para tan sagrado
empleo; y esto es tan justo, que no solo á las mujeres (que por tan
ineptas están tenidas) sino á los hombres (que con solo serlo piensan
que son sabios) se habia de prohibir la interpretacion de las Sagradas
Letras, en no siendo muy doctas y virtuosas, y de ingenios dóciles y
bien inclinados; porque de lo contrario, creo yo, que han salido tantos
sectarios, y que ha sido la raiz de tantas heregías; porque hay muchos
que estudian para ignorar, especialmente los que son de ánimos
arrogantes, inquietos y soberbios, amigos de novedades en la ley (que es
quien las rehusa); y así, hasta que por decir lo que nadie ha dicho
dicen una heregía, no están contentos. De estos dice el Espíritu Santo;
_In malevolam animan non introibit sapientia_. A estos mas daño les
hace el saber, que les hiciera el ignorar. Dijo un discreto: _Que no es
necio entero el que no sabe, latin; pero el que lo sabe, está
calificado_. Y añado yo, que le perfecciona (si es perfeccion la
necedad) el haber estudiado su poco de filosofía y teología, y el tener
alguna noticia de lenguas, que con eso es necio en muchas ciencias y
lenguas; porque un necio grande no cabe en solo la lengua materna.

A estos vuelvo á decir, hace daño el estudiar, porque es poner espada en
manos del furioso; que siendo instrumento nobilísimo para la defensa, en
sus manos es muerte suya y de muchos. Tales fueron las divinas letras en
poder del malvado Pelagio y del protervo Arrio, del malvado Lutero y de
los demas heresiarcas, como lo fué nuestro doctor (nunca fué nuestro ni
doctor) Cazalla; á los cuales hizo daño la sabiduría, porque aunque es
el mejor alimento y vida del alma, á la manera que en el estómago mal
acomplexionado y de viciado calor, miéntras mejores son los alimentos
que recibe, más áridos, fermentados y perversos son los humores que
cria; así estos malévolos, miéntras mas estudian peores opiniones
engendran; obstrúyeseles el entendimiento con lo mismo que habia de
alimentarle, y es que estudian mucho y digieren poco, sin proporcionarse
al vaso limitado de sus entendimientos. A esto dice el Apóstol: _Dico
enim per gratiam, quæ data est mihi, omnibus, qui sunt inter vos: Non
plus sapere, quam oportet sapere, sed sapere ad sobrietatem, unicuique
sicut Deus divisit mensuram fidei._ (_Ad Rom. Cap. 12, v. 3_). Y en
verdad, no lo dijo el Apóstol á las mujeres sino á los hombres; y que no
es solo para ellos el _taceant_, sino es para todos los que no fueren
muy aptos. Querer yo saber tanto ó mas que Aristóteles ó que San
Agustin, si no tengo la aptitud de San Agustin ó de Aristóteles (aunque
estudie mas que los dos), no solo no lo conseguiré sino que debilitaré y
entorpeceré la operacion de mi flaco entendimiento, con la desproporcion
del objeto.

¡Oh, si todos (y yo la primera, que soy una ignorante) nos tomásemos la
medida del talento ántes de estudiar [y lo peor es, de escribir] con
ambiciosa codicia de igualar, y aun de exceder á otros, qué poco ánimo
nos quedara y de cuántos errores nos escusáramos, y cuántas torcidas
inteligencias que andan por ahí no anduvieran! Y pongo las mias en
primer lugar, pues si conociera, como debo, esto mismo no escribiera; y
protesto que solo lo hago por obedeceros, con tanto recelo, que me
debeis mas en tomar la pluma con este temor, que me debiérades si os
remitiera mas perfectas obras. Pero bien que va á vuestra correccion:
borradlo, rompedlo y reprendedme, que eso apreciaré yo mas que todo
cuanto vano aplauso me pueden otros dar: _Corripiet me justus in
misericordia, & increpabit: oleum autem peccatoris non impinguet caput
meum._ (_Ps. 140, v. 5._)

Y volviendo á nuestro Arce, digo que trae, en confirmacion de su
sentir, aquellas palabras de mi padre San Gerónimo, _ad Lætam de
institutione filiæ_, donde dice: _Adhut tenera lingua Psalmis dulcibus
imbuatur. Ipsa nomina per quæ consuescit paulatim verba contexere, non
sint fortuita, sed certa, & conservata de industria, Prophetarum
videlicet, atque Apostulorum, & omnis ab Adam Patriarcharum series, de
Mathæo, Lucaque descendat, ut dum aliud agit, futuræ memoriæ præparetur.
Reddat tibi pensum quotidie de Scripturorum floribus carptum._ (_Ep.
7._) Pues si así queria el Santo que se educase una niña que apénas
empezaba á hablar, ¿Qué querrá en sus monjas y en sus hijas
espirituales? Bien se conoce en las referidas Eustoquia y Fabiola y en
Marcela, su hermana, Pacátula y otras, á quienes el Santo honra en sus
Epístolas exhortándolas á este sagrado ejercicio; como se conoce en la
citada epístola donde noté yo aquel _Reddat tibi pensum_, que es reclamo
y concordante del _Bené docentes_ de San Pablo; pues el _Reddat tibi_ de
mi gran padre da á entender, que la maestra de la niña ha de ser la
misma Leta su madre.

¡Oh cuántòs daños se escusaran en nuestra república, si las ancianas
fueran doctas como Leta, y que supieran enseñar como manda San Pablo y
mi padre San Gerónimo! Y no que por defecto de esto y la suma flojedad
en que han dado en dejar á las pobres mujeres, si algunos padres desean
doctrinar mas de lo ordinario á sus hijas, les fuerza la necesidad y
falta de ancianas sabias á llevar maestros hombres á enseñar á leer,
escribir y contar, á tocar y otras habilidades, de que no pocos daños
resultan, como se experimentan cada dia en lastimosos ejemplos de
desiguales consorcios; porque con la inmediacion del trato y la
comunicacion del tiempo, suele hacerse fácil lo que no se pensó ser
posible. Por lo cual muchos quieren mas dejar bárbaras é incultas á sus
hijas, que no exponerlas á tan notorio peligro, como la familiaridad con
los hombres, lo cual se escusara si hubiera ancianas doctas, como quiere
San Pablo, y de unas en otras fuese subcediendo el magisterio, como
sucede en el de hacer labores, y lo demas que es costumbre. Porque ¿qué
inconveniente tiene que una mujer anciana, docta en letras y de santa
conversacion y costumbres tuviese á su cargo la educacion de las
doncellas? Y no que estas, ó se pierden por falta de doctrina, ó por
querérsela aplicar por tan peligrosos medios, cuales son los maestros
hombres, que cuando no hubiera mas riesgo que la indecencia de sentarse
al lado de una mujer verecunda (que aun se sonrosea de que la mire á la
cara su propio padre) un hombre tan estraño, á tratarla con casera
familiaridad, y á tratarla con magistral llaneza; el pudor del trato con
los hombres y de su conversacion, basta para que no se permitiese. Y no
hallo yo que este modo de enseñar de hombres á mujeres pueda ser sin
peligro, si no es en el severo tribunal de un confesonario, ó en la
distante decencia de los púlpitos, ó en el remoto conocimiento de los
libros; pero no en el manoseo de la inmediacion. Y todos conocen que
esto es verdad, y con todo, se permite solo por el defecto de no haber
ancianas sabias; luego es grande daño el no haberlas. Esto debian
considerar las que atados al _Mulieres in Ecclesia taceant_, blasfeman
de que las mujeres sepan y enseñen, como que no fuera el mismo Apóstol
el que dijo: _Bené docentes_. Demas de que aquella prohibicion cayó
sobre lo historial que refiere Eusebio, y es que en la Iglesia primitiva
se ponian las mujeres á enseñar las doctrinas unas á otras en los
templos, y este rumor confundia cuando predicaban los apóstoles; y por
eso no se les mandó callar, como ahora sucede, que miéntras predica el
predicador no se reza en alta voz.

No hay duda de que para la inteligencia de muchos lugares, es menester
mucha historia, costumbres, ceremonias, proverbios y aun maneras de
hablar de aquellos tiempos en que se escribieron, para saber qué caen y
á qué aluden algunas locuciones de las divinas Letras: _Seindite corda
vestra, & non vestimenta vestra._ (_Joel, Cap. 2, v. 13._) ¿No es
alusion á la ceremonia que tenian los hebreos de rasgar los vestidos en
señal de dolor, como lo hizo el mal pontífice cuando dijo que Cristo
habia blasfemado? Muchos lugares del Apóstol sobre el socorro da las
viudas, ¿no miraban tambien á las costumbres de aquellos tiempos? Aquel
lugar de la mujer fuerte: _Nobilis impartis vir eius._ (_Prov. Cap. 31,
v. 23_) ¿no alude á la costumbre de estar los tribunales de los jueces
en las puertas de las ciudades? El _Dare terram Deo_, ¿no significaba
hacer algun voto? ¿_Hyemantes_, no se llamaban los pecadores públicos,
porque hacian penitencia á cielo abierto, á diferencia de los otros que
la hacian en un portal? Aquella queja de Cristo al fariseo, de la falta
del ósculo y lavatorio de pies, ¿no se fundó en la costumbre que de
hacer estas cosas tenian los judíos? Y otros infinitos lugares, no solo
de las Letras Divinas, sino tambien de las humanas, que se topan á cada
paso, como el _adoratem purpuram_, que significa obedecer al rey, el
_Manumittee eum_, que significa dar libertad, aludiendo á la costumbre y
ceremonia de dar una bofetada al esclavo para darle libertad? Aquel
_Intonui Cœlum_ de Virgilio, que alude al agüero de tronar hácia
Occidente, que se tenia por bueno? Aquel _Tu nunquam leporem edisti_ de
Marcial, que no solo tiene el donaire del equívoco en el _Leporem_, sino
la alusion á la propiedad que decian, tener la libertad? Aquel
proverbio, _Maleam legens, quæ sunt domi obliviscere_, que alude al gran
promontorio de Laconia? Aquella respuesta de la casta matrona al
pretensor molesto, de _por mi no se untarán los quicios ni arderán las
teas_, para decir que no queria casarse, aludiendo á la ceremonia de
untar las puertas con manteca y encender las teas nupciales en los
matrimonios, como si ahora dijéramos: Por mí no se gastarán las arras
ni echará bendiciones el cura. Y así hay tanto comento de Virgilio y
Homero, y de todos los poetas y oradores. Pues fuera de esto, ¿qué
dificultades no se hallan en los lugares sagrados, aun en lo gramatical
de ponerse el plural por singular, de pasar de segunda á tercera
persona, como aquello de los Cantares: _Osculetur me osculo oris sui:
quia meliora sunt ubera tua vino?_ (_Cant. 1, Cap. 7, v. 1._) Aquel
poner los adjetivos en genitivo, en vez de acusativo, como, _Calicem
salutaris accipiam?_ Aquel poner el femenino por masculino; y al
contrario, ¿llamar adulterio á cualquier pecado?

Todo esto pide mas leccion de lo que piensan algunos, que de meros
gramáticos; ó cuando mucho con cuatro términos de súmulas quieren
interpretar las Escrituras, y se aferran del _Mulieres in Ecclesia
taceant_, sin saber cómo se ha de entender. Y de otro lugar, _Mulieres
in silentio discat_. Siendo este lugar mas en favor que en contra de las
mujeres, pues manda que aprendan; y miéntras aprenden, claro está que es
necesario que callen. Y tambien está escrito: _Audi Israel, & tace._
Donde se habla con toda la coleccion de los hombres y mujeres, y á todos
se manda callar; porque quien oye y aprende es mucha razon que atienda y
calle. Y si no yo quisiera que estos intérpretes y expositores de San
Pablo me explicaran cómo entienden aquel lugar, _Mulieres in Ecclesia
taceant_; porque ó lo han de entender de lo material de los púlpitos y
cátedras, ó de lo formal de la universalidad de los fieles, que es la
Iglesia: si lo entienden de lo primero, que es (en mi sentir) su
verdadero sentido, pues vemos que, con efecto, no se permite en la
Iglesia que las mujeres lean pùblicamente ni prediquen, ¿por qué
reprenden á las que privadamente estudian? Y si lo entienden de lo
segundo y quieren que la prohibicion del Apóstol sea trascendentalmente,
que ni en lo secreto se permita escribir ni estudiar á las mujeres,
¿cómo vemos que la Iglesia ha permitido que escriba una Gertrúdis, una
Teresa, una Brígida, la monja Agreda y otras muchas? Y si me dicen que
_estas eran santas_, es verdad; pero no obsta á mi argumento: lo
primero, porque la proposicion de San Pablo es absoluta y comprende á
todas las mujeres sin excepcion de santas; pues tambien en su tiempo lo
eran Marta y María, Marcela, María madre de Jacob, y Salomé y otras
muchas que habia en el fervor de la primitiva Iglesia, y no las
exceptúa; y ahora vemos que la Iglesia permite escribir á las mujeres
santas y no santas, pues la Agreda y María de la Antigua no están
canonizadas, y corren sus escritos; y ni cuando Santa Teresa y las demas
escribieron, lo estaban. Luego la prohibicion de San Pablo solo miró á
la publicidad de los púlpitos, pues si el Apóstol prohibiera el
escribir, no lo permitiera la Iglesia. Pues ahora yo no me atrevo á
enseñar, que fuera en mí muy desmedida presuncion, y el escribir mayor
talento que el mio requiere, y muy grande consideracion. Así lo dice
San Cipriano: _Gravi consideratione indigent, quæ scribimus._ Lo que
solo he deseado es estudiar para ignorar ménos que (segun San Agustin)
unas cosas se aprenden para hacer y otras para solo saber: _Discimus
quædam, ut sciamus; quædam, ut faciamus._ Pues ¿en qué ha estado el
delito, si aun lo que es lícito á las mujeres, que es enseñar
escribiendo, no hago yo, porque conozco que no tengo caudal para ello?
Siguiendo el consejo de Quintiliano: _Noseat quisque, & non tantum ex
alienis præceptis, sed ex natura sua capiat consilium._ Si el crímen
está en la Carta Atenagórica, ¿fué aquella mas que referir sencillamente
mi sentir, con todas las venias que debo á nuestra Santa Madre Iglesia?
Pues si ella con su santísima autoridad no me lo prohibe, ¿por qué me lo
han de prohibir los otros? Llevar una opinion contraria á la de Vieyra
¿fué en mí atrevimiento, y no lo que fué en su paternidad llevarla
contra los tres Santos Padres de la Iglesia? Mi entendimiento tal cual,
¿no es tan libre como el suyo, pues viene de un solaz? ¿Es alguno de los
principios de la Santa Fe revelados su opinion, para que la hayamos de
creer á ojos cerrados? Demas que yo ni falté al decoro que á tanto varon
se debe, como acá ha faltado su defensor, olvidando la sentencia de Tito
Lucio: _Artes committatur decor_. Ni toqué á la sagrada compañía el pelo
de la ropa, ni escribí mas que para el juicio de quien me insinuó; y
segun Plinio. _Non similis est conditio publicantis, & nominatim
dicentis_. Que si creyera se habia de publicar, no fuera con tanto
desaliño como fué. Si es (como dice el censor) heretica, ¿por qué no la
delata? y con eso él quedará vengado y yo contenta, que aprecio (como
debo) mas el nombre de católica y obediente hija de mi Santa Madre
Iglesia, que todos los aplausos de docta. Si está bárbara (que en eso
dice bien) ríase, aunque sea con la risa que dicen del conejo; que yo no
le digo que me aplauda, pues como yo fuí libre para disentir de Vieyra,
lo será cualquiera para disentir de mi dictámen.

Pero ¿dónde voy, señora mia? que esto no es de aquí ni para vuestros
oidos, sino que como voy tratando de mis impugnadores, me acordé de las
cláusulas de uno que ha salido ahora, é insensiblemente se deslizó la
pluma á quererle responder en particular, siendo mi intento hablar en
general. Y así volviendo á nuestro Arce, dice que conoció en esta ciudad
dos monjas, la una en el convento de Regina, que tenia el breviario de
tal manera en la memoria, que aplicaba con grandísima prontitud y
propiedad sus versos, salmos y sentencias de homilías de santos en las
conversaciones. La otra en el convento de la Concepcion, tan
acostumbrada a leer las Epístolas de mi padre San Gerónimo y locuciones
del Santo de tal manera, que dice Arce: _Hieronymum ipsum Hispané
loquentem audire me existimarem._ Y de esta dice que supo, despues de su
muerte, habia traducido dichas Epístolas en romance; y se duele de que
tales talentos no se hubieran empleado en mayores estudios, con
principios científicos, sin decir los nombres de la una ni de la otra,
aunque las trae para confirmacion de su sentencia; que es que no solo es
lícito, pero utilísimo y necesario á las mujeres el estudio de las
sagradas letras; y mucho mas á las monjas, que es lo mismo á que vuestra
discrecion me exhorta, y á que concurren tantas razones.

Pues si vuelvo los ojos á la tan perseguida habilidad de hacer versos,
que en mí es tan natural que aun me violento para que esta carta no lo
sea, y pudiera decir aquello de _Quidquid conabar dicere versus erat_;
viéndola condenar á tantos tanto y acriminar, he buscado muy de
propósito cuál sea el daño que puedan tener, y no le he hallado; ántes
sí los veo aplaudidos en las bocas de las Sibilas, santificados en las
plumas de los profetas, especialmente de David, de quien dice el gran
espositor y amado padre mio (dando razon de las mensuras de sus metros):
_In more Hac, & Pindarum, nunc iambo currit, nunc calico personat, nunc
saphicorum, & nunc semipede ingreditur._ Los mas de los Libros Sagrados
están en metro, como el Cántico de Moises; y los de Job (dice San
Isidoro en sus etimologías) que están en verso heróico. En los
Epitalamios los escribió Salomon, en los Threnos Jeremías. Y así dice
Casiodoro: _Omnis Poetica locutio á Divinis Scripturis sumpsit
exordium._ Pues nuestra Iglesia católica, no solo no los desdeña, mas
los usa en sus himnos, y recita los de San Ambrosio, Santo Tomas San
Isidoro y otros. San Buenaventura les tuvo tal afecto, que apénas hay
plana suya sin versos. San Pablo bien se ve que los habia estudiado,
pues los cita, y traduce el de Arato: _In ipso enim vivimus, & sumus._ Y
alega el otro de Parménides _Cretenses semper mendaces, malæ bestiæ,
pigri_. San Gregorio Nacianceno disputa en alegantes versos las
cuestiones del matrimonio y la de la virginidad. Y ¿qué me causó? La
Reina de la sabiduría y Señora nuestra, con sagrados labios entonó el
Cántico del Magnificat; y habiéndola traido por ejemplar, agravio fuera
traer ejemplos profanos, aunque sean de varones gravísimos y doctísimos,
pues esto sobra para prueba y el ver que aunque como la elegancia hebrea
no se pudo estrechar á la mensura latina, á cuya causa el traductor
sagrado, mas atento á lo importante del sentido, omitió el verso; con
todo, retienen los Psalmos el nombre y divisiones de versos; pues ¿cuál
es el daño que pueden tener ellos en sí? Porque el mal uso, no es culpa
del arte, sino del mal profesor que los vicia, haciendo bellos lazos del
demonio; y esto en todas las facultades y ciencias sucede. Pues si está
el mal en que los use una mujer, ya se ve cuantas los han usado
loablemente; pues ¿en qué está el hacerlo yo? Confieso desde luego mi
ruindad y vileza; pero no juzgo que se habrá visto una copla mia
indecente. Demas que yo nunca he escrito cosa alguna por mi voluntad,
sino por ruegos y preceptos ajenos; de tal manera que no me acuerdo
haber escrito por mi gusto sino un papelillo que llaman _Sueño_. Esa
carta que vos, señora mia, honrasteis tanto, la escribí con mas
repugnancia que otra cosa; y así porque era de cosas sagradas, á quienes
(como he dicho) tengo reverente temor, como porque parecia querer
impugnar, cosa á que tengo aversion natural; y creo que si pudiera haber
prevenido el dichoso destino á que nacia, pues como á otro Moises la
arrojé expósito á las aguas del Nilo del silencio, donde la halló y
acarició una princesa como vos; creo (vuelvo á decir) que si yo tal
pensara, la ahogara ántes entre las mismas manos en que nacia, de miedo
de que pareciesen á la luz de vuestro saber los torpes borrones de mi
ignorancia; de donde se conoce la grandeza de vuestra bondad, pues está
aplaudiendo vuestra voluntad lo que precisamente ha de estar repugnando
vuestro clarísimo entendimiento. Pero ya que su ventura la arrojó á
vuestras puertas, tan expósita y huérfana que hasta el nombre le
pusisteis vos, pésame que entre mis deformidades llevase tambien los
defectos de la prisa; porque así por la poca salud que continuamente
tengo, como por la sobra de ocupaciones en que me pone la obediencia, y
carecer de quien me ayude á escribir, y estar necesitada á que todo sea
de mi mano; y porque como iba contra mi genio y no queria mas que
cumplir con la palabra á quien no podia desobedecer, no veia la hora de
acabar; y así dejé de poner discursos enteros y muchas pruebas que se me
ofrecian, y las dejé por no escribir mas; que á saber que se habia de
imprimir, no las hubiera dejado, siquiera por dejar satisfechas algunas
objeciones que se han excitado y pudiera remitir. Pero no seré tan
desatenta que ponga tan indecentes objetos á la pureza de vuestros ojos;
pues basta que los ofenda con mis ignorancias sin que los ofenda ajenos
atrevimientos. Si ellos por sí volaren por allá (que son tan livianas
que si harán) me ordenareis lo que debo hacer, que si no es
interviniendo vuestros preceptos, lo que es por mi defensa nunca tomaré
la pluma, porque me parece que no necesita de que otro le responda,
quien en lo mismo que se oculta conoce su error; pues (como dice mi
padre San Gerónimo) _Bonus sermo secreta non quaerit_. Y San Ambrosio:
_Latere criminosae est conscientiae._

Ni yo me tengo por impugnada, pues dice una regla del derecho:
_Accusatio non tenetur, si non curat de persona, quae produxerit illam._
Lo que si es de ponderar es, el trabajo que le ha costado el andar
haciendo traslados; ¡rara demencia! cansarse mas en quitarse el crédito,
que pudiera en grangearlo.

Yo (señora mia) no he querido responder, aunque otros lo han hecho (sin
saberlo yo) hasta que he visto algunos papeles, y entre ellos uno que
por docto os remito, y porque el leer os desquite parte del tiempo que
os he malgastado en lo que yo escribo. Si señora, vos, gustáredes de
que yo haga lo contrario de lo que tenia propuesto á vuestro juicio y
sentir, al menor movimiento de vuestro gusto cederá (como es razon) mi
dictámen, que, como os he dicho, era de callar, porque aunque dice San
Juan Crisóstomo, _Calumniatores convincere oportet, interrogatores
docere_; veo que tambien dice San Gregorio: _Victoria non minor est,
hostes tolerare, quám hostes vincere_; y que la paciencia vence
tolerando y triunfa sufriendo. Y si entre los gentiles romanos era
costumbre en la mas alta cumbre de la gloria de sus capitanes, cuando
entraban triunfando en las naciones, vestidos de púrpura y coronados de
laurel, tirando el carro en vez de brutos coronadas frentes de vencidos
reyes, acompañados de los despojos de las riquezas de todo el mundo, y
adornada la milicia vencedora de las insignias de sus hazañas, oyendo
los aplausos populares en tan honrosos títulos y renombres, como
llamarlos padres de la patria, columnas del imperio, muros de Roma,
amparos de la república, y otros nombren gloriosos; que en este supremo
auge de la gloria y felicidad humana fuese un soldado en voz alta
diciendo al vencedor (como consentimiento suyo y órden del Senado):
“Mira que eres mortal; mira que tienes tal y tal defecto;” sin perdonar
los mas vergonzosos, como sucedió en el triunfo de César, que voceaban
los mas viles soldados á sus oidos: _Cavete Romani, adducimus vobis
adulterum, calvum_; lo cual se hacia porque en medio de tanta honra, no
se desvaneciese el vencedor, y porque el lastre de estas afrentas
hiciese contrapeso á las velas de tantos aplausos, para que no peligrase
la nave del juicio entre los vientos de las aclamaciones: si esto, digo,
hacian unos gentiles con sola la luz de la ley natural, nosotros
católicos, con un precepto de amor á los enemigos, ¿qué mucho haremos en
tolerarlos?

Yo de mi puedo asegurar que las calumnias algunas veces me han
mortificado; pero nunca me han hecho daño, porque yo tengo por muy necio
al que, teniendo ocasion de merecer, pasa el trabajo y pierde el mérito;
que es como los que no quieren confesarse al morir, y al fin mueren, sin
servir su resistencia de escusar la muerte, sino de quitarles el mérito
de la conformidad, y de hacer mala muerte, la muerte que podia ser bien.
Y así (señora mia) estas cosas creo que aprovechan mas que dañan; y
tengo por mayor el riesgo de los aplausos en la flaqueza humana, que
suelen apropiarse lo que no es suyo; y es menester estar con mucho
cuidado, y tener escritas en el corazon aquellas palabras del Apóstol:
_Quid autem habes, quod non accepisti? Si autem accepisti, quid
gloriaris quasi non accepisti?_ para que sirvan de escudo que resista
las puntas de las alabanzas, que son lanzas; que en no atribuyéndose á
Dios, cuyas son, nos quitan la vida y nos hacen ser ladrones de la honra
de Dios y usurpadores de los talentos que nos entregó y de los dones que
nos prestó, y de que hemos de dar estrechísima cuenta. Y así (señora)
yo temo mas esto que aquello; porque aquello, con solo un acto sencillo
de paciencia, está convertido en provecho; y esto, son menester muchos
actos reflexos de humildad y propio conocimiento, para que no sea daño.
Y así de mí lo conozco y reconozco, que es especial favor de Dios el
conocerlo para saberme portar en uno y en otro con aquella sentencia de
San Agustin: _Amico laudanti credendum non est sicut nec inimico
detrahenti._ Aunque yo soy tal que las mas veces lo debo de echar á
perder, ò mezclarlo con tales defectos é inperfecciones, que vicio lo
que de suyo fuera bueno; y así en lo poco que se ha impreso mio, no solo
mi nombre, pero ni el consentimiento para la impresion ha sido dictámen
propio, sino libertad ajena, que no cae debajo de mi dominio, como lo
fué la impresion de la Carta atenagórica; de suerte que solamente unos
Ejercicios de la Encarnacion, y unos ofrecimientos de los Dolores se
imprimieron con gusto mio, por la pública devocion, pero sin mí nombre;
de los cuales remito algunas copias, porque (si os parece) las repartais
entre nuestras hermanas las religiosas de esa santa comunidad, y demas
de esa ciudad. De los Dolores va solo uno, porque se han consumido ya y
no pude hallar mas. Hícelos solo por la devocion de mis hermanas, años
ha, y despues se divulgaron; cuyos asuntos son tan improporcionados á mi
tibieza como á mi ignorancia, y solo me ayudò en ellos ser cosas de
nuestra gran Reina; que no sé qué se tiene, el que en tratando de María
Santísima, se enciende el corazon mas helado. Yo quisiera (venerable
señora mia) remitiros obras dignas de vuestra virtud y sabiduría, pero
como dijo el Poeta:

    _Ut desint vires, tamen est laudanda voluntas:_
    _Hac ego contentus, auguror esse Deos._

Si algunas otras cosillas escribiere, siempre irán á buscar el sagrado
de vuestras plantas y el seguro de vuestra correccion, pues no tengo
otra alhaja con que pagaros; y en sentir de Séneca el que empezó á hacer
beneficios, se obligó á continuarlos; y así os pagará á vos vuestra
propia liberalidad, que solo así puedo yo quedar dignamente desempeñada,
sin que caiga en mí aquello del mismo Séneca: _Turpe est beneficijs
vinci_; que es bizarría del acreedor generoso dar al deudor pobre con
qué pueda satisfacer la deuda. Así lo hizo Dios con el mundo
imposibilitado de pagar: dióle á su hijo propio para que se le ofreciese
por digna satisfaccion. Si el estilo de esta carta (venerable señora
mia) no hubiere sido como á vos es debido, os pido perdon de la casera
familiaridad, ó ménos autoridad de que tratándoos como á una religiosa
de velo hermana mia se me ha olvidado la distancia de vuestra
ilustrísima persona, que á veros yo sin velo, no sucediera así; pero vos
con vuestra cordura y benignidad suplireis ó enmendareis los términos; y
si os pareciere incongruo el vos de que yo he usado, por parecerme que
para la reverencia que os debo es muy poca reverencia la Reverencia,
mudadlo en el que os pareciere decente á lo que vos mereceis, que yo no
me he atrevido á exceder de los límites de vuestro estilo ni romper el
márgen de vuestra modestia. Y mantenedme en vuestra gracia para
impetrarme la Divina, de que os conceda el Señor muchos aumentos, y os
guarde, como le suplico y he menester. De este convento de N. Padre San
Gerónimo de Méjico, á primero dia del mes de Marzo de mil seiscientos y
noventa y un años.

B. V. M. vuestra mas favorecida,

_Juana Ines de la Cruz._


FIN.




INDICE.


Dedicatoria

Biografía de Sor Juana Ines de la                                    PÁG.
Cruz, poetisa mejicana del siglo
XVII, y juicio crítico de sus obras                                    I

Advertencias                                                       LXXXV


ROMANCES.

I A los condes de Parédes, vireyes
de Méjico, con motivo de haber
concurrido á una fiesta en el monasterio
de San Jerónimo                                                        1

II Dando el parabien á un doctorado                                    4

III A un caballero español que dirigió
á la autora un romance, diciéndola
haber hallado en ella el fénix                                         5

IV A la condesa de Parédes, escusándose
de enviarla un cuaderno
de música                                                             12

V A la condesa de Galve en su cumpleaños                              18

VI A la misma condesa                                                 21

VII Desahogos del corazon                                             26

VIII A un caballero que decia tener el
pecho de nieve                                                        27

IX Entre la obligacion y el afecto                                    31

X En que ocultamente espresa ménos
aversion de la que afectaba
un enojo                                                              36

XI Preludios del dolor de una ausencia                                39

XII Los celos prueban amor (fragmentos)                               43

XIII Al marques de la Laguna (fragmentos)                             49

XIV La ciencia inútil                                                 51

XV Dando las pascuas á la condesa
de Parédes                                                            56

XVI Con ocasion de haberse sacado
por suerte, en una diversion de
año nuevo, un galan para cada
dama (fragmentos)                                                     58

XVII A doña María de Guadalupe Alencastre
(fragmentos)                                                          61

XVIII A Fílis (fragmentos)                                            64

XIX La autora de su Mecenas, enviándole
unos versos                                                           67

XX Responde á un caballero peruano
que la habia elogiado, y revela
su nombre                                                             69

XXI En reconocimiento á los autores
europeos que elogiaron los versos
de la poetisa (fragmentos)                                            76

XXII (Fragmentos)                                                     79

XXIII Fragmentos del auto historial “El
cetro de Josef. La mujer de Putifar
á Josef”                                                              81

XXIV Lucha entre la virtud y la costumbre                             83

XXV Elogio de María en el misterio
de la Encarnacion                                                     85

XXVI Ave Regina coelorum                                              86

XXVII A Cristo sacramentado, en el dia
de la comunion                                                        87

XXVIII A San Pedro                                                    89

XXIX A Santa Catalina mártir (fragmentos)                             90

XXX En la profesion de una religiosa                                  91


DÉCIMAS.

I Á una rosa (alegoría)                                               92

II Presto celos llorarás                                              94

III El alma rendida por el amor
(alegoría)                                                            96

IV Con motivo de un presente                                          99

V El error de una disculpa      Id.

VI A una dama que temia el aojo                                      100

VII Retrato de una belleza      Id.

VIII La razon contra el amor                                         101

IX Enviando su imágen á una persona                                  103

X Excusándose de dar licencia á uno
que se la pedia para ausentarse                                      105

XI Pidiendo á la vireina la libertad
para un ingles                                                       108


REDONDILLAS.

I A los hombres                                                      110

II Gratitud                                                          113

III Un justo medio                                                   115

IV Respuesta á un caballero que dijo
se ponia hermosa la mujer con
solo amar                                                            117

V Efectos del amor                                                   119

VI Pidiendo versos á un caballero
que se escusaba de hacerlos                                          123

VII Escusándose de un silencio                                       125

VIII Del retrato de una belleza (fragmentos)                         128

IX En la profesion de una religiosa                                  131

X Sobre el Santísimo Sacramento                                      132

Oracion del Papa Urbano VIII,
traducida del latin                                                  133


GLOSAS.

I Luego que te ví te amé                                             135

II Si de mis mayores gustos                                          137


QUINTILLAS.

A San Pedro                                                          139


SONETOS.

I Satisfaccion cumplida                                              141

II En el dia de dias de un hermano
da la poetisa                                                        142

III Con el dolor de la mortal herida                                 143

IV Detente, sombra de mi bien esquivo                                144

V Yo no puedo tenerte ni dejarte                                     145

VI Yo adoro al Lisi, pero no pretendo                                146

VII Al que ingrato me deja, busco
amante;                                                              147

VIII Feliciano me adora y le aborrezco;                              148

IX Fabio, en el ser de todos adoradas                                149

X Miró Celia una rosa que en el
prado                                                                150

XI A Lucrecia                                                        151

XII A la misma                                                       152

XIII La esposa de Pompeyo                                            153

XIV A Porcia                                                         154

XV Vesme, Alcino, que atada á la cadena                              155

XVI Despues de la enfermedad de la
autora. A la vireina, marquesa
de Mancera                                                           156

XVII Consonantes forzados                                            157

XVIII    Id.    Id.                                                  158

XIX A la esperanza                                                   159

XX ¿Que es lo que Alcino? ¿Como tu
cordura?                                                             160

XXI Silvio, yo te aborrezco, y aun condeno                           161

XXII Dices que yo te olvido, Celia, y
mientes                                                              162

XXIII Al rey de España, con ocasion de
un acto piadoso para con el Santísimo
Sacramento                                                           163

XXIV Firma Pilato la que juzgo agena                                 164

XXV A la muerte del duque de Veráguas                                165

XXVI Al mismo asunto                                                 166

XXVII En la muerte de la marquesa de
Mancera                                                              167

XXVIII Quejas de la autora por los aplausos
de que era objeto                                                    168

XXIX Píramo y Tisbe                                                  169

XXX Desahogos de un celoso                                           170


CANCIONES.

I Sentimientos de una ausencia                                       171

II Satisfaccion á unos celos                                         175

III Sentimientos de una esposa en la
muerte de su esposo                                                  177

IV Al mismo objeto que el anterior                                   180

V Divino dueño mio                                                   184

VI Prolija memoria                                                   186

VII Fragmentos                                                       190

VIII     Id.                                                         122

ODAS, LIRAS Y LETRILLAS.

I En la profesion de una religiosa                                   193

II A la asuncion                                                     196

III Al mismo asunto                                                  197

IV A San Pedro                                                       199

V De Santa Catalina mártir                                           201

VI Al mismo asunto (letrilla)                                        203

VII En la dedicacion de un templo                                    205

VIII Juguetillo á María                                              207

IX Villancicos en la fiesta de San
José                                                                 209


SILVA.

Retrato de una belleza, poesía burlesca
imitada de Jacinto Polo                                              211


EPIGRAMAS.

Que te dan en la hermosura                                           223

Los silbos (diálogo)                                                 225

Los empeños de una casa (comedia
famosa)                                                              227

Carta de la muy ilustre Señora Sor
Filotea de la Cruz en que aplaude
á la poetisa la honesta é hidalga
habilidad de hacer versos; mandándole
dar á la estampa la Crísis
sobre un sermon, con el título de
“Carta atenagórica”                                                  337

Respuesta de la poetisa                                              343


NOTAS:

[A] Esta es sin duda equivocacion con el padre de la poetisa que fué
guipuzcoano, pues ella nació cerca de Méjico, como se verá despues. En
cuanto á las fechas del nacimiento y muerte, son exactas, en tanto que
en algunos apuntes biográficos que hemos visto, está errada la primera.

[B] De los tres tomos que tenemos á la vista, el 1.º es de una tercera
edicion hecha en Valencia en 1709; el 2.º, reimpresion tambien, se ha
hecho en Madrid en 1715, y el 3.º en la misma corte en 1714.

[C] Vivuntque commissi calores Æoliæ fidibus puellæ [Horatii. IV 9.]

[D] Nuestro malogrado amigo el estimable escritor colombiano don José
María Vergara y Vergara, en su “Historia de la literatura en Nueva
Granada,” página 176, asegura que fué don Francisco Álvarez de Velasco
y Zorrilla quien dirigió á Sor Juana Ines los dos romances que corren
entre las obras de esta como producciones de un caballero peruano;
porque segun añade el señor Vergara, “En aquellos tiempos era Perú todo
lo que no era Méjico y Antillas.” Juzgamos que el literato colombiano
padeció equivocacion, pues no cabe suponer que la sabia monja hubiese
cometido el error de confundir á la Nueva Granada con el Perú; error
creible solo en gente no instruida. Ademas, en la contestacion de
Sor Juana al primero de los citados romances se ve claramente que su
autor tenia por apellido _Navarrete_; y en la respuesta al segundo se
descubre que quien le escribió fué el _Conde de la Granja_.

Las endechas que ha copiado el señor Vergara en su obra, no corren en
ninguno de los tres tomos de las de Sor Juana, sin que por esto digamos
que no son auténticas; lo único que talvez pudiera suponerse es que
esos versos no llegaron á manos de la religiosa, á causa de lo tardio
y difícil que entónces era la correspondencia tanto entre Europa y
América, como entre las mismas colonias americanas.

El señor Vergara cita igualmente una carta de Álvarez de Velasco á
la monja; pero está datada en 1698, esto es, tres años despues de la
muerte de esta, que acaeció en 1695. O tamaña equivocacion viene de
algun error de pluma, ó bien debemos creer que las mismas dificultades
opuestas á las relaciones de pueblo á pueblo hicieron que el autor de
la carta ignorase por tan largo tiempo el fallecimiento de la ilustre
poetisa.

[E] No nos ha parecido fuera de propósito el incluirla en esta
coleccion, antes de la carta de nuestra autora.

[F] Este romance está entresacado de otras piezas escritas con igual
motivo.

[G] Murió ántes de llegar á Méjico y de muerte súbita.

[H] Alusion al suceso de Icaro.






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